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Isaac Asimov: Fundación y Tierra

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Isaac Asimov Fundación y Tierra

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La serie de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación y Los límites de la Fundación) es la obra de ciencia ficción más leída de todos los tiempos. Como gran acontecimiento editorial, la saga monumental continúa con Fundación y Tierra, que es la quinta y más emocionante novela de la serie. Golan Trevize, ex consejero de la Primera Fundación, se encuentra con que debe realizar una tarea formidable: determinar el futuro del desarrollo galáctico. Pero, ¿qué fuerza instintiva ha llevado a Trevize a esta extraordinaria idea? ¿Procede acaso de lo más profundo de la Historia antigua de otro gran mundo llamado Tierra? Trevize tiene que saber la respuesta a estas preguntas. Al descubrir que toda referencia a la Tierra ha desaparecido misteriosamente de la Biblioteca Galáctica de Trantor, sale en busca del planeta «perdido». Y él y sus compañeros, el historiador Janov Pelorat y la hermosa gaiana Bliss, al viajar de un mundo prohibido a otro, se enfrentan audazmente a una odisea llena de peligros, de la que dependerá el destino del Imperio y de la propia Humanidad. Continuación de la serie «La Fundación». Ésta es una novela soberbia en la que vemos cómo la Humanidad, en un lejano futuro galáctico, busca sus orígenes en un planeta perdido llamado Tierra…

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—Pues sí…, y no. Existe una delicada cuestión legal a ese respecto, y no estoy seguro de cómo la interpreta Comporellon. Supongo que existe la posibilidad de que nos nieguen la entrada, pero creo que esta posibilidad es bastante remota.

—¿Qué haremos si nos rechazan?

—No lo sé —dijo Trevize—. Esperemos a ver lo que ocurre antes de hacer planes para tal contingencia.

Ya se encontraban lo bastante cerca de Comporellon para que éste apareciese ante ellos como un globo de gran tamaño sin necesidad de ampliación telescópica. Cuando la ampliación fue hecha, pudieron ver las estaciones de entrada. Estaban mucho más lejos del planeta que la mayoría de las otras estructuras que había en órbita a su alrededor, y se hallaban bien iluminadas.

Como la Far Star llegaba de la dirección del polo sur del planeta, la mitad de la esfera de éste aparecía constantemente iluminada por el sol. Las estaciones de entrada en la mitad donde era de noche se veían con más claridad, como chispas de luz. Aparecían espaciadas con regularidad formando un arco alrededor del planeta. Seis de ellas eran visibles (debía haber otras seis en el lado iluminado) y todas giraban alrededor del planeta a idéntica velocidad regular.

—Hay otras luces más cercanas al planeta. ¿Qué son? —dijo Pelorat, un poco asombrado ante aquella visión.

—No lo conozco con detalle —respondió Trevize— y por eso no puedo aclarártelo. Podrían ser fábricas o laboratorios u observatorios puestos en órbita, o incluso ciudades-naves pobladas. En algunos planetas, prefieren mantener oscurecidos todos los objetos en órbita, a excepción de las estaciones de entrada. Tal es el caso, por ejemplo, de Terminus. Por lo visto, Comporellon se rige por un principio más liberal.

—¿A qué estación de entrada nos dirigiremos, Golan?

—Eso dependerá de ellos. Yo he enviado la solicitud de aterrizaje en Comporellon, y tienen que contestarnos diciéndonos a qué estación de entrada debemos ir, y cuándo. Supongo que estará en función de la cantidad de naves que estén tratando de entrar en este momento. Si hay una docena de ellas haciendo cola en cada estación, no tendremos más remedio que armarnos de paciencia.

—Sólo he estado dos veces a distancias hiperespaciales de Gaia antes de ahora, y ambas fueron cuando me encontraba en Sayshell, o cerca de allí. Nunca había estado a esta distancia —dijo Bliss.

Trevize la miró vivamente.

—¿Qué importa eso? Sigues siendo Gaia, ¿no?

Ella pareció irritarse durante un momento, pero su enojo se disolvió en una risita casi avergonzada.

—Debo confesar que esta vez me has pillado, Trevize. La palabra «Gaia» tiene un doble significado. Puede emplearse para designar el planeta físico como un sólido objeto esférico en el espacio. Y también para designar el objeto vivo que incluye aquella esfera. Si tuviésemos que hablar con propiedad, tendríamos que emplear dos palabras diferentes para ambos conceptos desiguales, pero los gaianos sabemos siempre por el contexto el significado que hay que darle. Reconozco que un Aislado puede ser inducido a veces a error.

—Entonces —dijo Trevize—, sabiendo que estás a muchos miles de pársecs de Gaia como globo, ¿todavía eres parte de Gaia como organismo?

—En lo que respecta al organismo, lo sigo siendo.

—¿Sin atenuación?

—No en esencia. Creo que ya te he dicho que es un poco más complejo continuar siendo Gaia a través del hiperespacio, pero lo soy.

—¿Se te ha ocurrido pensar —dijo Trevize— que Gaia puede ser considerada como un kraken (Fabuloso monstruo marino escandinavo. [N. del T.]) galáctico, el monstruo de las leyendas cuyos tentáculos llegan a todas partes? Sólo tenéis que poner unos pocos gaianos en cada uno de los mundos habitados y tendréis virtualmente la Galaxia allí. En realidad, es quizá lo que habéis hecho exactamente. ¿Dónde están localizados vuestros gaianos? Supongo que uno o más estarán en Terminus y otros tantos en Trantor. ¿Hasta dónde se extiende esto?

Bliss pareció claramente incómoda.

—Dije que no te mentiría, Trevize, pero eso no significa que me crea obligada a contarte toda la verdad. Hay algunas cosas que no necesitas conocer, y la situación y la identidad de fragmentos individuales de Gaia son algunas de ellas.

—¿y no puedo saber la razón de la existencia de estos tentáculos, Bliss, aunque no sepa dónde están?

—En opinión de Gaia, no.

—Pero supongo que puedo tratar de adivinarlo. Os creéis los guardianes de la galaxia.

—Deseamos tener una galaxia estable y segura; que sea pacifica y próspera. El «Plan Seldon», al menos tal como fue concebido por Hari Seldon en principio, está encaminado a desarrollar un Segundo Imperio galáctico que sea más estable y más viable que el Primero. El «Plan», que ha sido continuamente modificado y mejorado por la Segunda Fundación, ha funcionado bien hasta ahora.

—Pero Gaia no quiere un Segundo Imperio galáctico en el sentido clásico, ¿verdad? Queréis Galaxia, una Galaxia viva.

—Ya que tú lo permites, esperamos, con el tiempo, tener Galaxia.

Si no lo hubieses permitido, habríamos trabajado para el Segundo Imperio de Seldon, haciéndolo lo más seguro posible.

—Pero, ¿qué hay de malo en…? Su oído captó la suave y zumbadora señal—. El ordenador me llama. Supongo que está recibiendo instrucciones concernientes a la estación de entrada. Volveré enseguida.

Pasó a la cabina-piloto y colocó las manos sobre las marcadas en el tablero, y supo que había instrucciones sobre la estación de entrada específica a la que debía dirigirse: sus coordenadas con referencia a la línea desde el centro de Comporellon hasta su polo norte; también le daban la ruta que la nave tendría que seguir para acercarse a ella.

Trevize hizo constar su aceptación y se retrepó un momento en su silla.

¡El «Plan Seldon»! Hacia mucho tiempo que no pensaba en él. El Primer Imperio Galáctico se había derrumbado y, durante quinientos años, la Fundación había crecido, primero en competencia con ese Imperio, y después sobre sus ruinas…, todo ello de acuerdo con el «Plan». Había habido la interrupción del Mulo, que durante un tiempo estuvo amenazando con destrozar el «Plan», pero la Fundación había seguido adelante, quizá con la ayuda de la siempre oculta Segunda Fundación y posiblemente con la de la todavía más oculta Gaia.

Ahora el «Plan» estaba amenazado por algo más grave que el Mulo. Iba a ser desviado de una renovación del Imperio hacia algo completamente distinto de todo lo registrado en la Historia: Galaxia. Y él había convenido en esto.

Pero, ¿por qué? ¿Tenía el «Plan» algún defecto? ¿Un defecto básico?

Por un fugaz instante, Trevize tuvo la impresión de que tal defecto existía en realidad y de que él sabia de qué se trataba, lo había sabido cuando tomó su decisión; pero el conocimiento…, si es que era tal…, se desvaneció tan rápido como había llegado, y le dejó sin nada.

Tal vez se tratase de una ilusión, tanto cuando había tomado su decisión, como ahora. A fin de cuentas, nada sabía acerca del «Plan», más allá de las presunciones básicas justificadas por la psicohistoria.

Aparte de eso, no conocía ningún detalle, ni, ciertamente, nada de sus matemáticas.

Cerró los ojos y pensó…

No había nada.

Tal vez el poder añadido que le dona el ordenador… Colocó las manos sobre el tablero y sintió el calor de las del ordenador en las suyas. Cerró los ojos de nuevo y pensó una vez más…

Todavía no había nada.

El comporelliano que abordó la nave llevaba una tarjeta hológrafa de identidad. Ésta reproducía su mofletuda y ligeramente barbuda cara con notable fidelidad, y al pie figuraba su nombre: A. Kendray.

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