Maureen Child - Juego Seductor

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Juego Seductor: краткое содержание, описание и аннотация

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Había vuelto para reclamarla
Durante tres años, ella había sido la imagen que turbaba sus sueños. El recuerdo de un apasionado y anónimo encuentro empujó al magnate Jesse King a regresar a Morgan Beach, California. Estaba decidido a encontrar a esa mujer misteriosa para poseerla una vez más. Un King jamás perdía.
Bella Cruz no se alegraba en absoluto de ver de nuevo a Jesse King. El millonario la había seducido, abandonándola después… ¡y ni siquiera la reconocía! Pero como era su nuevo casero, debía tener contacto con él. Esperaba que Jesse no descubriera su identidad porque, si así fuera, Bella jamás podría negarse a su seducción.

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– En ese caso, creo que será mejor que empecemos para que puedas satisfacer tu curiosidad.

Los dos atravesaron el umbral de la puerta y se detuvieron justo al otro lado. Frente a la puerta, estaba la recepción del edificio. La señorita que estaba allí sentada no dejaba de contestar un teléfono que sonaba incesantemente. Jesse le dedicó una sonrisa y condujo a Bella hacia el ascensor. Allí, apretó un botón y esperó. No la había soltado ni un solo instante, como si temiera que saliera corriendo.

Ella no lo hizo, pero tenía una expresión de resignación. Jesse deseó que sonriera. Resultaba sorprendente cómo aquella mujer tan mal vestida podía afectarlo tanto. En aquel momento, no pudo evitar preguntarse por qué vestía de aquella manera.

– Bueno, ¿quieres decirme por qué te pones prendas que no tienen forma alguna?

– ¿Cómo dices?

Ella giró el rostro para mirarlo. Jesse indicó la camisa suelta de color verde pálido y la falda amarilla que le llegaba hasta el suelo. Tal vez no debería haber dicho nada. Después de todo, estaba tratando de seducirla, no de enojarla más. Sin embargo, había visto el cuerpo que se escondía bajo toda aquella tela y no podía comprender por qué se sentía tan decidida a ocultarlo. En especial, porque hace tres años no lo hacía. Recordaba claramente unos vaqueros ceñidos y una camiseta con amplio escote.

Cuando Bella se sonrojó, Jesse se sintió encantado. Ni siquiera podía recordar la última vez que había visto sonrojarse a una mujer. Sin embargo, aquel momento de confusión sólo duró un instante. Bella se recuperó y lo miró inmediatamente con profunda fiereza.

– No creo que eso sea asunto tuvo, pero me gusta llevar tejidos naturales,

– Claro, pero, ¿por qué…?

El ascensor llegó en aquel momento. Las puertas se abrieron y Bella entró. Allí, se dio la vuelta secamente y lo miró con desprecio.

– Dejé de ponerme ropas que se me ciñeran al cuerpo hace tres años, cuando descubrí que atraía a los hombres a los que sólo les interesaba una cosa.

Bajo la dura luz del fluorescente, tenía un aspecto orgulloso, feroz. Jesse sintió admiración hacia ella y una cierta sensación de vergüenza. Por su culpa, Bella se vestía de aquel modo. Ocultaba aquel glorioso cuerpo porque se había acostado con ella y luego había desaparecido de su vida.

Entró en el ascensor con una sensación de enojo consigo mismo. Apretó el botón del segundo piso. Le resultaba extraño que una mujer hubiera seguido pensando en él después del placer compartido. El siempre había disfrutado y se había asegurado de que la mujer del momento se divirtiera también. Entonces, había seguido con su vida.

Se sintió intranquilo, preguntándose cuántas otras mujeres heridas habría dejado a lo largo de su extensa carrera de conquistas. Jamás se había considerado como un hombre que hiciera daño a las mujeres. Diablos. Le gustaban mucho las mujeres, pero… Tendría que reflexionar.

A pesar de todo, sintió que debía decir algo.

– No creo que tu estrategia esté funcionando.

– ¿De verdad? No me ha molestado ningún hombre que yo no deseara en los últimos tres años.

– En ese caso, los hombres de esta ciudad están o probablemente son idiotas. Seguramente estás mejor sin ellos,

– ¿De verdad?

– Sí. Es decir, la ropa que usas es muy fea, pero no oculta tus ojos, ni tu boca -susurró. Levantó una mano y le acarició suavemente los labios con el pulgar. Ella apartó la cabeza rápidamente. Jesse sonrió-. Aunque hubieras ido vestida así hace tres años, yo me habría fijado en ti.

Bella parpadeó. Evidentemente, estaba sorprendida por lo que acababa de decirle. Él se sintió como un estúpido. Por primera vez en su vida, se enfrentaba a una mujer a la que había abandonado y lamentaba haberlo hecho. La experiencia no le resultaba agradable.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, librándolos así de tener que seguir con la conversación. Se vieron envueltos por la actividad que reinaba en la planta a la que habían llegado.

– Vamos, Bella -dijo, extendiendo una mano hacia ella y sonriendo-. Déjame mostrarte el campamento enemigo.

Ella miró a su alrededor y, por, fin, le dio la mano de mala gana. Lo siguió a través de aquel caos organizado. Los teléfonos no dejaban de sonar, las impresoras trabajaban sin parar y se escuchaban una docena de conversaciones en voz baja por todas partes.

Jesse avanzaba por la planta como si se tratara de un rey inspeccionando su reino. Se aseguró de que ella notara que se utilizaba la tecnología más avanzada y que se fijara en el elevado número de empleados que se ocupaban de la publicidad y del marketing. Le mostró los mapas en los que tenía señalados las cientos de tiendas que tenía por todo el país. Entonces, se giró para gozar de la admiración que ella estaría sintiendo.

Sin embargo, Bella no se estaba fijando en él ni en su presentación. No hacía más que recorrer los espacios entre las mesas, asomándose por todas partes e incluso mirando en las papeleras.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó él, atónito.

Bella se dio la vuelta para mirarlo. Tenía en la mano una lata vacía de refresco y la sostenía con orgullo, como si se tratara de una pepita de oro que hubiera excavado de la tierra.

– ¡Mira esto! Pero si ni siquiera recicláis.

El empleado cuya mesa había estado Bella examinando soltó una carcajada. Una mirada de Jesse bastó para que guardara silencio. Todo lo que le había mostrado, todo lo que había hecho para impresionarla no había significado nada. Se había centrada en una lata vacía. Admiraba su pasión. Bella prácticamente vibraba con ella y Jesse no deseaba más que poder experimentarla de cerca. Bella le estaba regañando y él no podía evitar desearla.

– Por supuesto que reciclamos, Bella -dijo, con voz paciente-, pero no se hace aquí. Los empleados de limpieza se ocupan de ello todas las noches.

– Claro. Contratas a alguien para que haga lo que hay que hacer y que tú no tengas que esforzarte en nada -le espetó al tiempo que dejaba que la lata volviera a caer a la papelera.

– ¿Cómo dices?

– Me has oído. No te importa lo que haga tu empresa mientras que tengas buenos beneficios. Ni siquiera les pides a tus empleados que reciclen. ¿Acaso sería muy difícil poner dos papeleras en cada mesa? ¿De verdad resulta tan difícil tomarse una responsabilidad personal en lo que produce tu empresa?

El dueño de la mesa en cuestión se encogió de hombros y siguió trabajando. Jesse sacudió la cabeza, tomó a Bella del brazo y la apartó de allí. No iba a defenderse de ella delante de sus empleados.

Cuando estaban lo suficientemente alejados de todos lo que pudieran oírlos, le dijo:

– Por si no te has dado cuenta, los paneles que delimitan todas esas mesas marcan un espacio demasiado pequeño como para poder poner muchas cosas dentro.

– La excusa más fácil.

– ¿Qué importa cómo se haga el reciclado mientras se haga?

– Es el principio de las cosas.

– El principio… Es decir, que no se traía de reciclar, sino de que recicle yo personalmente -Bella frunció el ceno-. Contrato personas para que hagan ese trabajo, Bella.

– Hmm.

– Está bien -dijo Jesse mirándola a los ojos-. ¿Te haría sentirte mejor si despidiera a todos los empleados de limpieza y me encargara de eso yo mismo? ¿Haría que el mundo fuera un lugar mejor para ti, Bella, el hecho de que yo dejara a veinte personas sin trabajo? ¿Ayuda eso al medio ambiente?

Bella tardó varios segundos en responder. Cuando lo hizo, dejó caer los hombros y suspiró.

– Está bien. Supongo que tienes razón.

Jesse sonrió. Al menos, Bella admitía sus equivocaciones.

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