Barbara Dunlop - Divorcio roto

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Un ex marido no debía intentar seducir a su ex mujer…
El millonario Daniel Elliott seguía haciendo que su ex mujer, Amanda, siguiera sintiendo la atracción que había desatado sus pasiones y los había obligado a casarse en el pasado, cuando ella se había quedado embarazada. Habían acabado por separarse después de las constantes intervenciones de la poderosa familia de Daniel, pero entre ellos seguía habiendo mucho deseo… tanto, que después de un encuentro casual acabaron en la cama. ¿Podrían mantener tan frágil unión en contra de los deseos de la rica dinastía Elliott?

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Daniel soltó una risa profunda y la abrazó.

– Hay un cuarto de baño detrás de esa puerta -señaló-. Por si quieres refrescarte.

– Sí -lo besó en la boca.

– Vale -le devolvió el beso.

– Espero que te guste el refresco de cola.

– Claro -afirmó él besándola otra vez. El beso empezó a alargarse peligrosamente.

– Supongo que no tenemos tiempo de hacerlo otra vez, ¿verdad? -preguntó ella.

– No si queremos comer las hamburguesas.

– No puedes perdértelas.

Él dio un paso atrás y ella se bajó del escritorio.

Mientras se lavaba y peinaba, oyó a Daniel abriendo la bolsa de comida. Cuando volvió al despacho, agarró la corbata que colgaba del respaldo de una silla y se la puso al cuello.

Daniel le dio una hamburguesa y se sentaron.

– No están mal -dijo, tras un primer bocado.

– ¿Te engañaría yo?

– Por lo visto no. ¿Dónde las has comprado?

– En frente. Sabes que la empresa es una cadena nacional, ¿no?

– ¿En serio?

– Hay todo un mundo ahí fuera que desconoces -ella sacudió la cabeza y se rió.

– ¿Quieres enseñármelo? -preguntó él.

Amanda sintió una punzada de culpabilidad. Él estaba cediendo, dispuesto a encontrarse con ella a medio camino. Ella no había cedido nada.

No era culpa de Daniel que Patrick fuera maquiavélico. Daniel había intentado ejercer su independencia más que el resto de sus hermanos. Y el hecho de que Bryan fuera el único Elliott que había escapado del negocio familiar era en parte gracias a Daniel.

– Sólo si accedes a enseñarme el tuyo -dijo ella.

– ¿Qué quieres ver antes? -hizo una bola con el envoltorio de la hamburguesa y la lanzó a la papelera-. ¿París? ¿Roma? ¿Sidney?

– Estaba pensando más bien en el Metropolitan.

– Ya has estado allí.

– Pero tú consigues mejores entradas.

– ¿ La Bohème , seguida de una pizza?

Amanda soltó una risa y se puso en pie.

– Tengo una reunión a la una -le dijo.

Él le dio un beso y llevó la mano a su corbata.

– No, no -sujetó la corbata-. Es un souvenir .

– Vale -accedió él.

Mientras ella recogía su bolso, fue al escritorio, abrió un cajón y sacó otra corbata.

Amanda tiró la bolsa y el vaso a la papelera y lo siguió. Le robó la segunda corbata.

– ¡Eh!

– Nada de corbata.

– ¿Qué quieres decir?

– Es el precio que se paga por la espontaneidad -dijo ella, poniéndosela también alrededor de cuello.

– Nancy va a imaginarse lo que ha ocurrido.

– Sí, seguro que sí -Amanda le sonrió.

– Amanda… -dio un paso hacia ella.

– Llámame -salió del despacho rápidamente.

Capítulo Once

A las dos en punto, Daniel entró en la antesala del despacho de su padre. Hacer el amor con Amanda había templado su ira. Hacer el amor con Amanda lo había templado todo.

Pero también le había recordado la crueldad con que su padre había manipulado a una adolescente embarazada y muerta de miedo.

– ¿Está aquí? -le preguntó a la señora Bitton, sin aflojar el paso.

– Te espera -contestó ella.

Daniel abrió la puerta y la cerró a su espalda con firmeza. Su padre no alzó la cabeza de los papeles que estaba firmando.

– ¿Tenemos algún problema? -preguntó.

– Sí, tenemos un problema -dijo Daniel, intentando controlar su genio.

– ¿Y cuál es…? -Patrick lo miró.

– Le hiciste chantaje a Amanda.

– No he cruzado más de tres palabras con ella en los últimos dieciséis años -dijo Patrick, impertérrito.

– La amenazaste con quitarle a Bryan -dijo Daniel dando dos pasos hacia el escritorio. Le tembló la voz-. ¿Cómo pudiste hacer eso? Tenía dieciocho años, estaba embarazada e indefensa.

– Hice lo mejor para la familia -Patrick dejó el bolígrafo y cuadró los hombros.

– Lo mejor para ti, sí -Daniel colocó las palmas de las manos sobre el escritorio-. Lo mejor para la familia, puede. ¿Lo mejor para Amanda? Lo dudo.

– Amanda no era mi responsabilidad.

– ¡Amanda es mi esposa! -gritó Daniel.

– Era tu esposa.

Daniel apretó los dientes y tragó aire.

– Eso es historia antigua, Daniel -Patrick se puso en pie-. Y tengo una reunión.

– No te atrevas.

– ¿Que no me atreva?

Daniel señaló el pecho de su padre con un dedo. El hombre que llevaba toda la vida intimidándolo, no le daba ningún miedo en ese momento.

– No hemos acabado con esta conversación.

– Desde luego que hemos acabado con ella -Patrick salió de detrás de su escritorio-. Y tú tienes suerte de seguir teniendo un puesto de trabajo.

Daniel se movió hacia un lado, bloqueando el paso a su padre, y cruzó los brazos sobre el pecho.

– Vas a pedirle perdón a Amanda.

Los ojos de Patrick chispearon y un músculo saltó en su mandíbula.

– Amanda hizo su elección.

– Tú no le diste elección.

– Eligió acostarse contigo.

– No sabes nada de lo que ocurrió aquella noche.

– ¿Estás diciéndome que ella no quería?

Algo explotó en el cerebro de Daniel. Cerró los puños y se acercó más.

– ¿Estás insinuando que la violé?

– ¿Lo hiciste?

– ¡No! ¡Por supuesto que no!

– Entonces ella hizo su elección. Había un bebé. Un Elliott. Protegí a la familia y eso es cuanto voy a decir al respecto -Patrick empezó a rodear a Daniel. Él no intentó detenerlo.

– La traicionaste, y me traicionaste a mí -gruñó.

– Protegí a esta familia -la voz de Patrick tembló con ira.

– Te equivocaste -Daniel clavó los ojos en él.

Patrick le devolvió la mirada un momento, después salió del despacho.

Daniel fue incapaz de trabajar el resto del día. Ir a casa no le atraía y estaba demasiado afectado para llamar a Amanda.

Acabó en la mesa familiar de Une Nuit, el restaurante de Bryan. Su hijo no estaba allí pero a Daniel no le importó. Se sentó en un rincón oscuro, bebiendo su segundo whisky. Tenía mucho que pensar.

– Eh, hermano -Michael se sentó frente a él.

– Hola -contestó Daniel, echando un vistazo a ver si había alguien con Michael. No le apetecía compañía en ese momento.

– He oído que te enfrentaste al jefe -Michael hizo una seña para que le llevaran su bebida habitual.

Daniel asintió. Se preguntaba cuánta exactitud tendrían los rumores que se habían propagado.

– ¿Por temas de negocios? -preguntó Michael.

– Personales -dijo Daniel.

– ¿Amanda? -preguntó Michael, aceptando el martini que le llevó un camarero.

– ¿Qué has oído decir? -Daniel entrecerró los ojos.

– Que le ordenaste a la señora Bitton que cambiara la hora de la reunión de papel, te felicito por conseguirlo, y que lo pusiste de vuelta y media -Michael tomó un trago de su bebida-. Y sigues en pie.

– Y con empleo, además -eso asombraba a Daniel. Aunque no le había importado arriesgarse.

– La única persona que se me ocurre que podría llevarte a hacer algo así es Amanda -Michael atrapó la aceituna de su copa y se la llevó a la boca.

– La amenazó con quitarle a Bryan si no se casaba conmigo -Daniel dejó su vaso en la mesa de golpe.

– Lo sé -dijo Michael tras un breve silencio.

– ¿Lo sabías?

– El temía que la idea de perder a su nieto matara a mamá -explicó Michael.

– ¿Por qué no dijiste nada?

– En aquella época procuraba pasar desapercibido. Recuerda, yo fui quien te reservó la suite.

– ¿Y después?

– Los dos parecíais felices. Y más tarde, cuando las cosas se estropearon, no parecía una información que pudiera tener utilidad.

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