LaVyrle Spencer - Juegos De Azar

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Agatha es una joven sombrerera que vive marcada por una vida sombría y sin amor. Un accidente ocurrido durante la infancia la ha dejado lisiado, pero eso no le ha impedido luchar por una vida mejor. Las circunstancias la han llevado a convertirse en adalid de la moral y defensora de la Ley Seca.
Scot, dueño de una taberna en la que el juego y el alcohol son el pan de cada día, oculta tras su vida de libertinaje un corazón destrozado y un espíritu apasionado, capaz de albergar una increíble grandeza…

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Cuando se fue, Agatha se acercó a la ventana del frente. El terreno estaba lleno de coches, y los grandes prados estaban adornados con toldos azules. Abajo, estaban entrando los invitados, se preparaba la comida, había llegado el ministro, y la alcoba nupcial estaba decorada con ramos de azucenas amarillas y hiedra inglesa.

Agatha se apretó con una mano el corazón que latía acelerado. Aún le costaba creer que estuviese sucediendo, que ella estuviera en el dormitorio principal de Waverley, donde esa noche compartiría el alto lecho de palo rosa con el hombre que amaba; que su ropa estaba en la cómoda, junto a la de él, y colgada en el armario, donde el aroma del tabaco de Scott se mezclaba con el de su propio perfume; que sería así por el resto de sus vidas. Y ahí afuera, los coches seguían llegando, con los invitados para tan importante ocasión.

Mientras los contemplaba escuchó tras ella el sonido: el sollozo suave de una niña.

Se volvió. No había nadie, pero el sonido continuaba. Agatha permaneció serena, casi como si esperara esa visita en un día tan fasto.

– Justine, ¿eres tú?

El llanto cesó de inmediato.

– ¿Justine?

Miró en círculo alrededor, pero estaba sola en el cuarto.

Empezó otra vez, en esta ocasión más quedo, pero inconfundiblemente real e inquietante. Agatha estiró una mano:

– Estoy aquí, Justine, y si puedo te ayudaré. -El llanto se hizo más bajo pero continuó-. Por favor, no llores. Es un día demasiado feliz para lágrimas.

Se hizo silencio, pero al extender la mano sintió una presencia con tanta claridad como si fuese visible.

– ¿Es porque voy a casarme con tu padre? ¿Es por eso? -Hizo una pausa, miró alrededor-. Debes creerme que no pretendo ocupar el lugar de tu madre en su corazón. Lo que ella fue para él, lo será para siempre. Tienes que creer eso, Justine.

Agatha guardó silencio.

– Sé que ya conociste a Willy, y lo aceptaste. Espero que, del mismo modo, me aceptes a mí.

El cambio no pudo ser más evidente si hubiese cesado de tronar. La tensión se aflojó; en el cuarto reinó la paz. Nada tocó la mano de Agatha, excepto un suave suspiro, que olía a flores. Pero cuando bajó la mano al costado, experimentó una gran tranquilidad.

En ese momento, irrumpió Willy con dos magnolias.

– Toma, Gussie, Violet y yo cortamos las mejores que pudimos encontrar.

Se inclinó para besarlo.

– Gracias, Willy.

Cuando se incorporó, miró alrededor pero la presencia se había desvanecido por completo.

– ¡Eh, hueles bien!

– ¿Sí?

Rió, y recibió las flores.

– ¡Y estás preciosa! ¡Espera a que Scotty te vea!

Agatha lo tomó de las mejillas y le estampó un beso en la nariz.

– ¿Últimamente te dije que te quiero?

El chico rió y corrió hacia la ventana.

– ¿Viste cuántos carruajes?

– Los vi. -Cuando sus pensamientos volvieron a la boda, su euforia aumentó-. ¿De dónde vienen todos ellos?

– De Columbus. Scotty conoce a todos allí.

Agatha se dio la vuelta hacia el espejo y se prendió una de las magnolias en la nuca.

– Violet me dijo que te diga que ya es la hora.

Agatha retrocedió y se apretó una mano sobre el corazón. Es hora. Hora de salir y encontrarte con tu novio, caminar con él hasta la alcoba nupcial y unir tu vida a la de él, y no estar sola nunca más. Al comprenderlo, el rostro se le iluminó con una suave luz. Willy se acercó a ella, la miró, tenía el cabello peinado con brillantina, con la conocida onda sobre la frente, sin duda hecha por Scott. Recordaba con claridad la primera vez que lo había peinado así, cuando los dos volvían de los baños, y Scott llevó a Willy otra vez a la sombrerería, vestido con la ropa nueva que le había hecho. Al mirar al niño que tanto ella como su inminente marido querían tanto, se sintió bendecida, convencida de que el destino los había reunido pensando en esto. Con su ramo nupcial, una única magnolia, extendió la mano libre.

– Vamos.

Willy sonrió y fueron hacía la puerta. Antes de abrirla, Agatha le acomodó el cuello y le preguntó:

– Recuerdas qué hacer, ¿verdad?

– Sí, señora. -Entreabrió la puerta y espió-. Vamos, está esperando.

Agatha aspiró una bocanada de aire, la retuvo para serenarse, cerró un instante los ojos y oyó la melodía del piano de Ivory que ascendía. Pero ni las profundas inspiraciones ni la música bastaban para calmar los nervios que le crispaban el estómago.

Fue hacia la entrada y su mirada se topó con los ojos de su prometido.

En efecto, estaba esperando, en el extremo opuesto del balcón, frente a la puerta del cuarto de los niños, todo vestido de marfil, esperando a echar el primer vistazo a la novia. Las miradas de los dos se encontraron a través de casi diez metros de espacio abierto, sólo circundado por la baranda, y una sensación de expectativa que aligeraba el corazón. Debajo, los invitados levantaron las miradas ansiosas, pero en ese primer momento los novios no vieron a nadie más que al otro.

Ella estaba radiante, con el vestido de cola de un blanco ceroso y una simple flor en el cabello.

Él, quitaba el aliento con los pantalones ahusados y la chaqueta de gala que resaltaban la negrura del cabello y el bigote.

Se contemplaron uno al otro con el pulso acelerado y un nudo en el estómago, registrando el momento para llevarlo siempre en los corazones, hasta que al fin, el murmullo de voces que llegaba de abajo los hizo volver a la realidad, y Agatha sonrió. Gandy le correspondió. Y luego, a Willy que, ahuecando los dedos, le envió un minúsculo saludo secreto. Scott le respondió con un guiño. Entonces, Willy le ofreció el codo a Gussie y la escoltó a la cima de la escalera oeste, mientras que Scotty subía a la del este.

Se hablaría durante años de ese descenso: la novia y el novio, los dos de marfil resplandeciente, mirándose uno a otro con sonrisas deslumbrantes, por las escaleras gemelas que los conducían abajo donde formaban una curva como los arcos incompletos de un corazón; de cómo llegaron al pie y se encontraron en el centro del suelo de la rotonda como si completaran el contorno de ese corazón; de cómo el ministro negro, el reverendo Oliver de la pequeña iglesia bautista cercana los esperaba preguntando:

– ¿Quién entrega a esta mujer? -y cómo Willy respondió:

– Yo -y luego, con gran seriedad, entregaba su futura madre al futuro padre, y recibía un beso de cada uno.

Hablarían de cómo el novio tomó la mano de la novia y la puso en el hueco de su codo, y cruzaron juntos la gran rotonda, pasaron las amplias puertas de la sala hasta la alcoba nupcial adornada con canastas de fragantes azucenas amarillas y hiedra inglesa.

Aunque la habitación estaba llena de invitados, Agatha casi no lo advirtió cuando soltó el brazo de Scott y adoptó una pose formal a su lado.

– Queridos bienamados…

El reverendo Oliver pronunció un discurso acerca de lo que era necesario para que un matrimonio fructificara, de la importancia de la entrega de sí mismo, del valor del perdón, las recompensas de la constancia, la virtud y el alcance del amor. Habló de los niños con los que podría ser bendecida la unión, y Agatha sintió el codo de Scott bien apretado contra el suyo. Miró por el rabillo del ojo y encontró la mirada del esposo fija en su rostro, pensó en concebir a los hijos de él y la invadió una explosión de esperanza tan profunda que la hizo tambalearse. Scott descruzó las manos, encontró la de Agatha entre los pliegues de satén marfil a la altura de la cadera, y se la estrechó fuerte, duplicando su alegría.

Jube cantó: «Amor Maravilloso», con su voz impecable, cristalina y los versos colmaron el corazón de Agatha con tanta abundancia como el perfume de las azucenas llegaba a su nariz. Mientras, el pulgar de Scott no dejó de acariciar sus dedos.

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