Xiang vaciló, y por un momento Juan temió haberla puesto furiosa. Pero se limitó a soltar una risita triste.
—No fue Alzheimer, ni demencia. Vosotros… la gente de hoy en día no sabe lo que es hacerse viejo.
—¡Sí que lo sé! Mis abuelos siguen con vida. Y en Puebla tengo un bisabuelo. Juega mucho al golf. La bisabuela tiene demencia… ya sabe, una variedad que todavía no saben curar. —De hecho, la bisabuela había tenido un aspecto tan juvenil como la doctora Xiang. Todos la consideraban una mujer con suerte, aunque al final sólo le había servido para vivir lo suficiente como para padecer una enfermedad incurable.
La doctora Xiang negó con la cabeza.
—Incluso en mi época no todos acababan seniles, no como tú lo entiendes. Yo simplemente perdí facultades. Mi amiga murió. Al cabo de cierto tiempo, ya nada me importaba. Ya no tenía fuerzas para que me importase. —Miró el aparato que construía—. Ahora al menos tengo las energías de cuando tenía sesenta años. Incluso es posible que posea la misma inteligencia natural. —Golpeó la mesa—. ¡Y sólo valgo para jugar con unos bloques de Lego electrificados!
Dio la impresión de que se iba a echar a llorar en pleno taller. Juan miró a su alrededor; nadie miraba, por lo que parecía. Acercó la mano para tocar la de Xiang. No tenía la respuesta que quería. La señora Chumlig habría dicho que no tenía la pregunta adecuada.
Todavía le quedaban algunos por comprobar: Winston Blount, por ejemplo. No era un premio gordo, pero tal vez tuviese algún valor para el Lagarto. En taller Blount se limitaba a sentarse a la sombra de la carpa, mirando al espacio vacío. El tío vestía, pero no respondía a los mensajes. Juan esperó a que Williams hiciese una de sus pausas para el café. Luego se escabulló y fue a sentarse junto a Blount. Vaya, el tipo tenía aspecto de realmente viejo. Juan no sabía exactamente por dónde navegaba, pero no tenía nada que ver con el taller. El chico se había dado cuenta de que, cuando a Blount no le interesaba una clase, se limitaba a pasar de ella. Después de unos minutos de silencio, Juan se dio cuenta de que tampoco estaba interesado en establecer contacto social.
¡Entonces habla con él! ¡No es más que otra forma de matar monstruos! Juan superpuso una imagen de bufón sobre el tipo y enseguida le fue más fácil iniciar el encuentro.
—Decano Blount, ¿qué opina del taller?
Unos ojos antiguos se giraron para mirarle.
—No podría importarme menos, señor Orozco.
¡Vaaale! Aja. Había muchas cosas sobre Winston Blount en los registros públicos, incluso antigua correspondencia de grupos de noticias. Eso siempre era suficiente para llamar la atención de un adulto.
Por suerte, Bloullt siguió hablando por voluntad propia.
—No soy como algunos de los de aquí. Nunca he estado senil. Por derecho no debería estar aquí.
—¿Por derecho? —Quizá pudiese ganar algunos puntos imitando un programa psiquiátrico de antaño.
—SÍ. Fui decano de artes y letras hasta 2012. Iba camino de convertirme en rector de la UCSD. En vez de eso, me empujaron a la jubilación académica.
Juan lo sabía todo sobre aquel asunto.
—Pero usted… usted nunca aprendió a vestir.
Blount entornó los ojos.
—Fue una decisión deliberada no vestir jamás. Pensaba que vestir era una moda absurda. —Se encogió de hombros—. Me equivoqué. Por esa decisión pagué un precio enorme. Pero las cosas han cambiado. —Sus ojos se iluminaron—. He cursado cuatro semestres de Educación de Adultos. Ahora mi currículum anda por el éter.
—Debe conocer a mucha gente importante.
—Efectivamente. El éxito no es más que cuestión de tiempo.
—¿Sabe?, decano, yo podría ayudarle. No… no me refiero personalmente. Tengo una afiliación que podría interesarle.
—¿Ah, sí?
Parecía saber qué era una afiliación. Juan le explicó su acuerdo con el Gran Lagarto.
—ASÍ que podría ganar una buena suma. —Le mostró su documento de pago y se preguntó qué cantidad vería su recluta.
Blount entornó los ojos, sin duda intentando analizar el certificado de una forma que el Banco de América pudiese validar. Al cabo de un momento asintió, sin dar a Juan ninguna iluminación numérica.
—El dinero no lo es todo, sobre todo en mi situación.
—Bien, ajá, apuesto a que la persona que ha emitido este pagaré tiene muchas opciones que ofrecer. Quizá podría conseguir usted una conversión a ayuda mutua. Es decir, a algo que usted necesite.
—Cierto. —Hablaron unos minutos hasta que el taller se volvió ruidoso. Algunos de los proyectos daban finalmente resultado. Al menos dos equipos habían montado nodos móviles, dispositivos de enjambre. Diminutas alas de papel aleteaban por todas partes. El otro enjambre se arrastraba por la hierba y subía por las patas de muebles y sillas. Se mantenía lejos de la ropa, pero estaba muy cerca de ser molesto. Juan se cargó a algunos nodos, pero otros se le acercaban.
Orozco —› Blount: ‹ms› ¿Me lee?‹/ms›
—Claro que te leo —respondió el viejo.
Por tanto, a pesar de lo que Blount afirmaba sobre su capacidad mental, no podía mandar mensajes en silencio, ni siquiera usando los dedos como hacían la mayoría de los adultos.
En cualquier caso, la clase casi había terminado. Juan miró la tela de la carpa agitada por el viento. Estaba un poco desanimado. Había examinado a casi todos los de la lista y Winston Blount era lo mejor que había encontrado: alguien que ni siquiera era capaz de enviar mensajes en silencio.
—Vale. Tenga en cuenta mi oferta, decano Blount. y recuerde, el número de personas que estoy autorizado a aceptar es limitado. —Blount recompensó su discurso de venta con una sonrisita—. Mientras tanto, tengo otras posibilidades. —Juan hizo un gesto en dirección a aquel tipo nuevo tan extraño, Robert Gu.
Winston Blount no siguió la mirada de Juan, pero éste se dio cuenta de que estaba mirando con el rabillo del ojo. Por un momento, pareció que la piel de la cara se le tensaba. A continuación, otra vez esa sonrisa.
—Que Dios tenga piedad de su alma, señor Orozco.
Juan no tuvo ninguna oportunidad con Roben Gu hasta el viernes, justo después de la siguiente clase de la señora Chum1ig. Composición creativa era casi siempre el punto más bajo de la semana escolar de Juan. Chumlig era flexible en cuanto al uso de elementos multimedia, pero los estudiantes tenían que ponerse en pie y presentar sus propios trabajos. Resultaba penoso tener que ver cómo otro chico la jodía, pero era totalmente insoportable cuando era uno mismo quien presentaba. Chumlig decidía el orden de presentación a su antojo. Normalmente la preocupación por ese orden mantenía ocupada casi toda la atención de Juan. Aquel día tenía otras preocupaciones que, por suerte, ahogaban su terror habitual.
Juan se escondió al fondo del aula y se dejó caer en la silla, observando a los demás en silencio. Winston Blount había asistido a clase, lo que resultaba sorprendente. Pasaba de aquella asignatura casi tan a menudo como pasaba de taller. Pero había tenido en cuenta la oferta. La cuenta del Lagarto demostraba que el viejo había dado el primer paso hacia la aceptación.
Al otro extremo del aula Robert Gu navegaba con su página visor. Incluso eso parecía que le costaba. Pero resultaba que Gu era de una familia de marines en particular… y cuando Juan repasó todas las instrucciones de la afiliación, descubrió que eso era un punto a su favor enorme. Si conseguía que Roben Gu se interesase en afiliarse obtendría la bonificación más alta.
La voz de Chumlig cortó sus pensamientos.
—¿No hay ningún voluntario para ser el primero? Bueno… —Miró al aire y luego se giró hacia Juan.
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