– No todas las flores, sólo las rosas -corrigió Matthew.
Berwick simplemente se encogió de hombros.
– Supuse que debías de estar buscando el dinero en el jardín. Me he pasado varias semanas observando tus excavaciones nocturnas, esperando que encontraras lo que es mío para poder recuperarlo.
Matthew achicó los ojos cuando otra pieza del rompecabezas encajó en su lugar.
– Tú mataste a Tom Willstone.
Berwick se encogió de hombros otra vez.
– Por desgracia para él, me vio en el bosque esa noche. Me amenazó con decírtelo. No podía arriesgarme a que lo hiciera.
«Tenía que conseguir que siguiera hablando.» Si permanecían allí el tiempo suficiente, lo más seguro es que alguien fuera a buscarlo. Pero Matthew se temía que tardarían algún tiempo. Después de haber llegado a la casa y que lady Wingate le informara de que Sarah estaba en jardín, le había dirigido a Daniel una mirada significativa. No le cabía duda de que su amigo había entendido que quería algo de privacidad con Sarah. Por lo tanto, Daniel haría lo imposible para asegurarse de que no los molestaran en un buen rato.
Pero Berwick no lo sabía. Si seguía hablando con él el tiempo suficiente, ese bastardo acabaría por cometer algún error. Todo lo que Matthew necesitaba era que Berwick diera un paso en falso.
– Así que fue por el dinero por lo que querías una invitación a mi reunión campestre -dijo en tono coloquial.
– Sí. ¿Qué mejor manera de vigilar tu idas y venidas? Me traje a Thurston y Hartley conmigo para apartar la atención de mí y no levantar sospechas. -Se rió entre dientes-. Debo decir en tu honor, que ha sido muy entretenido. En especial mientras no cavabas, Langston. Estaba claro que tenías intención de escoger a una de las bellas asistentes para convertirla en tu esposa, pero te fijaste en la fea solterona. Pero eso no ha sido más que otro golpe de suerte para mí -sonrió-. Lady Julianne será una esposa perfecta.
Sarah soltó una exclamación ahogada, y Matthew rezó para que no se le ocurriera moverse. Cuando estaba a punto de hablar, vio un leve movimiento en los setos a espaldas de Berwick, y se sintió invadido por la esperanza. Segundos más tarde apareció una sombra por la abertura de los setos que había justo detrás de Berwick.
Decidido a hacer saber a quienquiera que fuera cuál era la situación, dijo:
– Ya no tendrás más golpes de suerte, Berwick, a pesar de esa pistola y ese cuchillo. Incluso si nos matas y robas el dinero de la fuente, nunca podrás salir de aquí sin que te descubran. Irás a la cárcel y no volverás a ver la luz del día.
– De eso nada. Parecerá que utilizaste el cuchillo contra la señorita Moorehouse…, tu amante despechada, en defensa propia después de que ella te amenazara con esta pistola. Oí vuestra horrible discusión e intenté intervenir, pero llegué tarde. Con el barullo, la pistola se disparó y tú, por desgracia, resultaste herido de muerte. Y nadie sabrá nada del dinero porque nadie sabe que existe. ¿Entiendes? Una historia muy convincente. Y ahora, lamentablemente, ha llegado la hora de deciros adiós.
– Julianne jamás se casará con usted -dijo Sarah con voz calmada.
Berwick le dirigió una mirada airada.
– Te he dicho que guardes silencio.
– Ya. Y que si no matará a Matthew. Pero está bastante claro que lo va a hacer de todas maneras, así que no hay motivo para que guarde silencio. -Y acto seguido, soltó un grito espeluznante y ensordecedor.
Berwick, claramente furioso y nervioso, dirigió la pistola hacia Sarah. Matthew trató de cogerla con una mano y de alcanzar con la otra el cuchillo que guardaba en la otra bota; al mismo tiempo, vio un borrón color café saltando por la abertura de los setos. En el mismo momento que Matthew tiraba a Sarah hacia al suelo y la protegía con su cuerpo, las fauces de Danforth se hundieron en la parte trasera del muslo de Berwick. Este gritó y disparó la pistola. Luego el arma se le cayó de la mano y se derrumbó sobre el suelo con un cuchillo clavado en el pecho.
Matthew miró a Sarah y la rodeó con los brazos, escudriñando ansiosamente su pálida cara con la mirada.
– ¿Estás bien?
Al asentir con la cabeza se le deslizaron las gafas.
– Estoy bien. ¿Estás herido?
– No. -Soltó un silbido bajo y Danforth trotó desde donde estaba olisqueando el cuerpo inmóvil de Berwick-. Quédate con Sarah -le dijo al perro que inmediatamente se sentó sobre su zapato.
Tras determinar con rapidez que Berwick estaba realmente muerto, Matthew regresó con Sarah y Danforth; el perro meneó la cola con dicha canina cuando le rascó detrás de las orejas.
– Buen perro -dijo, palmeando el robusto flanco de Danforth. Por Dios, sí que era un perro muy listo-. Nos has salvado la vida. -Miró a Sarah-. Le divierte morder a los asesinos…, yo le enseñé.
– Muy bien hecho. De todas maneras tú solo nos hubieras salvado a los dos. No sólo llevas otro cuchillo, sino que sabes cómo usarlo. -Puso su mano sobre la de él y sonrió-. Un talento muy útil en un marido.
Él apretó su mano y se deleitó en su imagen. Maldición, no entendía que hubiera habido un momento en el que no viera lo hermosa que era.
– Un talento muy útil, cierto. Y uno que espero no tener que volver a exhibir jamás. Aunque no hubiera tenido posibilidad de utilizar el cuchillo sí no fuera por tu grito. Muy efectivo. Lo cierto es que se me pusieron los pelos de punta.
– Bueno, no iba a dejar que te disparara.
– Por lo que te estoy muy agradecido. -Se levantó y le tendió la mano para ayudarla. Cuando ella estuvo en pie, la estrechó entre sus brazos. Sarah descansó la cabeza contra su pecho y él enterró la cara en su pelo-. Gracias a Dios no te hizo daño -susurró.
– Ni a ti. -Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y él la abrazó con más fuerza.
– Has sido muy valiente. Cualquier otra mujer se hubiera desmayado.
– Estuve a punto. -Se relajó en el estrecho círculo de sus brazos y tomó la cara de Matthew entre sus manos-. Pero no iba a dejar que te hiciera daño. Siendo como eres una de mis grandes pasiones, prefiero que sigas de una pieza.
– ¿Una de tus grandes pasiones? Creo que me siento insultado.
Sarah esbozó una sonrisa.
– Mi gran pasión.
– Mucho mejor -afirmó él un instante antes de que su boca cubriera la de ella.
– ¿Matthew? ¿Sarah? ¿Dónde estáis? ¿Estáis bien?
La voz de Daniel, acompañada por el sonido de carreras, hizo que levantaran la cabeza.
– Aquí, en la fuente -llamó Matthew.
En un segundo apareció Daniel seguido de Hartley y Thurston, y también de Logan Jennsen y Paul, cada uno de ellos llevaba o una pistola o un cuchillo cuando entraron en el pequeño claro.
Daniel observó la escena con la mandíbula tensa.
– ¿Qué ha sucedido?
Matthew lo explicó con rapidez, incluyendo la fortuna que supuestamente se escondía en la base de la fuente, algo que había motivado el comportamiento de Berwick. Luego miró a Hartley y Thurston.
– ¿Os importaría regresar a la casa para pedirle a Tildon que llame al magistrado?
– En absoluto -convinieron, aliviados de poder abandonar la escena.
Después de que se fueran, Matthew miró a Paul.
– ¿Podrías traer una manta para cubrir el cuerpo?
– Sí, milord -contestó; luego también se marchó.
– A menos que me necesitéis para algo, iré a explicarle la situación a las damas -dijo Logan Jennsen-. Todos oímos el grito y el disparo, y estaban bastante preocupadas.
– Gracias -dijo Matthew; apretó los dientes ante la larga y persistente mirada que Jennsen le dirigió a Sarah antes de irse.
– ¿Estás seguro de que estáis bien? -preguntó Daniel.
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