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Anne Rice: Entrevista con el vampiro

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Anne Rice Entrevista con el vampiro
  • Название:
    Entrevista con el vampiro
  • Автор:
  • Издательство:
    Grijalbo
  • Жанр:
  • Год:
    1977
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-253-0869-0
  • Рейтинг книги:
    5 / 5
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Entrevista con el vampiro: краткое содержание, описание и аннотация

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Nunca un vampiro le había contado su vida a un mortal. Louis de Pointe du Lac, con un cansancio de siglos a sus espaldas, es el primero en hacerlo frente a un periodista de San Francisco, al que le explica cómo ha sido su existencia desde que fuera vampirizado por Lestat de Lioncourt en 1791. Louis y Lestat no son en realidad como la gente se imagina. Viven de la sangre humana y la muerte no les alcanza, es cierto, pero son sensibles e inteligentes, vulnerables, humanos y tal vez tienen más de víctimas que de verdugos...

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»—Deja de mirar mis botones —me dijo Lestat—. Vete a los árboles. ¡Sácate de encima todos los excrementos humanos de tu cuerpo y no te enamores tanto de la noche como para perder tu camino!

»Ésa, por supuesto, fue una orden sabia. Cuando vi la luna sobre las piedras, me enamoré tanto de ella que me quedé allí casi una hora. Pasé por el oratorio de mi hermano sin pensar siquiera en él, y de pie entre los algodoneros y los robles, oí la noche como si fuera un coro de mujeres susurrantes, todas invitándome con sus pechos. En cuanto a mi cuerpo, aún no estaba enteramente convertido y, tan pronto como me acostumbré a los sonidos y las visiones, me empezó a doler. Todos mis fluidos humanos debían salir de mí. Estaba muriendo como ser humano; sin embargo, estaba totalmente vivo como vampiro. Y, con mis sentidos despiertos, tuve que presidir la muerte de mi cuerpo con cierta incomodidad y luego con algo de miedo. Volví corriendo a la sala, donde Lestat ya estaba trabajando con unos documentos de la plantación, revisando los gastos y los beneficios del último año.

»—Eres un hombre rico —me dijo cuando entré.

»—Algo me está sucediendo —grité.

»—Te estás muriendo, eso es todo; no seas tonto. ¿No tienes una lámpara de petróleo? ¡Con todo este dinero y ni siquiera puedes comprar aceite de ballena para la lámpara! Dame esa linterna.

»—¡Me muero! —grité—. ¡Me muero!

»—Le pasa a todo el mundo —persistió negándose a ayudarme. Cuando lo recuerdo, aún lo detesto por eso. No porque yo tuviera miedo, sino porque me podría haber ayudado a prestar atención a esos acontecimientos con más reverencia. Me podría haber calmado y dicho que contemplase mi propio fallecimiento con la misma fascinación con que había contemplado la noche. Pero no lo hizo. Lestat jamás fue el vampiro que yo soy.

El vampiro no dijo esto con jactancia. Lo dijo como si con toda evidencia no pudiera ser de ninguna otra manera.

Alors — dijo con un suspiro—, me moría rápidamente; lo que significaba que mi capacidad de miedo disminuía con la misma celeridad. Simplemente lamento no haber prestado más atención al proceso. Lestat se comportaba como un perfecto imbécil.

»—¡Oh, por el amor del demonio! —empezó a gritar—. ¿Te das cuenta de que no he preparado nada para ti? Qué tonto he sido.

»Estuve tentado en decir: “Pues lo eres”, pero no dije nada.

»—Tendrás que acostarte conmigo esta mañana. No te he preparado un ataúd.

El vampiro se rió:

—La alusión al ataúd tocó una veta mía de terror que pienso que absorbió toda la capacidad de miedo que me quedaba. Luego sólo sentí la leve alarma de tener que compartir un ataúd con Lestat. El estaba en ese momento en el dormitorio de su padre, despidiéndose de él, diciéndole que regresaría por la mañana.

»—Pero, ¿adonde vas? ¿Por qué tienes que vivir con semejante horario? —quiso saber el anciano, y Lestat se impacientó. Antes había sido cortés con él; tanto que era casi enfermizo, pero ahora se enfadó:

»—¿Acaso no cuido de ti? —preguntó—. ¡Te he conseguido un techo mejor del que tú jamás me diste a mí! ¡Si quiero dormir todo el día y beber toda la noche, lo haré, demonios!

»El anciano se puso a gemir. Únicamente mi extraña sensación de agotamiento me impidió protestar. Miraba la escena a través de la puerta abierta, fascinado por los colores del marco y el alboroto luminoso de colores en el rostro del viejo. Sus venas azules palpitaban bajo la piel rosa y grisácea. Incluso el amarillo de sus dientes me resultó atrayente y casi quedé hipnotizado por el temblor de sus labios.

»—¡Qué hijo, qué hijo! —dijo, sin sospechar, por supuesto, la verdadera naturaleza de su hijo—. Pues bien, entonces, vete. Yo sé que en algún sitio tienes una mujer; vas a verla apenas el marido se va de la casa. Dame el rosario. ¿Qué ha pasado con mi rosario?

»Lestat dijo algo blasfemo y le entregó el rosario…

—Pero… —interrumpió el muchacho.

—¿Sí? —preguntó el vampiro—. Me temo que no te permito hacer suficientes preguntas, ¿verdad?

—Le iba a preguntar… Los rosarios tienen cruces, ¿no es así?

—¡Oh, el rumor de las cruces! —se rió el vampiro—. ¿Te refieres a que les tenemos miedo a las cruces?

—O que no las pueden mirar…, según yo creía —dijo el entrevistador.

—Un absurdo, amigo mío, un absurdo total. Yo puedo mirar lo que se me ocurra. Y me gusta bastante mirar los crucifijos.

—¿Y el rumor de las cerraduras? ¿Que ustedes pueden… vaporizarse y pasar por ellas?

—Ojalá fuera así —se rió el vampiro—. Qué cosa más encantadora. Me gustaría pasar por toda clase de cerraduras y sentir el gusto de sus formas especiales. Pero no —movió la cabeza—. ¿Cómo se diría hoy? ¿Un bulo?

El muchacho se rió, pese a todo. Luego se puso serio.

—No tendrías que ser tan tímido conmigo —dijo el vampiro—. ¿De qué se trata?

—La historia sobre las estacas traspasando el corazón —dijo el muchacho y se le encendieron un poco las mejillas.

—Lo mismo —dijo el vampiro—. Un soberano disparate —agregó lentamente, como acariciando las sílabas, y el muchacho sonrió—. No hay ningún poder mágico de ninguna naturaleza. ¿Por qué no fumas uno de tus cigarrillos? Veo que los tienes en el bolsillo de la camisa.

—Oh, muchas gracias —dijo el muchacho, como si fuera una sugerencia maravillosa. Pero apenas se lo llevó a los labios, vio que sus manos temblaban tanto que rompió la frágil carterilla de cerillas.

—Deja que yo lo haga —dijo el vampiro. Y tomando las cerillas rápidamente encendió el cigarrillo del entrevistador. Éste inhaló con los ojos fijos en los dedos del vampiro, que se alejó con un suave crujido de ropas.

—Hay un cenicero en la palangana —dijo, y el muchacho fue nerviosamente a cogerlo. Miró las pocas colillas que allí había, y luego, al ver el cubo de basuras abajo, vació el cenicero y rápidamente lo puso sobre la mesa. Sus dedos humedecieron el cigarrillo cuando lo posó en el cenicero.

—¿Es éste su cuarto? —preguntó.

—No —dijo el vampiro—. Es un cuarto cualquiera.

—¿Qué pasó entonces? —preguntó el muchacho. El vampiro pareció estar mirando el humo debajo de la lámpara.

—Ah…, regresamos a Nueva Orleans a toda prisa —dijo—. Lestat tenía su ataúd en una habitación miserable cerca de las murallas.

—¿Y usted se metió en su ataúd?

—No tuve otra posibilidad. Oh, le rogué a Lestat que me dejara quedar en el armario, pero dijo que no era seguro. El ataúd se cerraba bien desde dentro y la gente no se sentía tentada a mirar esa clase de cosas. Y me dijo que entrara. Yo no pude soportar la idea; pero, cuando discutimos, me di cuenta de que no era miedo. Era una extraña toma de conciencia. Toda mi vida había temido los lugares cerrados. Nacido y criado en casas francesas con altos techos y grandes ventanas, tenía miedo de quedarme encerrado. Incluso me sentía incómodo en el confesionario de la iglesia. Era un miedo bastante normal. Y, cuando protesté a Lestat, me di cuenta de que, en realidad, no lo sentía más. Únicamente lo estaba recordando. Lo tenía como hábito, como una deficiencia de capacidad de reconocer mi libertad actual, tan fascinante.

»—Te estás portando mal —dijo Lestat por último—. Y ya es casi el alba. Tan pronto como te golpee el sol, te quemará, te transformará en carbón. Pero no debieras tener este miedo. Pienso que eres como un hombre que ha perdido un brazo o una pierna e insiste en que puede sentir dolor donde antes había estado el brazo o la pierna.

»Pues eso fue lo más positivo, inteligente y útil que Lestat dijo en mi presencia, y me hizo ver la realidad.

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