Robert Sawyer - Cambio de esquemas

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Cambio de esquemas: краткое содержание, описание и аннотация

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El cincuenta por ciento de posibilidades de haber desarrollado una enfermedad degenerativa incurable era ya bastante malo, pero Pierre Tradivel, investigador del Proyecto Genoma humano, descubrió que todo podía empeorar… Con la amenaza de ujn grupo de nazis, por ejemplo, o tratando de conseguir un seguro médico para descubrir que la seguradora está tomando muestras genéticas de sus clientes, o, cuando prosigue sus pesquisas, encontrando una cadena de asesinatos sin resolver cuyas víctimas son personas aseguradas por la compañía.
La conclusión puede ser terrible. ¿Acaso los adelantos científicos que el mismo Pierre está haciendo son empleados para incrementar los beneficios de las compañías aseguradoras? Y todo puede empearar.

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El tipo llevaba un cuchillo de monte en la mano derecha. Era difícil distinguirlo en la oscuridad, salvo por el reflejo de la luz de las farolas en la hoja de treinta centímetros. Lo sujetaba con la punta hacia abajo, como si hubiese pensado clavárselo a Pierre en la espalda.

El hombre arremetió, y Pierre hizo lo mismo que cualquier buen muchacho de Montreal que hubiese crecido queriendo jugar con los Canadiens: fintó hacia la izquierda, y cuando el otro se movió en la misma dirección hizo un quiebro a la derecha, embistiéndole. El atacante perdió el equilibrio y Pierre avanzó, con la llave de su apartamento encajada entre sus dedos índice y medio. Golpeó en la cara al desconocido, que aulló de dolor cuando la llave le cortó la mejilla.

Molly corrió hacia el hombre por detrás, saltó sobre su espalda y empezó a golpearle con los puños crispados. El otro empezó a girar, como queriendo atrapar a la mujer que tenía encima, y Pierre aprovechó para usar otra maniobra de hockey y hacerle caer. Pero en lugar de soltar el cuchillo, como Pierre había pensado que haría, lo agarró todavía más fuerte. Al caer, su brazo se torció y su cazadora de cuero quedó abierta. El peso de Molly sobre su espalda hizo que la afilada hoja se le clavase a lo largo en el vientre.

De pronto hubo sangre por todas partes. Molly se apartó del hombre, haciendo una mueca de dolor. El otro no se movía, y su respiración sonaba de forma líquida, burbujeante.

Pierre agarró la mano de Molly y empezó a retroceder, pero entonces comprendió lo grave que era la herida, aquel hombre moriría desangrado si no se le atendía de inmediato.

—Busca un teléfono —le dijo a Molly—. Llama al nueve-uno-uno. —Ella partió hacia Haviland Hall.

Hizo rodar al hombre sobre su espalda y el cuchillo se salió de su lugar. Cogió el arma y la arrojó tan lejos como pudo, por si la herida no era tan grave. Después abrió la ligera camisa de algodón del asaltante, ahora empapada de sangre, exponiendo el corte. El hombre sufría un shock traumático: su tez, difícil de determinar a la pálida luz, estaba de un color blanco grisáceo. Pierre se quitó su propia camisa beige de la Universidad McGill y la enrolló para usarla como vendaje de presión.

Molly volvió a los pocos minutos, jadeando por la carrera.

—Ya viene una ambulancia, y la policía. ¿Cómo está?

Él mantuvo la presión sobre la herida, pero la tela estaba empapada.

—Se está muriendo —dijo con voz angustiada.

Molly se acercó, observando al asaltante.

—¿Le conoces?

Pierre meneó la cabeza.

—Recordaría esa barbilla.

Ella se arrodilló junto al hombre y cerró los ojos, escuchando la voz que sólo ella podría oír.

No es justo , estaba pensando. Sólo he matado a quien Grozny dijo que se lo merecía. Pero yo no merezco morir. No soy un jodido…

La frase no pronunciada se interrumpió abruptamente. Molly abrió los ojos y apartó suavemente de la camisa las manos cubiertas de sangre de Pierre.

—Ha muerto —dijo.

Pierre, todavía de rodillas, se echó hacia atrás muy despacio. Su cara estaba blanca como el hueso y la mandíbula le colgaba un poco. Molly reconoció las señales: ahora era él quien sufría un shock. Le ayudó a apartarse del cuerpo, y le hizo sentarse en la hierba junto a la base de una secoya.

Tras lo que pareció una eternidad, por fin oyeron las sirenas que se acercaban. La policía de la ciudad llegó por la puerta norte, seguida unos momentos después por un coche de la seguridad del campus procedente de la Biblioteca Moffit. Los dos vehículos aparcaron uno junto al otro, cerca de la arboleda.

Los policías de la ciudad eran un equipo sal-y-pimienta: un robusto hombre de color y una mujer blanca más alta y esbelta. El hombre parecía estar al mando. Sacó un paquete sellado de guantes de látex de su compartimiento y se los puso sobre las manos carnosas, acercándose para examinar el cadáver. Le buscó el pulso en las muñecas, después meneó la cabeza y probó en la base del cuello.

—Cristo —dijo—. ¿Karen?

Su compañera enfocó la cara del muerto con una linterna.

—Le dieron un buen puñetazo, desde luego —dijo indicando la herida abierta por la llave de Pierre. Entonces parpadeó—. Oye, ¿no le detuvimos hace unas semanas?

El policía negro asintió.

—Chuck Hanratty. Basura. —Meneó la cabeza, pero parecía más intrigado que triste. Se puso en pie, se quitó los guantes y miró brevemente al vigilante del campus, un blanco regordete de pelo canoso que apartaba la vista del cadáver. Después se volvió hacia Pierre y Molly—. ¿Está herido alguno de ustedes?

—No —dijo Molly con la voz temblándole ligeramente—. Sólo algo aturdidos.

La otra policía estaba examinando la zona con su linterna.

—¿Es este el cuchillo? —preguntó mirando a Pierre y señalando el arma, que había caído junto a otra secoya.

Pierre levantó los ojos, pero no parecía oír.

—El cuchillo —repitió la policía—. El cuchillo que le mató.

Pierre asintió con la cabeza.

—Quería matarnos —dijo Molly.

El hombre negro la miró.

—¿Estudia usted aquí?

—No, trabajo en la facultad. Departamento de Psicología.

—¿Nombre?

—Molly Bond.

El policía señaló con la cabeza a Pierre, que seguía con la mirada fija en el espacio.

—¿Y él?

—Se llama Pierre Tardivel. Pertenece al Centro Genoma Humano, en el Laboratorio Lawrence Berkeley.

El oficial se volvió hacia el vigilante del campus.

—¿Conoce a estas personas?

El viejo se estaba recuperando poco a poco; aquel tipo de cosas no tenía nada que ver con llamar a la grúa para que se llevase los coches mal aparcados. Meneó la cabeza.

—Muéstrenme sus permisos de conducir y sus identificaciones de la universidad, por favor —dijo el policía a Molly y Pierre.

Molly abrió el bolso y enseñó sus papeles. Pierre, helado al no llevar camisa, estremecido todavía por la muerte del hombre y cubierto hasta los codos de sangre coagulada, se las arregló para sacar su cartera, pero se quedó mirándola como si no supiese abrirla. Molly la cogió suavemente y mostró su identificación.

—Canadiense —dijo el hombre, como si fuese algo sospechoso—. ¿Tiene papeles para estar en este país?

—Papeles… —repitió Pierre, todavía confuso.

—Tiene una carta verde —contestó Molly. Rebuscó en la cartera hasta encontrarla y se la mostró al policía, que asintió con la cabeza. La mujer había sacado una cámara Polaroid del coche patrulla y estaba tomando fotos de la escena.

Por fin llegó la ambulancia, entró por la puerta norte, pero no pudo pasar por el camino donde estaban ellos. Aunque los demás vehículos habían apagado sus sirenas una vez detenidos, la ambulancia dejó en marcha las luces del techo, proyectando unas sombras anaranjadas que danzaban por todo el lugar. El aire estaba lleno del sonido de las radios. Dos paramédicos corrieron hacia el hombre caído. También habían llegado algunos curiosos.

—No hay pulso ni signos de respiración —dijo el oficial.

Los paramédicos hicieron algunas comprobaciones, asintiendo entre ellos.

—Está listo —dijo uno—. De todas formas, tenemos que llevárnoslo.

—¿Karen?

—Sí. Ya tengo bastantes fotos.

—Adelante, entonces. —El policía se volvió hacia Pierre y Molly—. Tendrán que hacer una declaración.

—Fue en defensa propia —explicó Molly.

Por primera vez, el hombre mostró una cierta afabilidad.

—Por supuesto. No se preocupe, es pura rutina. El sujeto que les atacó tenía un buen expediente: robo, agresión, quema de cruces…

—¿Quema de cruces? —Molly quedó sorprendida.

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