— Veo que han seguido tu consejo…, aunque demasiado tarde — Murphy codeó a Snook y señaló unos letreros en rojo que anunciaban que todos los que trabajaban bajo tierra debían entregar las gafas de magniluct, hasta la instalación de sistemas de iluminación perfeccionados dentro de la mina.
— Un nuevo pretexto para el cierre — dijo Snook, pensando en otra cosa; acababa de notar que había dos jeeps del ejército aparcados en la oscuridad junto al cobertizo del portón, y en cada uno de ellos había cuatro hombres del regimiento de Leopardos.
En cuanto los soldados vieron a Prudence lanzaron exclamaciones y burlas. Los dos choferes encendieron los reflectores y los apuntaron a las piernas de la muchacha, y un soldado, jaleado por sus camaradas, salió del vehículo para inspeccionarla de cerca. Ella siguió caminando sin inmutarse, mirando hacia adelante y aferrándose del brazo de Ambrose, que también ignoró al soldado.
Snook extrajo los Amplite del bolsillo interior de su chaqueta, se los puso y miró hacia el jeep. En el brillo azul y brumoso vio a un teniente, el mismo que le había visitado esa mañana, sentado en uno de los vehículos, cruzado de brazos e indiferente a la conducta de sus hombres.
— ¿Qué se han creído esos bastardos? — susurró ferozmente Murphy, volviéndose hacia el soldado más próximo.
Snook le contuvo.
— No es problema nuestro, George.
— Pero ese mico necesita una patada donde más le duela.
— Boyce la trajo aquí — dijo estólidamente Snook—. Boyce tendrá que cuidarla.
— ¿Qué te pasa, Gil? — Murphy le miró fijamente, y luego se rió en voz baja—. Entiendo. Me pareció ver que mirabas muy interesado en esa dirección, pero no estaba seguro.
— No has visto nada.
Murphy calló un momento mientras el soldado se cansaba del juego y volvía con sus camaradas.
— ¿No ha pasado nada, Gil? A veces estas muchachas aristocráticas buscan un tipo duro, para cambiar… un poco, ¿sabes?
Snook no alteró el tono de voz.
— ¿Cómo es la disciplina en el regimiento de Leopardos? Pensé que los tenían cortos de rienda.
— En general, sí — Murphy se puso pensativo—. ¿Había un oficial presenciando el espectáculo?
— Sí.
— Eso no tiene porqué significar nada.
— Yo sé lo que no tiene que significar.
Llegaron a la boca de la mina y Snook sintió que su preocupación por la conducta de los soldados se disipaba abruptamente cuando recordó que muy probablemente sostendrían otro encuentro con los seres silenciosos y traslúcidos que deambulaban por las profundidades de la mina. Era comprensible que Ambrose, que nunca había visto las apariciones, hablara doctamente de geometrías y movimientos planetarios: enfrentarse a la realidad de los fantasmas azules era algo totalmente distinto. Snook descubrió en sí mismo una intensa reticencia a descender en la mina, pero la ocultó cuando el grupo se reunió frente al ascensor y Murphy puso la maquinaria en marcha. Las bocas de los avernianos era lo que más le aterraba, esas ranuras inhumanamente anchas, inhumanamente móviles que por momentos parecía que expresaran una tristeza más allá de toda comprensión. Snook sospechó que Averno era quizás un mundo infeliz, y que era un acierto ponerle el nombre de un infierno mitológico.
— Yo bajaré primero porque conozco el nivel que nos interesa — anunció Murphy—. El ascensor no se detiene, por lo que tendrán que apearse rápido cuando me vean, pero no se preocupen… Es tan fácil como usar una escalera mecánica. Si no bajan a tiempo, sigan hasta llegar a la galería de abajo, desciendan allí, den la vuelta hasta la fila ascendente y suban de nuevo. Todavía no hemos perdido a ningún visitante.
Los otros rieron con la broma y recobraron el ánimo tras el desasosiego que les había provocado el incidente del portón. Entraron de dos en dos en las jaulas, Snook, el último con su molesto fajo de cartones. Los oídos le zumbaron durante el descenso lento y lleno de crujidos. Cuando llegó a la galería circular del Nivel Tres encontró a Ambrose rodeado por los demás, asignando gente a los diversos túneles radiales. El generador de radiación, que era del tamaño de una maleta pequeña, quedaría frente al ascensor para ser trasladado hacia quien gritara que había encontrado un edificio averniano.
— Quiero que todos lleven uno de los letreros que tiene Gil — dijo Ambrose—. Sé que son un poco molestos, pero ya hemos soportado tantas molestias que una más no afectará — tomó uno de los letreros y lo levantó; pintado en gruesos caracteres negros había tres elementos: una sinusoide de curva cerrada y una flecha que apuntaba desde ella hacia otra sinusoide de curva mucho más amplia—. Este cartelón con este extraño dibujo simboliza la conversión de luz en sonido — miró a Quig y Culver—. Creo que el significado está bien claro, ¿verdad?
Quig cabeceó dubitativamente.
— Siempre que los avernianos tengan ojos y siempre que sepan algo de acústica y siempre que hayan desarrollado una teoría ondulatoria de la luz y siempre que sepan de electrónica y siempre que…
— No sigas, Des… Ya he admitido que no tenemos demasiadas posibilidades. Pero es tanto lo que está en juego, que estoy dispuesto a intentar cualquier cosa, por extravagante que parezca.
— De acuerdo. No me molesta llevar el cartel — dijo Quig—. Pero lo que más me interesa es obtener fotografías. Creo que es nuestra mayor posibilidad — se golpeteó la cámara que llevaba colgada del cuello.
— Muy bien… Apreciaré cualquier ayuda que pueda obtener en esta etapa — Ambrose se miró el reloj—. Sólo nos queda alrededor de un cuarto de hora, pues los avernianos ya deben estar en los niveles inferiores de la mina, así que vamos a nuestros puestos. El sonido se desplaza bien en estos túneles, pero la acústica no es buena, así que no se alejen más de cien metros del hueco del ascensor. No se quiten los Amplite, apaguen todas las linternas dentro de diez minutos, y no olviden gritar a voz en cuello si encuentran lo que buscamos.
Estalló otra carcajada general que inspiró a Snook una ocurrencia maligna: se preguntó cuántos del grupo seguirían divirtiéndose cuando aparecieran los avernianos, si es que aparecían. Se dirigió hacia el conducto sur, y advirtió que Prudence caminaba a su lado dirigiéndose a un ramal contiguo. Llevaba un letrero y una linterna, pero la figura esbelta y la vestimenta elegante eran incongruentes contra el fondo de superficies rocosas y artefactos de excavación. Snook sintió un involuntario aguijonazo de inquietud.
— ¿Entrará allí sola? — dijo.
— ¿No le parece que tengo que hacerlo? — la cara era inescrutable detrás de las lentes azules de los Amplite.
— Francamente, no.
Prudence curvó los labios.
— No le vi demasiado preocupado por mi seguridad mientras sus amigos se divertían en el portón…
— ¡ Mis amigos! — la injusticia de la observación sorprendió tanto a Snook que no pudo articular frase alguna hasta que Prudence continuó caminando por el túnel. La siguió con la mirada, moviendo los labios en silencio, y luego reinició la marcha maldiciéndose interiormente por haber cometido la tontería de hablarle.
Los depósitos de arcilla diamantina habían sido anchos y profundos en aquel punto, y al retirarlos había quedado algo semejante a una caverna subterránea natural. Los proyectores parasónicos reducían la roca y la arcilla a polvo sin afectar la dureza de los diamantes, y además tenían la ventaja de que no resquebrajaban ni forzaban la estructura rocosa, de modo que se requería poco apuntalamiento. Snook siguió la curva del espacioso túnel hasta que calculó haber recorrido unos cien metros, se detuvo y encendió un cigarrillo. Desde los tubos fluorescentes del hueco principal le llegaba una iluminación muy tenue, pero las gafas la transformaban en un muro visible de luz que le parecía lo suficientemente intenso para detectar cualquier fantasma que apareciera. Por lo tanto, dio la espalda a la luz y se enfrentó a la parte más oscura del túnel. Aun así, el fulgor del cigarrillo era casi intolerable visto a través de las gafas de magniluct. Snook lo aplastó con el pie y se quedó perfectamente tieso, esperando.
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