Robert Sawyer - Cambio de esquemas

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Cambio de esquemas: краткое содержание, описание и аннотация

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El cincuenta por ciento de posibilidades de haber desarrollado una enfermedad degenerativa incurable era ya bastante malo, pero Pierre Tradivel, investigador del Proyecto Genoma humano, descubrió que todo podía empeorar… Con la amenaza de ujn grupo de nazis, por ejemplo, o tratando de conseguir un seguro médico para descubrir que la seguradora está tomando muestras genéticas de sus clientes, o, cuando prosigue sus pesquisas, encontrando una cadena de asesinatos sin resolver cuyas víctimas son personas aseguradas por la compañía.
La conclusión puede ser terrible. ¿Acaso los adelantos científicos que el mismo Pierre está haciendo son empleados para incrementar los beneficios de las compañías aseguradoras? Y todo puede empearar.

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No cabía duda de que la justicia necesitaba allí guardianes virtuosos. Y había uno en Matar a un ruiseñor : el padre abogado de Jean Louise, Atticus Finch, que defendía a Tom a pesar de las calumnias de los lugareños, haciendo una defensa animosa, inteligente, digna.

En los años treinta, el palacio de justicia, como todo lo demás, estaba segregado. Los negros tenían que sentarse en la platea.

Jean Louise y su hermano Jem se habían colado en el tribunal y encontrado un sitio desde el que mirar, cerca del amable Reverendo Sykes.

Cuando el juicio terminó y Tom Robinson fue llevado a la cárcel, cuando todos los blancos hubieron salido, los negros esperaron en silencio mientras Atticus Finch recogía sus libros de leyes. Mientras salía, los hombres y mujeres negros, sabiendo en sus corazones que Tom era inocente, que aquella era su carga y que Atticus había hecho todo lo posible, se levantaron en un silencioso saludo. El Reverendo Sykes habló a la joven hija de Atticus: Levántese, Señorita Jean Louise. Su padre está pasando .

Incluso en la derrota, un hombre virtuoso es honrado por aquellos que saben que hizo cuanto pudo por una causa honorable. Su padre está pasando

El Juez del Tribunal Supremo Dov Levin y los jueces del distrito de Jerusalén Zvi Tal y Dalia Dorner, el tribunal que decidiría el destino de John Demjanjuk, entraron en el teatro. Cuando estuvieron sentados, el alguacil anunció el comienzo de la sesión.

¡Beit Hamishpat! El Estado de Israel contra Iván, “John”, hijo de Nikolai Demjanjuk, expediente criminal 373/86 en el Tribunal del Distrito de Jerusalén, constituido como Tribunal Especial bajo la Ley para el Castigo de Nazis y Colaboradores. Sesión matutina de 24 de Shevat de 5747, 23 de febrero de 1987.

Avi Meyer dobló la esquina de la página para marcarla.

—Mi nombre es Epstein, Pinhas, hijo de Dov y Sara. Nací en Czestochowa, Polonia, el 3 de marzo de 1925. Viví allí con mis padres hasta el día en que fuimos llevados a Treblinka.

Avi Meyer, que acababa de cumplir los cuarenta y por lo tanto era particularmente consciente de las señales del envejecimiento, pensó que Epstein parecía diez años más joven de sus sesenta y dos. Era alto, con una cabeza cubierta de pelo castaño rojizo peinado hacia atrás.

Los tres jueces escuchaban con atención: el barbudo Zvi Tal, con un yarmulke sobre su fuerte pelo gris; Dov Levin, severo, calvo, con gafas de concha; y Dalia Dorner, con el pelo corto y vestida con chaqueta y corbata como sus colegas masculinos.

—Señorías —dijo Epstein, volviéndose hacia ellos—. Recuerdo un incidente… todavía tengo pesadillas con él. Un día, una niña logró escapar con vida de la cámara de gas. Tendría doce o catorce años. Como Jubas Meyer, Shlomo Malamud y otros, yo era un portador de cadáveres, que sacaba a los muertos de las cámaras. —Avi Meyer se irguió en su asiento al oír el nombre de su padre—. Las palabras de aquella niña siguen sonando en mis oídos. Decía “¡Madre! ¡Madre!” —Epstein hizo una pausa para secarse las lágrimas—. Bien, Iván fue a por Jubas y…

Avi Meyer sentía los latidos de su corazón. Epstein se había callado, y miraba de un juez a otro, sobre todo a Dalia Dorner, como si le intimidase una presencia femenina.

—Lo siento. Me da vergüenza repetir lo que dijo Iván.

Dov Levin frunció el ceño y se quitó las gafas.

—Si es importante que oigamos sus palabras, dígalas.

Epstein tomó aire.

—Iván golpeó a Jubas, y gritó Davay yebatsa

Levin enarcó sus pobladas cejas negras.

—¿Qué significa eso?

Epstein se retorció en su silla.

—“Ven a follar”, en ruso. Le dijo a Jubas “Quítate los pantalones y ven a follar”. Y señaló a la muchacha.

Avi Meyer sintió la bilis en el fondo de su garganta. Creía haber oído todos los horrores veintisiete años atrás, después de su bar mitzvah . Su madre estaba muerta ya; esperó que ella nunca lo hubiera sabido.

Mickey Shaked, uno de los tres fiscales de Israel, tenía el pelo rizado y unos ojos tristes, espirituales. Puso una serie de fotos sobre un cartón ante Epstein. Era una hoja con ocho fotografías: dos filas de tres fotos y una fila final de dos. Las cinco primeras eran fotos de pasaporte; la sexta procedía de algún otro documento. Sólo la séptima y la octava eran instantáneas, casi el doble de grandes que las otras. De las ocho fotografías, sólo la séptima mostraba un hombre casi totalmente calvo, sólo la séptima era la de un hombre de cara redonda.

—¿Reconoce a alguien en estas fotografías?

Epstein asintió, pero al principio fue incapaz de dar voz a sus pensamientos. Por fin puso un dedo sobre la séptima foto.

—Le conozco.

—¿En qué?

—La frente, la cara redonda, el cuello muy corto, los hombros anchos, las orejas salientes… Es Iván el Terrible, tal y como le recuerdo de Treblinka.

—¿Y ve ahora a ese hombre en esta sala? —preguntó Shaked, mirando a su alrededor como si no tuviese idea de dónde podía estar el monstruo.

Epstein elevó la voz al señalar a Demjanjuk.

—¡Sí, está sentado ahí mismo!

Los espectadores aplaudieron realmente. El abogado israelí de Demjanjuk, Yoram Sheftel, extendió implorante los brazos hacia el tribunal. El juez Levin frunció el ceño, como si no quisiera interrumpir una buena función, pero acabó por pedir orden en la sala.

Había otro testigo declarando: Eliahu Rosenberg, un hombre bajo y compacto, de pelo gris y pobladas cejas oscuras.

—Le ruego que mire al acusado. Fíjese en él. —dijo Shaked.

Rosenberg se volvió hacia los jueces.

—¿Pueden pedirle que se quite las gafas?

Demjanjuk se las quitó de inmediato, pero cuando Mark O'Connor, su abogado americano, se puso en pie para protestar, volvió a ponérselas.

—Señor O'Connor —dijo ceñudo el Juez Levin—. ¿Cuál es su objeción?

O'Connor miró a Demjanjuk, después a Rosenberg, y por fin de nuevo a Levin. Se encogió de hombros.

—Mi cliente no tiene nada que ocultar.

Demjanjuk se puso en pie y volvió a quitarse las gafas. Después se inclinó hacia O'Connor.

—Está bien —le dijo—. Haga que se acerque —señaló el borde de su estrado—. Que venga aquí.

Al principio, O'Connor chistó a Demjanjuk, pero después pareció pensar que quizá fuese buena idea.

—Mar Rosenberg, ¿por qué no viene para mirarle de cerca?

Rosenberg dejó el asiento de los testigos y se acercó a Demjanjuk sin apartar la mirada de él. Puso una mano sobre la barandilla del estrado para sostenerse.

¡Posmotree! —gritó—. ¡Mírame!

Demjanjuk le miró a los ojos y ofreció su mano.

Shalom.

Rosenberg retrocedió tambaleándose.

—¡Asesino! ¿Cómo te atreves a ofrecerme la mano? —Avi Meyer vio cómo Adina, la esposa de Rosenberg, se desmayaba en la tercera fila. Su hija la cogió en brazos. Rosenberg volvió airado a su asiento.

—Se le ha pedido que mire de cerca al acusado —dijo el Juez Dov Levin—. ¿Qué ha visto?

La voz de Rosenberg temblaba.

—Es Iván —musitó intentando recobrar la compostura—. Lo digo sin vacilar y sin la menor duda. Es Iván de Treblinka… Iván el de las cámaras de gas. Nunca olvidaré esos ojos… esos ojos de asesino.

Demjanjuk gritó algo. Avi Meyer no lo entendió bien, y O'Connor, entorpecido por el audífono traductor, tampoco pareció captarlo. Se quitó los auriculares y se dio la vuelta para mirar a su cliente.

Avi aguzó el oído.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el abogado.

Demjanjuk, con la cara roja, cruzó los brazos sin contestar. El abogado israelí, Yoram Sheftel, se acercó a O'Connor y tradujo.

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