Karel Čapek - La guerra de las salamandras

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dentro del género de la ciencia ficción sería restringir el alcance de esta extraordinaria novela. Junto a
de Wells,
de Orwell o
de Huxley,
es una de esas obras de imaginación en que las realidades y los problemas del hombre contemporáneo se analizan y sintetizan con emocionada lucidez. Su aparición en 1936 coronó la carrera literaria de Karel Čapek, quién, junto a Jaroslav Hašek, universalizó la lengua y la narrativa de su país, la Checoslovaquia democrática e independiente de la primera mitada de nuestro siglo, la patria de Masaryk.
Nacido en 1890 y muerto en 1938, poco después de ser propuesto para el premio Nobel, Čapek dejó una importante obra teatral, narrativa, ensayística, periodística y de viajes, de la que varios títulos han sido traducidos a nuestro idioma. Su humanismo concreto, su preocupación por la pérdida de valores o por el alejamiento de la naturaleza, su defensa de la tolerancia, el ccntraste y el respeto hacia los otros, confieren a su obra literaria, de muy diversos y ricos matices, innegable perdurabilidad y actualidad.

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—Capitán J. van Toch, servidor de ustedes. Very glad. Siéntense, muchachos, por favor.

Los dos señores se sentaron satisfechos.

—¿Qué beberán, muchachos?

—Un refresco de frambuesa —indicó el señor Valenta.

—¿De frambuesa? —repitió incrédulo el capitán—. ¿Por qué? ¡Posadero! Tráigales unas cervezas. Bien. ¿Y qué es lo que quieren? —dijo apoyando el codo sobre la mesa.

—¿Es cierto que nació usted aquí, señor van Toch?

—Sí. Aquí he nacido.

—Por favor, dígame, ¿cómo llegó usted al mar?

—Vía Hamburgo.

—¿Y cuánto tiempo ha sido usted capitán?

—Veinte años, muchachos. Y la documentación la tengo aquí —dijo golpeando enérgicamente el bolsillo de su chaqueta—, para enseñársela a quien la quiera ver.

El señor Golombek tenía grandes deseos de verla, pero se contuvo.

—En esos veinte años, capitán, habrá visto usted una buena parte del mundo, ¿no es así?

—Sí, un buen pedacito. Sí.

—¿Y dónde ha estado?

—En Java, Borneo, Filipinas, las islas Fidji, las Solomón, las Carolinas, Samoa, la maldita isla de Cliperton. Una serie de malditas islas, muchachos. ¿Por qué lo preguntan?

—Por nada, porque es interesante. Nos gustaría que nos contase muchas cosas, ¿sabe?

—¡Aja! Entonces ustedes preguntan sin ton ni son, ¿no?

El capitán fijó en ellos sus ojos azul pálido.

—¿No son ustedes de la pólice? Quiero decir, de la policía, ¿no?

—No, capitán. Somos periodistas.

—¡Ah, de los periódicos! Reporteros, ¿eh? Entonces pueden escribir: Capitán J. van Toch, capitán del barco Kandong Bandoeng.

—¿Cómo ha dicho?

Kandong Bandoeng, de puerto Surabaya. Objeto del viaje: vacances… ¿cómo se dice?

—Vacaciones.

—Ah, sí, vacaciones. Pongan entonces en el periódico quién llegó a puerto. Y ahora, guarden ya sus notas, jóvenes. ¡A su salud, muchachos!

—Señor van Toch, hemos venido para que usted nos cuente algo de su vida.

—¿Y por qué?

—Para escribirlo en nuestro periódico. Al público le interesará mucho leer algo sobre los países lejanos y lo que pasó y vivió en ellos su compatriota, un checo natural de Jevícko.

El capitán asintió con la cabeza.

—Es cierto, muchachos, soy el único capitán de Jevícko. Así es la cosa. Dicen que también hay aquí un capitán, pero será de alguna mecedora… Yo creo que no es un verdadero capitán —añadió confidencialmente—. Eso se mide según el tonelaje del barco, ¿saben ustedes?

—¿Y qué tonelaje tiene su barco, capitán?

—Mil doscientas toneladas, muchachos.

—Entonces, usted es un gran capitán.

—Sí, muy grande —dijo van Toch con dignidad—. Muchachos, ¿tienen dinero?

Los dos señores se miraron un poco confusos.

—Tenemos, pero poco. ¿Acaso necesita usted, capitán?

—Sí. Necesitaría.

—Ya lo ve. Si nos cuenta muchas cosas, lo escribiremos en los periódicos y usted recibirá dinero.

—¿Cuánto?

—Quizá… algunos miles —dijo magnánimo el señor Golombek.

—¿En libras esterlinas?

—No, en coronas checoslovacas.

El capitán J. van Toch movió la cabeza.

—Coronas no quiero, tengo bastantes, muchachos. —Sacó del bolsillo del pantalón un gran paquete de billetes y dijo—: ¿Ven?

Después apoyó el codo en la mesa y se inclinó hacia los dos señores.

—Señores, yo podría proporcionarles un big business. ¿Cómo se dice?

—Un gran negocio.

Yes, un gran negocio. Pero ustedes tendrían que poner quince… ¡esperen!, quince o dieciséis millones de coronas. ¿Qué les parece?

Los dos señores se miraron una vez más algo intranquilos. Los redactores, desde luego, tienen sus experiencias sobre las más extraordinarias clases de locos, estafadores e inventores.

—Esperen —dijo el capitán—, puedo mostrarles algo. —Buscó con sus gruesos dedos en el bolsillo del chaleco, sacó algo y lo puso sobre la mesa. Eran tres perlas rosadas del tamaño de huesos de cerezas. —¿Entienden ustedes de perlas?

—¿Qué valor pueden tener? —jadeó el señor Valenta.

Yes, lots ofmoney, muchachos. Éstas las llevo solamente como muestra. Bueno qué, ¿quieren asociarse conmigo? —dijo alargando a través de la mesa su amplia mano.

El señor Golombek suspiró.

—Señor van Toch, ¡tanto dinero!…

—¡Alto! —le interrumpió el capitán—. Ya sé… tú no me conoces, pero pregunta por el capitán van Toch en Surabaya, en Batavia, en Padang, ¡donde quieras! Ve y pregunta, y todos te dirán: «Yes, Captain van Toch, he is as good as his word.»

—Señor van Toch, no es que no le creamos —protestó el señor Golombek—, pero…

—¡Espera! —ordenó el capitán—. Ya sé, tú no quieres dar tu bonito dinero sólo porque sí. ¡Eso es elogiable, muchacho! Pero vas a invertir tu dinero en un barco, ¿comprendes? Tú compras el barco, te conviertes en naviero y podrás venir conmigo. Yes, puedes venir y verás cómo lo administro. Pero el dinero que se saque con él serífifty-fifty. Es un negocio honrado, ¿no?

—Pero, señor van Toch —pudo articular por fin el señor Golombek un poco agobiado—, ¡si no tenemos tanto dinero!

—¡Aja! Eso ya es otro cantar —dijo el capitán—. Sorry, señores, pero entonces no comprendo por qué han venido a verme.

—Para que nos cuente su vida, capitán. ¡Usted debe de haber vivido tantas experiencias!

—Eso sí, muchachos; ¡muchas experiencias tengo yo!

—¿Ha naufragado usted alguna vez?

—¿Qué quiere decir? Ship-wrecking? ¡Eso no! ¿Qué te has creído tú, hombre? Si me das un buen barco, no puede ocurrir-le nada. Si quieres informes sobre mí, pregunta en Amsterdam, pregunta.

—¿Y qué tal los nativos de aquellas islas? ¿Conoció usted a muchos nativos?

El capitán van Toch sacudió la cabeza.

—Eso no es tema para gente culta. Esas cosas se callan.

—Pues cuéntenos cualquier otra cosa.

Yes, contar —gruñó el capitán con desconfianza—. Y ustedes, después, van con el cuento a cualquier compañía y ella envía allí sus barcos. Te digo, my lad, que la gente es muy ladrona. Y los más ladrones son esos banqueros de Colombo.

—¿Ha estado muchas veces en Colombo?

Yes, muy a menudo. Y también en Bangkok y en Manila. ¡Jóvenes! —dijo de pronto—, yo sé de un barco muy útil a un precio muy barato, que está en Rotterdam. Vengan conmigo a verlo. Rotterdam está ahí al lado —y señaló con el índice por encima del hombro—. Ahora los barcos están muy baratos, a precio de chatarra. Éste es un barco de unos seis años, con motor diesel. ¿Quieren verlo, muchachos?

—No tenemos tiempo, señor van Toch.

—¡Qué gente tan rara son ustedes! —suspiró el capitán, y se sonó ruidosamente en el cielo azul de su inmenso pañuelo—. ¿Y no saben de alguien que quiera comprar un barco?

—¿Aquí, en Jevícko?

Yes, aquí o cerca de aquí. Yo quisiera que este gran negocio lo hiciese alguien de mi tierra.

—Es usted muy bondadoso, capitán.

Yes, porque los otros son demasiado ladrones y, además, no tienen dinero. Ustedes, como periodistas, deben conocer a los peces gordos de por aquí, banqueros, shipowners… ¿cómo se dice? ¿navegadores?

—Navieros. No, no conocemos a nadie, señor van Toch.

—¡Es lástima! —exclamó contrariado el capitán.

El señor Golombek trató de recordar.

—Quizá conozca usted al señor Bondy.

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