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Jacquie D’Alessandro: Confesiones De Una Dama

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Jacquie D’Alessandro Confesiones De Una Dama

Confesiones De Una Dama: краткое содержание, описание и аннотация

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Carolyn Turner, vizcondesa Wingate, está completamente escandalizada por la última selección llevada a cabo por la sociedad literaria de Londres. Memorias de una amante es escandalosamente explícito y absolutamente perverso… y despierta en ella sentimientos que nunca supo que tuviera. Está convencida de que esta erótica lectura es el único motivo por el que está sucumbiendo a los encantos del célebre libertino Daniel Sutton, lord Surbrooke. Es del todo imposible que esté enamorándose del granuja y sus ilícitas caricias… ¿o no? Lo último que Daniel deseaba era pronunciar los votos matrimoniales. Desea con ansia a Carolyn, cierto, pero nunca imaginó que una vez que la arrastrara a su cama jamás quisiera dejarla marchar. Pero sólo cuando un asesino convierte a su amada en su objetivo, Daniel se ve incitado a confesar su amor… y a reclamar a Carolyn como su mujer.

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En aquel mismo instante.

Le tendió a un criado que pasaba por su lado la intacta copa de champán pero, antes de que pudiera moverse, un hombre disfrazado de pirata se acercó a su presa. Cuando, después de unos segundos, Carolyn le ofreció la mano al bucanero enmascarado y sonrió, Daniel entrecerró los ojos. No sabía quién era el maldito bastardo, pero, al darse cuenta de que había permanecido demasiado tiempo en las sombras, se dirigió, con paso decidido, hacia Carolyn. Tenía la intención de agujerear al maldito cerdo, con su misma espada, si era necesario. Sin embargo, antes de que hubiera dado media docena de pasos, una mano femenina se apoyó en su brazo.

– Eres un salteador de caminos muy apuesto, querido -declaró una voz ronca que Daniel reconoció enseguida.

Se dio la vuelta y se vio sometido a un minucioso examen a través de la máscara de lady Walsh. Él le dio una rápida ojeada. Vestida con un disfraz muy revelador, Kimberly estaba endemoniadamente deseable e impactantemente atractiva. Y él lo único que quería era escaparse.

Sin embargo, Kimberly era su anfitriona y su antigua amante, y el protocolo exigía que se mostrara amable. Desde luego, no era culpa de ella que él tuviera prisa en cruzar la habitación.

– ¿Cleopatra? -intentó adivinar Daniel, cogiéndole la mano y rozando con sus labios los dedos de Kimberly.

– Así es -contestó ella con un susurro sensual-. Esperaba que tú fueras disfrazado de Marco Antonio, su amante. ¿No recibiste mi nota sugiriéndote que lo hicieras?

Daniel había recibido su misiva, pero la ignoró. Se habían separado amigablemente antes de que él partiera para la fiesta en la casa solariega de Matthew y tenía la intención de que las cosas siguieran de aquella manera: amigables y separadas.

– He llegado a Londres esta misma tarde y no he podido leer la montaña de cartas que me esperaba en casa -contestó, mientras tranquilizaba su conciencia al recordarse a sí mismo que ésa era la verdad.

– ¿Te lo estás pasando bien?

– Muy bien. Tus fiestas siempre son entretenidas.

Desvió la mirada más allá del hombro de Kimberly y se puso en tensión. Carolyn seguía sonriendo al pirata, quien le tendía una copa de champán. ¡Maldición, quizá pincharlo con la punta de la espada era demasiado suave! Sería mejor colgarlo del palo mayor.

– Me alegro.

Kimberly se acercó un poco más a él y Daniel recibió una oleada de su exótico aroma. La mano de ella le rozó discretamente el muslo y Daniel volvió a centrar su atención en Kimberly. Sus ojos de color esmeralda despidieron, a través de la máscara, un brillo seductor.

– Se me ocurre algo más que podría resultarte entretenido.

Daniel esbozó una sonrisa forzada y contuvo su impaciencia. Quizás, en otro momento y en otro lugar, habría aceptado la oferta, pero en aquel instante, simplemente, no estaba interesado. Sin embargo, no quería ofenderla, pues se enorgullecía de ser amigo de sus antiguas amantes.

Daniel realizó una reverencia y esbozó una rápida sonrisa.

– Estoy seguro de que podrían ocurrírsete un montón de cosas entretenidas, pero de ningún modo querría privar a tus invitados de tu presencia. Dale recuerdos a su excelencia -añadió, refiriéndose al duque de Heaton, el hombre que, según se rumoreaba, era su último amante y que, además, tenía la reputación de ser extremadamente generoso con sus queridas.

Sin duda, Kimberly cosecharía un buen número de caros adornos en aquella relación.

Alguien más reclamó la atención de Kimberly y Daniel aprovechó la oportunidad para perderse en la multitud. Se dirigió directamente hacia Carolyn y el pirata, quien estaba a punto de sufrir una derrota aplastante. Mientras se abría paso entre la multitud, los compases de la música se elevaron por encima de la cacofonía de las voces y las risas. Durante unos segundos, Daniel perdió de vista a la pareja y se detuvo. La multitud que lo rodeaba se movió y Daniel apretó los puños. El maldito pirata se había inclinado hacia Carolyn y le susurraba unas palabras al oído. ¡Y ella rió su gracia abiertamente!

Daniel tuvo que hacer acopio de todo su autodominio para no abrirse paso a empellones, dirigirse hacia ellos con furia y, como sugería su disfraz de bandolero, raptar a Carolyn.

– Parece como si acabaras de morder un limón -declaró una voz familiar y divertida detrás de él.

Daniel se dio la vuelta y vio que alguien disfrazado de Romeo lo estaba escudriñando.

– Se supone que esto es una jodida fiesta de disfraces -murmuró Daniel con una voz que reflejaba toda la rabia que lo invadía-. ¿Cómo es que todo el mundo me reconoce con facilidad?

– Yo no te habría reconocido a no ser por dos detalles -declaró Matthew en su papel de Romeo.

– ¿Y cuáles son esos detalles?

– El primero es que me contaste que pensabas ir disfrazado de salteador de caminos, lo que constituye todo un indicio.

– Sí, supongo que sí-balbuceó Daniel sin apartar su atención de la pareja que reía al borde de la pista de baile.

– Y en segundo lugar, la dura mirada que estás lanzando a Logan Jennsen me ha acabado de aclarar cualquier duda. Y, aunque te agradezco tu animadversión hacia él por mi causa, debo decir que ya no es necesaria. Ahora que Sarah y yo estamos casados, no se atreverá a mirar a mi mujer con ojos lascivos. De hecho, estoy considerando la posibilidad de embarcarme en un negocio con él.

Daniel volvió la cabeza poco a poco para mirar a su amigo.

– ¿Ese pirata es Logan Jennsen? -preguntó con lentitud y en voz tan grave que incluso a él mismo le sonó como un gruñido.

No le importaba que Jennsen le hubiera ahorrado un montón de dinero desaconsejándole que participara en una inversión que, al final, resultó ser un desastre. A pesar de la buena visión financiera de Jennsen, a él nunca le había caído bien aquel norteamericano engreído y adinerado que parecía estar en todos los eventos sociales. Además, en aquel momento en concreto, aquel hombre le desagradaba especialmente.

Matthew Romeo arqueó las cejas.

– ¿Me estás diciendo que no sabías que se trataba de Jennsen? -Miró hacia el pirata y se quedó paralizado. Poco a poco se volvió de nuevo hacia Daniel-. No.

– ¿No qué?

Matthew apretó los labios y señaló un rincón de la sala con un gesto de la cabeza. Daniel murmuró un juramento y siguió a su amigo hasta aquella zona, que estaba menos concurrida.

– ¿No qué? -repitió Daniel bajando la voz para que nadie los oyera.

– Si no sabías que era Jennsen, eso sólo puede significar que estabas mirando con rabia a quienquiera que estuviera hablando con Carolyn.

Daniel no se molestó en hacer ver que no conocía la identidad de la mujer disfrazada de Galatea y miró a Matthew directamente a los ojos.

– ¿Y qué?

– ¡Maldita sea! Ya sospeché que ocurría algo de este tipo en la fiesta de mi casa, pero estaba tan ocupado en mis asuntos que no presté mucha atención. -Matthew soltó un largo suspiro-. No es la mujer adecuada para ti, Daniel.

Una vez más, Daniel no simuló que no lo entendía.

– Quizá yo esté buscando a la mujer inadecuada.

– Ella no es del tipo de mujer con el que tú normalmente… tratas.

– ¿Y qué tipo es ése?

– El tipo hastiado. El tipo que va de una relación a otra. -Bajó la voz todavía más-. Ella es una mujer decente.

Una mezcla de indignación y dolor recorrió el cuerpo de Daniel.

– ¿Insinúas que no soy un hombre decente?

– Claro que no. De hecho, eres mucho mejor persona de lo que tú crees, pero en lo relacionado con las mujeres, te gustan…

– ¿Las relaciones superficiales y breves que se fundan sólo en el placer físico? -sugirió Daniel con amabilidad cuando vio que Matthew no encontraba las palabras adecuadas.

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