Danielle Steel - Destinos Errantes

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A los ojos de los demás, Audrey Driscoll es una solterona que parece estar destinada a pasar sus días cuidando de su abuelo y de su mimada hermana. Sin embargo, su espíritu aventurero y comprometido con una realidad desalentadora -son los años de la depresión en Estados Unidos- necesita huir de una sociedad que la oprime.
Escindida entre los dictados de su conciencia y los de su corazón Audrey decide ser dueña de su destino y realizar su sueño: emprenderá un viaje por Europa, donde conocerá a un alma gemela, Charles Parker-Scott. Juntos, iniciarán un periplo que les conducirá a la fascinante China, al norte de África y a la Alemania de preguerra.

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– Me gusta -contestó Charlie, atrayéndola hacia sí-. ¿Y si le pusiéramos también Anthony, como el mío? Edward Anthony Parker-Scott.

– Edward Anthony Charles -añadió Audrey; y se quedó inmediatamente dormida en los brazos de su esposo. Qué maravilloso era estar casada.

CAPITULO XLIII

Pasadas las Navidades, los días parecieron eternizarse, pero Audrey se sentía más fuerte que nunca y daba largos paseos por el campo en compañía de Charlie, el cual también se encontraba muy mejorado, y acudía una vez por semana al hospital militar donde estaban muy satisfechos de sus progresos. El embarazo iba por buen camino. Audrey estaba cada vez más voluminosa y, en primavera, Charlie le dijo en broma cuan gorda estaba. Toda la ropa se le había quedado pequeña y Charlie la llevó a Londres una o dos veces para buscar en su casa o la de Vi algo que ponerse y comprar algunas prendas para más adelante. Cuando volvían, siempre llevaban algún regalito para Molly y los otros niños. Molly era una niña preciosa y estaba muy emocionada con el niño que iba a nacer aquel verano.

– ¿Cómo vendrá, mamá? ¿La soltará un hada en el jardín?

– Bueno, no exactamente… Papá y yo iremos a recogerla al hospital. Pero puede que sea un niño, ¿eh? -Molly pensaba que iba a tener una hermanita, mientras que Charlie estaba seguro de que sería un niño-. Un niño tampoco estaría mal.

– Hum… -dijo Molly en tono dubitativo-. Puede. ¿Tendrá papá que volver a la guerra cuando nazca el niño? -preguntó, preocupada.

– Sí, cariño -contestó Audrey, abrazándola-. Lo mismo que tío James.

– ¿Y tú también?

– Yo me quedaré contigo y con el niño -contestó Audrey.

Molly lanzó un suspiro de alivio. Sobrevivió bien a su ausencia, pero, lógicamente, prefería tenerlos a los dos en casa. Audrey veía lo mucho que Alexandra y James echaban de menos a su padre. Charlie trataba de compensarlo jugando con ellos, llevándose al pequeño James a dar paseos en automóvil e incluso dándoles clases de conducir con la «rubia» Chevrolet, pero nada era comparable a la alegría que experimentaban cuando James regresaba a casa para pasar con ellos algún fin de semana.

James volvió por Pascua y Vi organizó una caza de huevos para todos, escribiendo cosas divertidas en las cascaras y ocultando pequeños premios y golosinas en varios lugares accesibles. Audrey ya estaba de más de seis meses y Charlie le dijo en broma que la podría esconder en alguna parte en calidad de gran premio. Estaba enorme y a él le gustaba sentir los movimientos del niño cuando apoyaba una mano sobre el estómago de su esposa.

– ¿Estás segura de que no serán gemelos? -le preguntó.

– ¡Charlie, eso no tiene ninguna gracia!

Sin embargo, ella misma reconocía que estaba muy gorda. James solía tomarles el pelo, decía que era una vergüenza que, en su luna de miel, Audrey se encontrara en semejante estado. Todos se alegraban mucho de que, al fin, ella y Charlie se hubieran podido casar.

Fue un período muy sereno, sólo turbado por la carta que Annabelle le envió a su hermana, comunicándole la muerte de su marido en el Pacífico. Audrey le escribió una larga carta, pero, apenas dos semanas después, Annabelle volvió a escribir, anunciando que se había casado en San Diego con un oficial de la marina. Annabelle era una muchacha muy extraña, pensó Audrey, quien ya se imaginaba su comportamiento con el personal militar de San Francisco. Todo esto la disgustó mucho, pero Charlie le recordó que ella no podía hacer nada y, además, llevaba mucho tiempo apartada de su hermana. Su vida estaba en Inglaterra y era absurdo pensar en las casas de Tahoe y San Francisco donde Annabelle seguía viviendo. El flamante marido ya se había incorporado a la guerra, y ella había decidido regresar a la casa de California Street con los pequeños Winston y Hannah a los que Audrey apenas conocía.

– Es curioso, ¿verdad?, lo distintos que pueden ser los miembros de una misma familia -le dijo a Charlie, tendida a su lado sobre la hierba bajo un gigantesco árbol mientras él

acariciaba suavemente su melena cobriza y la miraba con ternura. Nunca le pareció más adorable. Cuando volvieron a entrar en la casa tomados de la mano, oyeron sonar el teléfono. Vi había salido de compras y Charles se puso al aparato mientras Audrey pelaba una manzana para los dos. Lord Hawthorne no se encontraba en casa y los niños estaban haciendo los deberes con la niñera, incluida la pequeña Molly.

– ¿Sí…? Sí… No, soy Charles Parker-Scott, ¿me puede dar el recado? -hubo una larga pausa mientras él se volvía de espaldas a Audrey-. ¿Seguro? -preguntó, bajando la voz-. ¿No hay ningún error…? ¿Cuándo lo sabrán…? Comprendo… Por favor, vuelva a llamarnos.

Tras colgar el teléfono, Charlie se quedó petrificado mientras Audrey le miraba en silencio. De repente, se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo disimular.

– Oh, Charlie… ¿Qué ha pasado? -preguntó Audrey, aunque ya lo sabía. Lo supo en su fuero interno cuando Charlie contestó al teléfono. Era James-. ¿Qué ha ocurrido?

– El aparato de James fue derribado tras una incursión sobre Colonia. Ha desaparecido en combate. Puede estar muerto o pueden haberle hecho prisionero, no lo saben. Volverán a llamar en cuanto sepan algo. Algunos aparatos aún no han regresado.

– ¿Están seguros de que el suyo no es uno de ellos?

– Vieron la caída del avión -contestó Charlie, sacudiendo la cabeza.

– Oh, Dios mío… -exclamó Audrey, sosteniéndose el vientre mientras se sentaba en una silla.

– Tranquilízate, Aud -dijo Charlie, ofreciéndole un vaso de agua que ella tomó con temblorosa mano.

Ambos pensaban sobre todo en Vi. La segunda llamada se produjo dos horas más tarde, en el preciso momento en que Violet abría la puerta y corría hacia el teléfono.

– Ya voy yo, Vi -dijo Charlie, adelantándose y volviéndose de espaldas a ella, tal como hiciera con Audrey la primera vez-. Aquí, Parker-Scott -contestó en tono muy británico y oficial. Audrey ignoraba cómo se lo iban a decir a Vi. Hubiera podido ser Charlie en lugar de James, pero ella no quería que le ocurriera nada a ninguno de los dos. Se le llenaron los ojos de lágrimas y tuvo que apartar el rostro para que Vi no lo advirtiera. Charlie colgó rápidamente el teléfono y las miró muy serio.

– Vamos a sentarnos -dijo.

– ¿Qué sucede, Charles? -preguntó Violet, contrayendo todos los músculos del cuerpo-. Dímelo ahora mismo -añadió con voz temblorosa mientras él la tomaba del brazo y la hacía sentar en una silla de la cocina.

– Te diré lo que sé, Vi. El aparato de James fue derribado mientras regresaba de una incursión aérea sobre Alemania. Sobrevolaron Francia dentro de las líneas de ocupación. Nadie sabe con certeza si le mataron. No hay forma de saberlo hasta que nos digan si le hicieron prisionero o no… O hasta que termine la guerra, pero eso no me lo han dicho. Los hombres que le vieron caer creen que puede haber sobrevivido.

Violet se estremeció de la cabeza a los pies y jadeó, como si experimentase un dolor físico.

– Comprendo. ¿Cuándo ha ocurrido?

– A primera hora de esta mañana.

– ¿No tendrían ya que saber algo a esta hora?

– No necesariamente. Puede que tarden semanas o incluso meses en averiguarlo. Tienes que esperar… y rezar.

Sería terrible tener que decírselo a los niños, pensó Charles.

La propia Vi se encargó de comunicarles la noticia. James trató de comportarse como un hombre, pero después salió al jardín y se echó a llorar en brazos de Charles mientras las mujeres consolaban a Alexandra y Molly, hablándoles de la bondad de Dios y de lo mucho que amaba a papá. Molly las miró con los ojos muy abiertos.

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