José Somoza - Dafne desvanecida

Здесь есть возможность читать онлайн «José Somoza - Dafne desvanecida» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Dafne desvanecida: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Dafne desvanecida»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El cubano (La Habana, 1959) José Carlos Somoza quedó finalista del Nadal del 2.000 con esta complicada novela donde se plantea el conflicto entre el mundo `real` y el literario. La sociedad que imagina Somoza, aunque no necesariamente utópica ni ucrónica (transcurre en un Madrid reconocible y en tiempos contemporáneos), es la de la preponderancia de lo literario, de lo narrativo. Hay una macroeditorial, SALMACIS, omnipotente que además es sólo la terminal ibérica de una todavía mayor multinacional. En esta sociedad donde `todo el mundo escribe`, un escritor de fama, Juan Cobo, ha sufrido un accidente de automóvil y ha quedado amnésico. Recuerda vagamente haber entrevisto a una dama misteriosa de la que cree haberse enamorado y cuya pista sigue. Por aquí aparecen cosas bizarras como un restaurante `literario` donde los comensales, mientras restauran sus fuerzas, escriben en unos folios que les facilitan los siempre solícitos camareros. Algún día estos fragmentos serán editados. También aparece un curioso detective literario que se dedica, entre otras cosas, a detectar plagios e intertextualizaciones varias.
Según explica el flamante propietario de SALMACIS, la novela del siglo XIX presenció el predominio del personaje (Madame Bovary v.g.), el XX contempló el ascenso y la dictadura del autor, pero el XXI es el tiempo del editor. Será -¿es?- el editor quien conciba el libro y luego le de forma, recurriendo al autor como uno más dentro de la industria editorial (junto a correctores, `negros`, ilustradores, maquetadores, etc.), y sus preferencias van por la gran novela coral. Como una que aparece en `Dafne Desvanecida`, en la que se afanan docenas de anónimos escritores a sueldo, plasmando la cotidianidad de un día en la vida de Madrid. La obsesión del editor por las descripciones literales de la realidad no es, en todo caso, casual, ya que él es ciego y, como le gusta recalcar, sólo conoce las cosas a través de la lectura (en su caso no dice si Braille o en voz alta por otra persona).
En este mundo los libros alcanzan su relieve más por la solapa que por el interior. Lo importante, recalca el detective Neirs, es la solapa. Ella nos explica cómo hay que leer el libro. La cuestión no es baladí, y él lo explica. No es igual leer la Biblia como la verdad revelada de un dios omnipotente que leerla como lo que es, una colección de chascarrillos folklóricos de un pueblo de pastores del Sinaí. Pensemos, nos aconseja, en que si las `Mil Y Una Noches` se hubiera interpretado como la Palabra de Dios (es decir, si la `solapa` mantuviera tal), `muchos devotos hubieran muerto por Aladino, o habrían sido torturados por negar a Scherezade…`.
Existen también los `modelos literarios`, algunas bellísimas como esa Musa Gabbler Ochoa que se ofrece, voluptuosa, a Juan Cobo, invitándole a que la maltrate, como acaba de contarle que hacía su padre cuando era niña. Pero Cobo descubre en el apartamento de la Musa a un `voyeur`, no un voyeur sexual, sino literario, que emboscado tras unos biombos toma nota febrilmente de la escena. Después se dará cuenta de que la Gabbler se gana así la vida y le ha metido como involuntario `modelo literario` en su vida, notando cómo les sigue otro aparente `voyeur` que garrapatea subrepticiamente desde los portales y esquinas…
Pero nada es lo que parece. Cobos, en su búsqueda de la bella desconocida, a la que creyó entrever antes de su accidente en el restaurante literario (y que NO es la Gabbler), será sometido a un engaño y a un chantaje. Se le hace creer que un escritor zumbado la tiene secuestrada y que va a matarla entre torturas, como pura experiencia literaria. Mientras haga esto, irá publicando unos textos donde la mujer real va desapareciendo como mero personaje literario. Él debe hacer lo contrario, contra reloj, darle características reales, sin miedo a caer en el prosaísmo (la pinta vulgar, casi fea, aunque con un remoto brillo de belleza en los ojos). Cobos, como un loco, apremiado por el detective, lo hará. Para descubrir luego, de boca del editor de SALMACIS, que todo es mentira, que ha sido inducido a ello para obligarle a escribir. Pero incluso su accidente es falso y la amnesia fue provocada ¡Con su consentimiento! (según demuestra un contrato que él firmó antes de la intervención).

Dafne desvanecida — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Dafne desvanecida», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¡Ah, pillín, pillín! -musitaba mientras sus manos jugaban con el volante-. ¡Ah, qué pillín eres!

Nos habíamos detenido junto al bordillo. Una jauría de vehículos nos adelantó. Virgilio hizo caso omiso a los gritos de los conductores.

– ¿Lo ve? -dijo-. Se ha metido en ese aparcamiento. Pero ya sé adónde va… Y ahora también lo sabe usted.

Se volvió para mirarme y en sus ojos de piedra aprecié un fulgor compasivo. Él conocía la verdad; yo empezaba a sospecharla. Mi cuerpo coleccionaba síntomas: palidecía, sudaba, soportaba escalofríos; mi estómago era una roca helada dentro del vientre.

– Voy a entrar -dije.

El enano respiró con fuerza y retuvo el aire. «Es difícil, muy difícil que lo dejen, señor Cabo.» «Me dejarán», repliqué. Convinimos en que me esperaría allí, sin moverse del coche. Cerré la portezuela y caminé tambaleante hacia el inmenso y oscuro vestíbulo. En la pared del portal, unas palabras en finas letras de molde -la primera, elegantemente resguardada por dos eses serpentinas- figuraban en una placa mucho más humilde de lo que, en principio, cabría esperar.

SALMACIS

EDITORIAL

El horario que anunciaban las puertas correderas no tenía nada que ver con la madrugada, pero, mediante un pequeño timbre, convoqué la melodiosa voz de una pulcra secretaria. «Soy Juan Cabo -dije-.«Quiero entrar.» Y fue como si mi nombre se convirtiera en una llave de oro. Las puertas se apartaron en silencio y penetré en las tinieblas del complejo edificio. Parecía vacío, pero yo sabía que Neirs se hallaba en alguna parte, y no me detendría hasta encontrarlo.

Se escuchaban ecos poderosos; parpadeaban lucecitas rojas; varias cámaras zumbaban filmando mis movimientos. Atravesé un patio abovedado de cristal y sembrado de jungla donde, sin duda, todas las mañanas laborables se dispondría una fila de núbiles recepcionistas esperando ganar el concurso a la Mejor Sonrisa Salmacis. Más allá, junto a un sombrío ejército de ascensores, destacaba un mapa fosforescente que mostraba las geométricas vísceras del edificio con un punto color fuego, pupilar, y una flecha indicadora: «Usted Está Aquí». Ignoraba adónde tenía que ir, pero pensé que sería mejor comenzar por la cumbre. Subí al último piso e inicié una odisea de pasillos azules y misteriosas islas de despachos vacíos. «Usted Está Aquí» fue desplazándose conmigo en sucesivos mapas. Me pregunté qué ocurriría si me arrojaba por una ventana en aquel momento. ¿«Usted Está Aquí» señalaría el asfalto donde mi cabeza se desangraría? ¿Se convertiría, progresivamente, en «Usted Empieza A No Estar Aquí», «Usted Apenas Está Aquí», «Usted Ya No Está Aquí», «Usted No Está»?

Alguien se acercaba (escuché los pasos). Oculto en un recodo, pude distinguir la aparición súbita de un cadáver vestido con cazadora y vaqueros. Tarareaba una cancioncilla y sus largos pelos ralos seguían el ritmo como una escoba puesta al revés. Lo reconocí enseguida y me abalancé sobre él. Grisardo soltó una maldición y un instante después mi nuca golpeó violentamente el «Usted Está Aquí» del mapa de turno colgado en la pared. No respondí a su puñetazo (y por un momento la sien izquierda no me dolió). En cambio, acepté su oferta de persecución. Iniciamos una breve carrera por los pasillos vacíos. De sobra es conocida la mutación física que provoca la desesperación: uno se vuelve más fuerte, más alto, más largo. Haciendo uso de tal poder, extendí el brazo derecho y mis dedos realizaron un supremo esfuerzo articular para atrapar a mi presa. Esta vez fue su cabeza la que rebotó contra la pared. Le apoyé el codo en la garganta. Intentó rechazarme.

– ¿Está… loco? -farfulló.

Hubo un breve diálogo de jadeos. Y entonces sí, entonces mi sien izquierda empezó a imponerse y sentí el demorado dolor del golpe. Abandoné la lucha. Grisardo se frotaba la nuez. Ahora que lo veía de cerca, me parecía que tenía rostro de pájaro. Su nariz era un pico desagradable.

– ¡Volvería a hacerlo… si me pagaran! -dijo con voz ronca.

Al acudir en auxilio de mi sien, mis dedos tropezaron con un edificio metálico. Las gafas seguían en su sitio, mi cabeza también. Yo Estaba Allí, aunque mareado y dolorido. Grisardo hizo una mueca.

– Y a mi vecino, Eustaquio Cuadrado, le encantaría volver a contar mentiras… Él también escribe, ¿sabe?… Todos los escritores somos mentirosos.

«No todos», pensé. Y creo que lo dije en voz alta, pero no lo recuerdo. Él repitió su última declaración, como si se tratara de la única verdad que conocía. Y añadió:

– Pero, claro, no somos tan importantes como Juan Cabo. Nosotros trabajábamos para usted, ¿no lo sabía? ¿Se da cuenta de la cantidad de gente que trabaja para escritores como usted? -Alzaba cada vez más la voz, como si escucharse a sí mismo lo enfadara-. ¿Piensa en ellos en algún momento? ¿Le importan un carajo?… «Negros», correctores de pruebas, impresores… y los que hacemos el trabajo más sucio, modelos de escritores a tiempo parcial… ¿O acaso creía usted que Musa era la única?… ¡Mire a su alrededor y nos encontrará por todas partes! ¡Nos disfrazamos como nos exigen y hacemos lo que nos ordenan!… ¡Incluso a veces nos permiten escribir, como a mí, pequeños poemas! ¿Sabe lo que es ganarse la vida? ¿Lo ha sabido alguna vez, o se lo han dado siempre hecho?

Sus palabras viajaban húmedas hacia mi rostro. Desvié la vista.

– ¡Ni siquiera podemos desempeñar bien nuestro oficio! ¡Pero la culpa no es nuestra, sino de la miseria de vida que llevamos! ¡Ya sé que usted me reconoció ayer en el Parque Ferial, y que el plan estuvo a punto de fracasar! ¿Pero sabe por qué ocurrió eso? ¿Lo sabe? -Y alargó el cuello para espetármelo-. ¡Porque soy un pluriempleado!

A continuación, sin embargo, escogió un tono extrañamente tranquilo, como si hubiera decidido que ya se había desahogado lo suficiente. Era la forma de hablar que yo ya conocía, sus «hums» habituales, el lenguaje dubitativo de su llamada telefónica. Volvía a ser el gris Grisardo.

– Modelo de escritores, «negro» de editorial, hombre anuncio… Todo eso soy yo, y muchos otros como yo… En mi tiempo libre… hum… soy poeta. Lamento haberle engañado, si es eso lo que le molesta… ¡Pero quiero que lo sepa: lo hago por necesidad!

– ¿Dónde están? -dije-. Salmerón y Neirs -agregué al no obtener respuesta-. Usted acaba de verlos, ¿no? Ha venido a cobrar, ¿verdad? ¿Dónde están?

– En el despacho del fondo -murmuró. Había regresado a la adolescencia por completo. Era como si su capacidad de madurar residiera, mágicamente, en sus gritos.

Me alejé de Grisardo y recorrí el pasillo hasta encontrar la puerta. Entré sin llamar.

El despacho era inmenso, y a través de sus ventanas se dominaba el Recoletos nocturno. Atisbé a Salmerón sentado en la lejanía, tras un gigantesco platillo volante en forma de escritorio que resultó ser -lo comprobé al acercarme-una versión bastante aceptable, en metal cromado, del símbolo del yin y el yang. A mi derecha, en una butaca giratoria, cruzaba las piernas y fumaba Horacio Neirs. En el lado opuesto, un joven vestido de negro se dedicaba a depositar en una pequeña caja blanca las piezas de un juego de ajedrez. Apartado de aquel trío y ocupando una mesa más pequeña y repleta de ordenadores, se hallaba un individuo calvo y delgado con aspecto de funcionario. Fue éste quien se levantó, sonrió y avanzó como si levitara sobre la tersa moqueta oscura. La habitación olía a maderas nobles.

– Soy el secretario personal del señor Salmerón. ¿Tendría la bondad de sentarse, señor Cabo?

Me indicaba un amplio sillón frente al escritorio. No le hice caso y permanecí de pie. Clac. Otra pieza fue a parar a la caja. Entre ésta y Salmerón se hallaban los folios que Neirs se había llevado de mi casa.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Dafne desvanecida»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Dafne desvanecida» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


José Somoza - Clara y la penumbra
José Somoza
Jose Somoza - Art of Murder
Jose Somoza
José Somoza - El Cebo
José Somoza
José Somoza - La Caja De Marfil
José Somoza
José Somoza - Silencio De Blanca
José Somoza
José Somoza - Zigzag
José Somoza
Aleksander Świętochowski - Dafne
Aleksander Świętochowski
Отзывы о книге «Dafne desvanecida»

Обсуждение, отзывы о книге «Dafne desvanecida» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x