Pero no la Tizbe que ella conocía. Maia parpadeó. Tuvo la momentánea impresión de que la var que habían recogido se había cambiado de ropa, se había teñido el pelo y había envejecido diez años en apenas veinte minutos.
Lysos , pensó Maia, advirtiendo cómo se había dejado engañar. Leie y yo planeábamos viajar fingiendo ser clones. ¡No esperaba ver el truco a la inversa!
—¿Te distraen estas alocadas, Garn? —preguntó el hombretón, secándose los labios con el dorso de una mano.
—N—no, Jacko, sólo… —replicó el joven, sacudiendo vigorosamente la cabeza.
—¡Lennie, Rose, meted vuestros helados culos dentro! —maldijo la mujer que se parecía a Tizbe—. ¡Se supone que nadie debe ver eso , y mucho menos probarlo gratis!
—Oh, Mirri, sólo estábamos comprobando… —gimió una muchacha, esquivando un cachete. Le arrancaron la botella de las manos y echó a correr hacia la casa.
Ajá , confirmó Maia. De modo que Tizbe no es una var. Y su tipo empeora con la edad.
Con fría expresión, la mujer mayor se volvió y miró a Maia.
—¿Quién demonios eres tú?
Maia parpadeó.
—Ah… nadie.
—Entonces lárgate, Nadie. No has visto…
—¡Garn! —gritó el hombretón. El joven de abajo, confundido por la conmoción y las hormonas, se había olvidado del tren que llegaba y empezó a apoyarse en la palanca, tal vez para aliviar su dolorosa tumescencia. Se produjo un grave zumbido eléctrico y un chasquido. Desazonado, tiró de la palanca en el otro sentido, con demasiada fuerza. Resonaron dos fuertes chasquidos. Tiró hacia atrás…
Un agudo chirrido llenó el aire mientras un alarmado ingeniero activaba los frenos de emergencia al ver indefenso cómo el impulso arrastraba la locomotora por los invisibles campos magnéticos hacia una vía que ya estaba ocupada por otro tren.
El muchacho se arrojó bajo la plataforma. Todos los demás echaron a correr.
Maia supo ahora por qué su ayudanta en el compartimento de equipajes le había resultado familiar.
Más allá de la multitud que se había congregado para contemplar el accidente, Maia vio una vez más a la mujer a la que había confundido con la viajera, conversando animadamente con la verdadera Tizbe. Una o ambas se habían teñido el pelo, pero estando juntas la cosa quedaba clara. Eran dos versiones, una mayor y otra más joven, del mismo rostro.
Y ahora Maia recordó dónde había visto antes aquel rostro. Varias hermanas de su clan pasaban el rato en un café en la plaza principal de Lanargh, ante otra casa provista de lujosas cortinas. Al mirar una segunda vez, Maia vio el mismo emblema sobre el edificio que daba a las vías: un toro sonriente que sostenía una campana entre las mandíbulas.
En la mayoría de las ciudades había casas de placer: empresas dedicadas a satisfacer los deseos humanos, sobre todo los del profundo invierno y el verano.
—Válvulas de escape —las había llamado la Sabia Judeth.
—Burdeles —dijo la Sabia Claire, con una determinación que hacía difícil incluso preguntar qué significaba esa palabra.
La realidad parecía bastante ordinaria e interesada. Tales casas proporcionaban una vía de escape a los marineros que carecían de invitaciones de los clanes cuando las auroras les hacían hervir la sangre. Y en el invierno profundo, cuando los hombres estaban más interesados en juegos de tablero que en las recreaciones físicas, incluso las hermanas Lamai, normalmente frías, necesitaban a veces un «consuelo». Sobre todo cuando caía la gloria del cielo, se dirigían al centro de la ciudad para visitar alguno de aquellos elegantes palacios dedicados a servir a las colmenas superiores.
Naturalmente, aquellos establecimientos tan rentables eran dirigidos por clanes especializados, aunque frecuentemente éstos utilizaban mano de obra var. Maia y Leie nunca se habían considerado lo suficientemente bonitas o excitantes como para dedicarse a tal oficio. Con todo, solían especular sobre lo que sucedía dentro de aquellos locales.
Tanto Tizbe como «Mirri» miraron en su dirección. Maia se volvió rápidamente, sintiendo un escalofrío de aprensión. ¿Qué hacen esas zorras de clase alta en esta zona?
Fue por pura suerte de Lysos que nadie hubiera resultado seriamente herido en el accidente, considerando cómo los dos trenes formaban una maraña de metal y lubricante desparramado. Las médicas de la clínica de la ciudad aún estaban tratando rasguños y laceraciones cuando el maquinista del segundo tren gritó, señalando su locomotora y luego al muchacho, Garn, que parecía deprimido y triste.
El colega mayor de Garn gritó a su vez, blandiendo los puños amenazador. En un súbito estallido, Jacko extendió las manos y empujó al agraviado maquinista, que retrocedió dos pasos dando tumbos, parpadeando lleno de sorpresa. Aquello sólo pareció exaltar a Jacko. Aunque no era físicamente superior al otro hombre, se abalanzó sobre el maquinista, que ahora levantó ambas manos, suplicante.
Jacko le dio un puñetazo en la cara.
Las curiosas se quedaron boquiabiertas cuando el maquinista cayó. Gimió, trató de arrastrarse de espaldas, con una mano en la nariz ensangrentada. Aterrado, vio que Jacko le seguía, claramente decidido a seguir golpeando. Comprendiendo el asombro del maquinista, Maia notó que el hombre caído intentaba furiosamente recordar algo que había conocido en el pasado, pero que había olvidado hacía mucho tiempo: cómo formar un puño.
Bruscamente, la mujer que Maia había confundido con Tizbe se colocó al lado de Jacko y le sujetó el brazo. Parecía tan imposible como intentar frenar un caballo percherón encabritado. Jacko jadeaba con fuerza y parecía no darse cuenta, hasta que Mirri alzó una mano y le cogió la oreja, retorciéndosela para llamar su atención. Él gimió, se detuvo, empezó a darse la vuelta. Gradualmente, las suaves palabras de la mujer calaron en él hasta que por fin el hombre asintió, atontado, permitiendo que ella le tirara del codo y le diese la vuelta para acompañarlo por entre la silenciosa multitud hasta la casa de las cortinas rojas.
Naturalmente. Ése es otro de sus trabajos . A pesar de todas las leyes y códigos y santuarios, a pesar de la bien atendida hospitalidad de los grandes clanes, siempre había problemas en las ciudades costeras durante el Verano, cuando las auroras danzaban y la brillante Estrella Wengel despertaba la vieja bestia en los machos. Hombres en celo sin ningún sitio adonde ir, peleando y haciendo ruido suficiente para dejar en ridículo las tempestades de la estación de las tormentas. Los clanes de placer tenían sofisticados recursos para manejar esas situaciones. La dueña de la casa parecía bastante experimentada, por suerte para el pobre maquinista.
¡Sólo que no es verano! , pensó Maia, luchando con la confusión. Esto no debería haber sucedido.
Entre la multitud que ya se dispersaba, Maia vio a Tizbe (esta vez la auténtica) que la miraba directamente, los ojos llenos de oscuro recelo.
Los humanos no son como ciertos peces o plantas, para los cuales el sexo no es más que una opción. Algo hay en el esperma vital para lo crucial placenta, que nutre a los bebés en el vientre.
La reproducción sin machos (la partenogénesis) parece imposible para los mamíferos. Lo mejor que podemos hacer es estimular el proceso utilizado por algunas criaturas en la Tierra conocido como amazonogénesis.
Aparearse con un macho sigue siendo necesario para la concepción, pero sus frutos son clones, genéticamente idénticos a su madre.
«Bien —dijeron los primeros separatistas de Herlandia—. ¡Diseñaremos o los machos paro servir a este propósito, y nada más!»
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