Vernor Vinge - Al final del arco iris
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- Название:Al final del arco iris
- Автор:
- Издательство:Ediciones B
- Жанр:
- Год:2008
- Город:Barcelona
- ISBN:978-84-666-3776-3
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
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—¿Lo has adulterado? —El nodo llevaba «Breakins-R-Us» escrito, pero adulterar las redes era más difícil en la vida real que en los juegos—. ¿De dónde has sacado los códigos de acceso?
—El tío Don es muy descuidado. —Jerry señaló el dispositivo—. Tiene todos los permisos cargados. Por desgracia, el nodo cuello de botella sigue vivo. —Apuntó hacia arriba, hacia las ramas del arbolito—. Eres lo suficientemente pequeño para subir por aquí, Juan. Sube y derriba el nodo.
—Mmm.
—Eh, no te preocupes. Seguridad Patria no se dará cuenta.
De hecho, el Departamento de Seguridad Patria seguro que se daría cuenta, al menos después de parchear la red de localizadores. Pero era casi igual de seguro que no le importaría. La lógica del DSP estaba profundamente integrada en el hardware. «Verlo todo, saberlo todo» era su lema, y lo que sabían y veían estaba destinado a sus propios fines. Eran famosos por no compartirlo con la policía. Juan salió del punto ciego y echó un vistazo al Departamento del Sheriff. Alrededor de Pyramid Hill había arrestos, la mayoría por drogas mejoradoras… pero allí hacía varias semanas que no pasaba nada.
—Vale. —Juan trepó unos tres metros por el árbol, hasta las ramas. El viejo nodo colgaba de velero podrido. Lo soltó y los gemelos se aseguraron de que sufriese un accidente con una piedra. Juan bajó del árbol. Contemplaron un momento el resultado. La neblina violeta se convertía en puntos brillantes a medida que los nodos determinaban su propia posición y la del nódulo adulterado y se coordinaban para cubrir en su totalidad las funciones. Ya estaba disponible la asignación de ruta láser punto a punto; veían las etiquetas de propiedad por todo el perímetro de Pyramid Hill.
—Ja —dijo Fred. Los gemelos fueron subiendo hacia el límite de la propiedad—. Vamos, Juan. Estamos etiquetados como empleados del condado. No tendremos problemas si no nos quedamos demasiado.
Pyramid Hill disponía de los dispositivos sensoriales más novedosos. No eran simplemente fantasmas proyectados por las lentes de contacto en el fondo de los globos oculares. En Pyramid Hill había juegos en los que se podía cabalgar un Scoochi salsipued o robar los huevos de un Velociraptor… o jugar con cálidas criaturas peludas que bailaban juguetonas, rogándote que las tomaras en brazos y las acunases. Si desactivabas todas las vistas de juego, entonces veías a los otros jugadores vagando entre los árboles, cada uno inmerso en su propio mundo. De alguna forma Pyramid Hill evitaba que chocasen entre sí.
En Regreso al Cretácico , para disimular el sonido del lanzador de caída libre había un trueno. Los árboles eran ginkgos enormes. Últimamente Juan jugaba mucho al RegCret puramente visual, en persona, con los gemelos, pero también con otros por todo el mundo. No era una experiencia muy agradable. Ya se lo habían «cargado y comido» en tres ocasiones aquella semana. Era un juego difícil: si no estabas matando y comiendo, entonces te mataban y te comían, continuamente. Así que Juan se había unido al Gremio de Fantasistas… Bueno, estaba a prueba. Quizá tuviese alguna idea. Ya había diseñado una especie para RegCret . Sus saurios, rápidos y pequeños, no habían atraído a los críticos más feroces. A los gemelos no los habían impresionado, pero no tenían alternativa propia.
Mientras recorría el bosque de ginkgos se mantuvo atento a los posibles bichos con mandíbulas que podían acechar en las ramas bajas. El lunes le habían pillado. El martes había sido víctima de alguna enfermedad primitiva.
De momento todo iba bien, pero no había ni rastro de su contribución. Eran fáciles de criar, así que, ¿dónde estaban los monstruitos?
Qué pena. En alguna ocasión tenía que comprobar algún otro punto de juego. Quizá fuesen muy numerosos en Kazajstán. Aquel día, allí… nada.
Juan atravesó el recinto un poco desanimado, pero todavía no se lo habían comido. Los gemelos habían adoptado la forma de Velociraptor estándar del juego. Se lo estaban pasando de fábula. Sus presas del tamaño de pollos eran los robots de juego de Pyramid Hill.
El Jerry-raptor miró por encima del hombro de Juan.
—¿Dónde está tu bicho?
Juan no había adoptado forma animal.
—Soy un viajero del tiempo —dijo. Era un personaje que ya salía en la primera edición del juego.
Fred le mostró una cara repleta de dientes.
—Me refiero a dónde están los bichos que inventaste la semana pasada.
—No lo sé.
—Lo más probable es que los críticos se los comiesen —dijo Jerry. Los hermanos soltaron a dúo una risotada de reptil—. Deja de intentar conseguir puntos como creador, Juan. Relájate y disfruta de lo bueno. —Ilustró sus palabras con una patada a algo que se les había cruzado por delante. Aquello le valió algunos puntos y algunos momentos emocionantes de carnicería de la buena. Fred se unió a él y todo se tino de rojo.
Aquella presa le resultaba familiar. Era joven y tenía aspecto de inteligente… ¡Un recién nacido del diseño de Juan! Por tanto, su mamá andaría cerca. Juan dijo:
—Sabéis, me parece que…
—El Problema Es Que Ninguno De Vosotros Piensa Lo Suficiente. —La voz era como meter la cabeza en un altavoz del pasado. Demasiado tarde vieron que a los árboles que tenían detrás les crecían garras de un metro de largo. Mamaíta. De lo alto les cayó una gota de baba de veinticinco centímetros.
Era el diseño de Juan a máxima escala.
—Mier… —dijo Fred, en su último comentario como Velociraptor. La cabeza y los dientes del baboso descendieron desde la copa de los ginkgos y se tragaron a Fred hasta los talones. El monstruo masticó y el claro se llenó con el sonido de los huesos que se rompían.
—¡Ah! —El monstruo abrió la boca y vomitó el horror. Era muy bueno… Juan pasó a ver parcialmente la realidad: Fred estaba de pie en medio de los restos humeantes de su Velociraptor, con la camisa por mera de los pantalones y cubierto de baba… baba de verdad y apestosa. De la que costaba dinero.
El monstruo era uno de los grandes dispositivos mecánicos de Pyramid Hill disfrazado de miembro de la nueva especie de Juan.
Los tres miraron sus mandíbulas.
—¿Ha sido lo suficientemente sensorial para vosotros? —preguntó la criatura, con un aliento que era una brisa caliente de carne en descomposición. Vaya si lo había sido. Fred retrocedió un paso atrás y casi resbaló con la baba.
—El difunto Fred Radner acaba de perder un montón de puntos y sigo hambriento. —El monstruo agitó el morro del tamaño de un camión—. Os sugiero que salgáis de aquí a toda prisa.
Retrocedieron, mirando fijamente los dientes del monstruo. Los gemelos se dieron la vuelta y corrieron. Como era habitual, Juan se retrasó un instante. Algo similar a una mano enorme le atrapó.
—Tú, tengo asuntos pendientes contigo. —Las palabras surgieron como un rugido gutural entre colmillos apretados—. Siéntate. Vamos a hablar.
¡Caray! Tengo una suerte pésima . Luego recordó que había sido Juan Orozco el que había subido a un árbol para desbaratar la lógica de entrada a Pyramid Hill. Al estúpido Juan Orozco no le hacía falta la mala suerte, era el tonto perfecto. Y los gemelos habían desaparecido.
Pero cuando las «mandíbulas» lo soltaron y se volvió, el monstruo seguía allí… no era un poli de alquiler de Pyramid Hill. ¡Quizá realmente fuese un jugador de RegCret Se desplazó de lado, intentando salir de debajo de la mirada pendular. Aquello no era más que un juego. Podía alejarse del saurio de cuatro pisos. Claro estaba, se cargaría su crédito de Regreso al Cretácico , incluso era posible que acabase cubierto de baba apestosa. Y si el Gran Lagarto se tomaba el juego en serio, podía causarle problemas en otros juegos. Vale. Se sentó apoyando la espalda en el ginkgo más cercano. Así que llegaría tarde un día más; no iba a empeorar mucho más su situación escolar.
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