Iain Banks - Pensad en Flebas

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Pensad en Flebas: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra se recrudece a lo largo de la galaxia. Las lunas, los planetas y las mismas estrellas se enfrentaron a una destrucción a sangre fría, brutal y, lo que es peor, aleatoria. Los Iridanos luchan por su fe; la Cultura, por su derecho moral a existir. No hay lugar para la rendición. En medio del conflicto cósmico, en las profundidades de un Planeta de los Muertos, yace una Mente fugitiva. Los rumores dicen que Horza el Cambiante, y su horda de mercenarios impredecibles, humanos y máquinas, se embarcaron en su propia cruzada por encontrarla… solo para hallar su propia destrucción.

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—¿No crees que deberíamos registrar ese tren? —preguntó Wubslin, alzando los ojos hacia las curvas relucientes que tenían delante y contemplándolas con expresión anhelante.

La expresión del ingeniero hizo que Horza sonriera.

—Sí, ¿por qué no? —dijo—. Adelante, echa un vistazo.

Asintió con la cabeza y Wubslin, sonriendo, tragó un último bocado de comida y cogió su casco.

—De acuerdo. Bueno… Creo que voy a empezar ahora mismo —dijo.

Se alejó con paso presuroso pasando junto a la silueta inmóvil de Xoxarle, subió por la rampa de acceso y se metió en el tren.

Balveda estaba de pie con la espalda apoyada en la pared y las manos en los bolsillos. Sus ojos fueron siguiendo la espalda de Wubslin hasta que desapareció dentro del tren. Sonrió.

—¿Vas a dejar que ponga en marcha ese trasto, Horza? —preguntó.

—Puede que alguien tenga que hacerlo —dijo Horza—. Si vamos a ir en busca de la Mente necesitaremos algún medio de transporte.

—Qué divertido —dijo Balveda—. Podríamos pasarnos toda la eternidad moviéndonos en círculos.

—Yo no —dijo Aviger. Sus ojos fueron de Horza a la agente de la Cultura—. Me vuelvo a la Turbulencia en cielo despejado. No pienso seguir buscando a ese maldito ordenador.

—Buena idea —dijo Yalson contemplando al viejo—. Podríamos nombrarte escolta especial de prisioneros y dejar que te llevaras contigo a Xoxarle. Vosotros dos solitos… ¿Qué te parece?

—Iré solo —dijo Aviger en voz baja rehuyendo la mirada de Yalson—. No tengo miedo.

* * *

Xoxarle les escuchaba. Esas vocecitas chillonas y estridentes que parecían graznidos… Volvió a tensar sus ataduras. El cable metálico se había incrustado un par de milímetros en la queratina de sus hombros, muslos y muñecas. Le dolía un poco, pero el dolor quizá valiera la pena. Xoxarle estaba rozándose silenciosa y deliberadamente contra los cables metálicos, frotándolos con todas sus fuerzas en aquellos lugares donde estaban más apretados; maltratando deliberadamente la sustancia tan dura como el metal que cubría su cuerpo. Cuando le ataron tragó una honda bocanada de aire y flexionó sus músculos al máximo, y eso le había dado el espacio suficiente para moverse, aunque si quería tener alguna probabilidad de soltarse necesitaría algo más de espacio en que maniobrar.

No tenía ningún plan o escala temporal por la que guiarse. No tenía ni idea de cuándo podía presentarse alguna oportunidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Seguir inmóvil como un muñeco, portarse como un prisionero modelo mientras esos gusanos de cuerpos blandos se rascaban la piel pulposa de sus cuerpos e intentaban encontrar el paradero de la Mente? Un guerrero no podía hacer algo semejante; había recorrido una distancia demasiado grande, había visto demasiadas muertes…

* * *

—¡Eh! —Wubslin abrió una ventanilla en el último piso del tren y asomó la cabeza por ella—. ¡Los ascensores funcionan! ¡Acabo de subir hasta aquí en uno! ¡Todo funciona!

—¿Sí? —Yalson le saludó con la mano—. Estupendo, Wubslin.

La cabeza del ingeniero desapareció por el hueco. Wubslin siguió avanzando por el tren, tocándolo todo y haciendo pruebas, inspeccionando los controles y la maquinaria.

—Impresionante, ¿no? —dijo Balveda—. Para la época en que fue construido…

Horza asintió y sus ojos recorrieron lentamente el tren de un extremo a otro. Apuró el contenido del recipiente, lo dejó sobre la plancha del equipo y se puso en pie.

—Sí, es impresionante. Pero no les sirvió de mucho, ¿verdad?

* * *

Quayanorl estaba reptando por la rampa.

Una capa de humo flotaba bajo el techo de la estación. La circulación del aire era tan lenta que el humo apenas si se movía, pero los ventiladores del tren funcionaban y el escaso movimiento visible en aquella niebla gris azulada procedía básicamente de los puntos en que las puertas y ventanas abiertas expulsaban la calina acre de los vagones, sustituyéndola por el aire limpio que brotaba de los filtros y sistemas de ventilación del tren.

El idirano se arrastró a través de los escombros: fragmentos de pared y de tren, incluso restos de su propio traje. El avance era lento y le resultaba muy difícil, y estaba empezando a temer que moriría antes de llegar al tren.

Sus piernas no servían de nada. Si hubiera perdido las otras dos probablemente habría estado en condiciones de avanzar más deprisa.

Siguió arrastrándose con el brazo que le quedaba, agarrándose al borde de la rampa y tirando con todas sus fuerzas.

El esfuerzo suponía una auténtica agonía de dolor. Cada vez que tiraba de su cuerpo creía que el dolor habría disminuido un poco, pero no era así. Era como si cada uno de aquellos segundos excesivamente largos de su ascenso por la rampa, durante los que su cuerpo destrozado y ensangrentado subía un poco más por esa interminable superficie repleta de escombros que le causaban nuevas heridas, hiciera que sus venas se fuesen llenando de ácido. Meneó la cabeza y farfulló algo ininteligible. Podía sentir la sangre que brotaba de las grietas de su cuerpo que se habían curado mientras estaba inmóvil y habían vuelto a abrirse con el movimiento. Sentía las lágrimas que caían del único ojo que le quedaba; notaba el lento deslizarse del fluido curativo allí donde había estado su otro ojo, el que le habían arrancado de la cara.

La puerta que tenía delante brillaba a través de la neblina y la débil corriente de aire que surgía de ella creaba remolinos casi imperceptibles en la humareda. Sus pies arañaban los escombros y la parte delantera de su traje iba empujando una pequeña ola de escombros a medida que se movía. El idirano volvió a agarrarse al borde de la rampa y tiró.

Intentaba no gritar, no porque creyera que hubiese alguien a quien sus gritos pudieran poner sobre aviso, sino porque desde el primer momento en que logró sostenerse en pie por sus propios medios le enseñaron a sufrir en silencio. Lo intentaba; podía recordar cómo el Querl de su nido y su madre-padre le decían que no debía gritar, y desobedecerles significaría cubrirles de oprobio y vergüenza, pero había momentos en que el dolor resultaba excesivo. A veces el dolor estrujaba su cuerpo hasta arrancarle un grito.

Algunas de las luces del techo habían sido alcanzadas por los disparos y no funcionaban. Podía ver los agujeros y desgarrones en el reluciente fuselaje del tren, y no tenía ni idea de qué daños internos habría sufrido, pero ahora ya no podía detenerse. Tenía que seguir adelante.

Podía oír los sonidos que brotaban del tren. Podía oírlos tan bien como el cazador que acecha su presa. El tren estaba vivo; herido —el zumbido irregular de algunos motores parecía indicar que no funcionaban del todo bien—, pero vivo. Quayanorl se estaba muriendo, pero haría cuanto estuviera en sus manos para capturar a su bestia.

* * *

—¿Qué opinas? —preguntó Horza volviéndose hacia Wubslin.

Había seguido la pista del ingeniero hasta encontrarle debajo de uno de los vagones. Wubslin estaba suspendido cabeza abajo para inspeccionar los motores de las ruedas. Horza le había pedido que echara un vistazo al pequeño compartimento del pecho de su traje que albergaba la parte principal del sensor.

—No sé… —dijo Wubslin meneando la cabeza. Llevaba el casco puesto y el visor bajado, con la pantalla en posición de aumento para ampliar la imagen que le proporcionaba el visor—. Es tan pequeño que… Necesitaría llevarlo a la Turbulencia en cielo despejado para poder examinarlo como es debido. No he traído conmigo todas mis herramientas. —Chasqueó los labios—. Parece estar bien. A primera vista, no hay nada estropeado. Puede que los reactores estén impidiendo que capte la señal.

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