Simon Hawke - El peregrino

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Sorak el elfling parte en busca del misterioso hechicero al que se conoce como «El Sabio». Junto con Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para seguirlo en su misión, y la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero que ha huido de la caravana de un noble, Sorak se enfrenta a los desconocidos peligros del salvaje desierto athasiano. Lo persigue un enemigo cruel e implacable que no se detendrá ante nada para recuperara a la princesa que le ha sido arrebatada.

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Ryana no se molestó en explicarle que en realidad no realizaba ningún peregrinaje, al menos, no en la forma que él pensaba, y que al ir en busca del Sabio se habían embarcado en una misión que era ciertamente muy «política».

– Me sorprende que hayáis elegido la ruta septentrional alrededor de las montañas -comentó Torian-. La ruta meridional, pasando por Altaruk y Gulg, habría sido más corta.

– La ruta a través de las Planicies Pedregosas y por encima de las Montañas Barrera será aún más corta -dijo ella.

Ankhor y Torian se irguieron en sus asientos y la contemplaron con asombro.

– ¿Planeáis cruzar las planicies? -inquirió Ankhor-. Con todo respeto, señora, eso sería muy imprudente.

– Sería peor que imprudente -interpuso Torian-. Sería cosa de locos.

– Lo que mi amigo quiere decir… -empezó su anfitrión, en un esfuerzo por suavizar los comentarios de Torian, pero el noble lo interrumpió.

– He dicho exactamente lo que quería decir. -Miró a Sorak-. Si tienes intención de llevar a la sacerdotisa a través de las planicies, vas a llevarla a la muerte. Ningún hombre que haya intentado cruzar ese territorio ha vivido para contar su historia.

– Pero yo no soy un hombre, milord -dijo Ryana-. Y tampoco mi amigo. Él es un elfling.

– No ponemos en duda vuestras habilidades, señora -intervino lord Ankhor-. Es bien sabido que a las sacerdotisas de la orden villichi se las entrena desde la infancia para enfrentarse a todo tipo de adversidades, y Sorak aquí presente, sin ninguna duda, es muy capaz y posee grandes poderes de resistencia. Pero considerad el terreno que pensáis cruzar. No existe territorio más accidentado y peligroso en todo Athas que las Planicies Pedregosas. No encontraréis alimento ni para vosotros ni para vuestra montura. No hay agua. El terreno es rocoso y difícil de cruzar, por lo que es imposible avanzar deprisa. Durante el día, el sol cuece las planicies hasta que el calor asa los pies a través de los zapatos. Y eso sin mencionar los depredadores que acechan allí.

– Y si por algún milagro conseguís sobrevivir a las planicies, necesitaréis cruzar las montañas hasta el otro lado -añadió Torian-. Y os lo dice alguien que ha viajado por esa cordillera: no es una travesía fácil. Ni segura tampoco. Claro está que, si intentáis cruzar las planicies, no tenéis que preocuparos por cruzar las montañas sanos y salvos. Nunca llegaréis vivos a ellas.

– Tiene razón -dijo Ankhor-. Sobre el mapa, es cierto que el viaje puede parecer mucho más corto, pero un mapa no cuenta todo lo que hay detrás. Y nadie ha levantado un plano de ese lugar. Os insto, con todas mis fuerzas, a que lo reconsideréis.

Ryana hizo intención de responder, pero Sorak habló primero:

– Sin duda, tú y lord Torian estáis mucho más familiarizados con el terreno en estas regiones que nosotros, y os agradecemos la advertencia. ¿Qué ruta nos aconsejaríais que tomásemos?

Ryana le dirigió una mirada de sorpresa, pero no dijo nada.

– Bien, desde aquí, tanto si viajáis por la ruta septentrional como por la meridional, la distancia es más o menos la misma -indicó Ankhor-. No obstante, si tomáis la ruta meridional, podríais deteneros en Altaruk y descansar unos días hasta que reanudaseis vuestro viaje. La población de Altaruk es la sede de nuestro imperio mercantil. Mencionad mi nombre y encontraréis una cálida acogida en la casa de mi padre durante todo el tiempo que deseéis quedaros.

– Y podéis interrumpir de nuevo vuestro viaje en Gulg -dijo Torian-, donde también seríais bien recibidos en la finca de mi familia.

– Los dos sois amables y generosos -repuso Sorak-. Tomaremos la ruta meridional, entonces, y seguiremos vuestras sugerencias.

– Vaya, eso es un alivio -suspiró Ankhor-. Sólo pensar que si Torian no os hubiera preguntado por vuestra ruta… Mejor será no pensar en lo que pudiera haber ocurrido.

– Ha sido una suerte para nosotros, pues, haberte encontrado -dijo Sorak-. Cualquier deuda que creyeras tener conmigo, puedes considerarla saldada.

– Excelente. -Ankhor les dedicó una sonrisa-. Me encanta cuando las cuentas cuadran. ¿Pensáis partir con las primeras luces del día, entonces?

– Sí. Puesto que vamos a tomar una ruta más larga, lo mejor será que empecemos temprano -confirmó Sorak.

– Bueno, yo no soy de los madrugadores -repuso su anfitrión-, de modo que no me ofenderé si ya os habéis ido cuando me despierte. Nos despediremos esta noche, pues, y me ocuparé de que os preparen mochilas con provisiones. ¿Puedo ofreceros una de mis tiendas para que descanséis esta noche?

– Gracias -contestó el joven-, pero ya habéis sido suficientemente amable. Es una noche cálida, y preferimos dormir bajo las estrellas, al estilo druida. Acamparemos en el otro extremo del arroyo, donde nuestra temprana partida no molestará a los demás.

– Como deseéis. Y ahora, Torian, realmente tengo que contarte cómo nuestro amigo, aquí presente, me salvó de perder hasta la camisa con un fullero diabólicamente listo en una casa de juego de Tyr conocida como La Araña de Cristal…

En cuanto abandonaron la tienda de lord Ankhor, con las provisiones que éste les había hecho preparar, rodearon el estanque del oasis para dirigirse a la zona donde estaban atados los kanks. Ryana dirigió una rápida mirada a Sorak y dijo:

– No fuiste muy sincero con nuestro anfitrión. ¿Acaso la Guardiana descubrió que no era de fiar?

– Descubrí que lord Ankhor sólo mira por sus propios intereses -respondió la Guardiana, manifestándose para responder directamente a su pregunta.

– ¿Y el vizconde Torian?

– El vizconde Torian posee una gran seguridad en sí mismo -repuso la Guardiana-. Había previsto la posibilidad de que se sondearan sus pensamientos, aunque esperaba que fueras tú quien los sondeara. La telepatía no es una de tus aptitudes, claro está, pero Torian sabía que a veces las villichis cuentan con la telepatía entre sus poderes paranormales. No sabía si era así en tu caso, pero estaba preparado para tal eventualidad.

– ¿Quieres decir que pudo protegerse? -inquirió Ryana.

– Muy al contrario -respondió la entidad-. Mantuvo sus pensamientos desprotegidos para demostrar su confianza y exhibir su franqueza. Un joven muy interesante. Pocas personas se sienten tan seguras de sí mismas.

– ¿Y qué encontraste cuando leíste sus pensamientos?

– Egoísmo y un orgullo nacido de un sentido de su propia valía, a la vez que un fuerte sentido patriótico por su ciudad. Torian es un hombre ambicioso, pero sabe cómo templar esa ambición con una fuerte dosis de sentido práctico y realismo. En la princesa Korahna, ha visto una valiosa oportunidad. Ése es el motivo por el que decidió escoltarla personalmente en este viaje.

– ¿Qué clase de oportunidad?

– Las ciudades de Gulg y Nibenay mantienen una antigua rivalidad, en parte originada por un conflicto sobre los recursos de las Montañas Barrera, y en parte como resultado de la antipatía entre sus respectivos gobernantes. Si Torian se casara con Korahna, tendría a una princesa de la casa real de Nibenay para fortalecer su posición no sólo en Gulg, sino también en Nibenay. En el pasado, el Rey Espectro no ha permitido que vivieran los hijos varones que le daban sus esposas, para asegurarse de que ninguno pudiera poner jamás en peligro su trono. En cuanto a sus hijas, cuando alcanzaban la edad que Korahna tiene ahora, las enviaba a engrosar las filas de sus templarias. Torian sabe que desde que el Rey Espectro se embarcó en su metamorfosis en dragón, ha dejado de mostrar interés por sus esposas. Después de Korahna ya no engendrará a ninguna otra criatura. Si Korahna tiene un hijo varón con Torian, éste será el único heredero legítimo del trono de Nibenay.

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