Cherise Sinclair - Maestro de la Montaña

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Cuando el novio de Rebeca le propone ir de vacaciones a un hospedaje en la montaña con su club swing[1], rápidamente se da cuenta de que ella no disfrutaba con el intercambio de parejas. Ahora no tiene donde dormir. Logan, el propietario del hospedaje, la encuentra congelada en el porche. Después de arrastrarla adentro, él la calienta en su propia cama, y allí el experimentado Dom[2] descubre que Rebecca puede no ser una swinger[3]… pero ella es definitivamente una sumisa.
Rebeca cree que nadie puede amar su rellenito cuerpo con cicatrices. Para su sorpresa, Logan, el propietario de la posada, no sólo está en desacuerdo, sino que él la amarra y le demuestra lo mucho que disfruta de sus curvas. Bajo sus manos expertas, Rebecca no sólo pierde sus inhibiciones, sino también su corazón.
Dañado por la guerra, Logan se considera demasiado peligroso para estar alrededor de la tentadora pequeña sub[4]. Él le permite alejarse por su propia seguridad, sin darse cuenta de que ella cree que ha vuelto a ser rechazada debido a su aspecto. Cuando en las montañas de Logan su voz sigue repercutiendo mucho después de que ella se ha ido, se da cuenta que se ha llevado su corazón con ella. Pero cuando llega a la ciudad para reclamarla, el teléfono de Rebeca ha sido desconectado y su apartamento está vacío…

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– Becca, sí. Me debes un beso de buenos días al menos. -Añadió con una falsa voz severa, -Te salvé la vida, ya sabes. Bien podrías haber muerto allí afuera.

La tenue luz del otro cuarto jugaba sobre su barba ensombreciéndole la mandíbula. Las líneas resplandecían de las esquinas de ojos, arrugándose cuando ella lo miraba. Su erección presionaba contra la unión de sus piernas, la única barrera eran sus delgadas bragas. Cuando ella extendió las manos sobre su pecho, el rizado vello no podía disimular los duros músculos como piedras debajo.

Al igual que antes, presionarse contra su enorme cuerpo, la hacía sentirse suave y femenina y muy tentada. -¿Un beso? No más.

– Es un comienzo. -Inclinó la cabeza hacia la curva donde su cuello se encontraba con su hombro. El excitante contraste de sus aterciopelados labios contra la rugosidad de su barba matinal despertaba una agitación más profunda en su vientre.

Con sus manos apretó sus anchos hombros, y ella no sabía si empujarlo más cerca o más lejos. No debería hacer esto.

Él resolvió el problema moviéndose a su boca, retumbando una risa cuando ella la mantuvo cerrada. Un fuerte mordisco sobre su labio inferior la hizo gritar por el asombro, y su lengua se zambulló adentro. Su beso era habilidoso y experimentado… y abrumador.

El exigente empuje de su lengua la hacía pensar en otros lugares donde podría estar empujando. Cada vez que se movía, su polla chocaba contra su coño, cada toque era como una chispa de sensación. Ella apretó sus dedos sobre sus hombros mientras trataba de encontrar su deteriorado equilibrio.

La mano de él le acarició el pecho, la palma tan grande que podía sostenerlo plenamente. Cuando él succionaba su lengua dentro de su boca, un dolor de necesidad ardía a través del cuerpo de ella. Lenta, minuciosamente, la besó sin límites, y en el momento en que él levantó la cabeza, ella tenía los dedos enterrados en su grueso cabello.

Sosteniéndose sobre un codo, le acarició el pecho. -Cuando te quitaste la camisa ayer tuve problemas para mantenerme lejos, -murmuró. Sus dedos haciendo círculos sobre el pezón y luego haciendo rodar el pico. Sus ojos fijos en su cara, aumentó la presión hasta que las chispas dispararon directo a su sexo, y su mitad inferior se volvió líquida. El golpe suave de su dedo pulgar alivió la palpitación, y luego se trasladó al otro pecho.

Oh Dios, él sabía exactamente lo que estaba haciendo, pintándola como si fuera un lienzo, cada pincelada profundizaba la intensidad. -Logan, -murmuró, temblando cuando sensaciones desconocidas se precipitaron a través de ella.

Su mano se quedó quieta, presionando contra su pecho y sosteniéndolo aún mientras la estudiaba. -¿Demasiado? -preguntó en voz baja.

– No lo sé… -Dios, su cuerpo estaba en llamas fuera de control, y ella quería sus manos sobre toda ella. Lo quería a él dentro de ella con una intensidad que no había sentido antes.

No. Ella no tenía relaciones sexuales con desconocidos. Tomó una respiración, y el olor de él le hizo girar la cabeza.

– Está bien, Becca. -Su siguiente beso fue más suave, menos exigente, la mano sobre su pecho se suavizó. Su cuerpo retrocedió dentro de su control cuando la necesidad empezó a bajar la temperatura. Un alivio, pero un poco decepcionante. Su respiración se tranquilizó.

Echándose hacia atrás, él la miró con el acero azul de sus ojos. Después de un segundo, la intensa mirada la hizo sentirse vulnerable. Ella empezó a sentarse.

Su mano entre sus pechos la aplastó como a un panqueque, haciéndole aumentar el pulso. Un escalofrío de emoción recorrió su cuerpo, y él entornó los ojos. -No tan vainilla como te ves, ¿verdad? -Su mano no se detuvo, manteniéndola presionada contra el colchón.

Su voz salió temblorosa. -¿Qué quieres decir?

Su sonrisa lenta hizo vacilar a su pulso. Aún entre sus piernas, le cogió las manos y le levantó los brazos sobre su cabeza. Atrapando sus muñecas con una gran mano, las ancló por encima de la almohada.

– Hey. -Ella luchó, y él apretó con más fuerza. Sus brazos estirados por encima de su cabeza, su peso sobre sus caderas… Ella no podía moverse. El miedo se arremolinó a través de ella, acompañado por una ola de calor sorprendente. -Déjame ir. -Su voz salió ronca.

– ¿Quieres que lo haga? -Con su mano libre, empujó su sostén hacia arriba, y la banda elástica se quedó capturada en los rígidos picos de sus pezones. Pasó el dedo por una fruncida aureola, luego la otra, y de alguna manera ellos se apretaron aún más. Ella contuvo la respiración cuando el placer se precipitó a través suyo.

Sus dedos jugaban con sus pechos mientras sus ojos azules estaban centrados en su rostro. -Basta con mirarte -murmuró. -Toda confundida y excitada. -Su voz profunda. -Tú sabes, pequeña rebelde, con tus manos restringidas, puedo hacer lo que quiera contigo.

Instintivamente, ella luchó. No llegó a nada, su agarre era inflexible, su fuerza inmensa. Y con cada inútil intento otra corriente de excitación se disparaba a través de ella, hasta que le dolía el coño por la necesidad. Jadeando, miró para arriba a su intensa mirada.

Él se rió entre dientes, luego empujó su pecho hacia arriba para poder tomarlo en su boca. Caliente. Húmeda.

Ella gimió. El sonido la sobresaltó. ¿Qué estaba haciendo? Ni siquiera lo conocía.

Cuando se esforzó en contra del agarre en sus manos, él mordió con cuidado sobre su pezón. El dolor agudo crepitó directamente a su clítoris, golpeando con un choque que la hizo apretarse por dentro. Oh Dios. Ella se estaba ahogando en la sensación. En el calor.

Lamió sobre el pico distendido, su lengua caliente, el aliento le refrescó la piel, y luego la mordió de nuevo. Su espalda se arqueó sin control, empujando sus pechos hacia arriba.

– Muy bonita, pequeña rebelde, -murmuró, pasó al otro pecho hasta que ambos estaban hinchados, los pezones apretados y doloridos. Cuando él se sentó sobre sus rodillas, ella se las arregló para volver a respirar. Al menos hasta que vio su mirada moverse por su cuerpo. Gracias a Dios la luz era tenue, pero desafortunadamente no lo suficiente para ocultar el tamaño de sus caderas. Por qué él tenía que ver…

– Voy a prestarte un par de calzoncillos, -dijo, rompiendo sus pensamientos. Tomando las tiras de su ropa interior, arrancó un lado, luego el otro, y arrojó el tejido destruido al suelo.

– ¡Hey! -dijo indignada, a pesar de la emoción que cursaba a través de ella por su acción. Entonces se dio cuenta… si sus manos estaban allí, entonces sus brazos ya no estaban inmovilizados. Ella tiró los brazos hacia abajo y trató de incorporarse. Él puso una mano en el medio de su pecho y la empujó hacia abajo. Con un rápido movimiento o dos, tomó sus muñecas por la fuerza, sujetándolas en una mano otra vez, ubicándolas sobre su estómago.

Él la miró por un momento, la mano libre acariciaba un pecho. -Tú no estás lista para que te tome, -murmuró. -Pero vamos a ir un poco más por este camino.

Manteniendo sus manos ancladas sobre su estómago, se condujo hacia abajo entre sus muslos. Cuando se inclinó hacia un lado, atrapó su pierna izquierda debajo de su cintura. Él se incorporó sobre el codo derecho, utilizando la misma mano que sujetaba sus muñecas. Con la rodilla, él empujó hacia afuera su pierna derecha.

– ¿Qué estás haciendo? -Ella se retorció, demasiado consciente de cómo había trabado sus piernas abiertas. Su ropa interior había desaparecido, su coño desvalido.

– Me estoy complaciendo a mí mismo, dulzura. Me gusta ver a una mujer abierta y vulnerable, -dijo, su mirada corriendo por su cuerpo, deteniéndose en la unión de sus piernas. -Pero si no estás interesada en continuar, pararemos ahora mismo.

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