Kate Carlisle - ¿Quién seduce a quién?

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¿Nuevo peinado? ¿Maquillaje? ¿Un vestido? ¿Dónde había estado su eficiente secretaria? Porque la mujer que había delante de Brandon Duke no era la Kelly Meredith que se había ido de vacaciones dos semanas antes. Estaba atónito, y encantado, por su transformación. Ella decía que el cambio de imagen era parte de su plan… para ser más seductora. Y el millonario era el hombre perfecto para darle a su ayudante unas cuantas lecciones de amor. Lo haría despacio, saboreando cada momento, y luego diría adiós… ¡si podía!

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– ¿Ah, sí?

– Sí -le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia sí-. Y tanto sardinas como arándanos son excelentes fuentes de ácidos omega tres.

– Fascinante -susurró ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.

– Mejoran el funcionamiento del cerebro -añadió él, acariciándole la mejilla.

– Es bueno saberlo -sonó algo inquieta.

– El jugador de ataque es el cerebro del equipo, ¿sabías eso? -le murmuró. Luego le besó el cuello.

– ¿Qué haces? -gimió ella.

– ¿Qué crees que hago?

– No estoy segura.

– Yo sí -la besó. Sabía tan dulce y cálida como había imaginado. Y más. Tuvo que esforzarse para mantener un contacto leve, no habría sido bueno dejarse llevar. Pero eso no le impidió desear tumbarla en el escritorio, deslizar las manos por sus muslos, abrirle las piernas y hundirse en ella.

Tenía que parar. Lo que estaba haciendo era malo por innumerables razones. Si se apartaba ya, ambos podrían olvidar ese beso.

Ella dejó escapar un gemido de rendición, y Brandon supo que deseaba lo mismo que él. Y no pudo parar. Utilizó la lengua para abrir sus labios e invadir esa boca tan sexy. Sus lenguas iniciaron un sensual juego de avances y retiradas.

Quería moldear sus senos y acariciar los pezones erectos con los pulgares, pero eso sería una locura sin retorno. Así que hizo acopio de toda su voluntad y se obligó a poner fin al beso.

– Uy -Kelly se lamió los labios y abrió los ojos. Él se tensó al ver la deliciosa lengua rosada-. Oh, ha estado bien -musitó con un deje de sorpresa-. Ha estado muy bien.

– Sí -farfulló él, ceñudo-. Es verdad.

– Me ha gustado mucho.

A él también le había gustado, pero se lo calló. Debía recuperar el control de las extrañas emociones que lo atenazaban por dentro.

– Roger nunca besaba así -dijo ella, pensativa.

– ¿He dicho ya que el tipo es un idiota?

– No es raro que no le pareciera sexy. Era porque él no hacía que me sintiera sexy -razonó ella-. Pero tú sí -declaró, sonriente-. Y ahora… vaya. Diría que el problema era Roger, no yo. Pero no puedo estar segura.

– Sí, sí puedes -rezongó él-. El problema era Roger. Fin de la historia.

– Gracias, Brandon -le tocó el brazo.

– De nada -él puso rumbo hacia su despacho.

– Espera -llamó ella.

Se dio la vuelta. Una arruga de preocupación surcaba su tersa frente. Sus labios rosados, tiernos y húmedos eran lo más sexy había visto nunca. Al darse cuenta de que anhelaba besarla de nuevo, Brandon entró al despacho.

– Creo que podría llegar a ser muy buena en esto y enloquecer a Roger, pero necesito practicar -dijo ella, siguiéndolo.

Brandon vio que llevaba la libreta en la mano; seguramente tenía la esperanza de hacer una maldita lista de las posibles formas de besarse.

– No es buena idea -Brandon guardó la carpeta Montclair en su maletín.

– Antes dijiste lo mismo y resultó ser una gran idea.

– No más prácticas -la taladró con la mirada-. Normas básicas ¿recuerdas?

– Sí, no te preocupes -escrutó su rostro y asintió-. De acuerdo, supongo que tienes razón.

– Sé que la tengo -cerró el maletín de golpe.

– Gracias por tu ayuda. Ha sido fantástico. En el sentido educativo, me refiero.

– De nada -respondió él, saliendo del despacho-. Es hora de irse a casa.

– Yo voy a quedarme un rato -dijo ella, pasando a una hoja limpia de la libreta-. Tengo que apuntar algunos datos ahora que lo tengo todo fresco. Tendré que recordarlo después.

– ¿Vas a escribir notas sobre ese beso?

– Sí, para referencia en el futuro -ya había empezado a garabatear lo que parecían cálculos matemáticos-. Si lo escribo todo, lo que hiciste y lo que sentí, podré rememorar las sensaciones la próxima vez, y sabré que lo estoy haciendo bien.

– La próxima vez -repitió él con vaguedad.

– Sí. Suelo recordar las experiencias táctiles mejor si apunto mis impresiones de inmediato. Después, estudiaré mis notas como preparación. Claro que un beso real proporcionaría muchos más datos… -murmuró Kelly para sí, golpeando la libreta con el bolígrafo. Alzó la mirada y estudió a Brandon. A él no le gustó lo que vio en sus ojos.

– Ni lo pienses.

– ¿Pensar qué? -preguntó ella agitando las pestañas con inocencia.

Si fuera otra mujer, Brandon habría sabido que practicaba un peligroso juego de seducción. Pero era Kelly, que no parecía saber nada de trucos femeninos y cuyo rostro era un libro abierto. Por eso, su responsabilidad era dejarle las cosas claras.

– Olvídalo, Kelly. No voy a besarte de nuevo.

– Ya lo sé -murmuró ella, frunciendo los labios húmedos y carnosos.

Capítulo 3

«No voy a besarte de nuevo».

Cada vez que Kelly rememoraba las palabras, la vergüenza le encendía las mejillas. Y como no podía dejar de revivir la escena, no la extrañaría que su cabeza entrara en combustión espontánea en cualquier momento.

– Deja de pensar en eso -se exigió, mientras metía un plato preparado en el microondas. Tenía cuatro minutos para esperar, pensar y recordar. Echó un vistazo a la cómoda minisuite, pensando en ordenarla, pero todo estaba en su sitio. La habitación estaba impoluta, como siempre.

El Mansion tenía un servicio de limpieza de primer orden y, aunque Kelly formaba parte de la plantilla, los encargados insistían en ir a diario para limpiar y comprobar que todo estaba en orden y a su gusto. Así que tenía tiempo de sobra para dar vueltas a sus pensamientos.

– No te bastó con prácticamente suplicarle a tu jefe que te besara -se reconvino-, en la oficina y a plena luz del día. No, encima tuviste que agitar tus bragas ante su cara. Eso sí es clase. ¿Por qué le enseñaste esa lista de candidatos para besar?

Dejó escapar un suspiro y se sentó en el taburete que había junto a la encimera. Abrió una botella de agua mineral con gas y se sirvió un vaso. Tenía que decidir su próximo movimiento.

Había distintas formas de remediar la situación. Una era pedirle disculpas a Brandon la mañana siguiente. Podía explicarle, y sería verdad, que diez días a dieta en el complejo termal le habían dejado el cerebro nublado e incapaz de pensar.

Probablemente no la creería; toda la empresa sabía que la mente de Kelly era puro acero. No iba a creerse que, de repente, había perdido la capacidad de pensar a derechas. La otra solución era marcharse a algún lugar remoto, como Duluth, sin dejar dirección. Estaba bastante segura de que el desafortunado incidente de las braguitas desaparecería de la memoria de Brandon en unos meses, un año a lo sumo.

– Ay, Dios -apoyó los codos en la encimera y enterró el rostro entre las manos. El hecho de que Brandon hubiera recomendado el tanga negro no era una gran ayuda en ese momento.

El microondas pitó y sacó su ligera cena. Estaba orgullosa de seguir tomando raciones pequeñas, pero presentía que no tardaría en darse un atracón de helado.

Por culpa del beso.

Había hecho voto de no pensar en eso, y cambiaba el curso de su pensamiento cada vez que rondaba el recuerdo del tacto de Brandon, del sabor de su boca. Pero decidió dejarse llevar y pensar a gusto un momento.

Nunca había experimentado nada igual. Solo había sido un beso, pero había sentido más pasión y excitación en esos segundos que en los dos años y siete meses que había pasado con Roger.

Cerró los ojos y se rindió a la tentación, reviviendo la exquisita presión de las manos de Brandon, la cálida suavidad de su boca…

Un momento después, abrió los ojos y miró la cena, que empezaba a enfriarse. Había perdido el apetito, al menos de comida.

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