Danielle Steel - Fiel a sí misma

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Carole Barber es una afamada actriz estadounidense. Hace tres años su marido enfermó a consecuencia de un cáncer y desde entonces no ha vuelto a formar parte del reparto de una película.
Aunque Sean, como se llamaba su segundo esposo, falleció pocos después, nuestra protagonista aún no se siente animada y quiere, antes de volver a la gran pantalla, cumplir una promesa muy especial que le hizo a su cónyuge: escribir una novela.
Tras meses sin avanzar en su proyecto decide ir a la ciudad del amor en busca de inspiración. Pero en Francia Carole resultará herida de gravedad en un atentado terrorista que se llevará sus recuerdos y pondrá en peligro su vida.
Una vez despierte del coma en el que la ha dejado sumida el ataque, tendrá que reconstruir su memoria. El camino no será nada fácil pero no estará sola.
Le ayudarán sus hijos, Anthony y Chloe, su ex marido, Jason, su asistente personal, Stevie y una persona a la que hacía cerca de veinte años que no veía: Matthieu, el amor de su vida. Con el apoyo de todos ellos se reconciliará con su pasado y se reencontrará a sí misma.

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Carole había acabado aterrizando en un pequeño hueco del túnel, que, por pura suerte, la había protegido a medida que avanzaba el fuego. Fue una de las primeras víctimas encontradas por los bomberos. Tenía una profunda herida en una mejilla, un brazo roto, quemaduras en ambos brazos y en la cara, así como una grave lesión craneal. Se encontraba inconsciente cuando la sacaron en camilla y la dejaron en manos de los médicos y auxiliares sanitarios del SAMU. Evaluaron rápidamente sus lesiones, la intubaron para que no dejase de respirar y la enviaron al hospital de La Pitié Salpétrière, donde se hacían cargo de los peores casos. Sus quemaduras no revestían demasiada gravedad. Sin embargo, la lesión craneal podía ocasionarle la muerte. Estaba en coma profundo.

Comprobaron si llevaba algún documento que la identificase, pero no lo encontraron. No tenía nada en los bolsillos, ni siquiera dinero, aunque seguramente se le debían de haber vaciado al volar por los aires. Y si hubiese llevado bolso lo habría perdido cuando salió despedida del vehículo en el que viajaba. Era una víctima no identificada de un atentado terrorista. No llevaba absolutamente nada que pudiese servir para identificarla, ni siquiera la llave de su habitación del Ritz. Incluso su pasaporte estaba sobre su escritorio, en el hotel.

Carole abandonó la escena en una ambulancia con otro superviviente inconsciente que había salido del túnel desnudo y con quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. Los auxiliares sanitarios atendieron a ambos pacientes, aunque parecía poco probable que ninguno de ellos llegase vivo a La Pitié. La víctima quemada murió en la ambulancia. Carole estaba moribunda cuando la metieron a toda prisa en el hospital para llevarla a la unidad de traumatología. Había un equipo preparado, en espera de que llegasen los heridos. Las dos primeras ambulancias ya habían aparecido con cadáveres.

La doctora responsable del servicio de traumatología examinó a Carole con gesto sombrío. La herida de la mejilla era muy fea y las quemaduras de los brazos eran de segundo grado, aunque la de la cara parecía menor comparada con el resto de sus lesiones. Llamaron a un ortopedista para que le recompusiera el brazo, pero tuvo que esperar a que evaluasen los daños de la cabeza. Había que hacer varios escáneres urgentes y el corazón de Carole se paró antes de que pudiesen comenzar. El equipo cardíaco se puso a reanimarla a un ritmo frenético y consiguió que el corazón volviese a latir, pero luego la presión sanguínea cayó en picado. Había once personas trabajando con ella mientras traían a otras víctimas, aunque por el momento Carole era una de las más graves. Llegó un neurocirujano para examinarla y por fin pudieron hacer los escáneres. El doctor decidió aplazar la intervención, pues la paciente no estaba lo bastante estable para aguantarla. Le limpiaron las quemaduras y le recompusieron el brazo. Dejó de respirar y la conectaron a un respirador. Por la mañana se calmaron un poco las cosas en la unidad de traumatología, y el neurocirujano volvió a evaluarla. La principal preocupación del equipo médico era la inflamación cerebral. Resultaba difícil valorar con cuánta fuerza había chocado contra el muro del túnel y cuáles serían las secuelas en caso de que sobreviviese. El neurocirujano seguía sin querer operar y la jefa del servicio de traumatología estaba de acuerdo con él. Si podía evitarse la intervención, ambos lo preferían para no empeorar su estado. La vida de Carole pendía de un hilo.

– ¿Está aquí su familia? -preguntó el doctor con cara seria.

Suponía que sus parientes querrían que le diesen la extremaunción, como la mayoría de las familias.

– No hay familia. No está identificada -explicó la jefa del servicio de traumatología.

El neurocirujano asintió. Había en La Pitié varios pacientes sin identificar. Tarde o temprano sus familias o amigos les buscarían y se conocería su identidad. En ese momento resultaba irrelevante. Estaban recibiendo la mejor atención posible, fueran quienes fuesen. Eran cuerpos destrozados por una bomba. Esa noche ya habían muerto tres niños allí poco después de que los trajesen, irreconocibles por las quemaduras. Los terroristas habían cometido un acto malvado. El neurocirujano dijo que volvería al cabo de una hora para comprobar cómo estaba Carole. Mientras tanto, ella permaneció en la zona de reanimación de la unidad de traumatología, atendida por un equipo que intentaba desesperadamente mantenerla viva y con las constantes vitales estables. Se debatía literalmente entre la vida y la muerte. Lo único que parecía haberla salvado era el hueco al que había salido despedida, que le había proporcionado una bolsa de aire y una protección contra el fuego. De no haber sido así, como tantos otros, se habría quemado viva.

A mediodía el neurocirujano se fue a dormir un poco en una camilla, dentro de una pequeña habitación. Estaban tratando a cuarenta y dos víctimas del atentado del túnel. En total, la policía que acudió al lugar de los hechos había dado parte de noventa y ocho heridos y hasta el momento se habían rescatado setenta y un cadáveres, aunque aún quedaban más en el interior. Había sido una noche larga y terrible.

Cuando el doctor volvió cuatro horas más tarde, se sorprendió de encontrar a Carole aún con vida. Su estado era el mismo, el respirador seguía respirando por ella, pero otro TAC mostraba que la inflamación cerebral no había empeorado, lo que suponía una ventaja importante. Sus peores lesiones parecían localizarse en el tronco del encéfalo. Había sufrido un daño axonal difuso, con desgarros leves causados por las fuertes sacudidas cerebrales. No había forma de evaluar aún cuáles serían las secuelas a largo plazo. Su cerebro también había resultado afectado, cosa que podía poner en peligro sobre todo la función muscular y la memoria.

Le habían suturado la herida de la mejilla y, cuando el neurocirujano la miró, le comentó al médico que comprobaba sus constantes vitales que era una mujer guapa. Nunca la había visto, pero su cara le resultaba familiar. Supuso que debía de tener unos cuarenta o cuarenta y cinco años como máximo. Le sorprendía que nadie hubiese venido a buscarla. Aún era pronto. Si vivía sola, podían pasar varios días antes de que alguien se percatase de su desaparición. Sin embargo, las personas no permanecían toda la vida sin identificar.

El día siguiente era sábado y los equipos de la unidad de traumatología continuaron trabajando sin descanso. Pudieron cambiar a algunos pacientes a otras unidades del hospital, y varios fueron trasladados en ambulancia a centros especiales de quemados. Carole permaneció incluida en la lista de los pacientes heridos cuyo caso revestía mayor gravedad, junto con otros como ella que se hallaban en otros hospitales de París.

El domingo empeoró su estado, ya que empezó a tener fiebre, cosa que cabía esperar. Su organismo se hallaba en estado de shock y seguía luchando con la muerte.

La fiebre duró hasta el martes y luego remitió por fin. Su inflamación cerebral mejoró ligeramente mientras continuaba en observación. Sin embargo, no estaba más cerca de recuperar la conciencia que cuando ingresó. Tenía la cabeza y los brazos vendados, y el brazo izquierdo escayolado. La herida de la mejilla se estaba curando, aunque dejaría una cicatriz. La principal preocupación del equipo médico continuaba siendo el cerebro. La mantenían sedada debido al respirador, pero, incluso sin sedación, seguía en coma profundo. No había forma de evaluar qué daños cerebrales sufriría a largo plazo o si tan siquiera sobreviviría. De ninguna manera estaba aún fuera de peligro. Todo lo contrario.

El miércoles y el jueves nada cambió y Carole continuó con la vida pendiente de un hilo. El viernes, una semana entera después de su ingreso, los nuevos escáneres mostraron una ligera mejoría, lo cual era alentador. La jefa del servicio de traumatología comentó entonces que era la única víctima que aún no había sido identificada. Nadie había acudido a reclamarla, cosa que parecía extraña. Para entonces, todos los demás, muertos o vivos, habían sido identificados.

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