David Brin - Navegante Solar
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—¿O similares pruebas dramáticas de que nuestros antepasados primitivos fueron creados por antiguos astronautas? —interrumpió LaRoque—. ¡Sí, Demwa, esa evidencia será pronto tan abrumadora que incluso los píeles y los escépticos que se sientan en el Consejo de la Confederación verán el error de sus conceptos!
—Veo que lleva la camisa —Jacob señaló la túnica plateada de LaRoque.
—Llevo la túnica de la Sociedad Daniken en mi último día en la Tierra, honrando a los arcanos que nos dieron el poder para salir al espacio. —LaRoque agarró la pipa y el vaso en una mano y con la otra alisó el medallón y la cadena de oro que colgaban de su cuello.
Jacob pensó que el efecto era demasiado teatral para tratarse de un hombre adulto. La túnica y las joyas parecían afeminadas, en contraste con los modales toscos del francés. Sin embargo, tuvo que admitir que iban bien con el tono afectado.
—Oh, vamos, LaRoque —sonrió Jacob—. Incluso usted tiene que admitir que salimos al espacio por nuestros propios medios, y que fuimos nosotros quienes descubrimos a los extraterrestres, no ellos a nosotros.
— ¡No admito nada! —respondió LaRoque acaloradamente—. ¡Cuando demostremos que somos dignos de los Tutores que nos dieron la inteligencia en el pasado, cuando ellos nos reconozcan, entonces sabremos cuánto nos han ayudado a escondidas durante todos estos años!
Jacob se encogió de hombros. No había nada nuevo en la controversia pieles-camisas. Un bando insistía en que el hombre debería sentirse orgulloso de su herencia única como raza autoevolucionada, por haber conseguido la inteligencia de la propia Naturaleza en la sabana y en las costas del este de África. El otro bando sostenía que el homo sapiens, igual que cualquier otra clase de seres inteligentes conocidos, era parte de una cadena de elevación genética y cultural que se remontaba a los míticos inicios de la galaxia, la época de los Progenitores.
Muchos, como Jacob, eran cuidadosamente neutrales en el conflicto, pero la humanidad, y las razas de pupilos de la humanidad, esperaban el resultado con interés. La arqueología y la paleontología se habían convertido en los grandes entretenimientos desde el Contacto.
Sin embargo, los argumentos de LaRoque eran tan rancios que podrían usarse para hacer tostadas. Y el dolor de cabeza de Jacob empeoraba.
—Eso es muy interesante, LaRoque —dijo mientras se retiraba — . Tal vez podamos discutirlo en otra ocasión...
Pero LaRoque no había terminado todavía.
—El espacio está lleno de sentimiento neandertalense, ¿sabe? ¡Los hombres a bordo de nuestras naves prefieren llevar pieles de animales y gruñir como monos! ¡Ignoran a los Antiguos y desprecian a la gente sensata que practica la humildad!
LaRoque reforzó su razonamiento apuntando a Jacob con la caña de su pipa. Jacob retrocedió, intentando ser amable, aunque le costaba trabajo.
—Bueno, creo que eso es ir demasiado lejos, LaRoque. ¡Está usted hablando de astronautas! La estabilidad emocional y política son los criterios principales para su selección...
— ¡Aja! No sabe de lo que está hablando. Bromea, ¿verdad? ¡Sé un par de cosas sobre la «estabilidad emocional y política» de los astronautas!
»En alguna ocasión se las contaré —continuó—. ¡Algún día se conocerá toda la historia del plan de la Confederación para aislar a gran parte de la humanidad de las razas mayores, y de su herencia en las estrellas! ¡Todos esos pobres «indignos de confianza»! ¡Pero entonces será demasiado tarde para sellar la filtración!
LaRoque resopló y exhaló una nube de Blue PurSmok en dirección de Jacob. Éste sintió una oleada de náusea.
—Sí, LaRoque, lo que usted diga. Ya me lo contará en alguna ocasión —se dio la vuelta.
LaRoque se le quedó mirando un momento, luego sonrió y palmeó la espalda de Jacob mientras se dirigía a la puerta.
—Sí —dijo—. Se lo contaré. Pero mientras tanto, será mejor que se acueste. No parece encontrarse muy bien. ¡Adiós! —dio otra palmada a la espalda de Jacob, y luego se dirigió a la barra.
Jacob se acercó a la portilla más cercana y apoyó la cabeza contra el cristal. Estaba frío y le ayudó a aliviar su dolor de cabeza. Cuando abrió los ojos, la Tierra no estaba a la vista... sólo un gran campo de estrellas, brillantes e inmóviles en la negrura. Las más brillantes estaban rodeadas por rayos de difracción, que podía aumentar o reducir entornando los ojos. A excepción del brillo, el efecto no era distinto a contemplar las estrellas desde el desierto. No parpadeaban, pero eran las mismas.
Jacob sabía que debería sentir más. Las estrellas vistas desde el espacio deberían ser más misteriosas, más... «filosóficas».
Una de las cosas que mejor podía recordar sobre su adolescencia era el rugido asolopsístico de las noches estrelladas. No se parecía en nada a la sensación oceánica que ahora conseguía a través de la hipnosis. Era como sueños medio recordados de otra vida.
Encontró a Bubbacub, Fagin y al doctor Kepler en la cubierta principal. Kepler le invitó a unirse a ellos.
El grupo estaba reunido alrededor de un puñado de cojines junto a las portillas. Bubbacub llevaba con él una copa de algo que parecía desagradable y olía mal. Fagin caminaba despacio, retorciéndose sobre sus raíces, sin llevar nada encima.
El grupo de portillas que corrían por la curvada periferia de la nave quedaba interrumpido por un gran disco circular, como un ventanal redondo y gigantesco, que tocaba suelo y techo. La parte lisa se alzaba un palmo en la sala. Lo que había dentro quedaba oculto tras un panel.
—Nos alegramos de que lo consiguiera —ladró Bubbacub a través de su vodor. Estaba tendido en uno de los cojines y, tras decir esto, metió el hocico en la copa que llevaba e ignoró a Jacob y a los demás. Jacob se preguntó si el pil intentaba ser sociable, o si ése era su encanto natural.
Consideraba a Bubbacub masculino, aunque no tenía ni idea de su auténtico género. Aunque Bubbacub no llevaba ropas, aparte del vodor y una bolsita, lo que Jacob podía ver de la anatomía del alienígena sólo servía para confundirle. Había aprendido, por ejemplo, que los pila era ovíparos y no amamantaban a sus crías. Pero una fila de algo que parecían tetillas le corría como una hilera de botones de la garganta a la entrepierna. Ni siquiera podía imaginar cuál era su función. La Red de Datos no las mencionaba. Jacob había pedido a la Biblioteca un sumario más completo.
Fagin y Kepler hablaban sobre la historia de las naves solares. La voz de Fagin sonaba ahogada porque su follaje superior y su aparato fonador rozaban contra los paneles a prueba de sonido del techo. (Jacob esperó que el kantén no tuviera tendencia a la claustrofobia. Pero, de todas formas, ¿a qué temían los vegetales? A que se los comieran, supuso. Se preguntó por las conductas sexuales de una raza que para hacer el amor precisaba unos intermediarios parecidos a abejas domesticadas.)
— ¡Entonces, esas magníficas improvisaciones, sin la menor ayuda exterior, les permitieron llevar paquetes de instrumentos hasta la misma fotosfera! —decía Fagin—. ¡Es de lo más impresionante y me maravillo, tras los años que llevo aquí, de no haberme enterado de esta aventura de su período anterior al Contacto!
Kepler sonrió.
—Debe comprender que el proyecto batisfera fue sólo... el principio, muy anterior a mi época. Cuando se desarrolló la propulsión láser para las naves anteriores al Contacto interestelar, pudieron lanzar naves robots capaces de gravitar y, por la termodinámica de usar un láser de alta temperatura, expulsar el exceso de calor y enfriar el interior de la sonda.
— ¡Entonces les faltaba poco para enviar hombres!
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