Danielle Steel - Fiel a sí misma

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Carole Barber es una afamada actriz estadounidense. Hace tres años su marido enfermó a consecuencia de un cáncer y desde entonces no ha vuelto a formar parte del reparto de una película.
Aunque Sean, como se llamaba su segundo esposo, falleció pocos después, nuestra protagonista aún no se siente animada y quiere, antes de volver a la gran pantalla, cumplir una promesa muy especial que le hizo a su cónyuge: escribir una novela.
Tras meses sin avanzar en su proyecto decide ir a la ciudad del amor en busca de inspiración. Pero en Francia Carole resultará herida de gravedad en un atentado terrorista que se llevará sus recuerdos y pondrá en peligro su vida.
Una vez despierte del coma en el que la ha dejado sumida el ataque, tendrá que reconstruir su memoria. El camino no será nada fácil pero no estará sola.
Le ayudarán sus hijos, Anthony y Chloe, su ex marido, Jason, su asistente personal, Stevie y una persona a la que hacía cerca de veinte años que no veía: Matthieu, el amor de su vida. Con el apoyo de todos ellos se reconciliará con su pasado y se reencontrará a sí misma.

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– Siempre puedo acudir si cambias de opinión -se ofreció Stevie.

Carole sonrió. Sabía que su asistente no iba a la caza de un viaje. Solo se preocupaba por ella, cosa que la conmovía. Stevie era la perfecta asistente personal en todos los sentidos, siempre esforzándose por facilitar la vida de Carole y adelantarse a los problemas antes de que pudiesen surgir.

– Prometo llamar si tengo algún tropiezo y me siento sola o rara -le aseguró Carole-. ¿Quién sabe? Puede que decida volver a casa a los pocos días. Es bastante divertido marcharse sin planes concretos.

Había hecho un millón de viajes para promocionar o rodar películas. No estaba acostumbrada a irse de aquella manera, pero a Stevie le parecía una buena idea, aunque fuese insólita en ella.

– Tendré encendido el teléfono móvil para que puedas llamarme, incluso por la noche o cuando vaya al gimnasio. Siempre puedo hacer una escapada -prometió Stevie.

No obstante, Carole nunca la llamaba por la noche. A lo largo de los años ambas habían establecido firmes límites. Carole respetaba la vida privada de Stevie y esta respetaba la suya. Eso les había ayudado mucho a trabajar juntas.

– Llamaré a la compañía aérea y al Ritz -dijo Stevie antes de acabarse el bocadillo e ir a meter el plato en el lavavajillas.

Hacía mucho que Carole había reducido el personal doméstico a una sola mujer, que acudía por las mañanas cinco días por semana. Ahora que Sean y los chicos ya no estaban allí, no necesitaba ni quería demasiado servicio. La propia Carole revolvía en la nevera y ya no tenía cocinera. Además, prefería conducir ella misma. Le gustaba vivir como una persona normal, sin la parafernalia de una estrella.

– Voy a hacer la maleta -dijo Carole mientras salía de la cocina.

Dos horas más tarde había terminado. Se llevaba muy poco. Varios pantalones de vestir, algún vaquero, una falda, jerséis, zapatos cómodos para caminar y un par de tacones. Metió en la maleta una americana y un impermeable y sacó una abrigada chaqueta de lana con capucha para el avión. Lo más importante que se llevaba era el ordenador portátil, aunque tal vez ni siquiera lo utilizase si no se le ocurría nada durante el viaje.

Acababa de cerrar la maleta cuando Stevie entró en el dormitorio para decirle que había hecho las reservas. Salía hacia París dos días después y el Ritz le guardaba una suite en la parte del edificio que daba a la place Vendôme. Stevie dijo que la acompañaría al aeropuerto. Carole estaba preparada para su odisea de encontrarse a sí misma, en París o en cualquier otro lugar al que fuese. Si decidía viajar a otras ciudades, podía hacer las reservas una vez que estuviese en Europa. Carole se sentía ilusionada ante la perspectiva de marcharse. Sería maravilloso estar en París al cabo de tantos años.

Quería pasar por delante de su vieja casa cerca de la rue Jacob, en la Rive Gauche, y rendir homenaje a los dos años y medio que había pasado allí. Parecía que hubiese transcurrido toda una vida. Cuando se marchó de París era más joven que Stevie. Su hijo, Anthony, que entonces tenía once años, se alegró mucho de volver a Estados Unidos. En cambio Chloe, de siete, se sintió triste al abandonar París y a las amigas que tenía allí. La niña hablaba un francés perfecto. Sus hijos tenían ocho y cuatro años respectivamente la primera vez que fueron a París, cuando Carole rodó allí una película durante ocho meses. Se quedaron durante dos años más. Entonces parecía mucho tiempo, sobre todo para unas vidas tan cortas, e incluso para ella. Y ahora volvía, en una especie de peregrinación. No sabía lo que encontraría allí ni cómo se sentiría. Sin embargo, estaba preparada. Tenía unas ganas enormes de marcharse. Ahora se daba cuenta de que era un paso importante para escribir el libro. Volver tal vez la liberase y abriese esas puertas que estaban tan bien cerradas. Sentada ante su ordenador en Bel-Air, no podía forzarlas. Sin embargo, tal vez las puertas se abriesen allí de par en par por sí solas. Al menos eso esperaba.

Solo con saber que se iba a París, Carole pudo escribir varias horas esa noche. Se sentó ante el ordenador después de que Stevie se fuese, y ya volvía a estar allí a la mañana siguiente cuando esta llegó.

Dictó varias cartas, pagó sus facturas e hizo los últimos recados. Al día siguiente, cuando salieron de casa, Carole estaba lista. Charló animadamente con Stevie de camino al aeropuerto, recordando los últimos detalles sobre lo que había que decirle al jardinero y sobre unos encargos que llegarían mientras estaba fuera.

– ¿Qué les digo a los chicos si llaman? -preguntó Stevie tras llegar al aeropuerto mientras sacaba de la ranchera la maleta de Carole, que viajaba con poco equipaje para poder manejarse ella sola con más facilidad.

– Diles simplemente que estoy fuera -dijo Carole con desenvoltura.

– ¿En París?

Stevie siempre se mostraba discreta y solo contaba lo que Carole la autorizaba a decir, incluso a sus hijos.

– Puedes decírselo. No es un secreto. Seguramente les telefonearé yo misma en algún momento. Llamaré a Chloe antes de ir a Londres al final. Primero quiero ver qué decido hacer.

Le encantaba la sensación de libertad que le producía disponerse a viajar sola y decidir día a día a qué lugar quería ir. No estaba acostumbrada a actuar con tanta espontaneidad y hacer lo que deseaba. Aquella oportunidad parecía un verdadero regalo.

– No te olvides de decirme lo que haces -le insistió Stevie-. Me preocupo por ti.

Aunque sus hijos la querían, a veces no mostraban tanto interés. En ocasiones, Stevie se mostraba casi maternal hacia ella. Conocía el aspecto vulnerable de Carole que otros no veían, el aspecto frágil, el que dolía. Ante los demás, Carole se mostraba tranquila y fuerte, aunque en el fondo no siempre se sintiera así.

– Te mandaré un correo electrónico cuando llegue al Ritz. No te preocupes si después no tienes noticias mías. Si voy a Praga, a Viena o a cualquier otra parte, seguramente dejaré el ordenador en París. No quiero tener que contestar un montón de correos mientras estoy fuera. A veces es divertido escribir en blocs normales. Puede que el cambio me vaya bien. Llamaré si necesito ayuda.

– Más te vale. Que te diviertas -dijo Stevie mientras la abrazaba.

– Cuídate y disfruta del descanso -dijo Carole sonriendo mientras un mozo de equipaje cogía su maleta y la registraba.

Carole viajaba en primera clase. El hombre reaccionó un instante después de mirarla y sonrió al reconocerla.

– Vaya… Hola, señora Barber. ¿Cómo está?

El empleado se sentía entusiasmado de ver a la estrella cara a cara.

– Muy bien, gracias -respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

Sus grandes ojos verdes iluminaban su rostro.

– ¿Se va a París? -preguntó él, deslumbrado. Estaba tan guapa como en la pantalla, y parecía simpática, cálida y real.

– Sí, voy a París.

El simple hecho de decirlo hizo que se sintiera bien, como si París la estuviese esperando. Le dio una buena propina y él la saludó con la gorra mientras otros dos mozos de equipaje se apresuraban a pedirle autógrafos. Los firmó, le dijo adiós con la mano a Stevie por última vez y desapareció en la terminal con sus vaqueros, su gruesa chaqueta de color gris oscuro y una gran bolsa de viaje en el brazo. Llevaba el pelo rubio, liso y brillante, recogido en una cola de caballo y, al entrar, se puso unas gafas oscuras. Nadie se fijó en ella. Solo era una mujer más que se acercaba a toda prisa a los controles de seguridad, de camino a un avión. Viajaba con Air France. Pese a los quince años transcurridos, todavía se sentía a gusto hablando francés. Tendría la oportunidad de practicar en el avión.

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