Se encogió de hombros e interiormente volvió a darle las gracias al cirujano plástico que la había atendido. De no ser por él, la cicatriz tendría un aspecto mucho peor.
Paul deseaba disculparse por enésima vez, pero no le pareció correcto. Ambos se habían pedido perdón demasiadas veces, pero eso no cambiaba lo ocurrido, lo que Paul hizo y sus sentimientos.
Fueron andando hasta el campamento e India pensaba darse una ducha cuando una de las enfermeras se asomó por la ventana del hospital de campaña y la llamó.
– Cuando te fuiste recibimos un mensaje por radio. – Vaciló una fracción de segundo y a India se le paró el corazón -. Tu hijo tuvo un accidente en la escuela y se fracturó un hueso. No sé qué se rompió. Se oía muy mal y al final la comunicación se cortó.
– ¿Sabes quién ha llamado? – preguntó India angustiada.
Por lo que sabía, el mensaje podía ser de Doug, de Gail, de la canguro o de Tanya. Incluso podía haber llamado el médico, si es que alguien le había dado el número.
– No tengo ni idea.
La joven enfermera meneó la cabeza.
A India se le ocurrió una posibilidad de averiguar algo más e inquirió:
– ¿A qué hijo se refería?
– Tampoco lo sé. Se oía muy mal y había mucha estática. Si mal no recuerdo, dijo que el herido era tu hijo Cam.
– ¡Muchísimas gracias!
El accidentado era Sam y se había fracturado un hueso, pero India desconocía la gravedad de la herida. Estaba muy preocupada y se sintió culpable. Paul seguía a su lado y había escuchado el diálogo con la enfermera. Lo miró con expresión asustada. El se derritió por ella y se conmovió por el niño con el que había navegado en el Sea Star .
– ¿Puedo llamar a casa desde aquí?
La fotógrafa supuso que Paul lo sabría pues llevaba más tiempo en Ruanda.
– Puedes comunicarte por radio, que es como se han puesto en contacto contigo, pero es muy difícil entender lo que dicen. Hace semanas que yo ya no lo intento. Supongo que si ocurre algo importante ya me encontrarán. Si no hay otra alternativa contactarán con la Cruz Roja de Cyangugu. Está a dos horas de coche y dispone de línea telefónica.
India decidió jugárselo a cara o cruz.
– ¿Me llevarás? – preguntó con voz temblorosa.
Paul asintió sin vacilar. Era lo único que podía hacer pues India necesitaba averiguar lo sucedido con Sam.
– Por supuesto. Avisaré que nos llevamos el jeep y volveré en un minuto.
Paul tardó muy poco y subieron al jeep. Pusieron rumbo a Cyangugu cinco minutos después de que India recibiera la noticia del accidente de Sam. Guardaron silencio hasta que Paul intentó tranquilizarla.
– Probablemente no es grave – aseguró, e intentó mostrarse más tranquilo de lo que realmente estaba.
– Espero que tengas razón – replicó ella, tensa. Contempló el paisaje y de repente añadió con voz quebrada y agobiada por la culpa y el miedo -: Tal vez Doug está en lo cierto. Quizá no tengo derecho a hacer lo que hago. Estoy en las antípodas y, si a mis hijos les pasa algo, con suerte tardaré dos días en volver a casa. Ni siquiera pueden telefonearme. Creo que en este momento estoy en deuda con ellos.
– India, están con su padre – precisó el magnate -. Aunque sea grave Doug podrá afrontarlo hasta tu regreso. – Tanto para distraerla como por curiosidad, preguntó -: ¿Qué pasa con su novia? ¿Va en serio?
– Supongo que sí. Tanya y sus dos hijos se han ido a vivir con él. Los míos los detestan y creen que Tanya es tonta.
– Probablemente detestarían a cualquiera que en este momento apareciese en escena, tanto en la vida de Doug como en la tuya.
Paul se acordó de la cena en casa de India. En aquel momento le había parecido divertido, pero al recapacitar comprendió que los cuatro hijos de India lo odiaban y siempre lo odiarían. De hecho, todos habían sido amables menos Jessica, pero prefirió olvidarlo. Las palabras de Sean no habían caído en saco roto. Lo había aterrorizado la posibilidad de enredarse en criar cuatro chicos que, según Sean, probablemente acabarían entre rejas o víctimas de la droga, así como el hecho de que India pudiese quedar embarazada. En aquel momento el pánico lo había embargado. Solo pensó en Sam y lo recordó en la cabina, a su lado, mientras lo ayudaba a pilotar el Sea Star , y más tarde tumbado en un sofá, durmiendo con la cabeza en el regazo de su madre, mientras India le acariciaba el cabello y hablaba de su matrimonio. Ahora estaban en África y Sam había tenido un accidente. El deseo de llegar a la Cruz Roja de Cyangugu y telefonear, los sumía en la desesperación.
Después de esperar a que un rebaño de vacas cruzara la carretera, de retirar un caballo muerto y de que un grupo de soldados tutsis los autorizara a pasar un puesto de control, al cabo de tres horas llegaron a Cyangugu por caminos llenos de baches y erosionados a causa de las lluvias. La Cruz Roja estaba a punto de cerrar.
India saltó del jeep antes de que Paul parara, se dirigió a la mujer que echaba el cerrojo a la puerta y le explicó la situación. La voluntaria asintió con la cabeza. La fotógrafa se ofreció a pagar lo que fuese.
– Tal vez no consigas hablar a la primera. A veces las líneas se colapsan y hay que esperar horas. De todos modos, inténtalo.
India levantó el auricular con mano temblorosa. Paul la observó con seriedad y guardó silencio. La voluntaria se dirigió al despacho y cogió varios papeles. Había sido muy amable con India y no tenía prisa. Por suerte las líneas no estaban colapsadas.
A la fotógrafa le pareció milagroso que el teléfono sonara en Westport. Como no sabía dónde recabar información, decidió que lo más directo era llamar a su casa. Doug respondió al segundo timbrazo. Al oír esa voz conocida India tuvo que esforzarse para contener el llanto y reprimió otro ataque de pánico por su benjamín.
– Hola, soy yo. ¿Cómo está Sam? ¿Qué ha pasado?
– Estaba jugando al béisbol en la escuela y se rompió la muñeca – respondió Doug sin inmutarse.
– ¿La muñeca? – India se quedó desconcertada -. ¿Eso es todo?
– ¿Esperabas que fuese algo más grave?
– Claro que no. Pensé que era grave porque enviaste un mensaje. No sabía qué había pasado. Supuse que había sufrido un terrible accidente, que se había fracturado el cráneo y estaba en coma.
Paul la observaba con atención.
– Pues yo creo que lo ocurrido es lo suficientemente grave – declaró Doug pomposamente -. Le duele mucho. Tanya no ha dejado de cuidarlo. Durante el resto del curso no podrá formar parte del equipo.
– Dile que le quiero y da las gracias a Tanya de mi parte.
Pensaba pedirle hablar con Sam, pero notó que Doug quería decirle algo más y que estaba muy descontento.
– Tanya se merece una medalla. Al fin y al cabo, Sam no es su hijo, pero se está portando de maravilla. Si estuvieras donde tienes que estar y lo cuidaras no tendríamos que asumir tus responsabilidades.
Era el mismo Doug de siempre, la misma historia de siempre, la misma culpa de siempre. Pero esta vez no la afectó como en el pasado. En el último año había madurado y Doug ya no la dominaba. Había dejado de sentirs culpable, salvo cuando surgía un imprevisto como el accidente de Sam. De haber sido grave no se habría perdonado a sí misma. Agradeció a Dios que no le hubiera pasado nada serio al niño.
– Doug, también son tus hijos. – Le devolvió limpiamen la pelota -. Míralo de esta manera: gracias a mí pasas tres semanas seguidas con ellos.
– Me sorprende que te desentiendas tan a la ligera – repuso él fríamente.
India se enfadó. Paul no dejaba de observarla.
– He viajado tres horas para hablar por teléfono y me esperan otras tres de regreso al campamento. Yo no diría que me desentiendo de las cosas. – Estaba harta de Doug. Además, ocupaba la línea de la Cruz Roja e impedía que la voluntaria se fuera a casa sin que existiese motivo que lo justificara. A Sam no le había pasado nada grave -. Quiero hablar con mi hijo.
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