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Vernor Vinge: La guerra de la paz

Здесь есть возможность читать онлайн «Vernor Vinge: La guerra de la paz» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 84-406-0022-1, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Vernor Vinge La guerra de la paz

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Paul Hoehler, un brillante científico, descubre el principio del funcionamiento de las “burbujas”, unos campos de fuerza esféricos completamente infranqueables. Gracias a ellos, sus usuarios se harán con el poder e impondrán una “paz” forzada y un estancamiento científico-tecnológico en un mundo diezmado por los conflictos y las plagas. “ ” es la primera obra de la serie de las “burbujas” en la que un brillante autor de sólida formación científica nos narra un futuro posible y la rebelión contra una autoridad despótica en medio de una intriga política de gran alcance. Una interesante y dinámica exploración de cómo un nuevo y maravilloso artilugio científico todavía incomprendido puede alterar el destino del mundo.

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—Otra vez ( ) —dijo el muchacho devolviendo la mirada a Tellman. El propietario dudó, miró al círculo de caras que le rodeaban y vio a los adultos.

—De acuerdo —concedió Tellman— pero ésta ha de ser la última vez… Este es el final, ¿entiende? —repitió en español pidgin—. Yo he de ir a comer.

Esto último lo dijo probablemente en atención a Naismith y Rosas.

El chaval se encogió de hombros.

—Bueno.

Tellman conectó el tablero de Celeste, a nivel nueve según pudo ver Rosas. El chico estudió la disposición del juego con mirada calculadora. El diseño del tablero era plano, y mostraba un hipotético sistema solar visto desde arriba del plano de rotación. Los tres planetas eran pequeños discos luminosos que se movían alrededor del primario. Su tamaño daba una pista acerca de su masa; las medidas concretas aparecían cerca del borde del tablero. Los planetas que entraban y salían se movían en órbitas visiblemente excéntricas, el planeta de salida daba una revolución cada cinco segundos, lo bastante aprisa para que se pudiera apreciar claramente la precesión. Entre éste y el planeta de destino se movía un tercer mundo, también en una órbita excéntrica. Rosas se sonrió. Sin duda alguna la única razón por la que Tellman había dejado el problema sobre un mismo plano era que no disponía de un holograma para el campo del Celeste. Mike jamás había visto que alguien jugara sin un procesador simbiótico a esta versión de salida y llegada de Celeste, a nivel nueve. El temporizador del aparato avisaba de que el jugador —el chiquillo— disponía de diez segundos para lanzar el cohete y hacerlo llegar a su destino. Según la lectura del combustible disponible, Rosas estaba seguro de que no había energía suficiente para hacer el vuelo en una órbita directa. ¡Por si fuera poco había que tirar por banda!

El chiquillo dejó todos sus billetes sobre la mesa y miró de reojo a la pantalla. Pasaron seis segundos. Agarró los mandos y los hizo girar. La diminuta chispa dorada, que representaba a su aeronave, cayó desde el disco verde del mundo de partida, ¡hacia adentro!, en dirección al sol amarillo a cuyo alrededor giraba todo. Había usado más de las nueve décimas partes de su combustible para disparar en la dirección contraria.

Los chiquillos que estaban a su alrededor soltaron murmullos de contrariedad, y una sonrisa apareció en la cara de Tellman. La sonrisa se quedó helada.

Cuando la nave espacial llegó cerca del sol, el muchacho hizo girar de nuevo los mandos, una propulsión que, junto con la gravedad del primario, lanzó a la chispa dorada hasta lo más lejano de aquel sistema solar de pacotilla. Bordeó por la pantalla de dos metros, disminuyendo de velocidad a medida que se alejaba, dirigiéndose no al planeta de destino, sino hacia el intermedio. Rosas lanzó un silbido involuntario. Había jugado a Celeste, tanto sólo como con ordenador. El juego tenía más de cien años de antigüedad y era casi tan popular como el ajedrez, porque hacía recordar lo que la raza humana casi había logrado conseguir. Pero nunca había visto hacer un tiro a dos bandas por un jugador que no contara con ayuda técnica.

La sonrisa de Tellman seguía en su cara que se había vuelto algo gris. El vehículo se acercó al planeta intermedio, aventajándolo a medida que iba girando alrededor del primario. El muchacho hizo modificaciones casi inapreciables en su trayectoria durante el periodo de aproximación. El control del combustible marcaba 0.001 de su capacidad. La representación del planeta y la de la nave se mezclaron durante un instante, pero no se computó como colisión, porque el diminuto punto se apartó rápidamente, marchando hacia la otra punta de la pantalla.

Los demás muchachos que estaban a su alrededor, se daban codazos y chillaban. Husmeaban a un ganador, y el viejo Tellman iba a perder un poco del dinero que antes les había ganado a ellos durante el día. Rosas, Naismith y Tellman no hacían más que mirar conteniendo su respiración. Prácticamente sin combustible residual, sería un asunto de suerte si tenía lugar el contacto final.

El disco rojizo del planeta de destino se movía plácidamente mientras la supuesta espacionave describía un arco cada vez más alto, y cada vez más lento, y sus trayectorias llegaron a ser casi tangenciales. La nave se aceleraba a causa de la gravedad del planeta objetivo, dando la tentadora impresión de éxito que siempre ocurre cuando se hace un tiro muy aproximado. Se aproximaron más y más hasta que las dos luces se convirtieron en una en la pantalla.

«Intercepción» anunció la pantalla, y la puntuación de méritos se disparó con abundantes destellos y música. Rosas y Naismith se miraron uno al otro. El chico lo había conseguido.

Tellman estaba pálido. Miró los billetes que el chico había apostado.

—Lo siento, chico, pero ahora no tengo bastante aquí.

Intentó repetir su excusa en español, pero el chico soltó una andanada de palabras ininteligibles en español negro que no podían ser más que tacos y maldiciones. Rosas miró intencionadamente a Tellman. Había sido empleado para proteger tanto a los clientes como a los propietarios. Si Tellman no pagaba, ya podía decir adiós a su licencia. El Centro Comercial ya recibía bastantes quejas de padres cuyos hijos habían perdido dinero allí. ¿Y si el chico era lo bastante listo como para presentar una denuncia…?

Al final, la voz del propietario se elevó sobre el griterío juvenil.

—Está bien, voy a pagar. Pago, Pago… ¡hijo de perra!

Sacó un puñado de billetes y se los echó al muchacho.

—Y ahora, ¡lárgate!

El muchacho negro salió por la puerta antes que nadie. Rosas vio su partida y se quedó pensativo. Tellman siguió quejándose, hablando más para sí mismo que para los demás:

—No lo comprendo. No puedo entenderlo. El pequeño bastardo ha estado por aquí toda la mañana. Puedo jurar que nunca había visto un tablero de juego. Pero miraba y remiraba. Diego Martínez tuvo que explicárselo todo. Empezó a jugar. Apenas si tenía dinero suficiente. Y no hizo más que ir mejorando y mejorando. Nunca había visto nada parecido… La verdad… —se animó y miró a Mike—, la verdad es que me parece que me ha engañado. Apuesto que llevaba una calculadora y que sólo fingía ser joven y tonto. Hey, Rosas, ¿qué puedes hacer? Debes protegerme. Aquí debe haber habido alguna clase de trampa, especialmente en este último juego. El…

—…Tenía las probabilidades de una bola de nieve en un horno caliente, ¿eh, Telly? — Rosas acabó donde el propietario se había interrumpido—. Ya, lo sé. Usted tenía una apuesta segura. Tenía que haber sido una apuesta de mil a uno, y no a la par como le ha pagado usted. Pero conozco los procesos simbióticos y no hay manera de que pudiera hacerlo sin utilizar un equipo muy caro.

Por el rabillo del ojo vio que Naismith hacía señas de estar de acuerdo.

—Pero —se frotó su mandíbula y miró hacia la luz que estaba más allá de la entrada—, me gustaría saber más cosas de él.

Naismith le siguió cuando salió de la tienda, mientras Tellman se quedaba con sus balbuceos. Todavía eran visibles muchos de los chicos, que permanecían en corros a lo largo de la avenida de los Quincalleros.

El misterioso ganador no aparecía por ninguna parte. Pero, sin embargo, debía de andar por allí. El área de juegos desembocaba en la pradera central, lo que permitía una visión clara de todas las calles. Mike dio un par de giros sobre sí mismo, intrigado. Naismith le alcanzó.

—Pienso que, desde que empezamos a fijarnos en él, el muchacho siempre ha ido dos pasos por delante de nosotros, Mike. Fíjate que no protestó cuando Tellman le despidió con malos modos. Tu uniforme debe haberle amedrentado.

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