Poul Anderson - Tau cero

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Tau cero: краткое содержание, описание и аннотация

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La época es el siglo XXI. Los personajes son cincuenta especialistas: hombres y mujeres elegidos tras un largo y cuidadoso proceso de selección destinado a incorporar sólo personal particularmente entrenado en el viaje espacial y excepcionalmente apto para desarrollar con éxito una nueva colonia. La nave es la
, la más reciente de su clase. Y todos los esfuerzos están puestos al servicio de una única misión: viajar a través del espacio interestelar hasta un lejano planeta donde debe establecerse una colonia terrestre.
Sin embargo dos años después de su partida, la
colisiona con una nube de desechos del espacio, se avería y la ruta se altera. Todos se ven irremediablemente sin fin hacia lo desconocido.

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Reymont se quedó quieto durante un momento.

—Y usted es una buena persona, Jane —dijo—. Ingrid va a encontrarse conmigo aquí. ¿Por qué no se une a nosotros?

Ella inclinó la cabeza.

—Cáspita, tiene un ser humano escondido bajo ese policía. No se preocupe, no divulgaré su secreto. Y tampoco me quedaré. La intimidad es difícil de conseguir. Úsenla mientras la tengan.

Se despidió con la mano y se fue. Reymont desvió la mirada de ella al agua.

Así estaba cuando llegó Lindgren.

—Lo siento, llego tarde —dijo—. Una transmisión de Luna. Otra pregunta idiota sobre si todo iba bien. Vaya si me alegraré cuando estemos en el espacio profundo. —Lo besó. Él apenas respondió. Ella se echó atrás, con la cara preocupada—. ¿Qué pasa, cariño?

—¿Crees que soy demasiado serio? —dijo bruscamente.

Ella no respondió al instante. El fluorescente se reflejaba en su pelo rojizo, el aire del ventilador lo enredó un poco; el ruido del juego de pelota llegaba desde la entrada. Finalmente:

—¿Por qué lo preguntas?

—Un comentario. Bien intencionado, pero un ligero golpe de todas formas.

Lindgren frunció el ceño.

—Ya te lo he dicho antes, has sido más duro de lo que a mí me gustaría las pocas veces que alguien se ha pasado de la raya. Nadie a bordo es un tonto, un farsante o un saboteador.

—¿No debía haberle dicho a Norbert Williams que se callase el otro día, cuando empezó a atacar a Suecia durante la comida? Cosas así pueden tener consecuencias terribles. —Puso el puño cerrado sobre la palma de la otra mano—. Lo sé —dijo—. La disciplina militar no es necesaria, ni siquiera es deseable… todavía. Pero he visto tantas muertes, Ingrid. Llegará el momento en que no sobreviviremos a menos que podamos actuar unidos y saltar cuando nos lo ordenen.

—Bien, supuestamente en Beta 3 —admitió Ingrid Lindgren—. Aunque el robot no envió ningún dato que sugiriese vida inteligente. A lo peor, podemos encontrarnos con salvajes armados con lanzas, que probablemente no nos serían hostiles.

—Pensaba en peligros como tormentas, corrimientos de tierra, enfermedades, Dios sabe qué en un mundo que no es la Tierra. O un desastre antes de llegar allí. No estoy convencido de que el hombre moderno lo sepa todo sobre el universo.

—Hemos tratado este tema muy a menudo.

—Sí. Es tan viejo como el viaje espacial; más aún. Pero eso no lo hace menos real. —Reymont vaciló buscando las frases—. Lo que intento hacer es… no estoy seguro. Esta situación no se parece en nada a cualquier otra a la que me haya enfrentado. Intento… de alguna forma… mantener viva alguna idea de autoridad. Más allá de la simple obediencia a los reglamentos y a los oficiales. Autoridad que tenga derecho a ordenar cualquier cosa, ordenar que un hombre muera si eso es necesario para salvar al resto… —Miró la sorpresa de ella—. No —suspiró—, no entiendes. No puedes. Tu mundo siempre fue bueno.

—Es posible que puedas explicármelo si me lo dices de muchas formas diferentes —dijo con suavidad—. Y puede que yo sea capaz de aclararte algunas cosas a ti. No será fácil. Nunca te has quitado la armadura, Carl. Pero lo intentaremos, ¿no? —Sonrió y le dio un palmada en el muslo—. Ahora, sin embargo, idiota, se supone que estamos de descanso. ¿Qué hay del baño?

Ella se quitó la ropa. Él la observó mientras se le acercaba. A ella le gustaban los deportes duros para luego descansar bajo una lámpara solar. Era evidente en los senos y caderas firmes, en la cintura delgada, en los miembros flexibles y en un bronceado en el que destacaba su intenso pelo rubio.

—¡ Bozhe moi , eres preciosa! —dijo él en voz baja.

Ella hizo una pirueta.

—A su servicio, amable señor… ¡si puedes cogerme! —Dio cuatro saltos de baja gravedad hasta el final del trampolín y saltó. Su descenso fue lento como un sueño, una oportunidad para un ballet aéreo. Su entrada en el agua dejó lentas formas ondulantes.

Reymont se metió directamente desde un lado de la piscina. Nadar no era muy diferente bajo aquella aceleración. El golpe de los músculos, el fluir frío y aterciopelado del agua, sería igual en el borde de la galaxia e incluso más allá. Ingrid Lindgren había dicho una vez que verdades como aquéllas le hacían dudar que algún día sintiese realmente nostalgia. El hogar del hombre era todo el cosmos.

Esa noche ella jugaba, zambulléndose, esquivando, escapándose de él una y otra vez. Sus risas se reflejaban en las paredes. Cuando finalmente él la atrapó, ella le abrazó el cuello, puso los labios en su oído y murmuró:

—Bien, me cogiste.

—Mmmm. —Reymont le besó la zona entre el hombro y la garganta. A pesar del agua olía a mujer—. Cojamos la ropa y vayámonos.

Él levantó fácilmente sus seis kilos con un brazo. Cuando estuvieron solos en la escalera, la acarició con su mano libre. Ella agitó los talones y rió.

—¡Sensualista!

—Pronto volveremos a estar a un g —le recordó, y comenzó a lanzarse hacia el nivel de oficiales a una velocidad que hubiese roto cuellos en la Tierra.

…Más tarde, ella se alzó sobre un codo y le miró fijamente a los ojos. Había bajado la intensidad de las luces. Las sombras se movían a su espalda, a su alrededor, dándole tonos dorados y ámbar. Con un dedo recorrió su perfil.

—Eres un amante maravilloso, Carl —murmuró—. Nunca he tenido uno mejor.

—Tú también me gustas —dijo él.

Un rastro de dolor tocó frente y voz.

—Pero ésa es la única ocasión en la que realmente te entregas. ¿E incluso entonces lo haces por completo? —dijo ella.

—¿Qué más hay que dar? —Su tono se hizo más rudo—. Te he contado cosas que me sucedieron en el pasado.

—Anécdotas. Episodios. No hay conexiones, no… En la piscina me ofreciste, por primera vez, una imagen de quien eres. La imagen más pequeña posible, y la escondiste inmediatamente. ¿Por qué? No utilizaría lo que supiese para hacerte daño, Carl.

Él se sentó ceñudo.

—No sé qué quieres decir. La gente se conoce al vivir juntos. Sabes que admiro a pintores clásicos como Rembrandt y Bonestell, y no me interesan ni las abstracciones y ni la cromodinámica. No soy muy musical. Tengo un sentido del humor de barracón. Mis ideas políticas son conservadoras. Prefiero un tournedos a un filet mignon pero me gustaría que los tanques de crecimiento pudiesen proveernos de cualquiera de ellos más a menudo. Juego al póquer de forma perversa, o lo haría si tuviese sentido a bordo de esta nave. Disfruto trabajando con las manos y soy bueno, así que ayudaré a construir los laboratorios una vez que el proyecto se organice. En estos momentos intento leer Guerra y paz pero me quedo dormido continuamente. —Golpeó el colchón—. ¿Qué más quieres saber?

—Todo —contestó ella triste. Señaló toda la habitación. Su armario estaba abierto, mostrando las vanidades inocentes de sus mejores galas. Los estantes estaban repletos de sus tesoros privados, hasta el límite de la masa permitida: una ajada copia de Bellman, un laúd, una docena de fotos esperando su turno para ser colgadas, retratos más pequeños de su familia, una muñeca kachina Hopi…—. Tú no trajiste nada personal.

—He tenido poco equipaje a lo largo de mi vida.

—Y parece que el camino fue difícil. Quizás algún día te atrevas a confiar en mí. —Se acercó a él—. Ahora no importa, Carl. No quiero acosarte. Te quiero dentro de mí otra vez. ¿Sabes?, esto ha dejado de ser una cuestión de amistad y conveniencia. Me he enamorado de ti.

Cuando alcanzaron la velocidad apropiada, en línea recta desde los dominios de la Tierra hacia el signo del zodiaco donde reinaba la Virgen, la Leonora Christine se liberó. Apagados los impulsores, se convirtió en un cometa más. Sólo la gravedad actuaba sobre ella, doblando su trayectoria y reduciendo su marcha.

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