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Isaac Asimov: Fundación y Tierra

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Isaac Asimov Fundación y Tierra

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La serie de la Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación y Los límites de la Fundación) es la obra de ciencia ficción más leída de todos los tiempos. Como gran acontecimiento editorial, la saga monumental continúa con Fundación y Tierra, que es la quinta y más emocionante novela de la serie. Golan Trevize, ex consejero de la Primera Fundación, se encuentra con que debe realizar una tarea formidable: determinar el futuro del desarrollo galáctico. Pero, ¿qué fuerza instintiva ha llevado a Trevize a esta extraordinaria idea? ¿Procede acaso de lo más profundo de la Historia antigua de otro gran mundo llamado Tierra? Trevize tiene que saber la respuesta a estas preguntas. Al descubrir que toda referencia a la Tierra ha desaparecido misteriosamente de la Biblioteca Galáctica de Trantor, sale en busca del planeta «perdido». Y él y sus compañeros, el historiador Janov Pelorat y la hermosa gaiana Bliss, al viajar de un mundo prohibido a otro, se enfrentan audazmente a una odisea llena de peligros, de la que dependerá el destino del Imperio y de la propia Humanidad. Continuación de la serie «La Fundación». Ésta es una novela soberbia en la que vemos cómo la Humanidad, en un lejano futuro galáctico, busca sus orígenes en un planeta perdido llamado Tierra…

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—Como cuando tuvimos la suerte de conocerte.

—Sí, Pel —le dijo con una afectuosa sonrisa—. O incluso tenemos que visitar Sayshell y otras regiones estelares por diversas razones…, clandestinas por lo general. Pero, clandestinamente o no, siempre significa el Salto y, desde luego, cuando cualquier parte de Gaia salta, toda Gaia lo siente.

—Mal asunto —dijo Pel.

—Podría ser peor. La gran masa de Gaia no efectúa el Salto, por lo que su efecto resulta sumamente diluido. Pero yo parezco sentirlo con mucha más intensidad que la mayoría de Gaia. Como muchas veces he dicho a Trevize, aunque todo lo de Gaia es Gaia, los componentes individuales no son idénticos. Tenemos nuestras diferencias, y mi constitución es, por alguna razón, particularmente sensible al Salto.

—¡Espera! —dijo Pelorat, recordando de pronto—. Trevize me lo explicó una vez. Es en las naves corrientes donde se sufre la peor sensación. En esas naves, uno abandona el campo de gravitación galáctico al entrar en el hiperespacio, y vuelve a él al regresar al espacio ordinario. La salida y el regreso son los que producen la sensación. Pero la Far Star pertenece a una serie de naves gravíticas. Es independiente del campo de gravitación y no se mueve realmente de él. Por esa razón, no sentimos nada. Puedo asegurártelo, querida, por experiencia personal.

—Eso es estupendo. Ojalá hubiese pensado en hablar contigo de este asunto. Me habría ahorrado muchos temores.

—También tiene otra ventaja —añadió Pelorat, satisfecho de su desacostumbrado papel como comentarista de materias astronáuticas—. Las naves ordinarias tienen que apartarse a gran distancia de las grandes masas, como las estrellas, para dar el Salto. La razón es, en parte, que cuanto más cerca se hallen de una estrella, el campo de gravitación será más intenso, y más pronunciada la sensación del Salto. Además, cuanto más intenso sea el campo gravitatorio, tanto más complicadas resultarán las ecuaciones que deberán resolver para realizar el Salto con seguridad y terminar en el punto del espacio ordinario al que se quiere llegar.

»En cambio, en una nave gravítica, no hay sensación de Salto digna de mención. Además, el ordenador de esta nave es mucho más avanzado que los ordinarios y puede resolver cualquier ecuación, por muy complicada que sea, con habilidad y rapidez inusitadas. Como resultado de todo ello, en vez de tener que alejarse de una gran masa durante un par de semanas a fin de alcanzar una distancia segura y cómoda para el Salto, la Far Star sólo necesita viajar dos o tres días. Esto ocurre, sobre todo, porque no estamos sujetos a un campo gravitatorio y, por consiguiente, a los efectos de la inercia y podemos acelerar con mucha más rapidez que lo haríamos en una nave ordinaria. Confieso que no lo entiendo, pero es lo que Trevize me dice.

—Es algo magnifico —se entusiasmó Bliss— y hay que reconocer que Trev tiene mucho mérito por saber manejar una nave tan extraordinaria como ésta.

Pelorat frunció ligeramente el ceño.

—Por favor, Bliss, di «Trevize».

—Ya lo hago, ya lo hago. Aunque, en su ausencia, me relajo un poco.

—No lo hagas. No debes ceder a tu costumbre en absoluto, querida. Él es muy susceptible a este respecto.

—No sobre eso, lo es en lo que respecta a mí. No le gusto.

—Eso no es cierto —dijo Pelorat ansioso—. Le he hablado sobre ello. No, no me frunzas el ceño. Mostré un tacto extraordinario, niña querida. Y él me aseguró que no le disgustas. Recela de Gaia, y lamenta el hecho de tener que hacerlo por el futuro de la Humanidad. En eso no podemos hacer concesiones. Pero lo superará poco a poco cuando vaya comprendiendo las ventajas de Gaia.

—Espero que sea así, pero no sólo se trata de Gaia. A pesar de cuanto él te diga, Pel, y recuerda que te quiere mucho y no desea herir tus sentimientos, mi persona le disgusta.

—No, Bliss. Él no es así.

—No todo el mundo está obligado a quererme porque tú me ames, Pel. Deja que me explique. Trev…, está bien, Trevize…, piensa que soy un robot.

Una expresión de estupefacción se pintó en el semblante ordinariamente impávido de Pelorat.

—Es imposible —dijo—. Él no puede pensar que eres un ser humano artificial.

—¿Por qué te resulta tan sorprendente? Gaia fue colonizada con la ayuda de robots. Es un hecho sabido.

—Los robots pueden ayudar, como las máquinas pueden hacerlo, pero fueron personas quienes colonizaron Gaia, personas de la Tierra.

Esto es lo que Trevize piensa. Sé que lo piensa.

—No hay nada acerca de la Tierra en la memoria de Gaia, como os dije a Trevize y a ti. En cambio, en nuestras más viejas memorias, incluso después de tres mil años, permanecen algunos robots dedicados a terminar la tarea de convenir a Gaia en un mundo habitable. En aquella época, también estábamos formando a Gaia como una conciencia planetaria; eso costó mucho tiempo, mi querido Pel, y ésta es otra de las razones de que nuestros más antiguos recuerdos aparezcan confusos, y quizá no fueron borrados por causa de la Tierra, como Trevize piensa…

—Sí, Bliss —dijo ansiosamente Pelorat—, pero, ¿qué me dices de los robots?

—Bueno, cuando Gaia fue formada, los robots se marcharon. No queríamos una Gaia en la que hubiese robots, porque estábamos, y estamos, convencidos de que un componente robótico resulta, a la larga, perjudicial para una sociedad humana, tanto si ésta es de naturaleza aislada como si es planetaria. No sé cómo llegamos a una conclusión así, pero puede que estuviese basada en sucesos que se remontan a una época particularmente primitiva de la Historia de la Galaxia, de modo que la memoria de Gaia no puede recordarlos.

—Si los robots se marcharon…

—Sí, pero, ¿y si quedó alguno? ¿Y si yo fuese uno de ellos, tal vez de quince mil años de edad? Trevize sospecha esto.

Pelorat sacudió la cabeza lentamente.

—Pero no lo eres —dijo.

—¿Estás seguro de ello?

—Por supuesto que sí. Tú no eres un robot.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé, Bliss. No existe nada artificial en ti. Lo sé mejor de lo que nadie puede saberlo.

—¿No es posible que sea tan perfectamente artificial, en todos los aspectos, que nada pueda distinguirme de un ser natural? Si fuese así, ¿cómo podrías saber lo que me diferencia de un ser humano verdadero?

—No creo posible que sea tan perfectamente artificial —dijo Pelorat.

—¿Y si fuese posible, a pesar de lo que piensas?

—Sencillamente, no lo creo.

—Entonces, considerémoslo como un caso hipotético. Si yo fuese un robot indistinguible, ¿qué impresión te produciría?.

—Bueno, yo… yo…

—Concretemos. ¿Qué sentirías al hacer el amor a un robot?

Pelorat chascó de pronto los dedos medio y pulgar de la mano derecha.

—Mira, hay leyendas de mujeres que se enamoraron de hombres artificiales, y viceversa. Siempre pensé que había una significación alegórica en ello y nunca me imaginé que los cuentos pudiesen representar la verdad. Desde luego, Golan y yo nunca habíamos oído la palabra «robot» hasta que aterrizamos en Sayshell, pero, ahora que pienso en ello, aquellos hombres y mujeres artificiales tuvieron que ser robots. Por lo visto, tales robots existieron en los primitivos tiempos históricos. Y eso significa que las leyendas deberían ser reconsideradas.

Se sumió en un silencio reflexivo. Bliss, después de esperar un momento, dio unas súbitas y fuertes palmadas. Pelorat se sobresaltó.

—Querido Pel —dijo Bliss—, te estás valiendo de la mitografía para soslayar el tema. La cuestión es: ¿Qué sentirías al hacer el amor a un robot?

Él la miró, inquieto.

—¿Un robot realmente indistinguible? ¿Un robot que no se pudiese diferenciar de un ser humano?

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