La idea hizo que a Jeannie le costara trabajo pensar. Se dijo que no debía permitir que el miedo la paralizase.
– ¿Crees que si prometo no contar a nadie lo que sé, tal vez me dejen en paz?
Steve reflexionó un instante y luego propuso:
– No, no lo creo.
– Ni yo tampoco. Así que no tengo más opción que luchar.
Sonaron pasos en la escalera y el señor Oliver asomó la cabeza por el hueco de la puerta.
– ¿Qué infiernos ha pasado aquí? -preguntó. Sus ojos fueron del inconsciente Harvey tendido en el suelo a Steve, para volver otra vez a Harvey-. Vaya, esta sí que es buena.
Steve recogió los Levi's negros y se los tendió a Jeannie, que se embutió en ellos rápidamente, para cubrir sus desnudeces. Si el señor Oliver se dio cuenta, era demasiado discreto para hacer el menor comentario. Señaló a Harvey y dijo:
– Este debe de ser el sujeto de Filadelfia. No me extraña que pensaras que era tu novio. ¡Tienen que ser gemelos!
– Voy a atarle antes de que vuelva en sí -dijo Steve-. ¿Tienes una cuerda a mano, Jeannie?
– Yo tengo cordón eléctrico -ofreció el señor Oliver-. Traeré mi caja de herramientas. Salió del cuarto.
Jeannie abrazó a Steve agradecidamente. Tenía la sensación de que acababa de despertarse de una pesadilla.
– Creí que eras tú -manifestó-. Fue como ayer, pero esta vez no me volví paranoica, esta vez era verdad.
– Dijimos que estableceríamos una clave secreta, pero luego no volvimos a hablar del asunto.
– Podemos hacerlo ahora. Cuando me abordaste en la pista de tenis el domingo pasado dijiste: «Yo también juego un poco al tenis».
– Y tú, como eres así de modesta, respondiste: «Si sólo juegas un poco al tenis, lo más probable es que no estés en mi división».
– Ese es el código. Si uno pronuncia la primera frase, el otro tiene que contestar con el resto del diálogo.
– Hecho.
Regresó el señor Oliver con la caja de herramientas. Dio media vuelta a Harvey y procedió a maniatarle por delante, con las palmas una contra otra, pero dejando sueltos los meñiques.
– ¿Por qué no le ata las manos a la espalda? -quiso saber Steve.
El señor Oliver pareció un poco vergonzoso.
– Si me disculpa por mencionarlo, le diré que así podrá sostenerse la pilila cuando tenga que hacer pis. Lo aprendí en Europa, durante la guerra. -Empezó a ligar los pies de Harvey-. Este bigardo no causara más problemas. Y ahora, ¿qué piensan hacer respecto a la puerta de la calle?
Jeannie miró a Steve.
– La dejé bastante destrozada -confesó éste.
– Lo mejor será llamar a un carpintero -sugirió Jeannie.
– Tengo algo de madera en el patio -dijo el señor Oliver-. La remendaré lo suficiente como para que podamos dejarla cerrada esta noche. Mañana buscaremos a alguien que haga un buen trabajo con ella.
Jeannie se sintió profundamente agradecida.
– Gracias, muchas gracias, es usted muy amable.
– Ni lo menciones. Esto es lo más interesante que me ha sucedido desde la Segunda Guerra Mundial.
– Le ayudaré -se brindó Steve.
El señor Oliver denegó con la cabeza.
– Vosotros dos tenéis un montón de cosas de las que discutir, ya lo veo. Como, por ejemplo, si llamáis o no a la policía para que se haga cargo de este fulano que tenéis amarrado encima de la alfombra.
Sin esperar respuesta, cogió su caja de herramientas y se fue escaleras abajo.
Jeannie puso en orden sus pensamientos.
– Mañana se venderá la Genético por ciento ochenta millones de dólares y Proust emprenderá la ruta presidencial. Mientras tanto, estoy sin empleo y con mi reputación por los suelos. Nunca volveré a realizar ninguna tarea científica. Pero con lo que sé podría darle la vuelta a ambas situaciones.
– ¿Cómo harías tal cosa?
– Bueno… Podría publicar en la prensa un comunicado en el que explicara el asunto de los experimentos.
– ¿No necesitarías alguna clase de prueba?
– Harvey y tú juntos constituiríais una prueba bastante espectacular. Sobre todo si consiguiera que aparecieseis juntos en televisión.
– Sí… en Sesenta Minutos o algún programa por el estilo. Me gusta la idea. -Volvió a poner cara larga-. Pero Harvey no colaborará.
– Pueden filmarlo atado. Luego llamamos a la policía y también pueden filmar eso.
Steve asintió.
– Lo malo es que tú probablemente tengas que actuar antes de que la Landsmann y la Genético concluyan la operación de compraventa. Una vez tuvieran el dinero estarían en condiciones de eliminar cualquier publicidad negativa que pudiésemos generar. Y su conferencia de prensa será mañana por la mañana, según el The Wall Street Journal.
– Tal vez deberíamos celebrar nuestra propia conferencia de prensa.
Steve chasqueó los dedos.
– ¡Ya lo tengo! Nos colaremos en su conferencia de prensa.
– Rayos, si. Entonces quizá la gente de la Landsmann decida no firmar los papeles y la absorción se cancelará.
– Y Berrington se quedará sin todos esos millones de dólares.
– Y Jim Proust se quedará sin su campaña por la presidencia.
– Debemos estar locos -puntualizó Steve realista-. Esas son algunas de las personas más poderosas de Estados Unidos y estamos aquí hablando de reventarles la fiesta.
Llegó de abajo el ruido de los martillazos indicadores de que el señor Oliver empezaba a arreglar la puerta.
– Odian a los negros, ya sabes -dijo Jeannie-. Todos esos disparates acerca de los genes buenos y los ciudadanos de segunda categoría son simplemente paparruchas en clave, una cortina de humo. Esos individuos son fanáticos de la supremacía de los blancos y disfrazan sus intenciones con ciencia moderna. Quieren convertir al señor Oliver en ciudadano de segunda. Al diablo con ellos, no me voy a quedar quietecita en actitud contemplativa.
– Nos hace falta un plan -dijo Steve, yendo a lo práctico.
– Muy bien, ahí va -dijo Jeannie-. Lo primero que tenemos que hacer es averiguar dónde va a celebrarse la conferencia de prensa de la Genético.
– Seguramente en un hotel de Baltimore.
– Podemos llamarlos a todos, si es preciso.
– Probablemente deberíamos alquilar una habitación en ese hotel.
– Buena idea. Luego nos colamos en la conferencia de prensa, nos plantamos en mitad de la sala y les soltamos un buen parlamento a los medios de comunicación que cubran el acto.
– Te acallarán.
– Debería llevar preparada una nota de prensa, lista para soltarla allí. Y entonces entras tú con Harvey. Los gemelos son fotogénicos y todas las cámaras os enfocaran.
Steve frunció el entrecejo.
– El que nos presentes allí a Harvey y a mí, ¿qué demostrará?
– El hecho de que seáis idénticos proporcionará la clase de impacto dramático que inducirá a los periodistas a disparar sus preguntas. No costará mucho tiempo cerciorarse de que tenéis madres distintas. Una vez captaran eso, sabrían que hay un misterio por descubrir, lo mismo que me pasó a mí. Y ya sabes como investiga la prensa a los candidatos presidenciales.
– Sin embargo, resulta indudable que tres serían mejor que dos -dijo Steve-. ¿Crees que podríamos lograr que alguno de los otros apareciese en la conferencia?
– Podemos intentarlo. Invitarlos a todos, con la esperanza de que se presente al menos uno.
En el suelo, Harvey abrió los ojos y emitió un gemido.
Jeannie casi se había olvidado de él. Al mirarlo, esperó que tuviese una buena herida en la cabeza. Después se sintió culpable y lamentó ser tan vengativa.
– Teniendo en cuenta como le he sacudido, probablemente debería verle un médico.
Harvey se recobró enseguida.
– Desátame, puta asquerosa -barbotó.
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