David Brin - La rebelión de los pupilos

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La rebelión de los pupilos: краткое содержание, описание и аннотация

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Mientras las armadas galácticas se enfrentan en la búsqueda de la antigua flota de los Progenitores, una brutal raza alienígena ocupa el agonizante planeta Garth. Los numerosos pupilos que lo habitan deben luchar contra sus amos o someterse a l extinción final. También está en peligro la Sociedad Terrestre y la misma Tierra, e incluso el destino de las Cinco Galaxias.
Arrolladora, brillantemente construida, imaginativa, y dramática, ésta es una inolvidable historia de aventura y sorpresa salida de la pluma de uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la actualidad.

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Robert se dio cuenta de que su corazón latía con fuerza. Los puños apretados eran un indicio de la cantidad de tensión que estaba enraizada en ese tema. Después de todo, siempre resulta frustrante que el universo amenace con caérsete encima, pero lo es mucho más si los acontecimientos que lo han provocado tienen lugar a kilo parsecs de distancia, en medio de tenues estrellas rojas que ni siquiera se ven desde casa.

Los ojos de párpados oscuros de Athaclena se encontraron con los suyos y, por primera vez, pudo notar en ellos un toque de comprensión. Su mano izquierda de largos dedos se movió en sentido rotatorio.

—He oído todo lo que has dicho, Robert, y sé que muchas veces juzgo las cosas demasiado deprisa. Es un defecto que mi padre me insta constantemente a superar. Pero tienes que recordar que nosotros, los tymbrimi, hemos sido los protectores y aliados de la Tierra desde que vuestras grandes, viejas y lentas naves entraron en nuestra zona del espacio, hace ochenta y nueve paktaars. A veces resulta pesado, y debes perdonar si en alguna ocasión lo demostramos.

—¿Qué es lo que resulta pesado? —Robert estaba confundido.

—Bueno, el que desde el Contacto hayamos tenido que aprender y soportar ese conjunto de chasquidos y gruñidos lobeznos a los que tenéis el descaro de llamar lenguaje.

La expresión de Athaclena era apacible, pero Robert creyó que podía sentir en aquel momento un leve algo que emanaba de sus zarcillos ondulantes. Parecía querer significar lo que una muchacha humana expresaría con una sutil expresión facial. Evidentemente le estaba tomando el pelo.

—Ja, ja. Muy divertido. —Clavó la vista en el suelo.

—Pero, en serio, Robert, ¿no hemos estado, durante las siete generaciones pasadas desde el Contacto, aconsejándoos a los humanos y a vuestros pupilos que vayáis despacio? El Streaker no tendría que haber estado curioseando en sitios a los que no pertenecía, al menos mientras vuestro pequeño clan de razas sea tan joven y desvalido. No podéis seguir metiendo las narices en las reglas para ver cuáles son rígidas y cuáles son blandas.

—Más de una vez eso nos ha supuesto una recompensa.

—Sí, pero vuestros, ¿cómo es la palabra adecuada?, vuestros tejados pueden caer sobre vuestras casas. Robert, los fanáticos no desistirán ahora que sus pasiones están enaltecidas. Perseguirán la nave de los delfines hasta que la capturen. Y si no pueden conseguir su información de este modo, otros clanes poderosos como los jofur y los soro buscarán algún medio de alcanzar sus objetivos.

Las motas de polvo centelleaban dentro y fuera de los estrechos haces de luz solar. Unos charcos dispersos de agua de lluvia brillaban cuando los rayos de luz los alcanzaban. En silencio, Robert frotaba con los pies el blando humus sabiendo perfectamente bien a qué se refería Athaclena.

Si los jofur, los soro, los gubru y los tandu, esas poderosas razas galácticas que habían demostrado tantas veces su hostilidad a la Humanidad, fracasaban en su intento de capturar al Streaker, su siguiente paso sería obvio. Tarde o temprano, algunos de los clanes dirigiría su atención a Garth, Atlast o Calafia, los destacamentos terrestres más alejados y desprotegidos, en busca de rehenes para apoderarse del misterioso secreto de los delfines. Era una táctica incluso permisible dentro de las flexibles estructuras establecidas por el Instituto Galáctico para las contiendas civilizadas.

¡Vaya civilización!, pensó Robert con amargura. Lo que resultaba irónico es que los delfines ni siquiera se comportarían tal como los pedantes galácticos esperaban de ellos.

De acuerdo con la tradición, las razas pupilas debían fidelidad y lealtad a sus tutores, las razas de viajeros especiales que los habían elevado a una completa sensitividad. Los humanos lo habían hecho con los chimpancés pan y con los delfines tursiop, antes incluso del Contacto con otros alienígenas viajeros del espacio. Al hacerlo, la Humanidad había imitado sin saberlo los modelos que habían regido en las Cinco Galaxias al menos durante tres mil millones de años.

Según la tradición, los pupilos servían a sus tutores durante mil siglos o más, hasta que el contrato de aprendizaje terminaba y les permitía a su vez buscar nuevos pupilos. Pocos clanes galácticos creían o comprendían cuánta libertad les habían dado los humanos de la Tierra a los delfines y a los chimps. Era difícil saber lo que harían los neodelfines de la tripulación del Streaker si los humanos eran tomados como rehenes. Pero, al parecer, eso no iba a hacer desistir a los ETs de intentarlo. Los puestos de escucha distantes habían confirmado lo peor.

Las flotas de guerra estaban acercándose a Garth en el mismo momento en que él y Athaclena estaban allí hablando.

—¿Qué tiene más valor, Robert —Athaclena preguntaba con suavidad—, esa colección de cascos espaciales antiguos que se supone que los delfines han encontrado, objetos que no tienen ningún significado para un clan joven como el vuestro, o vuestros mundos, con sus granjas, parques y ciudades-órbitas? No puedo comprender la lógica de vuestro Concejo de Terragens, al ordenar al Streaker que guarde su secreto, cuando vosotros y vuestros pupilos estáis tan indefensos.

Robert volvió a clavar los ojos en el suelo. No tenía ninguna respuesta para ella. Contemplado de ese modo, parecía ilógico. Pensó en sus condiscípulos y amigos, reuniéndose para ir a la guerra sin él, a pelear por unos intereses que ni siquiera comprendían. Era muy duro.

Para Athaclena resultaba igualmente difícil, alejada de su padre, atrapada en un mundo extraño cuyas disputas poco o nada tenían que ver con ella. Robert decidió concederle la última palabra. Por otro lado, había visto más que él del universo y además tenía la ventaja de proceder de un clan más antiguo y de un estatus más alto.

—Tal vez tengas razón —le dijo—. Tal vez tengas razón.

Pero tal vez, se dijo mientras le ayudaba a levantar su mochila y se ponía la propia a la espalda para la siguiente etapa de su viaje, tal vez una joven tymbrimi puede ser tan ignorante y testaruda como un humano joven, cuando está un poco asustada y lejos de su hogar.

5. FIBEN

Patrullera TAASF Bonobo llamando a patrullera Procónsul… Fiben, estás de nuevo fuera de sincronización. Vamos, viejo chimp, intenta arreglarlo, ¿quieres?

Fiben luchaba con los controles de su vieja nave espacial de fabricación alienígena. Sólo el micrófono abierto le impedía expresar su frustración de un modo irreverente. Finalmente, golpeó desesperado el panel de mandos provisional que los técnicos habían instalado en Garth.

¡Funcionó! Una luz roja se apagó al tiempo que los nonios de antigravedad se liberaron. Fiben suspiró. ¡Por fin!

Por supuesto, su placa de protección visual, con todo aquel esfuerzo, se había empañado.

—Después de todo ese tiempo, uno pensaría que podrían crear un traje de mono decente —gruñó mientras ponía en marcha el desempañado. No había pasado más de un minuto antes de que las estrellas reaparecieran.

¿Qué es eso, Fiben? ¿Qué has dicho?

—He dicho que tendré este trasto en línea a tiempo. Los ETs no se decepcionarán.

El argot popular para designar a los alienígenas galácticos tenía su raíz en la abreviación de la palabra «extraterrestres». Pero a Fiben también le hacía pensar en la comida. [1] Eat en inglés significa comer y se pronuncia casi como ETs. (N. del T.) Había subsistido con la pasta de la nave durante días. ¡Hubiera dado cualquier cosa por un buen pollo fresco y un bocadillo de hojas de palmito!

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