Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— Buen antedía — dijo sonriendo —. ¿Qué te trae hasta la Torre de Monteverde?

El correo era un hombre enjuto de mirada cansada, pero le respondió amablemente mientras tiraba de las riendas de su cuernoazul.

— El mensaje que traigo sólo puede ser visto por el gran Glo.

— El gran Glo todavía duerme. Yo soy Toller Maraquine su ayudante personal y miembro heredero de la orden de los filósofos. No siento el menor deseo de curiosear, pero mi señor no tiene muy buen carácter y puede disgustarse mucho si lo despierto a estas horas, excepto si es por un asunto de urgencia considerable. Dime sobre qué trata tu mensaje y yo decidiré qué debe hacerse.

— El tubo de mensaje está sellado. — El correo esbozó una sonrisa burlona —. Y se supone que yo no tengo por qué conocer su contenido.

Toller se encogió de hombros, simulando familiaridad.

— Es una pena; tenía la esperanza de que tú y yo podríamos evitarnos problemas.

— Buena tierra de pastos — dijo el correo, volviéndose en su silla de montar para observar la pradera que acababa de atravesar —. Me imagino que la casa de su señoría no debe de haber sido demasiado afectada por las restricciones de comida…

— Tienes que estar hambriento después de cabalgar hasta aquí — dijo Toller —. Me encantaría poder ofrecerte el desayuno de un héroe, pero quizá no haya tiempo. Quizá sea mejor que vaya a despertar inmediatamente al gran Glo.

— Quizá sea más razonable dejar a su señoría disfrutar de su descanso. — El correo descendió de un salto y se colocó junto a Toller —. El rey lo convoca a una reunión especial en el Palacio Principal, pero la cita es para dentro de cuatro días. No parece que sea un asunto de gran urgencia.

— Quizá — dijo Toller, frunciendo el ceño mientras intentaba evaluar la sorprendente noticia —. Quizá no.

Capítulo 7

— No estoy seguro de estar actuando bien — dijo el gran Glo mientras Toller Maraquine terminaba de atar las correas de su montura —. Creo que sería mucho más prudente, aparte de ser mejor para ti, que me acompañase uno de los criados y tú… hummm… te quedases aquí. Hay mucho trabajo que hacer, trabajo que no te traerá ninguna complicación.

— Han pasado dos años — replicó Toller, decidido a no ser orillado —. Y Leddravohr ha tenido tantas cosas en que pensar que probablemente ya no se acordará de mí.

— No cuentes con ello, muchacho. El príncipe tiene fama de ser tenaz en estos asuntos. Además, sabes que es bastante probable que tú le refresques la memoria.

— ¿Por qué iba yo a hacer algo tan poco sensato?

— Te he estado observando últimamente. Pareces un árbol de brakka que está retardando su explosión.

— Ya no hago ese tipo de cosas.

Toller protestó automáticamente, como solía hacer en el pasado, pero tuvo la impresión de que realmente había cambiado desde su primer encuentro con el príncipe militar. Sus períodos ocasionales de desasosiego e insatisfacción eran una prueba del cambio, por la forma en que ahora los soportaba. En vez de esforzarse por encontrar la menor excusa que desencadenase la tormenta, había aprendido, como otros hombres, a desviar o sublimar sus energías emocionales. Se había adiestrado para aceptar placeres menores y satisfacciones en lugar de la plenitud total ansiada por tantos y destinada a tan pocos.

— Muy bien, joven — dijo Glo, ajustando una hebilla —. Voy a confiar en ti, pero recuerda que ésta es una ocasión de especial importancia y compórtate de acuerdo a ello. Confío en tu promesa. ¿Comprendes, claro está, por qué el rey ha considerado conveniente… hummm… convocarme?

— ¿Es una vuelta a los días en que se nos consultaba sobre los grandes elementos imponderables de la vida? ¿Quiere saber el rey por qué los hombres tienen pezones pero no pueden amamantar?

Glo sorbió por la nariz.

— Tu hermano tiene la misma tendencia desafortunada al sarcasmo grosero.

— Lo siento.

— No te creo, pero de todas formas contestaré a tu pregunta. La idea que yo sembré en la mente del rey hace dos años, al fin ha dado frutos. ¿Recuerdas lo que dijiste sobre que volaba más alto y veía…? No, ése fue Lain. Pero hay algo en lo que… hummm… debes pensar, joven Toller. Yo ya tengo bastantes años y no voy a vivir muchos más, pero te apuesto mil nobles a que pondré un pie en Overland antes de morirme.

— Nunca dudaría de su palabra en ningún tema — dijo Toller con diplomacia, maravillado ante la capacidad del anciano para autoengañarse.

Cualquier otro, con la excepción de Vorndal Sisstt, habría recordado con vergüenza la reunión del consejo. Tan grande fue la deshonra de los filósofos, que hubieran sido expulsados de Monteverde, en el caso de que la monarquía no hubiera tenido que ocuparse de la plaga y sus consecuencias. Sin embargo, Glo todavía alimentaba la creencia de que el rey lo estimaba y de que su fantasía sobre la colonización de Overland podría considerarse seriamente. Después del ataque de su enfermedad, Glo había renunciado al alcohol y por tanto era capaz de comportarse mejor, pero su senilidad seguía distorsionando su sentido de la realidad. La hipótesis de Toller era que Glo había sido convocado a palacio para rendir cuentas sobre su fracaso continuado en la producción de eficaces armas anti — ptertha de largo alcance, que eran vitales para que la agricultura pudiera recuperarse.

— Tenemos que darnos prisa — dijo Glo —. No podemos llegar tarde en nuestro día triunfal.

Con la ayuda de Toller, se puso su túnica gris, tapando con ella el soporte ortopédico de cañas que le permitía permanecer de pie sin ayuda. Su cuerpo, grueso anteriormente, había degenerado en una delgadez fláccida, pero no había modificado sus ropas para que pudieran esconder el soporte, pretendiendo disimular su incapacidad parcial. Era uno de los puntos débiles que le había hecho ganar la simpatía de Toller.

— Llegaremos a tiempo — le aseguró Toller, preguntándose si debería intentar prevenir a Glo de la posible ordalía que se avecinaba.

El camino hasta el Palacio Principal transcurrió en silencio, con un Glo meditabundo asintiendo con la cabeza, como si estuviera ensayando su discurso preparado.

Hacía una mañana gris y húmeda, y la penumbra era intensificada por las pantallas anti — ptertha s que cubrían el cielo. La iluminación no había disminuido demasiado en aquellas calles en las que fue suficiente poner un techado de red o de enrejado apoyado sobre unas cañas que se extendían horizontalmente entre los aleros de cada lado. Pero donde había techos o parapetos próximos de distintas alturas, fue necesario levantar estructuras pesadas y complicadas, muchas de las cuales estaban revestidas de tejidos barnizados que prevenían que las corrientes de aire y vientos descendentes atrajesen el polvo de los pterthas a través de las innumerables rendijas de los edificios, pensados para un clima ecuatorial. Muchas de las avenidas del centro de Ro-Atabri, deslumbrantes en otra época, se presentaban ahora oscuras como cavernas, la arquitectura de la ciudad, habiendo sido obstruida y ensombrecida por el velo defensivo, se volvió claustrofóbica.

El puente sobre el Bytran, el río principal que cruzaba el camino en dirección sur, estaba totalmente cubierto por una estructura de madera, dando la impresión de ser un gigantesco almacén, y por una especie de túnel atravesaba el foso y conducía hasta el Palacio Principal, que ahora estaba entoldado. El primer indicio que percibió Toller de que la reunión iba a ser diferente de la que había tenido lugar dos años antes, fue la ausencia de carruajes en el patio delantero. Aparte de unos cuantos coches oficiales, solamente la ligera berlina de su hermano, adquirida antes de la proscripción de vehículos tirados por yuntas, esperaba cerca de la entrada. Lain estaba solo junto a la berlina con un delgado rollo de papel bajo el brazo. Su cara alargada parecía pálida y cansada bajo los negros mechones de su cabello. Toller dio un salto y ayudó a Glo a bajar del carruaje, aguantándolo discretamente hasta que consiguió mantenerse en equilibrio.

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