Kathy Reichs - Informe Brennan

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La antropóloga forense Temperance Brennan es una de las primeras personas en acudir al monte donde acaba de estrellarse un pequeño avión de pasajeros. Casi todos ellos eran estudiantes que formaban parte de un equipo de béisbol, y entre las víctimas también podría encontrarse Katy, la hija de Tempe.
Asustada la doctora decide investigar los motivos de la tragedia y, a partir de ese momento, se verá envuelta en una conspiración dirigida a entorpecer por todos los medios su trabajo y acabar con su vida.

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En ese momento sonó su teléfono. Crowe lo ignoró.

– Necesita conseguir una muestra de Mitchell.

Dudó un momento. Luego:

– Puedo investigarlo.

– Sheriff.

Los ojos color kiwi se encontraron con los míos.

– Esto puede ser más grande que Jeremiah Mitchell.

Tres horas más tarde, Boyd, y yo cruzábamos Little Rock Road en dirección norte por la I- 85. A lo lejos se levantaba la línea del cielo de Charlotte, como un puesto de saguaro en el desierto de Sonora.

Le señalé a Boyd los edificios más notables. El falo gigante del Bank of America Corporate Center. El edificio de oficinas en forma de jeringa en la plaza que albergaba el Charlotte City Club, con la cubierta verde circular a modo de terrado y las antenas emergiendo desde el centro. El contorno de gramola del One First Union Center.

– Mira eso, muchacho. Sexo, drogas y rock and roll.

Boyd alzó las orejas pero no dijo nada.

Mientras que los barrios de Charlotte pueden ser lugares agradables de una ciudad pequeña, el centro es una ciudad de piedra pulida y cristales coloreados y su actitud ante el crimen es la habitual. El Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg se encuentra en el Centro de Aplicación de la Ley, una enorme estructura de hormigón en la Cuarta con Mac-Dowell. El DPCM emplea aproximadamente a 1 900 oficiales y a 400 miembros de personal de apoyo, y dispone de su propio laboratorio criminal, sólo superado por el del SBI. No está mal para una población que no alcanza los 600 000 habitantes.

Salí de la autopista, atravesé el centro de la ciudad y aparqué en la zona destinada a los visitantes en el Centro de Aplicación de la Ley.

Los policías entraban y salían del edificio, todos ellos con uniformes azul oscuro. Boyd gruñó levemente cuando uno pasó junto al coche.

– ¿Ves el emblema que llevan en el hombro? Es el nido de un avispón.

Boyd hizo un sonido similar al de un cantante tirolés pero siguió con el hocico pegado al cristal.

– Durante la Revolución, el general Cornwallis encontró unos focos de resistencia tan fuertes en Charlotte que bautizó la zona como un nido de avispones.

Sin comentarios.

– Debo entrar, Boyd. Pero tú tienes que quedarte aquí.

A pesar de no estar de acuerdo, Boyd se quedó en el coche.

Le prometí que regresaría antes de una hora, le di la última barra de chocolate con cereales para emergencias, cerré las ventanillas y lo dejé.

Encontré a Ron Gillman en su oficina de la esquina en el cuarto piso.

Ron era un hombre alto, de pelo gris con un cuerpo que sugería baloncesto o tenis. El único defecto era un agujero en la dentadura superior.

Me escuchó sin interrumpir mientras le hablaba de mi teoría acerca de Mitchell y el pie. Cuando terminé de hablar, extendió una mano.

– Echémosle un vistazo.

Se colocó unas gafas con una montura de concha y examinó el diminuto fragmento, haciendo girar el frasco entre los dedos. Luego cogió el teléfono y habló con alguien en la sección de ADN.

– Las cosas se mueven más rápido si la solicitud procede de aquí -dijo, colgando el teléfono.

– Cuanto más rápido, mejor -dije.

– Ya he examinado tu muestra ósea. Eso está hecho y el perfil ha sido incorporado a la base de datos que creamos para las víctimas del accidente. Si obtenemos algún resultado de esto -dijo, señalando el frasco-, también lo incorporaremos a la base de datos y buscaremos algún rasgo común.

– No puedo decirte cuánto te agradezco lo que estás haciendo.

Se reclinó en su sillón y entrelazó las manos detrás de la cabeza.

– Realmente le has metido el dedo en el ojo a alguien importante, doctora Brennan.

– Supongo que sí.

– ¿Alguna idea de quién puede ser?

– Parker Davenport.

– ¿El vicegobernador?

– El mismo.

– ¿Cómo conseguiste irritar a Davenport?

Levanté las palmas y me encogí de hombros.

– Es difícil evitarlo si no eres amable.

Le miré, apesadumbrada. Yo había compartido mi teoría con Lucy Crowe. Pero aquello era el condado de Swain. Aquí estaba en mi casa. Ron Gillman dirigía el segundo laboratorio criminal más importante del estado. Mientras que el cuerpo de policía recibía fondos locales, el dinero llegaba al laboratorio a través de subvenciones federales administradas en Raleigh.

Como el departamento del forense. Como la universidad.

¡Qué diablos!

Le di una versión resumida de lo que le había explicado a Lucy Crowe.

– ¿De modo que el M. P. Veckhoff de tu lista es el senador del estado Pat Veckhoff de Charlotte?

Asentí.

– ¿Y Pat Veckhoff y Parker Davenport están relacionados de alguna manera?

Volví a asentir.

– Davenport y Veckhoff. El vicegobernador y un senador del estado. Eso es muy fuerte.

– Henry Preston era juez.

– ¿Cuál es la relación?

Antes de que pudiese responderle, un hombre apareció en la puerta, el nombre «Krueger» estaba bordado sobre el bolsillo de su bata de laboratorio. Gillman presentó a Krueger como técnico jefe de la sección de ADN. Él, junto con otros analistas, examinaban todas las pruebas de ADN en el laboratorio. Me levanté y nos estrechamos las manos.

Gillman le entregó a Krueger el frasco con el fragmento dental y le explicó lo que yo deseaba.

– Si allí hay alguna cosa, la encontraremos -dijo, levantando el pulgar.

– ¿Cuánto tiempo les llevará?

– Tendremos que purificar, ampliar y documentar el material durante el proceso. Podría darle un informe verbal en cuatro o cinco días.

– Eso sería genial.

Cuarenta y ocho horas sí hubiera sido genial, pensé.

Krueger y yo firmamos los impresos de transferencia de pruebas y se marchó con la muestra. Esperé a que Gillman hiciera una llamada. Cuando colgó el teléfono, le hice una pregunta.

– ¿Conocías a Pat Veckhoff?

– No.

– ¿A Parker Davenport?

– Le he visto algunas veces.

– ¿Y?

– Es un tío popular. La gente le vota.

– ¿Y?

– Es como un enorme grano en el culo.

Saqué la fotografía de los funerales de Tramper.

– Es él. Pero hace muchos años.

– Sí.

Me devolvió la fotografía.

– ¿Cómo te explicas todo esto?

– No tengo ni idea.

– Pero la tendrás.

– La tendré.

– ¿Puedo ayudarte?

– Hay algo que puedes hacer por mí.

Encontré a Boyd profundamente dormido junto a algunas migajas de cereales. Al oír el sonido de las llaves se levantó de un brinco y comenzó a ladrar. Al comprender que no se trataba de un ataque por sorpresa apoyó una pata sobre cada asiento delantero y meneó la cola. Me deslicé detrás del volante y comenzó a quitarme el maquillaje de un lado de la cara.

Cuarenta minutos más tarde me detuve delante de la dirección que Gillman había encontrado para mí. Aunque la residencia se encontraba a sólo diez minutos del centro de la ciudad, y a cinco minutos de mi urbanización en Carol Hall, me había llevado todo ese tiempo abrirme paso a través de la habitual confusión en Queens Road.

Los nombres de las calles de Charlotte reflejan su personalidad esquizoide. Por un lado la elección de los nombres de las calles era simple: encontraban un nombre y lo exprimían. La ciudad tenía Queens Road, Queen Road West y Queens Road East. Sharon Road, Sharon Lane, Sharon Amity, Sharon View y Sharon Avenue. Yo me había detenido en el cruce de Rea Road y Rea Road, Park Road y Park Road. También había una influencia bíblica: Providence Road, Carmel Road, Sardis Road.

Por otro lado, ninguna denominación parecía adecuada para más que unos pocos kilómetros. Las calles cambian de nombre de forma caprichosa. Tyvola se convierte en Fairview y luego en Sardis. En un determinado punto Providence Road llega a un cruce en el que un brusco giro a la derecha lo mantiene a uno en Providence; si se continúa recto se llega a Queens Road, que inmediatamente se convierte en Morehead; y desviarse a la izquierda significa llegar a Queens Road, que inmediatamente se convierte en Selwyn. La avenida Billy Graham da origen a Woodlawn, luego a Runnymede. Wendower es el origen de Eastway.

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