A pesar de que sólo tenía seis meses, era evidente que estaba confundido e incómodo con lo que estaba pasando. Tenía los ojos vidriosos y le temblaba el labio inferior como si estuviera a punto deponerse a llorar.
– ¿Crees que me ha entendido? -se rió Justice.
Maggie miró al niño y le pasó la yema del dedo índice por la barbilla para tranquilizarlo.
– No entiende las palabras, pero sí el tono de voz -le explicó a Justice. -No quiero que hables en ese tono cuando estés delante de él.
Justice tomó aire y lo soltó furioso.
– Está bien -accedió intentando calmarse. -Yo no me enfado delante del niño y tú te dejas de jueguecitos.
– Yo no estoy jugando a ningún jueguecito.
– Maggie, no sé qué te traes entre manos, pero es obvio que hay algo. Sea lo que sea, te digo desde ya que no te va a funcionar.
Maggie se quedó mirándolo y negó con la cabeza.
– Sabía que eras testarudo, Justice, pero nunca imaginé que pudieras ser tan cabezota.
– Y yo nunca imaginé que fueras capaz de serme infiel -le espetó Justice avanzando a duras penas hacia la puerta.
Maggie se quedó mirándolo, sintiendo pena por él, pues era evidente que le dolía mucho la pierna. Ver a un hombre tan fuerte e independiente apoyado en un bastón le partía el corazón. Sabía que las lesiones no eran permanentes, pero también sabía el enorme esfuerzo que estaba haciendo Justice para salir con dignidad de la habitación.
– ¿Infiel? ¿Infiel yo? -se indignó.
A continuación, miró a su hijo sintiéndose culpable y le sonrió, aunque sonreír era lo último que le apetecía hacer en aquellos momentos.
No quería disgustar al bebé por culpa de un hombre que estaba ciego y que no veía la verdad ni teniéndola delante.
– No te he sido infiel jamás. Y tampoco te estoy mintiendo.
Justice no la miró. Siguió avanzando, salió al pasillo y se alejó con su bastón golpeteando el suelo, si quería escaparse de ella, iba a tener que correr un poco más.
Maggie salió al pasillo, se puso a su altura y lo encaró.
– Quítate del medio -le dijo Justice mirando hacia la puerta abierta de su dormitorio.
– Piensa lo que te dé la gana de mí, pero te aseguro que no me vas a ignorar -lo increpó Maggie.
Justice no se dignaba a mirarla y aquello la estaba enfureciendo todavía más. Desde luego, las cosas no estaban saliendo como a Maggie le habría gustado.
Cuando Jefferson la había llamado para que fuera a ayudar a Justice, Maggie se lo había tomado como una señal. Había creído que ésa sería la manera de volver como pareja. Creyó que había llegado el momento, por fin, de que Justice conociera a su hijo.
Pero, por lo visto, se había equivocado.
– ¿Eres tan cobarde que ni tan siquiera te atreves mirarme? -le espetó a sabiendas de que acusarlo de cobarde lograría llamar la atención de Justice.
Efectivamente, Justice se giró al instante hacia ella, le clavó sus penetrantes ojos azules y Maggie se dio cuenta de que estaba furioso.
Perfecto.
Por lo menos, estaba vivo.
– No me tires de la lengua, Maggie. Por el bien de los dos, no sigas. Si quieres que controle el tono en el que hablo cuando estoy delante de tu hijo, tú debes tener cuidado con no pasarte de la raya.
Sí, definitivamente, estaba furioso, pero debajo del enfado había dolor, y Maggie sintió una inmensa pena.
Justice no tenía motivos para sentirse dolido. Lo que le estaba ofreciendo era su hijo, no la peste.
– Justice -le dijo con amabilidad, acariciándole la espalda al bebé. -Me conoces mejor que nadie. Sabes que jamás te mentiría sobre una cosa así. Si te digo que eres el padre de Jonas, es porque es verdad.
Justice hizo un ruido parecido al bufido de un toro dejando salir el aire por la nariz con fuerza, indicando que no la creía.
Maggie se apartó, dolida e indignada. ¿Cómo era posible que no la creyera? ¿Cómo era posible que la creyera capaz de mentir en una cosa así? ¿Y aquel hombre decía quererla? ¿Aquel hombre creía conocerla y no sabía que jamás intentaría engañarlo con algo tan serio? ¿Qué tipo de marido era?
– Estoy intentando mostrarme comprensiva -continuó haciendo lo posible por no enfadarse. -Entiendo que todo esto te ha tomado por sorpresa.
– Ni te lo imaginas.
– No te lo pienso volver a repetir. No voy a luchar, no voy a pelear. No pienso obligarte a que te hagas cargo de tus responsabilidades…
– Yo siempre me hago cargo de mis responsabilidades, Maggie. Deberías saberlo.
– Y tú deberías saber que yo nunca miento.
Justice tomó aire, ladeó la cabeza y la miró.
– ¿Y entonces? ¿Qué pasa? ¿Estamos empate? ¡Punto muerto? ¿Tregua armada?
– Ni lo sé ni me importa. Llámalo como quieras, pero no pienso insistir más. Si no me crees cuando te digo que Jonas es hijo tuyo, tú te lo pierdes. Hemos concebido un hijo precioso y sano entre los dos y yo lo quiero suficiente por los dos.
– Maggie…
Maggie le puso la mano en la nuca a su hijo y lo abrazó con ternura.
– Por si te preguntas por qué he tardado tanto tiempo en decirte todo esto, te diré que ha sido porque temía tu reacción. Qué raro, ¿verdad? -añadió Maggie con sarcasmo.
Justice murmuró algo que Maggie no llegó a comprender.
– La verdad, te lo digo con tristeza, es que me daba miedo que mi hijo tuviera que enfrentarse a que su propio padre lo rechazara, a que no lo quisiera.
Justice la miró con frialdad y Maggie se estremeció levemente. Pasaron un par de segundos y ninguno dijo nada. Estaban solos en el mundo los tres, pero había un muro invisible que los separaba. De un lado estaban Maggie y su hijo y, del otro, el hombre que debería haberlos recibido con los brazos abiertos.
Justice se volvió hacia el niño, que lo miraba con curiosidad. Maggie se fijó en que la expresión facial de su marido se suavizaba, pero Justice se apresuró a volver a colocar aquella cara de pocos amigos que Maggie conocía tan bien y, cuando habló, lo hizo en un tono de voz tan bajo que Maggie tuvo problemas para oírlo.
– Te equivocas, Maggie. Si este niño fuera hijo mío, lo querría.
A continuación, pasó de largo a su lado y se dirigió a su dormitorio sin mirar atrás.
Maggie sintió que se le rompía el corazón.
– Llévate a los terneros y a sus madres a los pastos de la orilla -le indicó Justice a su capataz tres días después. -De momento, deja a los toros jóvenes en los cañones. Procura que no se acerquen a las vaquillas.
– Sí, jefe -contestó Phil dándole vueltas a su sombrero de vaquero.
Estaba de pie delante de la imponente mesa del despacho de Justice. Tenía cincuenta y tantos años y era alto y delgado, aunque muy fuerte. Se trataba de un hombre que sabía hacer bien su trabajo y que no necesitaba que nadie le diera instrucciones. Le gustaba lo que hacía y amaba aquel rancho casi tanto como su jefe. Tenía la cara curtida como el cuero a causa de la cantidad de años que llevaba trabajando al aire libre. En la frente se veía una raya que separaba el moreno de lo blanco, consecuencia de llevar el sombrero siempre bien calado.
Phil se movió incómodo cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro, como si estuviera deseoso de volver a salir y subirse a lomos de su caballo.
– La mayor parte del rebaño ya está en los pastos nuevos -comentó. -Se ha roto una valla en el norte, pero tengo a dos de los chicos arreglándola.
– Muy bien -contestó Justice tamborileando con un lápiz sobre la mesa e intentando que el exceso de energía no lo desbordara.
Aquello de estar todo el día sentado lo estaba poniendo de mal humor. Si las cosas fueran como deberían ir, en aquellos momentos estaría él también a caballo, trabajando con el ganado, asegurándose de que las cosas se hacían como él quería. A Justice no le gustaba dar órdenes y esperar sentado a que se cumplieran. Prefería hacer las cosas personalmente.
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