Así pues, el perdido sentido de la vida de Jeremy debía de encontrarse aquí, explotado y distribuido a todas esas clientes que cada noche aguardaban su voz maravillosa.
«Los cinco años acaban mañana. No habrán informado a los guardas de la compañía, ni se lo habrán dicho a la pequeña y linda mecanógrafa del pelo rubio platino que obtiene mis servicios con descuento porque trabaja aquí… Pero Welland ya me lo ha comunicado.»
Se proponían apelar a la cláusula del contrato original que le prohibía prestar o asignar la identidad «Jeremy Hankin» y su voz a cualquier otro uso o persona. Incluyendo al propio Jeremy, al primitivo propietario. Pasados los cinco años, querían un individuo no atormentado por esas debilidades y defectos, alguien al que pudieran explotar por completo, sin preocuparse de que su lengua se quedara paralizada por las noches. A partir de mañana, cuando expiraran los cinco años, no le pagarían ya por ser Jeremy Hankin, sino por ser otra persona. Cualquier otra persona. Que eligiese nuevo nombre y apellido y los adoptase para el resto de su vida. Que eligiese otro rostro como sustituto del original.
«¡Maldito Welland, vete al infierno! Me quitaste a mi esposa y ahora quieres robarme mi identidad…»
Eran las siete en punto. A esa hora, lo sabía por anteriores visitas, los locales estarían desiertos, a excepción del piso superior, ocupado por el aburrido técnico de servicio, que se dedicaría a leer una revista mientras mascaba una cena fría, en espera de una emergencia que jamás se había producido… Hasta esta noche. Hankin se levantó, abrió la puerta de los servicios y avanzó lentamente por el alfombrado pasillo.
En un despacho, cuya puerta había sido dejada entreabierta, encontró en un paragüero de latón un bastón de endrino irlandés. Lo sopesó mientras subía las escaleras. No quiso usar el ascensor por temor a que el apagado zumbido del motor revelara su presencia al técnico. El bastón resultó ideal para su propio sito. Un simple golpe asestado con violencia en la sien tumbó al individuo, dejándole inconsciente en medio de un charco de sangre.
Rápido y resuelto, Hankin recorrió la inmensa e iluminada sala, de máquina en máquina, desconectando uno tras otro los más de cien programas estándar. A continuación, pasó a los programas especiales, aquellos que, usando su voz, suministraba la empresa para uso exclusivo de las pacientes de un psiquiatra, con la grabación privada de éste incluida.
Hankin sonrió. Había expedientes relacionados con todos los programas especiales, y la documentación comprendía fotografías. Ojeó el conjunto con rapidez, deteniéndose de vez en cuando para leer algún detalle sabroso, susceptible de incrementar el fondo de ideas que se había traído consigo. En conjunto, había unos dos mil expedientes, por lo que procuró no perder mucho tiempo en la tarea.
Cuando encontró la documentación de la rubia platino, aproximadamente en la posición número cuatrocientos, la apartó a un lado y anotó las cifras del código. Luego buscó unas tijeras y un codificador y se puso al trabajo.
A las once en punto, la hora que se había marcado como límite por ser la más probable para que la mayoría de clientes se acostasen y conectasen el equipo de Sueño Profundo, había reconectado ya todos los programas estándar a una serie de cintas sin fin, grabadas con su propia voz. Sólo le había dado tiempo a preparar dos docenas de tales cintas, pero las había contrastado tanto como le fue posible.
Todas con su voz real. Eso era lo importante.
Accionó un interruptor y escuchó con crítica atención las diversas órdenes que había grabado:
– Cuando se levante por la mañana, no se vista. Vaya al ascensor y baje a la calle. Abrace a la primera persona que vea y bésele, o bésela, apasionadamente… Cuando se despierte, no vaya al cuarto de baño. Salga a la calle y hágalo allí, en la acera… Cuando se despierte, no fría los huevos para el desayuno. Vaya a la ventana que da a la calle y trate de acertar a un policía en la cabeza con alguno de ellos… Cuando se levante, consiga un poco de queroseno, viértalo en la cama y préndale fuego… Cuando se levante de la cama, vaya sin más tardanza al garaje y saque el coche. Conduzca a tanta velocidad como pueda, en marcha atrás, por la calle de dirección única más cercana… Cuando se despierte, no dé de mamar al bebé. Llene un vaso con su leche y trate de venderla fuera, en la acera…
Asintió satisfecho y conectó la maquinaria. Hacia el mediodía de mañana, Sueño Profundo, S. A. estaría totalmente arruinada.
Por último, grabó una cinta en honor del último caso especial, que había retenido entre el total de más de dos mil conectados a sus nuevos «programas estándar», el de la menuda rubia platino. Con voz desapasionada, dijo:
– Levántate ahora mismo, vístete, ven al edificio de Sueño Profundo y haz el amor conmigo.
Conectó la grabación al circuito de salida y bostezó. Luego, ató al técnico, que empezaba a revolverse y lanzar débiles gemidos. Deseaba asegurarse de que esta noche, la noche en que se había recuperado, no sería echada a perder por la intromisión del individuo.
• El bebé del señor Culpeper (« Mr Culpeper's Baby »), por Kenneth Bulmer: ©1956 by Hamilton & Co. (Stafford) Ltd, por « Authentic Science Fiction », abril de 1956.
Reeditado con permiso del autor y su representante, E. J. Carnell Literary Agency.
• Todas las lágrimas del mundo (« All the World's Tears »), por Brian W. Aldiss: ©1957 by Crownpoint Publications Ltd, por « Nebula Science Fiction », mayo de 1957.
Reeditado con permiso del autor.
• Ozymandias («Ozymandias»), por Robert Silverberg: ©1958 by Royal Publications, Inc., por « Infinity Science Fiction », noviembre de 1958. Reeditado con permiso del autor y su representante, A.M. Heath & Co. Ltd.
• El Amor y Las Estrellas…¡Hoy! (« Love and the Stars – Today! »), por Kate Wilhelm: ©1959 by Columbia Publications, Inc., por « Future Science Fiction », junio de 1959.
Reeditado con permiso del autor.
• El Loco Maro («Crazy Maro»), por Daniel Keyes: ©1960 by Mercury Press, Inc., por « Magazine of Fantasy and Science Fiction », abril de 1960. Reeditado con permiso del autor.
• El Hombre Sobrecargado (« The Overloaded Man »), por J. G. Ballard:
©1961 by Nova Publications Ltd, por « New Worlds Science Fiction », julio de 1961.
Reeditado con permiso del representante del autor, John Wolfers Ltd.
• Las Calles De Ascalón (« The Streets of Ashkalon »), por Harry Harrison:
©1962 by Nova Publications Ltd, por « New Worlds Science Fiction », septiembre de 1962. Reeditado con permiso del autor.
• Los Sacrificables (« The Expendables »), por A. E. van Vogt: ©1963 by Galaxy Publishing Corporation, por « Worlds of If Science Fiction », septiembre de 1963. Reeditado con permiso del representante del autor, E. J. Carnell Literary Agency.
• Niño problema (« Problem Child »), por Arthur Porges: ©1964 by The Condé Nast Publications, Inc., por « Analog Science Fact & Fiction », abril de 1964. Reeditado con permiso del autor.
• Bueno es hablar, pero mejor es callar (« Speech is Silver »), por John Brunner: ©1965 by Ziff-Davis Publishing Co., por « Amazing Stories », abril de 1965. Reeditado con permiso del autor y su representante, John Farquharson Ltd.
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