Al abrir la puerta de su compartimiento, Colt se acordó del técnico que estaba trabajando en su nave. Que se embrome. Que se rompa su blanco trasero trabajando. Y salió al corredor para dirigirse hacia la lanzadera que partiría hacia la Luna.
—Cuando me dijiste que íbamos a dar un paseo no me di cuenta de que querías decir aquí arriba —dijo Ellen.
Ella y Kinsman llevaban trajes presurizados y caminaban lentamente y con cuidado por el lecho del Mare Nubium, que cubría Selene y se extendía hasta la base de la muralla de Alphonsus.
Kinsman detestaba los trajes presurizados. Era como estar dentro de la piel de otra persona. Eran pesados y difíciles de mover, aun en la leve gravedad lunar. Siempre olían a plástico y al sudor de otra persona. Estaba enojado consigo mismo por no haber encargado un traje especial a medida para sí.
—Todo el mundo debería ver la superficie —le dijo a Ellen—. Son demasiados los temporarios que vienen y se quedan abajo durante todo el período de su estadía. Podrían haber estado en el Pentágono, o en el subterráneo de Nueva York, y hubiera sido lo mismo.
—¿Qué es eso?
Ellen señaló hacia la esférica superficie de plástico que estaba a más de un kilómetro de distancia. Él no podía ver su cara a través del visor polarizado. El traje presurizado la transformaba en una pesada y anónima figura. Su voz era una aproximación electrónica en los auriculares de su casco.
—Esa es la cúpula original de Lunagrad —explicó Kinsman—. La gente de Leonov todavía hace descender sus naves allí.
¿Y por qué me habrá pedido Pete que me reuniera con él hoy? ¿Qué ocurrirá con él?
Ella se le acercó, braceando pesadamente.
—¿Cómo es que las dos bases fueron construidas una junto a la otra?
—Eso fue allá por los años ochenta, cuando la palabra clave era “cooperación”. Íbamos a compartir la mayoría de las instalaciones: energía eléctrica, planta de agua, las granjas… Más barato para ambas partes.
—No duró mucho, ¿no?
—Política terrestre —dijo Kinsman—. La escasez de alimentos, la crisis energética… y comenzamos a recibir órdenes para que Moonbase se hiciera autosuficiente. Que no dependiéramos para nada de los rusos. Ellos recibían las mismas órdenes. Pero habíamos estado viviendo juntos diez años ya.
—¿Has estado aquí arriba por diez años?
—Más bien quince, entre idas y vueltas. Y los últimos cinco años seguidos—. El extendió sus brazos y giró lentamente—. Bien… ¿qué te parece?
Quizás ella se encogió de hombros dentro del traje; era imposible decirlo.
—Se ve tan estéril… tan desolado. Y está tan vacío .
—Tenemos mucho espacio —confirmó Kinsman—. Y energía… energía solar casi gratis. Lo que no tenemos es agua. Hay que extraerla de las rocas. Qué curioso: la energía es barata aquí, y el agua carísima. En la Tierra es precisamente al revés.
—El agua no es barata en la Tierra —dijo Ellen—. Por lo menos, el agua potable.
Kinsman sacudió la cabeza, aun cuando Ellen no podía ver este gesto.
—Uno pensaría que eso sería la última cosa que echarían a perder en un planeta repleto de ese elemento.
La tomó de la mano enguantada y la guió por la leve pendiente del borde de un pequeño crater. El suelo estaba picado de minúsculos cráteres de apenas unos pocos centímetros de diámetro. El ventilador del traje de Kinsman funcionaba a su máxima velocidad; aun así se sentía calor.
—El horizonte está tan cercano… —dijo ella.
—Es el borde del mundo. Uno podría temer caerse.
—Creí que se verían mejor las estrellas.
—Los visores filtran mucho. Y el resplandor de la Tierra no ayuda casi nada.
—¡Es tan… triste ! Nunca he visto desolación semejante.
¿Qué es lo que esperabas?, se dijo a sí mismo. En voz alta, preguntó:
—¿Que es lo que te hizo venir?
Ella se volvió pesadamente para mirarlo de frente.
—Estaba trabajando en el Pentágono, y me enteré de una vacante para jefe de la sección criptografía. Y me abalancé sobre ella. Después de eso me dijeron dónde era.
—Pero igualmente viniste.
—¿Por la posibilidad de ser jefe de sección? Iría aún más allá de la Luna por tal ascenso.
Kinsman sintió que sus cejas se arrugaban.
—¿Es tan difícil conseguir trabajos allá en Washington?
—En todas partes. Especialmente cuando uno comienza a trabajar tan tarde como yo lo hice. Un hombre puede casarse y tener un hijo, y nadie lo castiga por eso…, pero una mujer pierde por lo menos un año de su carrera, y no creo que la oficina de personal deje de marcar eso en rojo.
—¿Tienes un niño?
—Una niña. Tiene nueve años ahora. Está con mi ex marido. En Arizona, eso es lo último que sé.
—Y entonces te viniste aquí —dijo Kinsman—, al lugar de las oportunidades.
—Efectivamente. Quiero ser jefa de todo el departamento de comunicaciones.
Con una sonrisa torcida él dijo:
—Veré qué puedo hacer para que sea así. —Y luego agregó, más seriamente—: Sabrás que Pierce debe ser trasladado a la Tierra. Ha estado dirigiendo el Departamento de Comunicaciones por más de un año… —Dejó que su voz se perdiera.
Pero la voz de Ellen sonó ansiosa.
—¿Crees que yo podría ocupar su lugar? Quiero decir…, yo sé que puedo hacerlo. Allá en el Pentágono realmente era yo quien manejaba todo, excepto que mi jefe…
—¡Ya! —reaccionó Kinsman, levantando sus manos enguantadas—. Calma. Es Larry quien debe designar a su reemplazante. Y no creo que el poner a una recién llegada sea bien visto por el resto del equipo. Especialmente por aquellos que han estado aquí un tiempo.
—¿Larry? ¿Quieres decir el señor Pierce?
—Sí. Háblale a él de eso. Depende de él.
—Lo haré —dijo Ellen.
Estaban de pie uno junto al otro, en el solitario vacío de la rocosa, desgastada y desnuda llanura lunar. Kinsman se dio cuenta de que no tenían nada más que decirse.
—Vamos, deberíamos estar ya de regreso —le dijo.
Ella caminaba junto a él mientras se dirigían sobre el desnivelado suelo de vuelta hacia la cúpula principal de Selene.
—La gente te estima mucho aquí —dijo Ellen, después de un largo silencio.
—Privilegios del rango.
—Es más que eso. Tú fuiste uno de los primeros astronautas que permaneció en la Luna por largo tiempo…
—Un pionero normal. Allá a principios de la década del ochenta.
—Y también salvaste unas cuantas vidas cuando se instalaron las primeras bases temporarias.
—Todo el mundo salvó unas cuantas vidas en aquella época No había manera de sobrevivir sin la ayuda de los compañeros.
¿Cuántas otras cosas sabe ella?
—Eres una figura romántica y atractiva.
—Oh, por supuesto.
—Lo eres —insistió Ellen—. Las mujeres hablan. Y según lo que he oído, puedes elegir la mujer que quieras aquí, y a menudo lo haces.
—Bueno…
—Pero ninguna relación que dure. Nada permanente. Nada a largo plazo.
Él se dio cuenta de que lo estaba examinando, pero no dijo nada.
—Eso es actuar con inteligencia —continuó Ellen—. Nada de ligaduras, nada de compromisos. Muy inteligente.
—Maldición, Ellen. Esto se está poniendo ridículo.
—¿Te parece? —su voz sonaba divertida—. Yo creo que es fascinante. Estoy tratando de comprenderte… y de comprenderme. Yo no soy de las que van a una fiesta con un tipo la primera vez que lo ven y terminan en la cama de él. Y además tuve que perseguirte .
—Estoy viejo y cansado.
—Yo sé que no es verdad. Estás en excelentes condiciones.
—No era mi intención llevarte a la cama.
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