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Charles Sheffield: Entre los latidos de la noche

Здесь есть возможность читать онлайн «Charles Sheffield: Entre los latidos de la noche» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1988, ISBN: 84-7735-934-2, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Charles Sheffield Entre los latidos de la noche

Entre los latidos de la noche: краткое содержание, описание и аннотация

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2010 D.C. Sólo unos pocos seres humanos que habitan en las primitivas colonias en órbita en torno a la Tierra logran escapar a la hecatombe Nuclear. Deben iniciar el éxodo en busca de nuevos mundos lejos de la Tierra destruida. 27.698 D.C. A estos mundos llegan los inmortales, seres con extraños lazos con la vieja tierra, que parecen vivir eternamente, que pueden recorres años luz en sólo unos días, y que utilizan sus extraños poderes apara controlar la existencia de los simples mortales. En el planeta Pentecostes, un pequeño grupo se prepara para encontrar a los Inmortales y enfrentarse a ellos. Pero en la búsqueda deberán transformase ellos mismos en inmortales y descubrirán una nueva amenaza que se cierne no sólo sobre ellos mismos sino sobre toda la galaxia.

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Las once menos cinco. Tenía unos cuantos minutos para revisar los suyos y para mirar por enésima vez el cartel enmarcado que tenía enfrente. Llevaba allí tanto tiempo como ella, y podría cerrar los ojos y recitarlo de memoria:

«¡Considera lo excelente que es el sueño.— es una joya tan inestimable que, si un tirano quisiera dar su corona por una hora de sueño, no podría comprarlo; tiene una forma tan hermosa que, aunque un hombre se acueste con una emperatriz, su corazón no descansará basta que deje sus abrazos para entregarse a él. Debemos tanto a este pariente de la muerte que le damos el mejor de nuestros tributos, la mitad de nuestra vida. Y lo hacemos por una buena razón; el sueño es la cadena de oro que une la salud a nuestro cuerpo.» Thomas Dekker.

Y bajo la cita, con la clara letra cursiva de Judith Niles, la apostilla reciente:

¡Narices! En este Instituto, el sueño es nuestro enemigo.

Charlene Bloom abrió su carpeta, se echó hacia atrás, se quitó los zapatos y se frotó un pie contra el otro. Las once, y todavía no había aparecido la Directora. Algo iba mal.

A las once y cuatro minutos, la otra puerta de la sala de conferencias se abrió y entró Judith Niles, seguida de su secretaria. Llegaba tarde, y parecía furiosa. Tras ella, en la habitación contigua, Charlene Bloom vio a un hombre alto junto a la mesa. Tenía unos treinta años, el pelo rizado y la cara agradable, pero miraba con el ceño fruncido algo sobre una de las paredes.

Un extraño. Pero aquellos grandes ojos grises parecían vagamente familiares, ¿tal vez de una foto del Instituto Newsletter?

Judith Niles se quedó de pie un momento en vez de ocupar su sitio de costumbre. Estudió la mesa, comprobando que todos los Jefes de Departamento estaban ya en su puesto, y luego hizo un gesto con la cabeza como saludo.

—Buenos días. Lamento haberles hecho esperar. Tenemos un visitante inesperado, y tengo que reunirme otra vez con él en cuanto acabe esta reunión. —Se sentó finalmente—. Vamos a empezar. Doctor De Vries, ¿quieres empezar? Estoy segura de que todo el mundo está tan interesado como yo en oír los resultados de tu viaje. ¿Cuándo has regresado?

Jan De Vries, bajo y plácido, se encogió de hombros y sonrió. La Directora Judith Niles y él veían el mundo desde el mismo ángulo, media cabeza más abajo que el resto del personal. Tal vez eso era lo que le permitía mantenerse tranquilo cuando estaba junto a ella, algo que Charlene Bloom encontraba totalmente imposible.

—Anoche, tarde. —Su voz era suave, lenta y tranquila, como almíbar caliente—. Si se me permite un comentario al margen, el tratamiento para el jet-lag del que fuimos pioneros aquí, en el Instituto, deja mucho que desear.

Judith Niles nunca tomaba notas. Su secretaria grabaría cada palabra. Quería concentrarse en el pulso de la reunión. Se echó hacia delante y miró la cara de De Vries.

—¿Hablas por propia experiencia?

Él asintió.

—Lo usé en el viaje a Pakistán. Hoy me siento fatal, y las pruebas sanguíneas lo confirman. Mi ritmo cardíaco está aún en alguna parte entre aquí y Rawalpindi.

La Directora miró a Beppo Cameron y alzó sus cejas oscuras.

—Será mejor que le echemos otro vistazo al tratamiento, ¿no? ¿Pero qué hay del asunto principal, Jan? Ahmed Ameer… ¿es realidad o ficción?

—Lamentablemente, es ficción. —De Vries abrió su cuaderno de notas—. Según el informe que recibimos, Ahmed Ameer no dormía nunca más de una hora por noche desde que tenía dieciséis años… es decir, hace nueve, ahora tiene veinticinco. Juraba que nunca había cerrado los ojos.

—¿Y la verdad?

Sonrió y se atusó el fino bigote.

—Tengo aquí todas nuestras notas, que irán directamente al archivo. Pero puedo resumirlas en una sola palabra: exageración. En los seis días y noches que estuvimos con él, estuvo dos noches sin dormir. Una noche durmió cuatro horas y cuarto. Las otras tres noches tuvo un promedio de poco más de dos horas y media.

—¿Salud normal?

—Eso parece. No duerme mucho, pero hemos tenido otros sujetos, aquí mismo, en el Instituto, que aún dormían menos.

Judith Niles le observaba con firmeza.

—Pero no parece que hayas malgastado una semana buscando en vano. ¿Cuál es el resto?

—Tienes razón, mi perceptiva directora. —De Vries parecía beatífico—. En el camino de vuelta me acerqué a Ankara para comprobar otro de los rumores de los laboratorios de El Cairo sobre un monje que mantiene vigilia constante ante las sagradas reliquias de San Esteban. Unas vestiduras fueron robadas mientras estaba de guardia hace dos años, y desde entonces parece que ha jurado no volver a dormir nunca más.

—¿Y bien? —Judith Niles se tensó mientras esperaba su respuesta.

—No es tanto… pero es más de lo que habíamos visto hasta ahora. —De Vries estaba bastante satisfecho—. ¿Creerías posible un sueño diario total de veintinueve minutos de media? Y no es de los que se sientan en una silla a echar una cabezada cuando no mira nadie. Le tuvimos enganchado a un telémetro durante once días. Tenemos los test bioquímicos más completos que pudimos hacer. Verás mi informe en cuanto puedan transcribirlo.

—Lo quiero hoy. Dile a Joyce Savin que tiene máxima prioridad. —Judith Niles dirigió a De Vries con la cabeza un pequeño movimiento de aprobación—. ¿Algo más?

—Nada que merezca la pena. Maftana te daré mi informe completo.

Buscó a Charlene a través de la mesa. Su expresión decía que nunca lo leería. La Directora dependía de su personal para estar enterada de los detalles. Nadie sabía cuánto tiempo dedicaba a cualquier informe en concreto. A veces los datos más pequeños requerían su atención durante días, mientras otros proyectos más importantes permanecían meses sin ser estudiados.

Judith Niles echó una rápida ojeada a su reloj.

—Doctora Bloom, es usted la siguiente. Resúmalo cuanto pueda. Me gustaría acabar con nuestro visitante antes del almuerzo si es posible.

Pero a mi espalda siempre oigo el carro alado del tiempo aproximándose… Charlene apretó los dientes. JN estaba obsesionada con el tiempo y el sueño. Y casi todo lo que Charlene podía ofrecer eran malas noticias.

Inclinó la cabeza sobre sus notas, reticente ante la idea de comenzar.

—Acabamos de perder uno de los osos kodiaks —dijo bruscamente. Hubo un rumor de movimiento cuando todos los que se encontraban en la mesa se enderezaron. Charlene mantuvo inclinada la cabeza—. Gibbs colocó a Dolly a unos pocos grados por encima de la temperatura de congelación y trató de mantener un nivel positivo de actividad cerebral.

Ahora en la habitación había un silencio cargado. Charlene tragó saliva, sintió un nudo en su garganta y se apresuró.

—El procedimiento es el mismo que describí en el informe de la semana pasada para el Comité Supervisor. Pero esta vez no pudimos estabilizarlo. Las pautas de las ondas cerebrales buscaban nuevos niveles estables, y había principios alfa espúreos. Cuando empezamos a bajar la temperatura, todas las funciones corporales se fueron al garete. Oscilaciones por todas partes. Traigo las listas conmigo. Si quieren verlas, las pasaré.

—Más tarde. —La expresión de Judith Niles era una mezcla de concentración y furia. Charlene conocía aquella mirada. La Directora esperaba que todo el mundo (todas las cosas) compartiera su inclinación hacia el Sueño Cero. Dolly les había fallado. La cara de JN se había vuelto pálida, pero su voz era tranquila e informal.

—¿Gibbs, dijo? Wolfgang Gibbs. ¿El tipo fornido del pelo rizado? ¿Manejó él mismo las operaciones de ascenso y descenso?

—Sí. Pero no tengo ningún motivo para cuestionar su competencia…

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