Julia Quinn - Más brillante que el Sol

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Eleonor “Ellie” Lyndon nunca imaginó que su tranquilo paseo por el bosque acabaría con un hombre a sus pies. Charles Wycombe, conde de Billington, acaba de caer literalmente del cielo con la solución a sus problemas. El aristócrata cuenta con poco tiempo para contraer matrimonio y conservar su herencia, y Ellie debe huir de su casa si no quiere acabar desposada por cualquier vejestorio que su pérfida madrastra considere adecuado. La solución parece clara… una unión de conveniencia entre ambos. La joven nunca ha imaginado casarse con un completo extraño, así que fija una condición inquebrantable: el matrimonio no se consumará hasta que no conozca mejor al hombre que se oculta tras ese bello rostro. Sin embargo, Charles puede ser muy persuasivo, y rápidamente Ellie se verá atrapada por sus encantos seductores. Con un beso que lleva a otro, ambos descubrirán que su matrimonio, al final, no es tan inconveniente como parecía y que tal vez, finalmente, les lleve a experimentar el amor verdadero.

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– No he venido a aceptar su proposición -dijo Ellie-. Sólo quería comentar algunas cosas con usted. He…

– Claro, querida -murmuró Charles-. ¿Quiere seguirme hasta el salón? Le ofrecería el brazo, pero me temo que estos días no puedo ofrecer mucha estabilidad -señaló el bastón.

Ellie exhaló con frustración y lo siguió hasta un salón cercano. Estaba decorado en tonos crema y azul y ella no se atrevía a sentarse en ningún sitio.

– No creo que las toallas sean suficientes, milord -dijo. Ni siquiera se atrevía a pisar la alfombra. No con la cantidad de agua que goteaba del vestido.

Charles la observó detenidamente.

– Creo que tiene razón. ¿Le gustaría cambiarse de ropa? Mi hermana está casada y ahora vive en Surrey, pero todavía tiene algunos vestidos aquí. Creo que le irán bien.

A Ellie no le gustaba la idea de ponerse ropa de otra persona sin pedirle permiso, pero la otra opción era caer enferma con fiebre. Se miró los dedos, que le temblaban de frío y humedad, y asintió con la cabeza.

Charles tocó la campana y enseguida llegó una doncella. El conde le dio instrucciones para que la acompañara hasta la habitación de su hermana. Ellie siguió a la muchacha con la sensación de que, sin saber cómo, había perdido un poco el control de su destino.

El conde se sentó en un cómodo sofá, soltó aire, relajado, y luego envió un silencioso agradecimiento al responsable de que Ellie se hubiera presentado en su puerta. Había empezado a temer que tendría que ir a Londres y casarse con una de esas terribles debutantes que su familia le seguía presentando.

Mientras esperaba el té y a la señorita Lyndon, silbó para sus adentros. ¿Por qué había venido? Todavía estaba algo entonado cuando le había hecho aquella extraña proposición el día anterior, pero no tanto como para no calcular los sentimientos de Ellie.

Pensaba que lo rechazaría. Estaba casi seguro.

Era una chica sensible. A pesar del poco tiempo que hacía que la conocía, aquello era obvio. ¿Qué haría que se entregara en matrimonio a un hombre al que apenas conocía?

Algunos motivos eran obvios. Tenía dinero y un título y, si se casaba con él, ella también tendría dinero y un título. Pero Charles sospechaba que no aceptaría por eso. Había visto la mirada de desesperación en sus ojos cuando había…

Frunció el ceño y luego se rió mientras se levantaba para mirar por la ventana. La señorita Lyndon lo había atacado. En la entrada. No había otra palabra para definirlo.

Trajeron el té unos minutos después y Charles dijo a la doncella que lo dejara en la tetera para que siguiera infusionando. Le gustaba fuerte.

Al cabo de unos minutos más, oyó unos dubitativos golpes en la puerta. Se volvió, sorprendido, pues le había dicho a la chica que la dejara abierta.

Ellie estaba en el umbral, con la mano levantada para volver a llamar.

– Pensé que no me había oído -dijo.

– La puerta estaba abierta. No tenía que llamar.

Ella se encogió de hombros.

– No quería molestar.

Charles la invitó a pasar y la observó con detenimiento mientras cruzaba el salón. El vestido de su hermana le iba un poco largo, con lo que tenía que subirse la falda verde pálido para andar. Así fue como pudo ver que no llevaba zapatos. Era curioso comprobar cómo la visión de un pie podía hacer reaccionar a su entrepierna de esa forma…

Ellie vio que le estaba mirando los pies y se sonrojó.

– Su hermana tiene unos pies muy pequeños -dijo-, y mis zapatos están empapados.

Él parpadeó, como si estuviera perdido en sus pensamientos, meneó ligeramente la cabeza y la miró a los ojos.

– No importa -dijo, y luego volvió a deslizar la mirada hasta sus pies.

Ellie se soltó la falda y se preguntó por qué diantres le miraba tanto los pies.

– El verde le queda muy bien -le dijo mientras se acercó cojeando a ella-. Debería llevarlo más a menudo.

– Todos mis vestidos son oscuros y prácticos -respondió ella, con una mezcla de ironía y nostalgia en la voz.

– Una lástima. Tendré que comprarle vestidos nuevos cuando nos casemos.

– ¡Un momento! -protestó Ellie-. No he aceptado su proposición. Sólo he venido a… -se interrumpió cuando se dio cuenta de que estaba gritando y continuó en un tono más relajado-. Sólo he venido a hablarlo con usted.

Él sonrió muy despacio.

– ¿Qué quiere saber?

Ellie suspiró mientras deseaba haber iniciado la conversación con un poco más de serenidad. Aunque, claro, tampoco habría servido de mucho, teniendo en cuenta la entrada que había protagonizado. El mayordomo jamás se lo perdonaría. Levantó la mirada y dijo:

– ¿Le importa si me siento?

– Claro que no. Qué maleducado -señaló el sofá y ella se sentó-. ¿Quiere servir el té?

– Sí, me encantaría. -Ellie se acercó la bandeja y empezó a servir. Servir té a ese hombre en su propia casa parecía algo terriblemente íntimo-. ¿Leche?

– Por favor. Sin azúcar.

Ella sonrió.

– Yo lo tomo igual.

Charles bebió un sorbo y la observó por encima del borde de la taza. Estaba nerviosa. No podía culparla. Era una situación muy extraña y tenía que admirarla por mostrar tanta fortaleza. La vio beberse el té y luego dijo:

– Por cierto, su pelo no es rojo.

Ellie se atragantó con la infusión.

– ¿Cómo lo llaman? -se preguntó Charles, mientras levantaba las manos como si eso pudiera despertarle el cerebro-. Ah, sí, rubio fresa. Aunque el nombre me parece de lo más inapropiado.

– Es rojo -dijo Ellie sin rodeos.

– No, no, no lo es. Es…

– Rojo.

Él dibujó una perezosa sonrisa.

– Está bien, si insiste, es rojo.

La joven se quedó extrañamente decepcionada de que hubiera cedido. Siempre había querido que su pelo fuera de un color más exótico que simplemente rojo. Era un regalo inesperado de algún antepasado irlandés del que ya no se acordaban. Lo único bueno era que había sido una fuente de irritación constante para su padre, que tenía náuseas de pensar que podía haber un católico en algún rincón de su árbol genealógico.

A Ellie siempre le había gustado pensar que había algún pícaro católico en la familia. Siempre le había gustado la idea de algo extraordinario, algo que rompiera la monotonía de su rutinaria vida. Miró a Billington, que estaba sentado elegantemente en una silla delante de ella.

Decidió que ese hombre entraba en la categoría de algo extraordinario. Igual que la situación en la que la había puesto recientemente. Dibujó una débil sonrisa mientras pensaba que tendría que ser más fuerte. Tenía una cara increíblemente hermosa y su encanto… Bueno, nadie discutía que no era letal. Sin embargo, tenía que llevar esa conversación como la mujer sensata que era. Se aclaró la garganta.

– Creo que estábamos hablando de… -frunció el ceño-. ¿De qué estábamos hablando?

– De su pelo -respondió él, arrastrando las palabras.

Ellie notó cómo se sonrojaba.

– Sí. Ya. Mmm…

Charles se apiadó de ella y dijo:

– Imagino que no querrá explicarme qué la ha hecho reconsiderar mi proposición.

Ella levantó la mirada de golpe.

– ¿Qué le hace pensar que ha sido algo en concreto?

– Lleva la desesperación escrita en la mirada.

Ellie ni siquiera podía fingir sentirse ofendida por ese comentario porque sabía que era verdad.

– Mi padre volverá a casarse el mes que viene -dijo después de un largo suspiro-. Su prometida es una bruja.

Él apretó los labios.

– ¿Tan mala es?

Ellie tenía la sensación de que Charles creía que exageraba.

– No bromeo. Ayer me dio dos listas. En la primera había todos los quehaceres de la casa que debo realizar, aparte de los que ya hago.

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