Danielle Steel - Empezar de nuevo

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No pueden ser mАs distintos: ella es la reina del mundo de la moda, vive rodeada de glamour, de fiesta en fiesta y en compaЯМa de modelos anorИxicas. Pero cuando conoce al peculiar John sabe que su viada estА a punto de cambiar. El sinuoso recorrido de una singular pareja.

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– Te llamaré yo -dijo él con calma mientras se sentaba pensativamente tras su escritorio, aunque ella ya no estaba al otro lado de la línea.

La vida de Fiona parecía desarrollarse a años luz de la suya, a pesar de que en el departamento artístico de la agencia desarrollaba un trabajo bastante similar al que llevaba a cabo ella. John, por su parte, rara vez trataba con ello y nunca acudía a las sesiones fotográficas. Estaba demasiado ocupado intentando conseguir cuentas nuevas, haciendo felices a los poseedores de las ya existentes y controlando las enormes cantidades de dinero que se invertían en las campañas publicitarias. Los detalles de cómo se llevaban a cabo dichas campañas no eran de su incumbencia. Sin embargo, le intrigaba sobremanera todo lo relacionado con el mundo de Fiona. Le parecía fascinante y exótico, por mucho que Fiona no hubiese estado de acuerdo con eso mientras ayudaba a trasladar el equipo de Henryk, al tiempo que a su esposa le daba una rabieta, se producía una discusión de pareja y sus hijos se echaban a llorar. Las modelos languidecían bajo las sombrillas, bebiendo limonada caliente de un gigantesco contenedor y amenazaban con largarse, intentando así conseguir un plus en sus honorarios, llamando para ello a sus agentes con sus respectivos teléfonos móviles. Decían que nadie les había explicado cuánto duraría la sesión, ni que tendrían que ponerse abrigos de piel. Una de ellas incluso amenazó con marcharse por principios, y añadió que iba a informar a la gente de PETA, la asociación a favor del trato ético para los animales, quienes sin duda se manifestarían frente a la sede de la revista, como ya habían hecho anteriormente, si tenían que hacer ostentación de los abrigos de piel.

Pasó otra hora hasta que lo prepararon todo en la nueva localización; casi estaba anocheciendo. Apenas iban a tener tiempo para las últimas fotos, por lo que Henryk estaba de lo más ocupado colocando a todo el mundo en el lugar que le correspondía. Para entonces, su mujer dormía en el coche junto a los gemelos. Fiona se dio cuenta de que también estaba exhausta mientras observaba cómo finalizaba la sesión fotográfica. Eran las nueve pasadas cuando todo el mundo se vistió y se fueron de la playa, con todo el equipo de cámaras guardado y las modelos metidas en las limusinas que Chic había alquilado para ese día. El camión del catering ya se había ido. Henryk, su mujer y los niños fueron los primeros en desaparecer. Fiona había alquilado un Town Car para su uso personal, por lo que pudo cerrar los ojos y recostar la cabeza en el asiento cuando todos se pusieron en marcha. Eran casi las once de la noche cuando llegó a su casa. Pero desde un punto de vista técnico, había sido un día perfecto. Sabía que las fotografías quedarían estupendas y no quedaría plasmado en ellas ninguno de los problemas con los que habían tenido que lidiar.

Sin embargo, cuando subió la escalera que llevaban a su dormitorio se sintió como si hubiese cumplido cien años. Sonrió al encontrar a Sir Winston roncando sonoramente tumbado en la cama. Envidió profundamente la vida que llevaba su perro. Estaba demasiado cansada para cenar, lo estaba incluso para bajar la escalera y acercarse a la cocina para beber algo. Sufría un agudo ardor de estómago después de haber pasado todo el día bebiendo limonada. Cuando sonó su teléfono móvil, lo observó durante unos segundos, demasiado cansada para alargar el brazo y pescarlo dentro de su bolso. Sabía que después de dos tonos más saltaría el buzón de voz, así que no se preocupó. Entonces, en el último segundo, pensó que podía tratarse de Henryk, que tal vez podía haber tenido algún problema después de la sesión. Tal vez había tenido un accidente de vuelta a la ciudad y había perdido todos los rollos de película, o tal vez lo había secuestrado un comando de extraterrestres.

– ¿Sí? -preguntó en un tono de voz plano y prácticamente irreconocible. Estaba demasiado cansada para que algo así le preocupase.

– Dios, pareces muerta. ¿Te encuentras bien? -Era John, pero ella no reconoció su voz.

– Estoy muerta. ¿Quién eres, y por qué me llamas? -Al menos no era Henryk. Era la voz de un americano, no de un inglés, y a nadie solía importarle si estaba viva o muerta. No desde hacía mucho tiempo.

– Soy John. Lo siento, Fiona. ¿Estabas durmiendo?

– Oh. Lo siento. Temía que se tratase de algo relacionado con la sesión fotográfica. Me he asustado al pensar que tal vez habían perdido los rollos de película. Acabo de llegar a casa.

– Trabajas demasiado -dijo intentando ponerse en su lugar. Realmente sentía lástima por ella. Por la voz parecía tan hecha polvo como lo estaba en realidad.

– Lo sé. Supongo que por eso me pagan. ¿Y tú qué tal? -le preguntó al tiempo que se tumbaba en la cama y cerraba los ojos. Sir Winston abrió un ojo, la vio a su lado, rodó hasta colocarse de espaldas y empezó a roncar con más fuerza. Ella sonrió al oír el familiar sonido; parecía como si un 747 estuviese aterrizando en el tejado de su casa. John también lo oyó.

– ¿Qué es ese ruido? -Sonaba como si Fiona tuviese una sierra mecánica a escasos centímetros de distancia.

– Sir Winston.

– ¿Y quién es? -dijo con genuina sorpresa.

– No le digas que le he llamado así, pero es mi perro.

– ¿Ese ruido lo hace tu perro? Dios mío, ¿de qué raza es o qué clase de problema tiene? Hace un ruido como La matanza de Texas en sonido THX.

– Es parte de su encanto. Es un bull inglés. Cuando vivía en un apartamento, los vecinos de abajo se quejaron porque oían sus ronquidos a través del suelo. Creían que hacía servir maquinaria pesada, se negaban a creer que era un perro hasta que les invité a que subiesen una noche.

– No duermes con él, ¿verdad? -Daba por seguro que la respuesta era no. ¿Cómo podría pegar ojo con ese escándalo?

– Por supuesto que sí. Es mi mejor amigo. Llevamos juntos catorce años. Es la relación más larga que he tenido nunca, y sin duda la mejor -dijo con orgullo.

– Bueno, ese será un tema a tratar cuando no estés tan cansada. Yo llamaba para saber cómo había ido la sesión fotográfica y para preguntarte si querrías cenar conmigo mañana. -Estaba dispuesto a verla otra vez antes de que se marchase a París; no dejaba de pensar en ella. No había podido quitársela de la cabeza desde que la conoció.

– ¿Qué día es mañana? -le preguntó abriendo los ojos. Tenía la mente en blanco. Estaba realmente agotada.

– Veintidós. Sé que te lo pregunto con muy poco tiempo, pero he tenido una semana de locos. Iba a tener una cena con unos clientes, pero la han cancelado y me ha dado un subidón. -Pasaba la mayoría de las noches entreteniendo a clientes y siempre le encantaba la perspectiva de tener una noche libre.

– Maldita sea -recordó de golpe-. No puedo. Lo siento. -Pero al instante decidió incluirlo en sus planes. Destacaría un poco en el grupo, pero a ella le gustaría que estuviese presente, siempre y cuando él accediese-. Tengo invitados a cenar, algo informal. Muy de último momento. Lo organicé la semana pasada. Vendrán unos amigos músicos que han llegado de Praga, un puñado de artistas que hace siglos que no veo. También vendrá uno de los editores de la revista, y no recuerdo quién más. Voy a preparar pasta y ensaladas.

– No me digas que también cocinas. -Parecía genuinamente impresionado, y ella rió.

– No si puedo evitarlo. Tengo alguien que viene a prepararlo. -En esa ocasión sería Jamal, y no los del servicio de catering, quien preparase la cena. Le había dicho a todo el mundo que si el calor no era demasiado insoportable, cenarían en el jardín. En las cálidas noches de verano, resultaba relajante y agradable. Y Jamal preparaba una pasta deliciosa. Le había propuesto a Fiona hacer una paella, pero a ella no le convenció la idea de comer marisco con ese calor, una precaución necesaria, así que le dijo que preparase pasta. Con la necesaria provisión de vino, a nadie parecía importarle demasiado la comida-. ¿Te gustaría venir? Unos téjanos y una camisa valdrían, no tienes por qué llevar corbata. -Sugirió, aunque no podía imaginarlo sin traje.

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