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Bob Shaw: El palacio de la eternidad

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: El palacio de la eternidad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1971, ISBN: 978-84-7255-005-6, издательство: Veron, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw El palacio de la eternidad

El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre. Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio. También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral. Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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—Piensa en ello, Mack — estaba diciéndole Lissa en un susurro. Diez días completos para nosotros en la costa sur. Los dos juntos…

Tavernor intentó enfocar su atención en aquellas palabras.

—A tu padre no le hará mucha gracia…

—No lo sabrá… Hay una exposición de pintura que se celebrará en el sur al mismo tiempo. Le dije que iría a verla. Kris Shelby está organizando el viaje y tú sabes que es la discreción misma…

—Quieres decir que se le puede comprar como a un bastón de goma…

—¿Qué es lo que pasa con nosotros? — le dijo Lissa con un leve tono de impaciencia en la voz.

—¿Y por qué estás haciendo esto? — Tavernor usó una calculada estolidez intentando irritarla —. ¿Por qué ahora?

Ella vaciló y después habló con una firmeza que Mack encontró extrañamente desconcertante.

—Te necesito, Mack. Te necesito y hay un límite para el tiempo que puedo esperar; ¿Es eso tan difícil de comprender?

De pie junto a ella en aquella confinada oscuridad, Tavernor sintió que su despego comenzaba a derrumbarse. ¿Por qué no? Aquella idea comenzó a martillearle las sienes. ¿Por qué no? Dándose cuenta de su capitulación, Lissa le rodeó el cuello con sus brazos y suspiraba satisfecha conforme él bajaba su rostro hacia el de ella. Tavernor hizo un esfuerzo finalmente, permaneció frío por un instante y empujó a la joven lejos de sí, súbitamente afectado de una fuerte irritación.

En la boca abierta de la chica, visible solamente por la total negrura de la habitación, él había visto revolotear las doradas y diminutas burbujas de las chispas.

—No deberías haber impedido que encendiese las luces — comentaba Tavernor momentos más tarde, mientras conducía el vehículo hacia El Centro, siguiendo la rielante superficie de un gran arroyo del bosque.

—¡Mack! ¿Quieres decirme de una vez qué es lo que pasa?

—Tu puedes hacer desaparecer el olor de las chispas con bastante facilidad; la luminiscencia es más difícil…

—Yo…

—¿Por qué haces eso, Lissa?

—Ya te lo dije.

—Por supuesto. Nuestra relación tan bellamente natural. Pero debías dejar primero de beber chispas.

—No veo qué diferencia puede haber con que tome un trago de vez en cuando.

—Lissa — dijo Tavernor con impaciencia —, si no vamos a ser honestos el uno con el otro, no hablemos más del asunto.

«Escúchame a mí», pensó. «Al viejo Tavernor.»

Se produjo un largo silencio, durante el cuál Mack se concentró en conducir el rápido vehículo por el centro de la corriente de agua. Los árboles de cada orilla aparecían por arriba bañados en una luz de plata procedente de la estrella Neilson y, en la parte baja, de oro por los potentes faros de la poderosa máquina, dándoles una visión de irrealidad. Unos árboles adornados con lentejuelas formaban una carretera de ensueño. Tavernor apretó el acelerador y el motor, tan finamente regulado, respondió inmediatamente.

Viajando casi a cien mil as por hora, el vehículo salió como una flecha a la desembocadura de la corriente y hacia el mar, lamiendo el tope de las olas y convirtiéndolas en ondulantes penachos de blanca espuma que se desvanecía lejos de la popa del vehículo. El ancho y oscuro océano apareció ante sus ojos, y Tavernor sintió súbitamente la necesidad de escapar de la guerra que sabía que se le echaba encima, apretando el acelerador hasta el máximo, en línea recta, inscribiendo una brillante línea en las negras aguas del mar hasta que los motores se destruyeran, y él y lo que creía la vasta inmensidad de sus culpas…

—Esto es muy interesante — dijo Lissa con la mayor naturalidad —. La aguja del contador ha estado en el rojo todo el tiempo. Yo no he podido nunca hacerla pasar de la raya naranja.

—Eso ha sido antes de que yo pusiera el motor mejor que nuevo — contestó Tavernor agradecido, recuperando el control de sus sentidos.

Entonces redujo la velocidad a una marcha más respetable y dio una fácil vuelta que les puso de cara a las luces de El Centro.

—Gracias, Lissa.

—¿Por qué cosa?

—Tal vez por nada; pero gracias, así y todo. ¿Adónde vamos?

—No estoy segura — Lissa hizo una pausa y Tavernor permaneció pendiente de las palabras de la joven, dándole vueltas a sus propias sospechas —. ¡Ah, sí! ¡Ahora lo estoy! Me gustaría ir al bar de Jamai.

—No sé, cariño — repuso Tavernor, instintivamente en guardia —. Dudo que pueda enfrentarme con esos condenados espejos retorcidos esta noche.

—¡Oh! No seas un viejo enano. Me gustaría ir al bar de Jamai.

Tavernor captó el ligero énfasis que creyó oír en la palabra «viejo» y se dio cuenta enseguida de que estaba comprometido en un oculto duelo, luchando con espadas invisibles. Lissa estaba intentando con lo que ella sin duda alguna consideraba como una gran sutileza, presionarle. Primero había sido el intento de una principiante para seducirle, ahora maniobraba para llevarle a un bar.

—De acuerdo, vayamos al bar de Jamai.

Tavernor se preguntó por qué había cedido tan fácilmente. ¿Curiosidad? ¿O sería a causa de tener treinta años más que ella y de que era demasiado viejo y experimentado para que ella lo manejase y en consecuencia estaba fallando en cierta forma que apenas si podía comprender?

Mantuvo un silencio prolongado hasta que el vehículo subió por una de las rampas de El Centro y quedó aparcado en un lugar conveniente próximo a la orilla del mar. Lissa le tomó una mano, cuando salieron del coche y caminó muy cerca de Mack, intentando refugiarse de la brisa fresca y salada del océano, hasta encontrarse en el bulevar brillantemente iluminado que rodeaba, en un amplio espacio, la bahía. Las ventanas de los grandes almacenes dejaban escapar su brillo iluminado hasta perderse en aquel océano que daba la impresión de ser una entidad viviente que desafiara la realidad de que el Hombre no era más que un forastero recién llegado a aquel mundo. Mientras caminaba; Lissa le llamaba la atención acerca de determinados vestidos o joyas que le atraían profundamente, persistiendo en su acostumbrada pretensión de que era incapaz de permitirse el lujo de adquirir lo que le gustaba.

Tavernor apenas si prestaba atención. La rara conducta de Lissa le había hecho sentirse extrañamente molesto. Parecía que, fuera de lo natural, aquella noche había demasiados uniformes militares en las calles. Mnemosyne se hallaba tan lejos de las zonas de combate como era posible, siguiendo aún dentro de la Federación; pero el conflicto con los pitsicanos duraba ya, con furia mantenida, medio siglo y podían encontrarse a los soldados en cualquier mundo. Algunos sé hallaban de permiso o convalecientes, otros vagamente ocupados en el servicio de diversos organismos no combatientes que tan libremente proliferan en un estado de guerra tecnológica. «A pesar de todo», pensó Tavernor, «no recuerdo haber visto tantos uniformes antes. ¿Tendrá esto algo que ver con el estallido de la estrella Neilson? ¿Tan pronto?»

Cuando llegaron al bar de Jamai, Lissa entró la primera. Tavernor la siguió hacia una larga habitación iluminada de rojo y miró de soslayo en torno suyo, ocultando su precaución, mientras que Lissa saludaba a un grupo de amigos alineados en la barra del bar. El grupo charlaba y reía, irradiando a su alrededor la alegre complacencia de unos intelectuales que habían ido a la ciudad durante la noche. Junto a ellos los espejos se agitaban y contraían.

—¡Querida! ¡Qué gusto de verte por aquí! — saludó Kris Shelby, apartando su alta e inmaculada figura de la barra con un progresivo movimiento ondulatorio que le recordó a Tavernor algo parecido a una cuerda de seda que estuviese retorciéndose.

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