– ¡Oooh! Esa bestia podría devorárselo de un mordiscón -rió Maybel-. ¡Pero es tan dulce ver cómo el niño comparte su cena con el perro!
Sentada en su silla, Elizabeth Meredith observaba a la familia con curiosidad. Hacía tanto tiempo que no se oían risas en el salón y que toda familia no se reunía. Mañana todos se marcharían de nuevo y ella se quedaría sola. A veces acompañaba a su madre a Claven's Carn, pero, en general, prefería permanecer en Friarsgate. No le molestaba la soledad, Maybel y Edmund sabrían cuidarla muy bien. Además, retomaría las lecciones con el padre Mata. Bessie era mucho más rápida y despierta que sus hermanas, tanto que, decía el clérigo, muy pronto no sabría qué enseñarle. También seguiría aprendiendo alemán y holandés con Hans. En realidad, estaba contenta de que todos partieran y su vida volviera a la normalidad. No había llegado a hacer las paces con Philippa y sentía que ya no tenía nada en común con Banon. Eran hermanas de sangre solamente, no de espíritu.
Al día siguiente, el cielo amaneció despejado. Rosamund estaba lista para emprender el viaje a Claven's Carn desde la primera hora de la mañana.
– Todavía no tomaré ninguna decisión respecto de Friarsgate -le dijo a Philippa-. Sé que me dirás que no, pero tal vez cambies de opinión. Solo quiero que seas feliz, hija mía.
– No cambiaré de opinión, mamá. Sin embargo, me parece sensato que esperes un poco antes de tomar una decisión. Es una herencia valiosa para cualquiera que la reciba. Estoy muy contenta con la vida que he elegido. Recuerda siempre que te amo, mamá. -Philippa abrazó a su madre. Luego bajando el tono de voz, le susurró-: El tío Thomas tiene razón. ¿Podrías no concebir más hijos después de que nazca este?
Rosamund asintió.
– Te avisaré cuando llegue el momento. Si te casas, Philippa, trae a tu esposo para que lo conozca. Sé que Tom te ayudará a elegir muy bien.
– Lo haré, mamá -prometió.
Se dieron un último abrazo.
– Mi querida Banon -dijo a su segunda hija-, sigue los consejos de Thomas. Es un hombre sabio, mucho más sabio que tu hermana. Ella se cree la dueña de la verdad, pero no es así. Siempre consulta primero a tu tío.
– Sí, mamá -replicó Banon-. Yo no tengo los mismos deseos que Philippa. En la primavera regresaré a Otterly para cumplir con mis obligaciones; el tío Thomas dice que soy el ama perfecta -remató con orgullo.
– Y tiene razón. Avísame cuando vuelvas, hijita.
– Por supuesto, mamá -dijo Banon y abrazó a su madre-. Y tú avísame cuando nazca el bebé.
Rosamund asintió y miró a Bessie.
– ¿De veras no quieres acompañarme?
– No, prefiero estar aquí, aunque me gusta más cuando estás conmigo, mamá.
Rosamund acarició una de las rubias trenzas de su hija.
– SÍ cambias de parecer, házmelo saber, ¿sí, tesoro? Falta mucho tiempo para que comience a nevar. Bessie sonrió a su madre.
– De acuerdo, mamá -asintió la niña, pero ambas sabían que no iba a cambiar de opinión. Besó la mejilla de su madre y se retiró.
– ¡No te pongas a llorar ahora, mujer! -la retó Maybel mientras se acercaba a Rosamund-. Sabes que la cuidaré como a una hija.
– Me apena cargarte con tanto trabajo a esta altura de tu vida, Maybel. Ya no eres joven, hace rato que pasaste el medio siglo.
– Algunas damas serán viejas a mi edad, ¡pero yo, jamás! Y para tu información, señora Hepburn de Claven's Carn, tu tío Edmund todavía es un hombre vigoroso. Me sobra energía para criar a otra niña. Además, ¿qué haría si te llevaras a mi Bessie? Ni lo pienses, Rosamund. ¿O acaso quieres romperme el corazón? -Sus huesudas mejillas se hundieron aun más de la tristeza.
– ¡No, no! -gritó Rosamund y estrechó a la vieja nodriza en sus brazos-. Solo quería evitarte una molestia. Bessie no es una niña fácil de llevar.
– ¡Es perfecta y encantadora! -protestó Maybel.
– ¡Entonces te la regalo! -rió Rosamund y luego se dirigió a su tío-: Como siempre, sé que Friarsgate queda en las mejores manos.
– Así es, sobrina -dijo Edmund Bolton en voz baja.
– Vamos, querida, tu valiente fronterizo está impaciente por partir y ese par de hijos revoltosos que tienes no paran de pelear. Te has despedido de todos menos de mí. ¡Te adoro, primita! Cuidaré muy bien a tus hijas. Philippa obtendrá lo que desea y Banon pasará una temporada inolvidable en la corte. No dejes de escribirme. -La besó calurosamente en ambas mejillas, luego la acompañó afuera y la ayudó a montar-. ¡Adiós! ¡Buen viaje! -Palmeó las ancas del caballo al tiempo que guiñaba un ojo a Logan Hepburn-. ¡Adiós, Logan querido! ¡Hasta la próxima! -gritó mientras los Hepburn de Claven's Carn se alejaban por el camino-. ¡Estoy muerto de hambre, Maybel! ¿Está lista la comida? Las niñas y yo saldremos muy pronto.
– ¡Entonces no te quedes ahí parado como si estuvieras posando para un retrato! ¡Entra de una vez, por el amor de Dios!
Rosamund se dio vuelta para observar a su familia y no pudo contener la risa. Maybel regañaba a Tom sacudiendo su dedo acusador. Tomadas del brazo, Banon y Philippa conversaban con las cabezas casi pegadas. Bessie había salido disparada hacia las praderas y el padre Mata corría tras ella, con su larga sotana flameando al viento y rogándole a los gritos que se pusiera a estudiar. Suspiró y volteó en dirección a la frontera, a Claven's Carn. Allí sí la necesitaban.
Poco después, lord Cambridge partió de Friarsgate con sus dos pupilas y Lucy, la doncella de Philippa. En cuanto llegaron a Otterly, iniciaron los preparativos para el retorno de Philippa y la presentación de Banon en la corte. Fiel a su promesa, Thomas Bolton puso a trabajar de sol a sol a su costurera y su sastre en la confección de los nuevos trajes. Incluso Lucy debió renovar un poco su guardarropa: dos vestidos sencillos que fueron los primeros en terminarse, cofias y delantales de un hilado muy fino. Ella misma colaboró contenta en la costura de las prendas.
– Necesito varias casacas cortas con la espalda plisada -señaló Tom al sastre-. A mi edad todavía puedo darme el lujo de lucir mis bellas Piernas. Quiero las mangas forradas en piel o rellenas con algún material abrigado. Los palacios reales no suelen estar caldeados, mi querido sastre.
A mediados de noviembre, celebraron el Día de San Martín comiendo ganso y manzanas asadas. A Philippa le fascinó el palacete de Otterly y juró que algún día tendría una mansión parecida. No una casa como la de Friarsgate, tan anticuada y vulgar, sino una residencia moderna con ventanas de cristal y chimeneas en cada alcoba. Banon era muy afortunada de ser la heredera de Otterly.
Por fin, llegó el momento de la partida. Philippa estaba mareada por la excitación. Había esperado con ansias su regreso a la corte; Cecily y Tony habían prometido que estarían allí para Navidad. Presentaría a Banon a todo el mundo y volvería a servir a la reina con tanto fervor como antes.
El viaje sería lento pues llevaban dos carros repletos de equipaje. Lord Cambridge había hecho los arreglos para alojarse cada noche en confortables conventos o en casas de familias nobles que él conocía. Incluso era probable que algunos de esos aristócratas se unieran a ellos en el camino. Susan, la doncella de Banon, los acompañaría; Lucy ya la había instruido sobre cómo debía comportarse y servir a su ama en la corte. Dos docenas de hombres armados los escoltarían a Londres y se quedarían con ellos hasta la primavera, cuando Banon debía regresar a Otterly. "Todo saldrá de maravillas -pensó Philippa-. Será la mejor Navidad de mi vida".
Hacia mediados de diciembre volvieron al palacio y se enteraron de que, en los últimos meses, la reina Catalina había estado muy delicada de salud. Los médicos, preocupados, le comunicaron al rey que su esposa no podría quedar embarazada. Enrique Tudor estaba disgustado y sentía que un velo oscuro se cernía ese año sobre las fiestas navideñas. No tenía ningún hijo varón que lo sucediera en el trono. ¿Por qué el buen Dios se lo había negado? ¿No era acaso un fiel cristiano? ¿No era un rey abnegado? Su esposa era vieja y estéril. Con excepción de María, su única hija, la reina nunca había podido insuflar la energía suficiente a sus bebés para que vivieran. ¿El heredero de Enrique Tudor sería entonces una mujer? ¡Por Dios, no! Él deseaba tener un heredero varón. Y además, era su deber. Sus pensamientos se centraron en su nueva amante, que le había susurrado al oído que llevaba en el vientre un hijo suyo y que nacería a principios del verano.
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