El ataque fue madurando en los cinco movimientos siguientes. Era un nudo corredizo que se iba cerrando sobre el campo de juego de Wili. El enemigo (Wili ya no pensaba en él como un nombre, ni siquiera como una persona) podía ver varias jugadas futuras, y podía descubrir una estrategia incluso más allá. Wili casi había encontrado a su verdadero contrincante.
Cada movimiento les iba costando más tiempo que el anterior y los jugadores se quedaban en un estado catatónico, evaluando su próxima jugada. Finalmente, ya a la vista del fin de la partida, Wili realizó la más aguda filigrana de su corta carrera. Su enemigo se había quedado con dos torres, contra un caballo, un alfil y tres peones bien colocados. Para ganar necesitaba alguna combinación genial, algo tan inteligente como su descubrimiento del invierno anterior. Pero sólo disponía de veinte minutos y no de veinte semanas.
Con cada uno de los movimientos, la presión dentro de su cabeza iba en aumento. Tenía la impresión que era un corredor pedestre que persiguiese a un automóvil, o como el John Henry de los discos de historia de Naismith. Su desnuda inteligencia estaba luchando con un monstruo artificial, una máquina que analizaba un millón de combinaciones durante el tiempo que él empleaba en analizar una.
El dolor se trasladaba de sus sienes a su nariz y a sus ojos. Era una sensación punzante que le hizo salir a la superficie del mundo real desde las profundidades.
¡Humo! Richardson había encendido un enorme puro. El humo alquitranado fue a parar a la cara de Wili.
—¡Tire eso! —la voz de Wili era casi inarticulada, con la rabia apenas controlada.
Los ojos de Richardson se ensancharon denotando una inocente sorpresa. Aplastó el caro cigarro.
—Lo siento. Sabía que los del norte no están cómodos con esto, pero ustedes los negros ya tienen bastante humo en los ojos.
Sonrió. Wili se levantó a medias, con las manos convertidas en puños. Alguien le empujó para obligarle a sentarse de nuevo.
Richardson le miró con una altiva tolerancia, como si dijera «la carrera ya se ha terminado».
Wili intentó olvidarse de aquella mirada y del público que estaba cerca de la mesa. ¡Ahora tenía que ganarle!
Miró fijamente al tablero y lo volvió a mirar otra vez. Estaba seguro de que, si los movía bien, aquellos peones podrían sortear el fuego enemigo.
Pero el tiempo se estaba acabando y no podía volver a capturar su anterior estado mental.
Su enemigo seguía sin cometer errores, su juego era tan diabólicamente profundo como antes.
Tres movimientos más. Los peones de Wili iban a morir. Todos. Tal vez los espectadores no lo veían todavía, pero Wili sí, y también Richardson.
Wili tragó saliva intentando dominar las náuseas. Cogió a su rey, para tumbarlo y así abandonar. Sin quererlo, sus ojos se encontraron con los de Richardson.
—Ha jugado muy bien, hijo. Es el mejor juego que he visto jugar sin ayudas.
No había una aparente burla en la voz del otro, pero ahora Wili ya lo conocía bien. Se lanzó por encima de la mesa, agarrando a Richardson por la garganta. Los guardias intervinieron rápidamente. Wili se encontró izado sobre la mesa, sostenido por media docena de manos no demasiado delicadas. Le chilló a Richardson las más expertas y obscenas maldiciones en españolnegro.
El Jonque se apartó de la mesa e indicó con un gesto a sus guardias que dejaran a Wili en el suelo. Buscó la mirada de Rosas y le dijo suavemente:
—¿Por qué no se lleva a su pequeño Alekhine para que se enfríe?
Rosas hizo un gesto afirmativo. Entre él y Jeremy se llevaron hasta la puerta al perdedor que todavía luchaba. Wili oyó, detrás de ellos, que Richardson intentaba convencer a los directores del campeonato (con aparente sinceridad) para que permitieran que Wili siguiera en el torneo.
Unos momentos después estaban en el exterior y libres de los curiosos. Los pies de Wili se afirmaron en el césped y ya pudo andar, más o menos voluntariamente, entre Rosas y Jeremy.
Era la primera vez en muchos años, la primera desde que perdió a Tío Sly, que Wili lloraba. Se tapaba la cara con las manos, intentando aislarse del mundo exterior. No podía haber humillación más punzante que aquélla.
—Podemos llevarle hasta detrás de los coches, Jeremy. Un paseo le sentará bien.
—Fue una partida muy buena, de verdad, Wili —dijo Jeremy—. Ya te había dicho que Richardson estaba clasificado como Experto. Te faltó muy poco para ganarle.
Wili apenas si le oía.
—Ya lo tenía, ya tenía a aquel bastardo Jonque. Cuando encendió aquel puro, me hizo perder la concentración. Os lo aseguro. Si no hubiera hecho trampas, le hubiera hecho jaque mate.
Anduvieron unos treinta metros, y Wili se fue calmando gradualmente. Entonces se dio cuenta de que nadie le había contestado dándole ánimos. Dejó caer los brazos y miró a Jeremy.
—¿Es que no lo crees así?
Jeremy estaba afectado, y su honestidad luchaba con su amistad.
—Richardson es un bocazas, tienes razón. Siempre hace lo mismo; parece como si pensara que esto entra en el juego.
Te diste cuenta de que nada podía influir en su concentración. Mientras habla está comprobando sus programas, y así siempre puede volver fácilmente a su estado mental previo. Nunca da un traspié, ni pierde la onda.
—Aun así, yo hubiera podido ganarle.
Wili no iba a permitir que el otro se fuera del asunto.
—Bueno, Wili, mira: tú eres el mejor jugador sin ayudas que he visto. Has aguantado mucho más que cualquiera de los otros jugadores estrictamente humanos. Pero sé sincero: ¿No notaste algo diferente de los demás cuando jugaste contra él? Quiero decir, aparte de su labia. ¿No era más astuto que los otros jugadores de antes… un poco más mortífero?
Wili recordó la imagen de John Henry y la perforadora de vapor, de pronto recordó que la de Experto era la categoría inferior en los campeonatos. Empezó a ver el punto de vista de Jeremy.
—Así pues, ¿crees que las máquinas y sus conexiones al cuero cabelludo pueden representar tanta diferencia?
Jeremy asintió. Era igual que en la contabilidad o que en el refuerzo de memoria, pero si podían convertir a un Roberto Richardson en un genio, ¿qué no podrían hacer por…? Wili recordó la irónica sonrisa de Paul, cuando Wili desdeñaba las ayudas mecánicas. Recordó las horas que Paul se pasaba conectado a un procesador.
—¿Puedes enseñarme a usar estas cosas, Jeremy? ¿Y para otras cosas distintas del ajedrez?
—Desde luego que sí. Requerirá algún tiempo. Hay que hacer un programa a medida del usuario y, además, el aprendizaje para interpretar una conexión al cuero cabelludo es algo laborioso. Pero cuando se haga el próximo campeonato, vas a derrotar a cualquier cosa animal, vegetal o mineral —se rió.
—Muy bien —intervino Rosas, inesperadamente—. Ahora ya podemos hablar.
Wili miró a su alrededor. Ya habían rebasado la zona de los aparcamientos. Iban andando por un camino polvoriento que se dirigía hacia al norte, hacia los viñedos circunvalando la bahía. El hotel se había perdido de vista. Era como salir de un sueño, de golpe, para darse cuenta de que la partida y la discusión sólo habían sido una argucia.
—Lo has hecho muy bien, Wili, una actuación perfecta. Éste era el incidente que necesitábamos, y ocurrió en el momento adecuado.
Al Sol le quedaban todavía unos veinte minutos antes de hundirse en el horizonte, aunque su luz ya se iba velando. Se iniciaba el crepúsculo de color naranja. Una niebla espesa se concentraba sobre la playa, como un ejército silencioso que se preparaba para ir al asalto, tierra adentro.
Wili se secó la cara con su manga.
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