Iain Banks - Pensad en Flebas

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La guerra se recrudece a lo largo de la galaxia. Las lunas, los planetas y las mismas estrellas se enfrentaron a una destrucción a sangre fría, brutal y, lo que es peor, aleatoria. Los Iridanos luchan por su fe; la Cultura, por su derecho moral a existir. No hay lugar para la rendición. En medio del conflicto cósmico, en las profundidades de un Planeta de los Muertos, yace una Mente fugitiva. Los rumores dicen que Horza el Cambiante, y su horda de mercenarios impredecibles, humanos y máquinas, se embarcaron en su propia cruzada por encontrarla… solo para hallar su propia destrucción.

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La lanzadera tembló como si acabara de rozar la cima de una montaña. Todo el mundo fue arrojado hacia adelante tensando los arneses de su asiento, y un par de armas salieron disparadas hacia arriba y hacia adelante para estrellarse contra el techo de la lanzadera antes de caer y rebotar en la cubierta. La tripulación aferró sus armas o intentó recuperarlas y Horza cerró los ojos; no le habría sorprendido que alguno de aquellos entusiastas se hubiera olvidado de poner el seguro. Pero las armas fueron recuperadas sin que se produjera ningún percance, y sus propietarios volvieron a quedarse inmóviles mirando a su alrededor mientras las acunaban nerviosamente.

—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Aviger, y dejó escapar una carcajada temblorosa.

La lanzadera dio comienzo a unas cuantas maniobras bastante difíciles, arrojando a una mitad del grupo contra el mamparo que tenían a la espalda mientras los del otro lado quedaban suspendidos de sus arneses. Después cambió de dirección y los papeles quedaron invertidos. El canal abierto del casco de Horza le trajo un abundante surtido de gruñidos y maldiciones. La lanzadera descendió a toda velocidad haciendo que el estómago de Horza sintiera el aleteo de algo que flota en el vacío, y volvió a estabilizarse.

—Un poco de fuego hostil —anunció con seca precisión la voz de Kraiklyn, y todos los cascos se volvieron primero a un lado y luego a otro.

—¿Qué?

—¿Fuego hostil?

—Lo sabía.

—Oh, oh.

—Joder.

—¿Por qué apenas oí esas palabras fatídicas, «fácil entrar, fácil salir», pensé que esto iba a ser…? —empezó a decir Jandraligeli con el tono de voz gangoso y aburrido de quien sabe de qué va la cosa, sólo para ser interrumpido por Lamm.

—Un jodido fuego hostil. Eso es justo lo que necesitábamos. Un jodido fuego hostil…

—Así que tienen artillería —dijo Lenipobra.

—Mierda, ¿y quién no tiene artillería estos días? —dijo Yalson.

—Chicel-Horhava, dulce dama; sálvanos a todos —murmuró Dorolow, acelerando el movimiento de su mano para que trazara más círculos por encima de su visor.

—Cállate, joder —dijo Lamm.

—Esperemos que Mipp consiga distraerles sin que le vuelen el trasero —dijo Yalson.

—Quizá deberíamos olvidarnos de este asunto —dijo Rava Gamdol—. Oye, ¿creéis que deberíamos olvidarlo? ¿Qué os parece, lo olvidamos? ¿Hay alguien que…?

—¡NO! ¡SÍ! ¡NO! —gritaron tres voces casi al unísono.

Todo el mundo se volvió hacia los tres Bratsilakin. Los Bratsilakin de los extremos se volvieron hacia el del centro y la lanzadera sufrió una nueva sacudida. El casco del Bratsilakin central giró una fracción de segundo hacia cada lado.

—Oh, mierda —dijo una voz por el canal general—. De acuerdo. ¡NO!

—Creo que quizá deberíamos… —dijo la voz de Rava Gamdol.

Y entonces la voz de Kraiklyn gritó:

—¡Allá vamos! ¡Todo el mundo preparado!

La lanzadera redujo la velocidad de golpe, inclinándose primero en una dirección y luego en otra, se estremeció durante una fracción de segundo y empezó a bajar. Tembló y se sacudió, y durante un momento Horza pensó que iban a estrellarse, pero la lanzadera se detuvo con una última sacudida y las puertas traseras se abrieron. Horza se levantó al mismo tiempo que los demás, saltó de la lanzadera y se encontró en la jungla.

Estaban en un claro. Al otro extremo unas cuantas ramas y tallos seguían desprendiéndose de algunos árboles inmensos, allí donde la lanzadera se había abierto paso sólo unos segundos antes por entre el espeso dosel del bosque mientras se aproximaba a la pequeña área de suelo llano cubierto de hierba que era su objetivo. Horza tuvo tiempo de ver como dos pájaros de plumaje multicolor se alejaban a toda velocidad de la arboleda, y captó un fugaz atisbo de cielo color azul rosado. Un instante después ya estaba corriendo con los demás hasta la parte delantera de la lanzadera —que seguía de un color rojo oscuro, con masas de vegetación humeante bajo el metal—, y adentrándose en la jungla. Algunos miembros de la Compañía empezaron a usar sus antigravitatorios y avanzaron flotando sobre la maleza que crecía entre los troncos cubiertos de musgo, pero las lianas parecidas a gruesas cuerdas adornadas con flores que iban de un árbol a otro les estorbaban considerablemente.

Aún no podían ver el Templo de la Luz, pero según Kraiklyn estaba justo delante de ellos. Horza miró a su alrededor y vio como sus compañeros de a pie trepaban sobre árboles caídos cubiertos de musgo y apartaban plantas trepadoras y raíces suspendidas.

—A la mierda con la dispersión; esto es demasiado duro.

Era la voz de Lamm. Horza miró a su alrededor, alzó la cabeza y vio el traje negro subiendo en una trayectoria vertical hacia la masa de follaje verde que había sobre sus cabezas.

—Bastardo —jadeó otra voz.

—Sí. B-b-bastardo… —dijo Lenipobra.

—Lamm —dijo Kraiklyn—, hijo de puta, no se te ocurra asomar la cabeza por ahí arriba. Dispersaos. ¡Dispersaos de una vez, maldita sea!

Y entonces la onda expansiva de una detonación que Horza pudo sentir incluso a través de su traje cayó sobre ellos. Horza se tiró al suelo y se quedó allí. Otra explosión se abrió paso por el sibilante altavoz de su casco, que estaba empezando a alimentarse con todo el ruido del exterior.

—¡Eso ha sido la Turbulencia en cielo despejado!.

No logró reconocer la voz.

—¿Estás seguro?

Una voz distinta.

—¡La vi por entre los árboles! ¡Era la nave!

Horza se puso en pie y echó a correr.

—Esa sucia hija de puta casi se me lleva la cabeza… —dijo Lamm.

Horza vio luz delante de él por entre los troncos y las hojas. Oyó algunos disparos: el seco chasquido de los proyectiles, el Swhoop semilíquido de los láseres y el chasquido-Swhooosh-explosión de un cañón de plasma. Corrió hacia un promontorio de tierra y maleza y se pegó a él de tal forma que pudiese asomar la cabeza para ver algo. Y, naturalmente, allí estaba el Templo de la Luz silueteado contra el amanecer, una estructura totalmente cubierta de lianas, musgo y plantas trepadoras con unas cuantas torres y pináculos alzándose hacia el cielo como angulosos troncos de árboles.

—¡Ahí está! —gritó Kraiklyn. Horza miró a lo largo del promontorio y vio a unos cuantos miembros de la Compañía en la misma posición que él—. ¡Wubslin! ¡Aviger! —gritó Kraiklyn—. Cubridnos con las armas de plasma. Neisin, dispara con el Microobús a cada lado del objetivo…, y más allá. ¡Los demás, seguidme todos!

Saltaron más o menos al unísono sobre la masa de musgo y arbustos, y llegaron al otro lado del promontorio abriéndose paso por entre la maleza y una hierba de tallos muy largos parecidos a los juncos cubiertos por una delgada capa de musgo verde oscuro. La protección ofrecida por el terreno les llegaba casi hasta el pecho y hacía que el avance resultara bastante difícil, pero eso haría que agacharse para esquivar una línea de fuego también resultaría considerablemente fácil. Horza se abrió paso por entre la espesura tan bien como pudo. Los chorros de plasma cantaban en el aire sobre sus cabezas iluminando la franja de terreno sumido en la penumbra que se extendía entre ellos y la curva formada por la primera pared del templo.

Los surtidores de tierra visibles a lo lejos y las detonaciones que podía sentir a través de las suelas de sus botas le indicaron que Neisin —quien se había mantenido sobrio durante los dos últimos días—, estaba creando una convincente y, lo que era más importante, precisa pauta de fuego con su Microobús.

—Unos cuantos disparos procedentes del nivel superior izquierdo —anunció la fría y tranquila voz de Jandraligeli. Según el plan, se suponía que debía estar escondido en el bosque vigilando el templo—. Voy a ocuparme de ellos.

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