Todos sus grandes planes de futuro se evaporaban como el humo que sale por el cuello de una tetera. La reputación y la respetabilidad por las que tanto había luchado, que tanto había intentado conseguir, se tambaleaban al borde de la extinción. Y todo por culpa de él.
Su mirada se paseó por la habitación, y por primera vez se dio cuenta de que ella y lord Greybourne estaban solos. Una nueva faceta de su desastre que podía acabar en catástrofe.
– ¿Dónde están lord Hedington y su padre?
– Han ido a anunciar a los invitados que lady Sarah está enferma y que, por lo tanto, la boda no podrá tener lugar hoy. -Dejó escapar un largo suspiro-. Es curioso como dos sentencias que son verdaderas pueden dar como resultado una mentira.
– No es una mentira -dijo Meredith colocándose apresuradamente el chal y arreglándose los negros faldones del vestido-. Yo prefiero llamarlo una omisión de ciertos hechos pertinentes.
Él ladeó la cabeza y se quedó mirándola.
– Una definición que se parece bastante a la definición de «mentira».
– En absoluto -respondió Meredith enérgicamente-. Una mentira es hacer afirmaciones falsas. No decir todo lo que se sabe no es mentir.
– En realidad creo que se llama «mentira por omisión».
– Parece que posee usted una conciencia hiperactiva, lord Greybourne. -Al menos podía estar agradecida de que tuviera conciencia, aunque más bien hubiera imaginado que esta era para él una reliquia polvorienta.
– Más bien se trata de que mis actos y mis definiciones estén claramente en consonancia.
– Será a causa de su naturaleza científica.
– Sí. -El sonido apagado del murmullo de la gente llegó hasta la habitación. Lord Greybourne se levantó y se acercó a la ventana. Sus labios se estiraron-. La gente está saliendo de la iglesia. Está claro que ya se ha hecho el anuncio. -Por unos momentos pareció que se había perdido en sus pensamientos, pero de repente sus ojos se quedaron fijos en ella-. Estaba pensando que este episodio no presagia nada bueno para su negocio de casamentera.
Meredith lo miró fijamente, dándose cuenta de que su posición junto a la ventana lo bañaba con un halo de luz dorada -lo cual era toda una hazaña para un hombre al que ella miraba como si fuera el propio diablo.
– ¿No presagia nada bueno? -Estuvo a punto de reírse de su forma de subestimar los hechos-. Una ruina de proporciones colosales describiría mejor el futuro de mi negocio de casamentera.
No creyó que fuera necesario matizar la obviedad de que ese completo desastre era culpa suya y de su desgraciado maleficio. ¿Habría alguna manera de arreglar eso? Se mordió por unos instantes el labio inferior y una posible solución apareció en su mente.
– Estoy segura de que estamos de acuerdo en que la cancelación de la ceremonia de hoy es problemática, no solo para mí, sino para todas las personas relacionadas -dijo ella-. Pero si, de alguna manera, usted y lady Sarah se fueran a casar en una fecha futura, preferiblemente pronto, eso haría que se disipara cualquier escándalo, y todos deberían reconocer que de hecho he organizado una boda maravillosa.
– Estoy de acuerdo con su teoría -dijo él asintiendo con la cabeza mientras se acariciaba la barbilla-. Sin embargo, se ha olvidado del maleficio.
Estuvo pensando si comentarle sin rodeos lo que pensaba de ese maleficio. Aunque estaba claro que su escepticismo podía verse desde fuera, pues él añadió:
– Solo porque no podamos ver o tocar algunas cosas, eso no las hace menos reales, eso no significa que no existan. -Se acercó a ella, y ella tuvo que forzarse a mantenerse quieta y no retirarse de su lado. Su expresión era muy seria y sus ojos la miraban con mucha intensidad desde detrás de los cristales de sus gafas-. En todas las religiones del mundo existe una gran variedad de dioses que no se pueden ver. Yo no puedo ver ni tocar el aire que hay en esta habitación, pero el hecho de que pueda respirar me dice que ese aire está aquí.
Al oír estas palabras, ella respiró involuntariamente y se dio cuenta de que el aire que no podía ver ni tocar olía igual que lord Greybourne: fresco, limpio y masculino. Y cargado de potenciales y desastrosos escándalos.
– Estoy segura de que será usted capaz de encontrar un remedio o una cura, o cualquier cosa que se tenga que hacer para solucionar ese tipo de cosas. Parece usted una persona brillante.
Sus labios se contrajeron nerviosamente.
– Pues, gracias. Yo…
– Aunque sus modales y su presencia necesitan una inmediata restauración. Hace falta trabajar para corregir el daño que han producido en usted tantos años lejos de la sociedad civilizada, antes de la nueva fecha para su boda con lady Sarah.
– ¿Y qué es concretamente lo que está mal de mi presencia? -espetó él arqueando una ceja.
Ella puso una expresión altiva y fue contando con los dedos a medida que hablaba.
– Pelo demasiado largo y despeinado. Pañuelo desastroso. Chaqueta parcialmente desabrochada. Cuello de la camisa arrugado, puños demasiado largos. Botones del chaleco sucios, pantalones demasiado ajustados, botas rozadas. ¿No tiene usted un ayuda de cámara?
El murmuró algo que sonaba sospechosamente como «menudo pedazo de autoritaria».
– Me temo que no he tenido tiempo para emplear todavía a un ayuda de cámara. He estado demasiado preocupado tratando de encontrar el pedazo de piedra desaparecido, pero estoy decidido a hacerlo.
– Sí, realmente debería hacerlo. Tenemos que fijar una nueva fecha para la boda lo antes posible. Dígame, ¿qué opina de lady Sarah?
– Es aceptable -dijo él encogiéndose de hombros.
– ¿Aceptable? -A duras penas pudo evitar que se le escapara la palabra. Por Dios, por encima de todo lo demás, este hombre era tonto-. Es un diamante puro. Será una perfecta vizcondesa y anfitriona. Y no solo eso, en términos económicos, y en cuanto a sus propiedades, la boda es altamente ventajosa.
– Lo dice como si me importasen algo ese tipo de cosas, miss Chilton-Grizedale.
– ¿Y no le importan? -preguntó ella mirándole a los ojos.
El la observó como si estuviera pensando qué contestar, y al cabo de un momento dijo:
– En realidad, no. No me importan. Los asuntos de la alta sociedad y todos sus adornos no tienen ningún sentido para mí. Nunca les he dado ninguna importancia. Mis propiedades ya son bastante sustanciosas. No necesito tener más tierras.
Meredith pudo esconder a duras penas un suspiro de incredulidad. ¿Un hombre que no está interesado en aumentar sus posesiones? ¿Que no se siente atraído por los adornos de la alta sociedad? O bien pensaba que ella era una persona crédula o los años que había pasado rebuscando objetos bajo el sol de las arenas del desierto habían afectado gravemente su agudeza mental.
Él se ajustó las gafas y Meredith se fijó en sus manos. Grandes, bien formadas, con dedos largos bronceados por el sol. Unas manos que habían acariciado las suyas hacía solo un momento. Parecían unas manos fuertes y capaces, y de tal modo varoniles que la conmovían de una forma extrañamente desconocida.
– El honor me obliga a casarme, y debo hacerlo porque mi padre está muy enfermo -dijo él, con un tono de voz que hacía que ella no pudiera dejar de mirarlo fijamente-. Así que ya lo ve, por lo que a mí respecta, elija a quien elija, diamante o no, no me importará demasiado. No me siento especialmente preocupado respecto a la novia, siempre y cuando no sea excesivamente desagradable; por lo que en este caso lady Sarah es aceptable.
Meredith no podía hallar falto de lógica ese planteamiento, ya que ella misma era una persona eminentemente práctica. Aun así, le molestaba que él pareciera tan poco impresionado por el golpe de suerte que suponía poder casarse con la muy solicitada lady Sarah.
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