Morgan Rice - El Destino De Los Dragones

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El Destino De Los Dragones: краткое содержание, описание и аннотация

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EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3 de El Anillo del Hechicero) nos lleva más profundamente al viaje épico de Thor, para convertirse en un guerrero, en su viaje a través del Mar de Fuego a la Isla de la Niebla del dragón. Un lugar implacable, hogar de los guerreros de mayor élite del mundo, los poderes y habilidades de Thor se profundiza mientras entrena. También sus amistades se hacen más sólidas, ya que se enfrentan juntos a las adversidades, más allá de lo que podían imaginar. Pero al encontrarse frente a monstruos inimaginables, Los Cien pasan rápidamente de una sesión de entrenamiento a un asunto de vida o muerte. No todos sobrevivirán. En el camino, los sueños de Thor, junto con sus misteriosos encuentros con Argon, seguirán persiguiéndolo, para presionarlo para tratar de aprender más acerca de quién es, quién es su madre, y cuál es la fuente de sus poderes. ¿Cuál es su destino? De regreso al Anillo, las cosas se están poniendo mucho peor. Mientras Kendrick es enviado a prisión, Gwendolyn se encuentra en la posición de tratar de salvarlo, para salvar al Anillo mediante el derrocamiento de su hermano Gareth. Ella busca pistas del asesino de su padre junto con su hermano Godfrey, y en el camino, los dos se hacen más unidos para lograr su causa. Pero Gwendolyn se encuentra en peligro de muerte al presionar demasiado, y puede estar descontrolándose. Gareth intenta blandir la Espada de la Dinastía y aprende lo que significa ser rey, embriagarse con el abuso de poder.

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"Pero no veo un muelle dónde atracar un barco", dijo Thor.

"Eso sería demasiado fácil", dijo Kolk.

"¿Entonces cómo llegaremos a la isla?", preguntó O’Connor.

Kolk sonrío, con una sonrisa malvada.

"Nadando", dijo.

Por un momento, Thor se preguntaba si estaba bromeando; pero luego se dio cuenta, por la mirada en su cara que no era así. Thor tragó saliva.

"¿Nadando?", Reece repitió, incrédulo.

"¡Esas aguas están repletas de criaturas!", dijo Elden.

"Oh, eso es lo de menos", continuó diciendo Kolk. "Las mareas son traicioneras; los remolinos los jalarán hacia abajo; las olas los estrellarán en esas piedras escarpadas; el agua estará caliente; y si logran ir más allá de las rocas, tendrán que encontrar una forma de escalar los acantilados, para llegar a tierra firme. Si las criaturas marinas no los atrapan primero. Bienvenidos a su nuevo hogar".

Thor se quedó ahí parado, con los demás, cerca de la borda, mirando hacia al mar de espuma debajo de él. El agua se arremolinaba debajo de él como un ser viviente, la marea se volvía más fuerte a cada segundo, moviendo el barco, haciendo más difícil mantener su equilibrio. Abajo, las aguas enfurecidas, se agitaban, en un rojo brillante que parecía contener la sangre del mismo infierno. Lo peor de todo, como Thor observó de cerca, es que las aguas estaban agitadas cada pocos metros hacia la superficie de otro monstruo del mar, elevándose, chasqueando sus dientes largos, luego sumergiéndose.

Su barco repentinamente bajó el ancla, lejos de la orilla, y Thor tragó saliva. Él miró las rocas que enmarcaban la isla y se preguntaba cómo le harían para ir de aquí para allá. El choque de las olas se hacía más fuerte a cada segundo, haciendo que los demás tuvieran que gritar para ser escuchados.

Al mirar, bajaron varios botes pequeños al agua, luego fueron guiados por los comandantes, lejos del barco, a unos 27 metros. No lograrían llegar tan fácilmente, tendrían que nadar para llegar a ellos.

De solo pensarlo, Thor sintió náuseas.

"¡SALTEN!", gritó Kolk.

Por primera vez, Thor sintió miedo. Se preguntó si eso lo hacía menos miembro de la Legión, menos guerrero. Él sabía que los guerreros deberían ser valientes en todo momento, pero tuvo que reconocer a sí mismo que ahora sentía miedo. Odiaba el hecho de temer, y deseaba que pudiera ser de otra manera. Pero temía.

Pero cuando Thor miró a su alrededor y vio los rostros aterrados de los otros chicos; se sintió mejor. A su alrededor, los chicos estaban parados cerca de la borda, congelados de miedo, mirando las aguas. Un chico en particular estaba tan asustado que temblaba. Era el chico del día de los escudos, el que había tenido miedo, que había sido obligado a dar vueltas.

Kolk debe haberlo intuido, porque cruzó el barco hacia él. Kolk parecía espontáneo mientras el viento echaba hacia atrás su cabello, haciendo muecas mientras caminaba, pareciendo listo para conquistar la propia naturaleza. Se acercó a su lado y frunció más el ceño.

"¡SALTA!”, gritó Kolk.

"¡No!" respondió el muchacho. "¡No puedo! ¡No voy a hacerlo! ¡Yo no sé nadar! ¡Lléveme a casa!

Kolk se acercó al muchacho, ya que empezaba a alejarse de la borda, lo agarró por la parte trasera de su camisa y lo levantó del suelo.

"¡Entonces aprenderás a nadar!", Kolk gruñó, y luego, ante la incredulidad de Thor, lanzó al muchacho por la borda.

El muchacho salió volando por el aire, gritando, mientras se desplomaba unos 4.5 metros hacia el mar con espuma. Aterrizó con un chapoteo, después flotó hacia la superficie, agitándose, tratando de respirar.

"¡AUXILIO!", gritó él.

"¿Cuál es la ley primera de la Legión?", gritó Kolk, volteando a ver a los demás chicos en el barco, ignorando al muchacho que estaba en el agua.

Thor estaba poco consciente de la respuesta correcta, pero también estaba muy distraído por la visión del muchacho, ahogándose por debajo, para responder.

"¡Para ayudar a un miembro de la Legión en necesidad!", Elden gritó.

"¿Y está necesitado?" Kolk gritó, señalando al muchacho.

El chico levantó sus brazos, subiendo y bajando del agua y los otros chicos estaban parados en cubierta, mirando, todos estaban demasiado asustados para lanzarse al agua.

En ese momento, algo raro le pasó a Thor. Al centrarse en el muchacho que se ahogaba, todo lo demás quedó atrás. Thor ya no pensaba en sí mismo. El hecho de que podría morir nunca pasó por su mente. El mar, los monstruos, las mareas… todo se desvanecía. En lo único que podía pensar era en rescatar a alguien.

Thor se acercó a la amplia borda, dobló sus rodillas y sin pensarlo, saltó alto en el aire, de cara hacia el rojo burbujeante de las aguas que estaban abajo.

CAPÍTULO CINCO

Gareth se sentó en el trono de su padre en el Gran Salón, frotándose las manos a lo largo de sus brazos suaves, de madera y mirando la escena ante él: miles de súbditos estaban atiborrados en la sala, la gente se reunía desde todos los rincones de El Anillo para ver este evento una vez en la vida, para ver si él podría esgrimir la Espada de la Dinastía. A ver si él era El Elegido. Desde que su padre era joven, la gente no había tenido la oportunidad de presenciar que se blandiera – y nadie parecía querer perdérselo. La emoción estaba en el aire, como una nube.

Gareth estaba entumecido, ante la expectativa.

Mientras veía que la sala continuaba llenándose, más y más personas estaban adentro, atiborradas, comenzó a preguntarse si los asesores de su padre habían tenido razón, si en efecto, había sido una mala idea blandirla en el Gran Salón y permitir la entrada al público. Le habían instado a intentarlo en la pequeña y privada Cámara de la Espada; le habían dicho que si fracasaba, pocas personas lo presenciarían. Pero Gareth no confiaba en la gente de su padre; sentía más confianza en sí mismo que en la vieja guardia de su padre, y quería que todo el reino presenciara su logro, para que fueran testigos de que él era El Elegido, en cuanto ocurriera. Él había querido que el momento quedara grabado en el tiempo. El momento en que su destino había llegado.

Gareth había entrado en la habitación, con estilo, se pavoneaba acompañado por sus asesores, llevaba su corona y su manto, empuñando su cetro—él quería que todos supieran que él, no su padre, era el verdadero rey, el verdadero MacGil. Como esperaba, no le había tomado mucho tiempo sentir que este era su castillo, que estos eran sus súbditos. Quería que su pueblo lo sintiera ahora, que esta demostración de poder fuera vista por todos. Después de hoy, todos sabrían con certeza que era el único y verdadero rey.

Pero ahora que Gareth estaba ahí sentado, solo, en el trono, mirando a las clavijas de hierro vacías, al centro de la habitación en la que se colocaría la espada, iluminado por un rayo de luz del sol que provenía del techo, no estaba tan seguro. La gravedad de lo que estaba a punto de hacer le pesó; sería un paso irreversible, y no había marcha atrás. ¿Qué pasaría si, en efecto, fracasaba? Intentó borrarlo de su mente.

La enorme puerta se abrió con un crujido en el otro extremo de la habitación, y con un silencio de emoción, todos en la sala callaron, ante la expectativa. Entraron marchando una docena de las manos más fuertes de la corte, sosteniendo la espada entre ellos, todos haciendo un esfuerzo con su peso. Seis hombres estaban parados a cada lado, marchando lentamente, dando un paso a la vez, llevando la espada hacia su lugar de reposo.

El corazón de Gareth se aceleró al verla acercarse. Por un breve momento, vaciló su confianza—si estos doce hombres, más grandes que cualquiera que hubiera visto, apenas podían sostenerla, ¿qué oportunidad había para él? Pero trató de borrar esos pensamientos de su mente—después de todo, la espada se trataba del destino, no de fuerza. Y se obligó a recordar que era su destino estar aquí, ser el primogénito de los MacGil, que sería rey. Buscó a Argon entre la multitud; por alguna razón tuvo un repentino e intenso deseo de buscar su consejo. Este era el momento en que más lo necesitaba. Por alguna razón, no podía pensar en nadie más. Pero por supuesto, él no se encontraba.

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