Iain Banks - A barlovento

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Fue uno de los incidentes menos gloriosos de una antigua guerra.
Provocó la destrucción de dos soles y de los miles de millones de vidas que sustentaban.
Ahora, ochocientos años después, la luz del primero de estos antiguos errores ha llegado al orbital de la Cultura Masaq. La luz del segundo podría no llegar a hacerlo.

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En los cielos, la capa que cubría el cielo se apagó con un parpadeo y allí arriba, (cerca de un borde del margen del estadio), fue como si la primera nova, Portisia, acabara de aparecer detrás de una nube.

La sinfonía La luz que expira comenzó con un susurro que fue creciendo e hinchándose hasta que explotó en un único estallido discordante y arrojado de música; una mezcla de acordes y puro ruido que tuvo su eco en el cielo con un espeluznante estallido de aire brillante, cuando un inmenso meteorito se hundió en la atmósfera justo encima del estadio y explotó. Su sonido estridente, asombroso, aterrador, desgarrador, llegó de repente entre el sosiego hipnótico de la música, haciendo que todo el mundo (al menos todo el mundo del que era consciente Quilan, incluyéndose él mismo) diera un salto.

La oleada del trueno recorrió el gran anfiteatro del cielo que rodeaba el lago y el estadio que tenía en el centro. Los rayos golpeaban la tierra y abrían con una lanza el suelo distante. En el cielo eclosionaron escuadrones y flotas de estelas de meteoritos disparados mientras los pliegues de las auroras y los efectos que cubrían todo el cielo, y cuyo origen era difícil adivinar, llenaban la mente y golpeaban el ojo, al tiempo que la música azotaba el oído.

Varios visuales de la guerra y otras imágenes más abstractas llenaron el aire justo encima del escenario y los cuerpos de los bailarines, que giraban, caían y se entrelazaban.

Muy cerca del centro furioso de la obra, mientras el trueno tocaba un bajo y la música rodaba sobre él y por todo el auditorio como una criatura salvaje, enjaulada y desesperada por escapar, ocho estelas del cielo no terminaron en estallidos de aire ni se desvanecieron, sino que se estrellaron contra el lago, alrededor del estadio, y crearon ocho geiseres altos y repentinos de agua blanca iluminada que surgieron como una explosión de las aguas oscuras y tranquilas, como si ocho inmensos dedos subterráneos hubiera intentado de repente alcanzar el cielo.

Quilan creyó oír chillar a la gente. El estadio entero, el kilómetro entero de diámetro, se agitó y tembló cuando las olas creadas por los estallidos del lago se estrellaron contra el gigantesco navío. La música pareció coger el miedo, el terror y la violencia del momento, y salir corriendo y gritando con ella, arrastrando al público a su paso como un jinete desmontado atrapado por el estribo de una montura aterrorizada.

Una calma terrible se posó sobre Quilan en su asiento, donde se había encogido azotado por la música, asaltado por las oleadas y escarpias de luz. Era como si sus ojos formaran dos túneles en su cráneo y el alma se le fuera cayendo por esa ventana compartida al universo, como si cayera de espaldas sin parar por un pasillo profundo y oscuro mientras el mundo se encogía y se convertía en un círculo pequeño de luz y oscuridad en algún lugar de las sombras que quedaban arriba. Como si se hundiera por un agujero negro, pensó para sí. O quizá fuera Huyler.

Era como si se estuviera cayendo de verdad. Era como si de verdad no pudiera parar. El universo, el mundo, el estadio, le parecían muy lejanos, inalcanzables. Le disgustó un poco pensar que se estaba perdiendo el resto del concierto, la conclusión de la sinfonía. ¿Pero qué precio había pagado por esa claridad y proximidad y dónde se encontraba la relevancia de estar allí y usar o no una pantalla de aumento y amplificación cuando todo lo que había visto hasta ese momento había quedado distorsionado por las lágrimas que le bañaban los ojos y todo lo que había oído lo había ahogado el clamor de la culpa por lo que había hecho, lo que había posibilitado y lo que iba a ocurrir con toda seguridad?

Se lo preguntó mientras caía en esa oscuridad que todo lo rodeaba y el mundo quedaba reducido a un único y no demasiado brillante punto de luz sobre él (no más luminoso que una nova alejada casi mil años enteros), como si lo hubieran drogado. Suponía que todos los habitantes de la Cultura estarían aumentando la experiencia con secreciones glandulares, haciendo que la realidad de la experiencia fuera al mismo tiempo más y menos real.

Aterrizó con un golpe seco. Se sentó y miró a su alrededor.

Vio una luz lejana a un lado. Una vez más, no demasiado brillante. Se puso de pie. El suelo era cálido y con solo un toque de flexibilidad. No olía a nada y no se oía nada salvo su propia respiración y los latidos de su corazón. Levantó la cabeza. Nada.

~ ¿Huyler?

Esperó un momento. Después un momento más.

~ ¿Huyler?

»¿Huyler? gritó.

Nada.

Permaneció allí y disfrutó del silencio durante un rato, luego se encaminó hacia un fulgor lejano.

La luz procedía de una banda del orbital. Quilan entró en lo que parecía la galería panorámica del Centro. El lugar parecía desierto. El orbital giraba a su alrededor de una forma implícita, sin ningún tipo de prisa. El chelgriano avanzó un poco más, pasó junto a sofás y sillones, hasta que llegó al que estaba ocupado.

El avatar, iluminado por la luz reflejada de la superficie del orbital, levantó la cabeza cuando se acercó Quilan y le dio unos golpecitos al asiento ondulado que tenía junto a él. La criatura estaba vestida con un traje de color gris oscuro.

Quilan dijo . Gracias por venir. Por favor, siéntese. Los reflejos se deslizaban por su piel plateada, perfecta como luz líquida.

Quilan se sentó. El sillón ondulado era perfecto para él.

¿Qué estoy haciendo aquí? preguntó. Su voz le sonó extraña. Entonces se dio cuenta de que no había ecos.

Pensé que debíamos hablar dijo el avatar.

¿Sobre qué?

Sobre lo que vamos a hacer.

No lo entiendo.

El avatar levantó un objeto diminuto, parecido a una joya, la sujetaba en una pinza de dedos plateados. El objeto resplandecía como un diamante. En el centro tenía una tara diminuta de oscuridad.

Mire lo que he encontrado, comandante.

No sabía qué decir. Después de lo que le pareció mucho tiempo, pensó:

~ ¿Huyler?

El momento continuó. El tiempo parecía haberse detenido. El avatar podía seguir sentado, perfecta, total, inhumanamente quieto.

Había tres le dijo Quilan.

El avatar esbozó una fría sonrisa, buscó en el bolsillo superior del traje y sacó otras dos joyas iguales.

Sí, ya lo sé. Gracias.

Tenía un compañero.

¿El tío de su cabeza? Eso nos pareció.

¿Así que he fracasado?

Sí, pero hay un premio de consolación.

¿Y cuál es?

Se lo diré más tarde.

¿Y ahora qué pasa?

Escuchamos el final de la sinfonía. Le tendió una esbelta mano plateada . Coja mi mano.

Quilan le cogió la mano. Había vuelto al estadio Stullien, pero esa vez estaba por todas partes. Miró hacia abajo y lo vio desde mil ángulos diferentes, se había convertido en el estadio en sí, en sus luces, en sus sonidos, en la propia estructura. Al mismo tiempo podía ver todo lo que rodeaba el estadio, el cielo, el horizonte, todo lo que tenía alrededor. Experimentó un largo instante de vértigo aterrador, un vértigo que parecía empujarlo no hacia abajo, sino en todas direcciones a la vez. Iba a romperse en pedazos, iba a disolverse sin más.

~ Aguante le dijo la voz hueca del avatar.

~ Eso intento.

La música y las imágenes lo envolvieron, lo abrumaron, lo atravesaron y llenaron de luz. La sinfonía continuó adelante, aproximándose a una secuencia de resoluciones y cadencias que eran un pequeño pero titánico reflejo de toda la obra, del resto del concierto anterior, de la propia guerra.

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