Charles Sheffield - Entre los latidos de la noche

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Entre los latidos de la noche: краткое содержание, описание и аннотация

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2010 D.C.
Sólo unos pocos seres humanos que habitan en las primitivas colonias en órbita en torno a la Tierra logran escapar a la hecatombe Nuclear. Deben iniciar el éxodo en busca de nuevos mundos lejos de la Tierra destruida.
27.698 D.C.
A estos mundos llegan los inmortales, seres con extraños lazos con la vieja tierra, que parecen vivir eternamente, que pueden recorres años luz en sólo unos días, y que utilizan sus extraños poderes apara controlar la existencia de los simples mortales. En el planeta Pentecostes, un pequeño grupo se prepara para encontrar a los Inmortales y enfrentarse a ellos. Pero en la búsqueda deberán transformase ellos mismos en inmortales y descubrirán una nueva amenaza que se cierne no sólo sobre ellos mismos sino sobre toda la galaxia.

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—Ha decidido que la verá solo —dijo, con una voz aún sin formar del todo.

Hans Gibbs se encogió de hombros, miró al jovencito y luego a Judith.

—Te esperaré aquí. Buena suerte… y recuerda que tienes una carta que quiere con todas sus fuerzas.

Judith consiguió formar una sonrisa amarga.

—Y lo que quiere lo consigue, ¿no? Gracias de todas formas. Te veré luego.

Siguió al jovencito a través de la entrada adornada con cortinas. En la gravedad reducida, el chico andaba haciendo balancear elegantemente las caderas.

¿Lo hacía intencionadamente? Jan De Vries, probablemente, tenía razón sobre los gustos personales de Salter Wherry; aquel era uno de los típicos detalles que debía conocer. Judith intentó que sus movimientos fueran económicos y funcionales mientras le seguía por el suelo curvo de la cámara y entraba en otra habitación más grande, ésta sin ventanas. El muchacho se detuvo. Aparentemente habían llegado. Judith miró a su alrededor, sorprendida.

Habría podido comprender la opulencia. Éstas eran las habitaciones privadas de un hombre cuya fortuna excedía la de la mayoría de las naciones de la Tierra… quizá de todas ellas. ¿Pero aquello?

La habitación en la que habían entrado era fea y desnuda. En vez de las cortinas y murales de la antecámara, estaba contemplando unas paredes oscuras, un techo y un suelo sencillo, cubiertos de plástico. El mobiliario consistía en sillas de respaldo recto, un estrecho sofá y una vieja mesa de madera. Y había algo más, aún más extraño…

Judith tuvo que pensar unos segundos antes de comprender qué era. Faltaba algo. La habitación carecía de terminales de datos o de pantallas; ni siquiera podía ver un teléfono o un televisor.

Pero Salter Wherry tenía influencias e intereses en todo el Sistema. Una sola palabra suya podría provocar la bancarrota en países enteros. Tenía que considerar que los equipos de comunicación más modernos y elaborados eran absolutamente esenciales…

Judith se acercó a la mesa, ignorando al jovencito que la había traído aquí. No había nada. Ningún terminal, ningún enlace de datos, ningún modem; ni siquiera cubos contenedores de datos. Estaba mirando una mesa desnuda con dos carpetas y un libro negro entre ellas. Una Biblia.

—¿Dónde guarda todos los…? —empezó a decir ella, —¿Vídeos? ¿Libros? ¿Equipo electrónico? —dijo una voz diferente a sus espaldas—. Tengo todo lo que creo necesario.

Salter Wherry había entrado silenciosamente en la habitación a través de una puerta a la izquierda. Las fotos que había visto de él mostraban a un hombre de mediana edad, vigoroso, sanguíneo y de fuerte complexión, con una cara carnosa y sensual y una nariz prominente. Pero aquellas fotos habían sido tomadas hacía treinta años, antes de que Salter Wherry se recluyera. El hombre que había ahora ante Judith Niles era increíblemente frágil, con una cara delgada y arrugada. Judith le miró fijamente mientras él le tendía las manos. La nariz aguileña era lo único que había sobrevivido del joven Salter Wherry. Para Judith, la nueva versión era mucho más impresionante. Toda la suavidad se había fundido, y lo que quedaba había sido templado en su propia forja interna. Los ojos dominaban al resto, brillantes y azules, enmarcados por unas profundas ojeras.

—Muy bien, Edouard. Déjanos ahora —dijo Wherry tras unos instantes. Su voz era bronca y sorprendentemente profunda, sin que se apreciaran en ella los débiles tonos de la ancianidad.

El muchacho asintió, deferente, pero cuando se dio la vuelta para marcharse miró a Judith con una cierta condescendencia y un arrogante movimiento de hombros. Salter Wherry hizo un gesto hacia el estrecho sofá.

—Si no le hace sentirse incómoda, me quedaré de pie. Hace mucho tiempo descubrí que pienso mejor así.

Judith sintió que los músculos de su estómago se tensaban involuntariamente cuando se sentó. La intuitiva percepción de Wherry era legendaria. Sería difícil esconder ningún secreto al escrutador intelecto que había tras aquellos ojos firmes.

Ella se aclaró la garganta.

—Le agradezco que haya accedido a verme.

Salter Wherry asintió lentamente.

—Supongo que su deseo no era meramente social. Y quiero que sepa con certeza que el problema con el que se enfrenta su Instituto es de primera importancia para mí. Nos hemos visto obligados a introducir tantas nuevas precauciones en el trabajo de construcción en el espacio que nuestro ritmo de progreso en las nuevas arcologías se ha vuelto patético.

Se quedó inmóvil ante ella, esperando en silencio.

—Desde luego, no es social. —Judith volvió a aclararse la garganta—. Mi personal está haciendo algunas preguntas. Quiero conocer las respuestas tanto como ellos. Por ejemplo, tienen ustedes un problema con la narcolepsia. Estamos bien cualificados para lidiar con él.

Y si tengo razón, pensó, puede que ya lo haya resuelto. Ve con cuidado ahora; éste no es el punto principal a tratar.

—Pero ¿por qué no nos emplea simplemente como consultores? —dijo ella—. ¿Por qué tomarse la molestia y el gasto de contratar a un Instituto entero, el coste…?

—Un coste insignificante, comparado con un centenar de otras empresas que tengo aquí arriba. Descubrirá que soy generoso con el dinero y los demás recursos. «No se relame el buey cuando el trigo escasea.»

—De acuerdo, incluso sin considerar el coste. ¿Por qué crear un Instituto, cuando quiere resolver un solo problema?

El asintió gentilmente.

—Doctora Niles, es usted lógica. Pero permítame indicarle que lo ve desde una perspectiva equivocada. El problema es demasiado importante para que yo los use como consultores. Necesito atención exclusiva. Si se queda usted en la Tierra, con sus responsabilidades actuales hacia las Naciones Unidas, ¿cuánto tiempo podrían dedicar a mi problema? ¿Cuánto tiempo de la doctora Bloom, del doctor Cameron, del doctor De Vries? ¿Un diez por ciento? ¿O un veinte por ciento?

—Entonces por qué no contratar a un equipo para el problema específico? Los salarios que ofrece atraerían a muchos miembros de mi personal.

—¿Y a usted? —Sonrió mientras ella seguía mostrándose hermética—. Pensé que no. Sin embargo, me han dicho que, si hay alguien que pueda resolverlo, es Judith Niles.

Judith sintió que se le ponía la carne de gallina. Salter Wherry estaba dispuesto a trasladar una estación de muchos millones de dólares al espacio y hacer un acuerdo a largo plazo, simplemente para asegurarse de que ella estaría disponible. ¡Cuidado!, le dijo una voz interior. Recuerda, la adulación es una herramienta que nunca falla.

¿Sospechaba él que estaría obligada a trasladar algunos de los experimentos al espacio si sus ideas sobre los procesos de la conciencia eran correctas? Y si ella ya sabía qué causaba el problema de narcolepsia entre el personal de la estación espacial de Salter Wherry, entonces desde el punto de vista de él, el traslado del Instituto sería innecesario. Ella estaría manipulando al maestro manipulador.

—Parece que duda —continuó él—. Déjeme ofrecerle un argumento adicional. Ya conozco su indiferencia personal hacia el dinero, de modo que no se lo ofreceré. ¿Pero qué hay de la libertad para experimentar?

Se acercó a la mesa y cogió uno de los dos portafolios. Su mano era delgada, con dedos largos y huesudos. Judith le observó prudentemente mientras él abría la carpeta y se la tendía.

—El año pasado fueron presentadas siete peticiones a las Naciones Unidas por parte de la doctora Judith Niles para llevar a cabo experimentos sobre la investigación del sueño, usando doce nuevas drogas que afectan el metabolismo. Los experimentos iban a hacerse usando sujetos humanos…

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