Barbara Dunlop - Divorcio roto

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Un ex marido no debía intentar seducir a su ex mujer…
El millonario Daniel Elliott seguía haciendo que su ex mujer, Amanda, siguiera sintiendo la atracción que había desatado sus pasiones y los había obligado a casarse en el pasado, cuando ella se había quedado embarazada. Habían acabado por separarse después de las constantes intervenciones de la poderosa familia de Daniel, pero entre ellos seguía habiendo mucho deseo… tanto, que después de un encuentro casual acabaron en la cama. ¿Podrían mantener tan frágil unión en contra de los deseos de la rica dinastía Elliott?

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– Fue imperdonable -Daniel se meció en la silla.

– ¿Qué fue imperdonable? -preguntó su hermano Shane, sentándose junto a Daniel.

– Papá chantajeó a Amanda para que se casara con Daniel -dijo Michael.

– ¿Cuándo? -preguntó Shane.

– En el instituto -contestó Daniel, mirando a su hermano menor con asombro.

– Ah, esa vez.

– ¿Ha habido alguna vez más? -preguntó Daniel.

– ¿Cómo la chantajeó? -preguntó Shane, ignorando la pregunta de su hermano.

– La amenazó con quitarle a Bryan. La obligó a casarse conmigo para quedarse con el bebé -Daniel se acabó el whisky de un trago. Seguía viendo rojo al pensar en la acción de su padre.

– Podría haber sido peor -apuntó Finola, apareciendo y sentándose junto a Michael.

Los tres hermanos la miraron a la vez. Todos callaron, recordando que Patrick había obligado a Finola a renunciar a su bebé cuando tenía quince años.

– Sí, podría haberlo sido -Shane se inclinó sobre la mesa y acarició la mano de su hermana melliza.

– Ay, Fin -dijo Daniel, sintiéndose como un idiota. Al menos él había tenido la posibilidad de criar a Bryan.

– ¿Os habéis preguntado alguna vez si esta familia necesita terapia? -preguntó Michael, indicando al camarero que sirviera otra ronda.

Finola se volvió hacia su hermano mayor, con dos lágrimas en los ojos.

– ¿Qué quieres decir con preguntado? Parecemos una jauría de perros peleándonos por el trabajo de nuestro padre.

– Desde esta tarde, puede que sea una pelea de sólo tres -dijo Daniel.

– ¿Qué demonios hiciste? -Shane soltó una risa.

– Le grité -contestó Daniel.

– ¿Gritaste a papá? -el asombro de Finola resultó aparente en su voz.

– Le ordené que pidiera disculpas a Amanda. Durante unos minutos le impedí salir del despacho.

– ¿Por la fuerza? -preguntó Michael.

– No llegamos a las manos -dijo Daniel, irónico.

– Puede que la carrera sea de dos -dijo Michael.

Todos lo miraron.

– Con el tema de la salud de Karen, no tengo energía para esto. Me necesita, y quiero apoyarla.

– Puede que yo también me retire -dijo Shane.

– ¿De qué estás hablando? Tú no tienes razones para retirarte -comentó Michael.

El camarero llegó y repartió las bebidas.

– No seas ridículo -le dijo Finola a Shane-. Te encanta tu trabajo.

– Puede que me guste el trabajo, pero odio ser manipulado. Nos ha hecho daño a todos. En un momento u otro, nos ha fastidiado la vida.

Los otros tres asintieron.

Daniel se sintió como si le hubieran quitado una venda de los ojos que nunca volvería a ponerse.

– Cuando acepté el trabajo -comentó Daniel-, cuando Bryan estaba enfermo, y me aseguró que era la única manera de pagar las facturas, cometí el peor error de mi vida -apartó de su mente el recuerdo del problema cardíaco de Bryan, y la tensión que vivió hasta que la cirugía curó a su hijo.

– Pero si no hubieras vuelto… -Finola ladeó la cabeza.

– Amanda y yo tal vez seguiríamos casados.

– Y pobres -dijo Michael.

– Pero casados -Shane alzó su copa-. Déjalo, Daniel. Déjalo todo y cásate con Amanda.

– Epa -exclamó Michael-. ¿Cómo hemos llegado a eso?

Daniel se rió, pero un rincón de su cerebro le dijo que debía hacer caso a Shane.

– Estás amargado -le dijo Finola a Shane.

– Estoy facilitándome el futuro -dijo Shane en un susurro, imitando a su hermana-. Prefiero que tú estés a cargo, en vez de Daniel.

– Eh -Daniel le dio un codazo-. ¿Por qué?

– A ella le caigo mejor que a ti -dijo Shane.

– Eso es cierto -admitió Daniel.

– No creo que debamos permitir que Finola se lleve el pastel sin batallar -le dijo Michael a Daniel, arqueando las cejas.

– Cielos no -rió Daniel-. Es una chica.

– Ya empezamos -se irritó Finola.

Amanda parpadeó para asegurarse de que era Sharon Elliott quien estaba en el umbral de su despacho.

– Sorpresa -dijo Sharon, entrando con unos tacones imposiblemente altos, una falda de pana negra y un suéter corto blanco y negro. Llevaba el pelo recogido en un moño elegante y maquillaje tan exagerado como su modelito.

Julie hizo una mueca a su espalda y cerró la puerta. Amanda se puso en pie.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– De hecho, soy yo quien ha venido a ayudarte -Sharon frunció los labios rojos con una sonrisa y se sentó en una de las sillas.

– Oh, gracias -Amanda volvió a sentarse.

– Sé lo que estás haciendo -Sharon se echó hacia delante, agitando sus pendientes de diamantes. Los anillos de sus dedos destellaron al doblar las manos.

– ¿Lo sabes? -Amanda estaba preparando su discurso de cierre del caso Spodek, pero dudaba que Sharon estuviera refiriéndose a eso.

– Y lo respeto -añadió Sharon.

– Gracias.

– Pero creo que tal vez estés pescando en el estanque equivocado.

– ¿Ah?

– Daniel es, digamos, un reto.

– Digamos -Amanda tenía la esperanza de que su amabilidad consiguiera acelerar la marcha de Sharon.

– Me he tomado la libertad de preparar una lista de posibles hombres -Sharon abrió el bolso y sacó un trozo de papel doblado.

– ¿Para qué? -preguntó Amanda.

– Para que salgas con ellos -desdobló el papel y esbozó una sonrisa de confabulación femenina-. Son todos guapos, inteligentes, libres y, aún más importante, ricos -le ofreció el papel a Amanda.

– ¿Estás dándome una lista de tus citas? -Amanda aceptó el papel.

– No de mis citas -Sharon ladeó la cabeza y emitió una risa cristalina-. De las tuyas.

– ¿Qué? -Amanda soltó el papel.

– Querida, Daniel nunca va a volver a enamorarse de ti. Considéralo un regalo de una esposa despechada a otra.

Todo empezaba a tener sentido.

– ¿Debo suponer que quieres recuperarlo?

– ¿Yo? -Sharon volvió a reír. Sin duda era una risa encantadora, que debía volver locos a los hombres-. No intento recuperarlo.

Seguro, pensó Amanda. Sharon había decidido convertirse en celestina por la bondad de su corazón. Pero, Sharon no tenía corazón. Eso implicaba que debía estar mintiendo y sí quería recuperar a Daniel.

– Cuando las cosas se tuercen con Patrick, ya no vuelven a enderezarse -dijo Sharon.

Amanda supuso que eso sí era verdad.

– Aunque hubo un tiempo en el que Patrick lo daba todo por mí.

– ¿Te acostaste con Patrick? -Amanda sacudió la cabeza, asombrada.

– Claro que no -Sharon agitó los dedos-. Me reclutó para Daniel. Sabía exactamente qué tipo de nuera quería.

– Y la consiguió -farfulló Amanda, sabiendo que Sharon cumplía todas las expectativas de Patrick.

– Durante un tiempo -Sharon suspiró-. Volvamos a la lista -se puso de pie y se inclinó para leerla-. Giorgio es agradable, no muy alto, pero muy acicalado. Tiene un ático que da al parque, y…

– Gracias -Amanda dobló el papel-. Pero no me interesa salir con nadie.

– Pero… -Sharon se enderezó e hizo un mohín.

– Me temo que estoy muy ocupada -Amanda le devolvió la lista. Sharon no la aceptó.

– Estás saliendo con Daniel.

– En realidad no -sólo estaba acostándose con Daniel. No creía que la relación fuera más allá. Pero Sharon tenía razón en una cosa: para conseguir a Daniel había que conseguir a Patrick antes.

– ¿Amanda? -la puerta se abrió y Julie asomó la cabeza, parecía acalorada-. Tienes una visita.

A Amanda le daba igual quién fuera, siempre y cuando su presencia le quitara a Sharon de encima. Le metió la lista en la mano.

– Gracias por pasar por aquí.

Julie abrió la puerta más. Sharon miró de una mujer a la otra y, durante un segundo, Amanda pensó que iba a negarse a salir. Pero ella apretó los dientes y fue hacia la puerta. Se detuvo allí y se volvió para mirar a Amada.

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