– Si es así -continuó abajo el obispo Conrado-, entonces, ¿no será lo mejor que empiece don Nicolás de Cusa? Porque ciertamente tal es el propósito de nuestra reunión: poner punto final a la peste husita. Antes de que sean aquí servidas viandas y vino, antes de que comamos y bebamos, que el joven cura nos dé reprobación de las enseñanzas de Hus. Estamos atentos.
El servicio trajo en un soporte un buey asado y lo depositó sobre la mesa. Los cuchillos y los estiletes brillaron y se pusieron en acción. Sin embargo, el joven Nicolás de Cusa se levantó y comenzó a hablar. Y aunque los ojos le brillaban a la vista del asado, la voz del joven cura no tembló.
– Una chispa es cosa de poca entidad -dijo, exaltado-, mas si tropieza con algo seco, lleva a su perdición a grandes ciudades, murallas y bosques. Lo agrio de la leche también pareciera ser pequeño y sin importancia, y no obstante capaz es de agriar la leche en todos los calderos. Por su parte, tal y como dice el Eclesiastés, una mosca muerta descompone una vasija de aceite perfumado. Del mismo modo las falsas enseñanzas comienzan con uno, de dos o tres se concierta al principio su auditorio. Mas poco a poco el cáncer se extiende por el cuerpo y, como se dice, una oveja negra echa a perder el rebaño. Así es que ha de ahogarse la chispa no más aparezca, y retirar lo agrio de la leche, y extirpar lo malo del cuerpo y la oveja negra separar del rebaño, para que no se destruyan la casa, el cuerpo, el cántaro de leche ni el rebaño…
– Extirpar lo malo del cuerpo -repitió el obispo Conrado, al tiempo que rasgaba con los dientes un pedazo de buey del que resbalaba un jugo grasiento y sangriento-. Bueno, ciertamente decís la verdad, joven señor Nicolás. ¡La cirugía es la cosa! El yerro, el yerro afilado es la mejor medicina para el cáncer husita. ¡Cortarlo! ¡Degüellar a los herejes, degüellarlos sin piedad!
Los comensales también mostraron su aprobación balbuceando con la boca llena y gesticulando con huesos mordisqueados. El buey se iba transformando poco a poco en el esqueleto de un buey mientras Nicolás de Cusa derribaba uno tras otro todos los errores husitas, una tras otra todas las deformaciones de las enseñanzas de Wiclif: la negación de la transubstanciación, la negación de la existencia del purgatorio, el rechazo del culto a los santos y a sus imágenes, el rechazo a la confesión. También se ocupó de la comunión sub utraque specie y también la atacó.
– Sólo en una especie -gritó- y ésa es en forma de pan, debe serles proveída la comunión a los fieles. Pues dice San Mateo: el pan nuestro de cada día, panem nostrum supersubstantialem danos hoy. Dice San Lucas: tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo repartió a los discípulos. ¿Acaso se habla aquí de vino? Ciertamente, sólo una costumbre y no más es sancionada y confirmada por la Iglesia para que el hombre de bien tome la comunión. ¡Y esto ha de ser aceptado por todo aquél que profese la fe de Cristo!
– Amén -concluyó, mientras se lamía los dedos, Ludwig de Brzeg
– ¡Por mí -gruñó como un león el obispo Conrado, al tiempo que arrojaba un hueso a un rincón- pueden los señores husitas tomar la comunión incluso en la forma de una lavativa por la parte del culo! ¡Pero estos hideputas me quieren robar! ¡Hablan a gritos de la secularización general de los bienes de la Iglesia, de la pobreza evangélica del clero! ¡Es decir: quitárnoslo a nosotros y metérselo ellos al coleto! ¡Por los clavos de Cristo, que esto no va a ser así! ¡Por encima de mi cadáver! ¡O mejor por encima de sus heréticas carroñas! ¡Así se pudran!
– De momento están vivos -dijo agriamente Puta de Czastolovice, el estarosta de Klodzko, al cual no hacía más que cinco días habían visto Reynevan y Scharley en el torneo de Ziebice-. De momento están vivos y con salud, en contra de lo que fuera predicho a la muerte de Zizka. Que se devorarían los unos a los otros, Praga, Tabor y los Huérfanos. De eso nada, señores. Quién contara con ello, la cagó.
– El peligro no sólo no mengua sino que acreciéntase -tronó con una potente voz de bajo Albrecht von Kolditz, estarosta y hetmán del ducado de Wroclaw y Swidnica-. Mis espías afirman que se está estableciendo una colaboración cada vez mayor entre los praguenses y Korybut con los herederos de Zizka: Jan Hviezda de Vicemilice, Bohulas von Svamberk y Rohac de Dubé. Hablase en voz alta de expediciones guerreras comunes. Don Puta tiene razón. Erraron quienes tras la muerte de Zizka contaran con un milagro.
– Y no hay que contar con más milagros -introdujo Gaspar Schlick con una sonrisa-. Ni con que nos enderezara el asunto del cisma bohemio el Preste Juan viniendo de la India con miles de caballos y elefantes. Nosotros, nosotros mismos hemos de ponerle remedio a la cosa. Precisamente por ello es por lo que me envía el rey Segismundo. Hemos de saber con qué podemos contar en Silesia, Moravia y en el ducado de Opava. Estará bien también saber con qué podemos contar en Polonia. Y esto, espero, nos lo comunicará ahora su eminencia el obispo de Cracovia. Su actitud incomplaciente con el amparo polaco a los partidarios de Wiclif es de todos conocida. Y su presencia aquí demuestra que a favor está de la política del rey de Roma.
– En Roma -intercaló Giordano Orsini- sabemos con qué ardor y qué dedicación combate la herejía el obispo Sbigneus. En Roma sabemos de ello y no olvidaremos recompensarlo.
– ¿De modo que puedo entonces -Gaspar Schlick volvió a sonreír- dar por sentado que el reino de Polonia apoya la política del rey Segismundo? ¿Y que apoyará su iniciativa? ¿Con hechos?
– Contento estaría -bufó el caballero teutón Godofredo von Rodenberg, que estaba apoyado en la mesa-, ciertamente, de conocer la respuesta a tal pregunta. Enterarme de cuándo se puede esperar la activa participación de los ejércitos polacos en las cruzadas contra los husitas. Quisiera saber de ello por labios objetivos. De modo que os escucho, monsignore Orsini. ¡Todos os escuchamos!
– Cierto -añadió con una sonrisa Schlick, sin apartar los ojos de Olesnicki-. Todos os escuchamos. ¿Tuvo pues éxito vuestra misión en la corte de Jagiello?
– Largo platiqué con el rey Ladislao -dijo con una voz algo triste el Orsini-. Mas, humm… Sin resultado alguno. En nombre de su santidad y con su venia, le entregué al rey de Polonia una reliquia, y aun una no poco buena… Uno de los clavos con los que nuestro Salvador estuvo clavado a la cruz. Vero, si una tal reliquia no es capaz de mover a un monarca cristiano a una cruzada contra los herejes, entonces…
– Entonces es que no es un monarca cristiano -terminó el obispo Conrado las palabras del nuncio.
– ¿Os habéis dado cuenta? -El teutón hizo una mueca burlona-. ¡Más vale tarde que nunca!
– De modo que -intervino Ludwig de Brzeg- la fe verdadera no puede contar con el apoyo de los polacos.
– El reino de Polonia y el rey Ladislao -habló por primera vez Zbigniew Olesnicki- apoyan la fe verdadera y la Iglesia de Pedro. En la mejor de las posibles formas. Con el dinero de San Pedro. Ninguno de los señores aquí representados puede decir lo mismo.
– ¡Puff! -El duque Ludwig agitó la mano-. Platicad lo que queráis. Vaya un cristiano que está hecho Jagiello. ¡Es un neófito, con el diablo todavía pegado a la piel!
– Su paganismo -Godofredo Rodenberg se levantó- se ve más claramente en su feroz odio a toda la nación alemana, que es la columna vertebral de la Iglesia. Y sobre todo a nosotros, los Caballeros del Hospital de Nuestra Señora, antemurale christianitatis, quienes con los nuestros propios pechos defendemos la fe católica ante los paganos, ¡y ello desde hace más de doscientos años! Y cierto que el tal Jagiello es un neófito e idólatra, el cual, para poder destruir a la Orden, no sólo con los husitas mas con el mismo infierno presto estaría a allegarse. Oh, ciertamente, no habríamos de hacer consejo aquí de cómo persuadir a Jagiello y a Polonia de acudir a la cruzada, sino volver hubiéramos a lo que en Pressburg entonces, dos años atrás, por los Reyes Magos se hablara, de cómo atacar con una cruzada a la propia Polonia. ¡Y quebrar en pedazos ese aborto, ese bastardo de la Unión de Horodlo!
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