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Robert Sawyer: El experimento terminal

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Robert Sawyer El experimento terminal

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El doctor Hobson ha creado un monstruo. O mejor dicho, tres. Para probar sus teorías sobre la inmortalidad y la posible existencia de vida tras la muerte, Hobson ha ideado tres simulaciones informáticas de su propia personalidad. Con la primera, de la que se ha eliminado toda referencia a la existencia física, intenta analizar como sería una posible vida tras la muerte. Con la segunda, de la que se elimina toda referencia al envejecimiento y a la muerte, Hobson pretende estudiar la inmortalidad. La tercera, sin alteraciones, es el control de referencia del experimento. Sin embargo, las tres simulaciones escapan del ordenador de Hobson, huyen a la red informática mundial y viven su propia vida. Una de ellas es un asesino y comete crímenes que tal vez Hobson ha imaginado… Finalista del Premio HUGO 1996.

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El hombre sonrió.

—Vale, sé lo que están pensando. Nada de eso va a ayudarme si un ladrón me pega un tiro en el pecho. Bien, usando técnicas patentadas por Life Unlimited, podemos incluso asegurarnos de que sobreviva a eso. Sí, la bala parará su corazón, pero nuestras niñeras controlan el nivel de oxígeno en la sangre y pueden por sí mismas llevar sangre al cerebro si es necesario, actuando como tractores, moviendo células sanguíneas. Y sí, necesitará usted un trasplante de corazón y quizás otros trabajos de reparación; pero su cerebro permanecerá vivo hasta que se haga el trabajo.

»Vale, ahora piensan, eh, ¿qué pasa si el ladrón me dispara en la cabeza? —El vendedor mostró una lámina delgada de lo que parecía papel de aluminio—. Esto es poliéster-D5. Es similar al Mylar. —Sostuvo la lámina por una punta y dejó que se agitase en el aire—. Menos de medio milímetro de espesor —dijo—, pero miren esto. —Procedió a colocar la lámina en un marco cuadrado de metal, fijándola por los cuatro lados. Luego sacó una pistola que llevaba un silenciador—. No se preocupen —dijo—. Tengo un permiso especial para esto —rió—. Sé lo que los canadienses opinan de las armas. —Apuntó la pistola en ángulo y disparó a la lámina. Peter oyó ladrar a la pistola y vio una lengua de fuego salir del cañón. Hubo un sonido como un trueno y algo sonó en la cortina tras el escenario.

El vendedor fue hacia el marco de metal y mostró la hoja de Mylar.

—No hay agujero —dijo… y era cierto. La hoja se movía bajo la brisa del acondicionador de aire—. El poliéster-D5 fue desarrollado por los militares y ahora se usa ampliamente en los chalecos antibalas de los cuerpos de policía de todo el mundo. Como pueden ver, es muy flexible, a menos que se le golpee a alta velocidad. Entonces se resiste y se hace tan duro como el acero. La bala que disparé hace un momento rebotó. —Miró hacia atrás. Su asistente entraba en el escenario con algo sostenido con unas tenazas de metal. Lo colocó en un pequeño tazón de vidrio sobre el podio.

—Aquí está.

El vendedor se encaró con la audiencia.

—Cubrimos el cráneo con una delgada capa de poliéster-D5. Por supuesto, no tenemos que retirar la piel para hacerlo; simplemente inyectamos robots nanotecnológicos y dejamos que lo hagan ellos. Pero con el cráneo protegido de esta forma, podrían sobrevivir a un disparo en la cabeza, o hacer que un coche pasase por encima de su cráneo, o caerse de cabeza desde un edificio, y no aplastárselo. El poliéster se pone tan rígido que casi nada del golpe se transmite al cerebro.

Le lanzó una sonrisa brillante a la audiencia.

—Es exactamente como dije al principio, amigos. Podemos proveerles de mecanismos para que no mueran, ni por la edad ni por medio de cualquier accidente en el que puedan pensar. A efectos prácticos, ofrecemos exactamente lo que prometemos: inmortalidad de verdad. Ahora, ¿alguien está interesado?

Era el primer domingo del mes. Por una larga tradición, eso significaba cena en casa de los suegros de Peter.

Los padres de Cathy vivían en la avenida Bayview en North York. La casa de los Churchill, un adosado con un garaje para un coche, hubiese sido considerada en su época de buen tamaño pero ahora estaba empequeñecida por hogares monstruos a cada lado, haciendo que pasase la mayor parte del día en las sombras. Sobre el garaje había una cesta de baloncesto sin red.

La huella del pulgar de Cathy funcionó en el escáner CEIH (Cerradura Electrónica de índice de Huellas) de la puerta. Entró primero y Peter la siguió. Cathy gritó:

—Estamos aquí.

Y su madre apareció en lo alto de las escaleras para saludarles.

Bunny Churchill —que Dios la ayude, ése era su nombre— tenía sesenta y dos años, era baja, delgada, con pelo gris que se negaba a teñir. A Peter le gustaba inmensamente. Cathy y él se dirigieron al salón. Peter había estado yendo allí durante años, pero todavía no había conseguido acostumbrase del todo al aspecto. Sólo había una librería pequeña, y contenía CD de audio y algunos discos láser, incluyendo un juego completo de los Vídeo Calendarios de las Playmates de Playboy de 1998.

El padre de Cathy enseñaba educación física. Los profesores de deportes habían sido el terror de la vida de Peter, la primera impresión que tuvo de que no todos los adultos eran necesariamente inteligentes. Pero Rod Churchill regía su familia como a un equipo de fútbol de instituto. Todo debía empezar a su hora; ahora mismo Bunny se apresuró a llevar la comida a la mesa antes de que el reloj diese las seis. Todos conocían sus posiciones y, por supuesto, todos seguían las instrucciones del entrenador Rod.

Rod se sentó a la cabecera de la mesa, con Bunny en el lado opuesto y Cathy y Peter uno frente al otro a cada lado; en ocasiones jugaban con los pies cuando Rod se lanzaba a una de sus aburridas historias.

Aquél era un mes del pavo: las cenas del primer domingo alternaban entre pavo, carne y pollo. Rod cogió el cuchillo de cortar. Siempre le servía a Peter primero; «nuestro invitado primero», decía, remarcando que incluso después de trece años casado con su hija, Peter era todavía un extraño.

—Sé lo que quieres, Peter… un muslo.

—En realidad, prefiero la carne blanca —dijo Peter amablemente.

—Pensaba que te gustaba la oscura.

—Me gusta la carne oscura de pollo —dijo Peter, como hacía cada tercer mes—. Me gusta la carne blanca de pavo.

—¿Estás seguro? —preguntó Rod.

No, soy un cabrón y me lo invento sobre la marcha.

—Sí.

Rod se encogió de hombros y clavó el cuchillo en la pechuga. Era un hombre vanidoso, a un año del retiro, se teñía el pelo de castaño… es decir, lo que le quedaba de pelo. Se lo dejaba crecer largo sobre el lado derecho y se lo peinaba sobre la calva. Dick van Patten con chándal.

—A Cathy le gustaban los muslos cuando era pequeña —dijo Rod.

—Todavía me gustan —dijo Cathy, pero pareció que Rod no la escuchó.

—Me gustaba darle un gran muslo y mirar como intentaba morderlo.

—Se podía haber atragantado y morirse —dijo Bunny.

Rod gruñó.

—Los niños pueden cuidarse solos —dijo—. Recuerdo la vez que se cayó por las escaleras. —Rió como si la vida fuese una enorme comedia de situación. Miró a Bunny—. Tú estabas más molesta que Cathy. Esperó a que llegase un público lo suficientemente grande para empezar a llorar. —Negó con la cabeza—. Los niños tienen los huesos hechos de goma.

Rod le pasó a Peter un plato con dos lonchas desiguales de pechuga de pavo.

Peter lo cogió y se sirvió patatas asadas.

De pronto las tardes del viernes en The Bent Bishop ya no parecían tan malas.

—Tuve moratones durante semanas —dijo Cathy, un poco a la defensiva.

Rod rió.

—En el culo.

Peter todavía conservaba una larga cicatriz en la pierna a raíz de un accidente en el gimnasio del instituto. Aquellos malditos profesores de educación física. Tipos tan graciosos. Esperó a que todo el mundo estuviese servido, se sirvió salsa y se la pasó a Rod.

—No, gracias —dijo Rod—. Ya no tomo demasiada salsa.

Peter pensó en preguntar por qué, pero decidió no hacerlo, y le pasó la salsa a Cathy. Se volvió hacia su suegra y sonrió.

—¿Algo nuevo contigo, Bunny?

—Oh, sí —dijo—. Estoy asistiendo a un curso los miércoles por la noche: francés. Pensé que ya era hora de aprenderlo.

Peter estaba impresionado.

—Bueno para ti —dijo. Se volvió a Rod—. ¿Eso significa que tienes que defenderte sólo los miércoles por la noche?

Rod gruñó.

—Pido la comida a Food Food —dijo.

Peter rió.

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