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Michael Ashley: Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965

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Michael Ashley Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965

Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965: краткое содержание, описание и аннотация

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El decenio 1956-1965 marca una época crítica para la ciencia ficción. La reciente respetabilidad del género motivó la atención, muchas veces peligrosa, del cine y la televisión. El inicio de la Era espacial en octubre de 1957 parecía confirmar aquello de que la realidad supera a la ficción. Pero la crisis condujo a la renovación del género: cuantitativa, por la aparición de una pléyade de nuevos autores; cualitativa, por la revolución de la tématica, que abandona de una vez por todas la fascinación por la cacharrería espacial, sentándose nuevas normas de calidad, como demuestra el presente volumen. – Recopilación, Prefacio e Introducción de Michael Ashley

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Una terrible sensación de haberse transformado en un ser inanimado, como si para aquella gente se redujera a una simple mercancía, había ido creciendo en el interior de Hankin. Por fin, recuperó el habla y se enfrentó a ellos.

– ¿Qué significa todo esto? -gruñó-. Pensé que se interesaban por mi voz, no por mi aspecto.

– ¿Cómo dice? -El pelirrojo le miró con asombro-. ¡Ah, su voz! Ya la tenemos. Nosotros…

– Un momento, Ted -intervino con calma Welland, imponiendo su autoridad-. Supongo que debería excusarme por nuestros malos modales, señor Hankin. Los olvidará, creo, cuando le muestre lo que hemos conseguido en estos últimos y sólidos ocho años. Sin pretender mostrarme demasiado sutil, diría que es usted el envoltorio, más que la mercancía.

– Yo… No lo comprendo -dijo débilmente Hankin.

De vez en cuando, había topado en su vida con alguien que le hacía sentirse disminuido. Welland reflejaba seguridad y poder consciente, y Hankin sabía ya, pese a que sólo habían transcurrido unos minutos desde su primer encuentro, que jamás sería capaz de hacerle frente y mandarle al infierno.

– Trataré de exponerlo de un modo más sencillo -convino Welland con condescendiente tranquilidad-. Conoce ya nuestras técnicas, ¿no es cierto?

– Creo que si. Empiezan por hipnotizar a sus clientes, incluyendo una orden poshipnótica que les fuerza a dormir en unas condiciones dadas: cama, oscuridad y la señal del accesorio telefónico que les facilitan. A continuación, el cliente informa de todo cuanto le ha ido mal durante el día precedente, cualquier cosa que le haya violentado o trastornado y que pudiera provocarle insomnio, preocupación o depresión. Y luego… El trance hipnótico consigue que los clientes acepten el consejo que se les ofrece para solucionar sus problemas…

– Su comprensión es perfecta -sonrió Welland-. Pero creo que hay algo que sigue confundiéndole.

– Sí, lo admito. ¿Cómo pueden personalizar tanto mediante un servicio automático? Afirman que cuentan con decenas de millares de clientes… Es imposible ofrecer una terapia individual a tantas personas.

– No se trata de terapia, a no ser en un sentido muy general. En realidad, vendemos confianza. Seguridad. Comodidad. Y… no intentamos mantenerlo en secreto. Nuestro método se ajusta al que astrólogos y similares han usado a lo largo de los siglos: ambigüedad cuidadosamente planeada. Elegimos un programa estándar para cada cliente. Ella ó él, aunque ocho de cada diez entre nuestros clientes son mujeres- seguirá recibiéndolo, sin importar el motivo de su auténtica preocupación. En la actualidad, disponemos de más de sesenta programas y estamos preparando otros. La mente de la persona que escucha, su parte consciente y su parte inconsciente al mismo tiempo, racionaliza el contenido del programa. Al día siguiente, le resta la impresión de haber recibido una excelente orientación. Pero es la mente subconsciente, no la influencia exterior, la que se encarga de solucionar cualquier dificultad.

Hankin tragó saliva para eliminar la sequedad de su garganta.

– Bien -aceptó-. Pero ¿y si su cliente es un neurótico genuino? En tal caso…

– Desde luego, nos esforzamos por enterarnos de si una futura cliente se halla bajo psicoanálisis o cualquier otro tratamiento psiquiátrico. En caso afirmativo, solicitamos la aprobación del terapeuta antes de aceptarla… Sigo refiriéndome siempre a mujeres. Ya le he explicado el motivo. Bien, en general obtenemos tal aprobación con gran entusiasmo por parte del médico, debido a que ofrecemos una asistencia única. Naturalmente, si el terapeuta lo desea, disponemos que las instrucciones específicas de éste a la paciente sustituyan al programa estándar que seleccionaríamos para ella.

Welland se las arregló para dar la impresión de que todo quedaba aclarado. Cualquier persona que tuviera más dudas debía de poseer una inteligencia inferior.

– De todos modos… -insistió Hankin, pese a sentirse tremendamente avergonzado-. No comprendo por qué, habiendo llegado ya a tanto, se han tomado tantas molestias para encontrar una voz. -Miró con irritación al pelirrojo y añadió-: Sobre todo teniendo en cuenta que ya disponen de esa voz… Supongo que la grabación que fui lo bastante necio para efectuar durante la Gran Búsqueda bastaría aunque me hubiera quedado mudo en aquel momento.

– ¡Hum! -Welland unió las puntas de los dedos y se recostó en su silla-. Temo que nos llevará algunos minutos aclarar ese punto. Lo que sucedió fue lo siguiente: muy al principio de la historia del servicio público prestado por Sueño Profundo, descubrimos que ciertos programas, en apariencia excelentes, obtenían resultados nulos. Atribuimos tal fallo a la presentación del material, no a su esencia. Nos servíamos de cualquier persona para efectuar las grabaciones, aunque sobre todo de actores y actrices sin empleo y con experiencia en declamación. Algunas de las voces seleccionadas llegaron a provocar reacciones de hostilidad subliminal en las clientes, con la consiguiente resistencia a la palabra hablada. Por tal razón, formamos un equipo bajo la dirección de Ted, Ted Mannion, aquí presente, para que se encargase de desarrollar una voz óptima. Y lo consiguieron. ¡Maravillosa! De hecho, nuestro programa estándar más reciente ya la utiliza.

– ¿U… una voz artificial ? -logró preguntar Hankin.

– Claro, ¿por qué no? Disponíamos ya de toscos voders hace casi medio siglo. Simplemente, nosotros teníamos más incentivos que otros investigadores para perfeccionar el dispositivo. ¡Ah! Y cuando digo «una» voz óptima, incluyo también la destinada a los hombres. Una voz de mujer, claro está, aunque en este caso todavía lo estamos discutiendo, como ya habrá oído. Supongo, señor Hankin, que ahora querrá saber dónde encaja usted. Bien, la respuesta es muy simple. Necesitábamos contar con una base mucho más amplia de clientela (un término elegante que significa mucho más dinero) para compensar el paso de nuestros programas estándar al método de la voz artificial. Un método muy caro… Y así, se me ocurrió la idea de una búsqueda a nivel nacional del hombre y la mujer con la voz óptima. Usted resultó el elegido. Cuando analizamos su breve grabación, y pese a su evidente nerviosismo, encontramos un tipo increíblemente próximo al ideal. De hecho, de haber sido usted un actor experimentado, o alguien acostumbrado a hablar en público, incluso hubiéramos pensado en usar su voz en la realidad, lo mismo que de manera oficial.

– Pero no lo harán -murmuró Hankin.

Desde que decidió acceder a las súplicas de Mary y presentarse a la cita, no había cesado de fortalecerse para la dificilísima prueba con el tranquilizador pensamiento de que su persona resultaba totalmente indispensable, de que sería el instrumento que ayudase a infinidad de gente insegura y ansiosa. Tal sostén se había derrumbado en un abrir y cerrar de ojos.

Inconsciente de la bomba que había colocado bajo la precaria confianza en sí mismo de Hankin, Welland asintió con entusiasmo.

– Exacto -dijo-. Todo cuanto le pedimos, señor Hankin, es el derecho a usar su nombre e identidad en asociación con nuestra voz masculina óptima. Sus verdaderas prestaciones personales serán escasas: apariciones en público y ante la televisión, en las que mantendremos su intervención en un mínimo razonable, sesiones fotográficas, etc… -Agitó una de sus peludas manos-. Y por eso le pagaremos veinticinco mil al año, con un contrato por cinco años y excelentes perspectivas de renovación. ¿Qué le parece?

Hankin no contestó. Aquélla fue la sombra precursora de lo que vendría después.

Mary conoció a Welland durante los ensayos para el programa especial de televisión en que el nombre y el rostro de Jeremy iban a ser presentados al público. Hankin los vio conversar. Más tarde, trató de averiguar dónde se habían metido a partir de entonces, pero el irritable director del programa se vio obligado a gritarle en un momento dado y ya no se preocupó de otra cosa que no fuera acabar el trabajo.

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