Nancy Kress - Mendigos En España

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Premios Hugo y Nebula 1992
En el año 2019 aparecen unos nuevos seres humanos: los Insomnes, quienes, modificados por la ingeniería genética para no tener que dormir, disponen de mayor conocimiento y poder, pues cuentan con más horas de actividad, y son, asimismo, longevos. El recelo de los Durmientes y su enfrentamiento con los Insomnes es inevitable. De estos últimos, algunos son partidarios de protegerse y piensan que, en el fondo, nada deben a los Durmientes, los nuevos mendigos del futuro cercano.

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Ong dio un respingo. Odiaba que simplificara así. O tal vez lo que odiaba era el tono ligero. Si la presentación la hubiera hecho Marsteiner, no habría figurado el pre-mamífero.

– ¿Y qué hay de la necesidad de soñar? -preguntó Camden.

– No es necesario. Un remanente de bombardeo de la corteza para mantenerla semi alerta en caso de que un predador atacara durante el sueño. La vigilia es mejor.

– ¿Y entonces por qué no directamente la vigilia? Desde el principio de la evolución.

La estaba poniendo a prueba.

Susan le dirigió una amplia y generosa sonrisa, divirtiéndose con su descaro.

– Se lo dije, seguridad ante los predadores. Aunque cuando ataca un predador moderno -digamos, un inversor cuasi fraudulento de data-atoll - es más seguro estar despierto.

Camden atacó:

– ¿Y que hay del alto porcentaje de sueño REM en fetos y bebés?

– También un remanente evolutivo. El cerebro se desarrolla perfectamente sin él.

– ¿Y qué de la recomposición neural durante el sueño de ondas lentas?

– Sigue existiendo. Pero puede llevarse a cabo durante la vigilia, si se programa el ADN para ello. No se pierde eficiencia neural, por lo que sabemos.

– ¿Y la alta producción de enzima del crecimiento durante el sueño de ondas lentas?

Susan lo miró con admiración.

– Prosigue sin el sueño. Los ajustes genéticos la ligan a otros cambios en la glándula pineal.

– ¿Y que pasa con…?

– ¿… los efectos colaterales? -dijo la señora Camden.

Había olvidado que estaba allí.

La joven la miraba, con las comisuras de la boca apretadas.

– Me alegra que lo preguntara, señora Camden. Porque existen efectos colaterales. -Susan hizo una pausa, disfrutándolo-.

Comparados con los niños de la misma edad, los insomnes -sin manipulación genética de su cociente intelectual- son más inteligentes, mejores para resolver problemas, y más alegres.

Camden tomó un cigarrillo.

Este hábito arcaico, sucio, sorprendió a Susan. Luego vio que era deliberado: Roger Camden llamando la atención con un despliegue ostentoso, para apartarla de lo que sentía. Su encendedor era de oro, monogramado, inocentemente llamativo.

– Permítanme explicarlo -dijo Susan-. El sueño REM bombardea la corteza cerebral con disparos neuronales azarosos desde el tálamo cerebral; los sueños se producen porque la pobre y asediada corteza trata de encontrarles sentido a las imágenes y los recuerdos activados. Se desperdicia mucha energía en eso.

Sin ese desperdicio, los cerebros insomnes se evitan el desgaste y coordinan mejor los datos de la vida real. De ahí: más inteligencia y capacidad para resolver problemas.

Además, los médicos hace sesenta años que saben que los antidepresivos, que mejoran el ánimo de pacientes deprimidos, también suprimen totalmente el sueño REM. Lo que probaron en los últimos diez años es que la inversa también es válida: si se suprime el sueño REM la gente no se deprime. Los niños insomnes son agradables, amistosos… alegres . No hay otra palabra para describirlo.

– ¿A qué costo? -preguntó la señora Camden. Su nuca estaba rígida y contraía la mandíbula.

– Sin costo. No hay efectos colaterales.

– Por ahora -replicó la señora Camden.

– Por ahora -aceptó Susan encogiéndose de hombros.

– ¡Sólo tienen cuatro años, a lo sumo!

Ong y Krenshaw la estudiaban detenidamente. Susan notó que la señora Camden se dio cuenta; se hundió en el asiento, arropándose en su abrigo de pieles, con el rostro inexpresivo.

Camden no miró a su esposa.

Arrojó una nube de humo de su cigarrillo y dijo:

– Todo tiene su costo, doctora Melling.

Le gustó la forma en que decía su nombre.

– Habitualmente, sí. Especialmente en modificación genética. Pero honestamente no pudimos encontrar ninguno aquí, aunque lo buscamos. -Sonrió directamente a Camden, mirándolo a los ojos-. ¿Es demasiado bueno para creerlo, que alguna vez el universo nos dé algo todo positivo, todo progreso, todo beneficio, sin penalidades ocultas?

– No es el universo. Es la inteligencia de gente como usted -dijo Camden, sorprendiéndola más que todo lo que sucediera antes. Sus ojos le sostenían la mirada. Se le encogió el pecho.

– Creo -dijo secamente el doctor Ong-, que la filosofía del universo está más allá de lo que nos ocupa ahora. Señor Camden, si no tiene más preguntas médicas, tal vez podamos volver a los puntos legales que plantearon los doctores Sullivan y Jaworski. Gracias, doctora Melling.

Susan asintió con la cabeza.

No volvió a mirar a Camden. Pero supo lo que decía, cómo se veía, que estaba allí.

La casa era aproximadamente lo que esperaba, una enorme imitación Tudor sobre el Lago Michigan al norte de Chicago. Espeso bosque entre el acceso y la casa, terreno abierto entre la casa y el agua. Parches de nieve cubrían el dormido césped. Aunque hacía cuatro meses que Biotech trabajaba con los Camden, esa era la primera vez que Susan los visitaba.

Mientras avanzaba hacia la casa, detrás entró otro auto.

No, un camión, que siguió por la curva del camino de acceso hacia una entrada de servicio al costado de la casa. Un hombre llamó a la puerta de servicio, mientras otro comenzaba a descargar un corralito envuelto en plástico. Blanco, con conejitos rosados y amarillos. Susan cerró un momento los ojos.

Camden abrió él mismo la puerta. Se le notaba el esfuerzo por no parecer preocupado:

– ¡No necesitaba venir, Susan, yo hubiera ido a la ciudad!

– No es lo que yo quería, Roger. ¿Está la señora Camden?

– En la sala.

Camden la guió hasta una amplia habitación con chimenea de piedra. Muebles rústicos ingleses, grabados de perros y barcos, todos colgados cincuenta centímetros demasiado altos; debía de haber decorado Elizabeth Camden. No se levantó de su sillón de orejas al entrar Susan.

– Si me disculpan, seré rápida y concisa -dijo Susan-, porque no quiero que esto sea para ustedes más difícil de lo necesario. Tenemos los resultados de todas las pruebas de amniocentesis, ultrasonido y Langston. El feto está bien, desarrollándose como corresponde para dos semanas, sin problemas de implantación en la pared uterina. Pero surgió una complicación.

– ¿Cuál? -dijo Camden. Sacó un cigarrillo, miró a su mujer y lo guardó sin encender.

Susan dijo serenamente:

– Señora Camden, por casualidad, sus dos ovarios produjeron óvulos el mes pasado. Sacamos uno para la cirugía genética.

Por una casualidad aún mayor el segundo quedó fertilizado y se implantó. Lleva dos fetos.

Elizabeth Camden se quedó dura:

– ¿Mellizos?

– No -dijo Susan. Luego se dio cuenta de lo que había dicho-. Quiero decir sí. Son mellizos pero no idénticos. Sólo uno ha sido alterado genéticamente. El otro no se le parecerá más que dos hermanos cualesquiera. Es lo que se llama un bebé normal. Y tengo entendido que no deseaban lo que se llama un bebé normal.

– No. Yo no -dijo Camden.

– Yo sí -dijo Elizabeth Camden.

Camden le dirigió una fiera mirada que Susan no pudo entender. Volvió a sacar el cigarrillo y lo encendió. Estaba de perfil, concentrado en sus pensamientos, y Susan dudó que supiera que el cigarrillo estaba allí o que lo estaba encendiendo.

– ¿Afecta al bebé que el otro esté allí?

– No -dijo Susan-. Por supuesto que no. Simplemente… coexisten.

– ¿Puede abortarlo?

– No sin correr el riesgo de abortarlos a ambos. Remover el feto no alterado puede producir cambios en el revestimiento uterino que lleven a malograr espontáneamente el otro -inspiró profundamente-. Por supuesto, la opción existe. Podemos reiniciar todo el proceso. Pero ya les dije oportunamente que tuvieron suerte en que la fertilización in vitro se lograra recién en el segundo intento. A algunas parejas les lleva ocho o diez. Si empezáramos de nuevo podría ser un largo proceso.

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